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Las disculpas y la autocrítica en la disputa política

Por Diego Vesciunas
Las disculpas y la autocrítica en la disputa política

En el gran campo del “periodismo de guerra” en el cual los grandes medios vienen incurriendo en los últimos quince años en la Argentina, se advierten fenómenos políticos y de sentido que impactan en el ordenamiento ideológico. Ya no es una verdad revelada para nadie que los medios nacionales e internacionales son propiedad de un puñado de empresarios y/o multinacionales. Tampoco es una novedad que esa estructura de propiedad remite, también, a una profunda articulación actual del poder: fondos buitres, grandes laboratorios, complejos armamentistas, etc. tienen incidencia directa o son sencillamente los dueños de grandes conglomerados mediáticos. Lo que sí es absolutamente indefinible es el alcance de la concentración, los niveles de naturalización de este panorama por parte de porciones importantes de la población mundial (olvido 1 y 2 según Michel Pecheaux) (1) y cómo se expresan los sostenimientos de privilegios y la defensa de poderosos en las estructuras de sentido político que esos mismos medios concentrados construyen. Entre las múltiples huellas que los sectores concentrados del poder imprimen en las crónicas periodísticas, las editoriales o notas de opinión que publican, me gustaría advertir sobre una en particular que conforma una operación de sentido que impacta tanto en el sector nacional o popular como en sus dirigentes. Y tiene que ver específicamente con los errores de gestión y sus diversas coberturas mediáticas. 

Una gestión específica de cualquier escala o jurisdicción se enfrenta cotidianamente a un sinfín de problemas a resolver y, lo que es más importante, una escasa cantidad de recursos para hacerlo. Por supuesto que este fenómeno no es nuevo. Podemos fugazmente situarlo en el proceso de achicamiento del Estado que con algunos paréntesis se viene desarrollando desde la dictadura militar hasta nuestros días. Pero la cuestión actual es que las dificultades a atender son cada vez más complejas, están cada vez más enraizadas y, muchas veces, afectan a cada vez mayor cantidad de personas. Debido a esto, en muchos casos el Estado no solamente no atiende problemas que para ciertos sectores sociales son urgentes, sino que también suele cometer errores de diagnóstico, de abordaje, de destinación de fondos, de designación de responsabilidades, etc. La mayoría de esos errores diarios tienen escaso impacto mediático. Pero algunos otros, por su envergadura ineludible y/o por el castigo o beneficio político que representan para ciertos sectores, alcanzan el cenit de la agenda mediática y se sostienen por días, semanas o meses. Nos vamos a detener particularmente en dos: el proceso irregular de vacunación contra el covid que derivó en el llamado por los medios “vacunatorio vip” y el operativo fallido de CABA para comenzar a vacunar a los mayores de 60 años. En ambos casos hubo errores de gestión sin considerar los errores políticos que no son objeto de esta columna. Y esas fallas fueron tamizadas por el sentido de las coberturas mediáticas.

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Una de las prácticas comunes del conservadurismo nacional es suplantar la gestión, sus errores o la falta de ella en las disculpas y que ello alcanza para lograr la empatía de la clase media.

Con un efecto particular que es el que más nos interesa señalar: la presencia o no de las variables de la culpa, la condena y las disculpas. La especificidad de las tres es que se ubican en el campo moral, siempre viscoso en su pertenencia o no al terreno de la política. En ese sentido, han supuesto una disputa por la adscripción de sentido que por ahora e independientemente del momento histórico, se ubican en la derecha. Si hay algo que los medios de comunicación concentrados y comerciales han provocado en articulación con el bloque de poder dominante es aceptar que la moral es una variable integrante de la política y que su defensa como valor se ubica en el plano ideológico conservador. Para decirlo al revés: el efecto de sentido más profundo de la última década, que tiene impacto en la confrontación entre el sector conservador-dominante de la Argentina y el movimiento nacional y popular, es que el primero es el reservorio de la moral y el segundo no. Más todavía: la práctica política nacional y popular está por fuera del terreno moral, porque su interpretación está anclada como una bandera en el sector político adversario. Por ende, la práctica política de la derecha implica per se una protección de la moral como valor. La configuración de este escenario tiene dos consecuencias concretas: la inoculación de un miedo y la efectividad de un rechazo. Respecto a lo primero, los dirigentes más conspicuos del conservadurismo nacional remiten permanentemente frases rimbombantes que advierten sobre la inmoralidad en la política (Elisa Carrió como su máxima expresión): robos, ultrajes, autoritarismo, intolerancia, etc. Todas ellas son propiedad de la dirigencia nacional y popular. Y los medios lo presentan, en bandeja, en formato denuncia. Por lo tanto, si cada error de gestión de un gobierno nacional y popular preside con este marco, no alcanza con una corrección. Y menos con una disculpa. Entonces, se asoma el pleno rechazo como único modo de respuesta ciudadana. En reverso, los gobiernos neoliberales y conservadores que manifiestan errores de gestión no tienen rasgos inmorales, sus efectos son inmediatamente tangibles y alcanza con una disculpa. ¿Por qué? Porque el error implica una pequeña desviación en un camino que siempre es recto y claro (2). 

Este circuito de sentido que involucra formas de gobernar y tomar decisiones a un lado y a otro de los movimientos políticos-ideológicos que disputan poder en la Argentina hace 60 años, tiene una excelente síntesis en el sketch de Peter Capusotto y sus videos Juan Domingo Perdón.

