Amigo lector, esta es una comunicación diferente a las habituales. Es casi personal, más íntima. Aunque la realice desde mi casa, como hice todo durante el último año, en una mesa de trabajo devenida con todas las necesidades que la cuarentena impuso. Como ocurrió con millones de argentinos, con millones de personas en el mundo
Pero esta vez, lo hago a sabiendas que tengo coronavirus. Lamentablemente.
Y tratando de seguir con la mayor cantidad de actividades que me deje. Así seguirá adelante. Y así amanecí una linda mañana, este lunes, y enfrenté el programa radial. Un poco porque, no sabría qué hacer con mi mañana, otro poco que me sentí muy bien dentro de las características de la enfermedad. Y también por el deseo irrefrenable de participar de tantos temas que nos envuelven.
“No llegué a la vacuna. Y esto determinó que, vaya a saber en cuáles de las circunstancias vividas en los últimos meses, choqué con el coronavirus”.
No podría dejar de analizar el dato insólito en el libro de Mauricio Macri, donde se equivocaron en la fecha de la muerte del padre, por ejemplo. Se equivocaron feo, por varios meses, lo que demuestra que Macri ni siquiera lo chequeó… O, si es que realmente lo escribió, ni siquiera sabe cuándo murió su propio padre. Esto, en realidad, llega como un detalle de la presentación del libro: el ex presidente lo hizo en este momento y lo hace para volver a hacer daño. ¿Cómo nos pasó Macri?
Tampoco quería dejar a un lado que Alberto Fernández rechazó la privatización de vacunas que reclama la oposición: cuando habló el otro día, los comunicadores de la derecha se preguntaron para qué había hablado, sin detenerse en que el presidente de la Nación mencionaba cosas que en este momento sacuden al mundo. Pero, por supuesto, lo que trata de hacer creer el periodismo de la infamia es que las vacunas faltan sólo en la Argentina. Están faltando en todos lados y, si no, miren el lío que subsiste en la Unión Europea, con Alemania, con España, con el Reino Unido y las vacunas de más nombre.
“Llegué a creerme que estaba entre los que tenían defensas un poco más especiales que las de la mayoría de la gente.”
No puedo hacer mi columna en C5N: hubiera sido formidable haber reproducido el video de la televisión hindú, denunciando cómo Pfizer quería arrasar con el destino soberano de la Argentina para poder hacer el acuerdo de vacunas. Pero mientras surgen estas líneas, otro avión de Aerolíneas Argentina aterriza en Ezeiza. Con medio millón de dosis. Otro viaje para la mejor vida de medio millón de argentinos.
Ese es el tema del día. Esos y otro son los que deberían marcar cualquier opinión, cualquier consideración que se transforme en diálogo, en comunicación. Son ese tipo de cosa que marcan lo dolorosa y, a la vez, lo desopilante que puede ser la Argentina.
Pero yo estoy con coronavirus y tengo la sensación de que me ahogué en la orilla. Hice todo el cruce del Río de la Plata, un recorrido que duró un año, lo hice más o menos bien aunque no sé nadar mucho, y no podría hacer tres metros. Pero entiendan ustedes que es metáfora pura. Y cuando llegaba al otro lado, cuando faltaba nada pare arribar a la orilla (a la vacuna), me ahogué…
“Persisten algunos dolores nuevos que conviven con algunos anteriores. No tengo nada de fiebre”.
Así, casi en la orilla, tocándola. No llegué a la vacuna. Y esto determinó que, vaya a saber en cuáles de las circunstancias vividas en los últimos meses, choqué con el coronavirus.
Es extraño, porque uno va pensando que al final va a quedar inmune. Creanmé ustedes que lo llegué a pensar en algún momento reciente. Y hasta llegué a decirme el disparate de que, quizás, hay cuerpos, humanidades con ciertos anticuerpos que impiden la penetración del virus. Como que unos son “más fuertes” que otros, es decir, con menos predisposición. Yo me ubiqué, como si esto fuera cierto, entre los que tenían menos predisposición a infectarse de coronavirus.
Es verdad que buena parte de este año permanecí totalmente encerrado. Pero cuando me abrí, poco a poco, para ir al canal, para alguna salida de esas que yo veía que tenía un protocolo perfecto, más allá de las necesidades espirituales y culturales que tanto necesitamos y extrañamos, y que lentamente, veía yo que se podían recuperar, llegué a creerme que estaba entre los que tenían defensas un poco más especiales que las de la mayoría de la gente.
“Estaré aquí varios días, los necesarios. En el mismo lugar de siempre, en el mismo lugar que en el último año, en la burbuja de mi propia de casa”.
Ni debe existir eso. Me lo invente, alimentado por la sensación de que me parecía magnífico que no me sucediese nada. Y después vino la gran expectativa de la vacuna… Pero es muy probable, que del dicho al hecho, siempre me daba por decirles a los demás: “Cuidado, la vacuna todavía no está. Todavía no hay para todos. Esperemos, porque todavía no nos la hemos dado… No razonemos en función de la vacuna…”. Algo así me debe de haber pasado.
La cuestión es que tengo coronavirus. En mi participación radial de la mañana se evidenció que tenía la voz tomada. Podría ser, pero no molesta lo suficiente para que me impida salir al aire. Persisten algunos dolores nuevos que conviven con algunos anteriores. No tengo nada de fiebre. El oxígeno en sangre está en niveles absolutamente normales y esperables. Estoy bien. Los indicadores están todos bien, menos la pérdida de olfato. Y aunque en algún momento me conecté un poquitito con el alcohol, no sé si fue la memoria… Levemente pareció que podía. Así que si me llega a volver el olfato, la tendré de buenas, sería estupendo para saber que hay una evolución. No porque necesite el olfato imprescindiblemente, porque el gusto se mantiene y eso me salva.
De todas maneras estaré aquí varios días, los necesarios. En el mismo lugar de siempre, en el mismo lugar que en el último año, en la burbuja de mi propia de casa.
Y así seguiremos nuestra comunicación. Así nos vamos a acompañar.