Allí, un dirigente que emula a Horacio Rodríguez Larreta advierte con sorna que no tomará ninguna decisión de gestión para resolver problemas existentes: falta de alumbrado, ausencia de asfalto, escasos espacios verdes, etc. Pero que, en su lugar, pedirá disculpas en modo permanente. Capussotto y Saborido detectaron bien ya en el 2016 que una de las prácticas comunes del conservadurismo nacional es suplantar la gestión, sus errores o la falta de ella en las disculpas y que ello alcanza para lograr la empatía de la clase media. Abundan ejemplos en ese sentido, pero como especificamos al principio, el caso del operativo para vacunar a los mayores de 60 años en la Ciudad mostró el mecanismo. Al otro día de la notoria falla del operativo y un vez que en los medios de todo el espectro se habían instalado las imágenes, el Ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aires, Fernán Quirós, brindó una conferencia de prensa donde priorizó…pedir disculpas.

Durante la gestión de Cambiemos 2015-2019 la práctica ya se había tornado recurrente: 

  1. Macri pide perdón por culpar a los votantes y hace una fuerte autocrítica (letrap)
  2. Carrió pide “disculpas” por su insulto a Scioli, pero aclara: “No me puedo arrepentir de la verdad” (lanacion)
  3. Pide disculpas Triaca por el audio violento pero ratifica su familia el despido de la empleada (elcanciller)
  4. Pidió disculpas el diputado de Cambiemos (Pablo Torello) que insultó a las mujeres (lalupa24)
  5. Por presión de la Iglesia, Larreta pidió perdón por la torta de Jesús (Tiempo Argentino)
  6. Larreta salió a disculparse tras polémica declaración: “Les vamos a romper el culo” (cronista.com)
  7. María Eugenia Vidal: “Quiero pedirles perdón a los maestros si sintieron que nos equivocamos” (lanacion.com)

Todos los casos mencionados fueron presentados por los medios de comunicación concentrados como un cierre al conflicto. Es decir, la disculpa para la derecha es un recurso que clausura la condena y se constituye como una forma de su práctica política. En la construcción del escándalo sobre el “vacunatorio vip” las aristas son cualitativamente distintas. En este punto, quizás previendo la construcción detallada, el mismo viernes de la aparición del “escándalo” Alberto Fernández tomó la decisión de apartar a Ginés González García de su cargo. Seguramente con la convicción de que ese movimiento clausuraría en clave gestión el error identificado. A casi un mes de esa decisión, el conflicto no solo no desapareció de los medios concentrados, la opinión pública que ellos construyen y la voz de la oposición, sino que continúan sumando adrede casos a la fila y exigen una autocrítica mayor ¡Que supere el despido de un Ministro! Aquí entonces emerge el segundo recurso en importancia: para el sector conservador y los medios concentrados asociados a él, la disculpa es reparadora.

La disculpa para la derecha es un recurso que clausura la condena y se constituye como una forma de su práctica política.

Para el sector nacional y popular cuyas decisiones son tamizadas por la construcción de sentido de esos mismos medios la solución de gestión no alcanza, la disculpa está fuera del radar y el ejercicio reparador debe ser la autocrítica permanente. Aquí hay una trampa. La exigencia de autocrítica puede funcionar si efectivamente hay una valoración de esta por los adversarios políticos que comparten la disputa. Pero la realidad es que la autocrítica forma parte de una abertura: es el camino que la derecha le invita a transitar al movimiento nacional y popular para concretar su autoflagelación. Básicamente porque la autocrítica no alcanza. Se ejercerá la primera sobre un tema, luego aparecerá la demanda sobre una segunda, una tercera y así de manera infinita. Cada militante del campo nacional y popular ha experimentado esta situación en cada discusión política de WhatsApp con integrantes de la clase media autodenominados apolíticos o antipolíticos. Esta sensación de que no les alcanza con el reconocimiento de un error. Que lo que esperan es la autocrítica por la mera existencia. 

El relato de una gestión hay que construirlo desde la misma gestión. Por más que compita con la narración del bloque de poder dominante y, en general, pierda en esa disputa, los componentes principales de las acciones de gobierno y su manera de entenderla debe provenir del propio sector nacional y popular. En ese devenir, se deben corregir los errores, rectificar los caminos y redefinir las políticas. En el marco de una ética de la convicción, sin regalar la bandera de la moral y relativizando la culpa como variable de acusación política.

1.Pecheux permite incluir en su concepción teórica una posición lacaniana a partir de lo que él mismo denomina (en torno a las formaciones discursivas) como el olvido 1 y el olvido. En cuanto al primero (y que se asociaría con la noción de inconsciente lacaniano), el autor determina que remite a la ilusión que manifiestan los sujetos de estar enunciando lo que verdaderamente quieren decir (todo enunciado se inscribe en una formación discursiva, adquiriendo allí sentido). Con respecto al segundo, Pecheux señala que brinda categorías (estrategias discursivas) para aquéllas zonas concientes donde se mueve el individuo: “para ser operante, el mensaje requiere primeramente un contexto al cuál remite, aprehensible por el destinatario y que o bien es verbal o bien susceptible de ser verbalizado”.
2.En la obra de Max Weber queda clara esta distinción a partir de la distinción entre una ética de la responsabilidad y una ética de la convicción. A partir de allí, la moral polftica es una moral de la responsabilidad. El político que obra según una moral de la convicción no es un buen polftico o parafraseando al Husserl de las investigaciones Lógicas, sólo es un buen polftico el que obra según una ética de la responsabilidad.

*Licenciado en Comunicación Social

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Tags: autocríticacomunicación políticadisculpas
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