De un día para otro, el oficialismo pasó de “central coordinadora de las usurpaciones” en todo el país a convertirse en un gobierno represor de humildes familias sin techo. A juzgar por las crónicas amañadas, un día incitaba a violar la propiedad privada con deleite y, al siguiente, Sergio Berni despanzurraba en las calles a los privados de propiedad, también con deleite, sin ninguna transición lógica entra una cosa y la otra. Por caso, El Cronista, en su zoom editorial del viernes 30, tituló con esta ambivalencia: “Usurpar está fuera de la ley, pero los pobres e indigentes siguen estando”. La exclusión social, entonces, no se explicaría por la aplicación de políticas económicas que concentran riqueza (tierra, propiedades o empresas, da lo mismo) en pocas manos, sino que hay un único responsable de todos los males, que siempre es este gobierno. Que no tiene plan, faltó agregar.
Alguien debería volver a tomar en serio la comunicación del oficialismo. Esto es lo primero que hay que decir. Tanto la de Alberto Fernández como la de Axel Kicillof son administraciones más dichas desde la animosidad de los otros que desde sus múltiples decisiones de gestión en un contexto horrible, que son matemáticamente muchas y, sin embargo, tratadas mediáticamente como malas, ruines o insuficientes, todo el tiempo.
La espectacularidad de un Berni no puede ser más protagónica que la vivencia territorial de un Andrés “El Cuervo” Larroque.
A esta altura, entre la negación de la existencia de una comunicación concentrada –zoncera que se hizo mantra como para no inquietar a Clarín en esta nueva etapa en la que “volvimos mejores”- y la peregrina idea lanatiana, asumida por una preocupante cuota del funcionariado, de que la agenda se nutre de hechos neutros, sin intereses que los generen y sin intérpretes que los jerarquicen, la situación pasa de mala a dolorosa. Y habrá que empezar a preguntarse si, acaso, por falta de audacia o imaginación, no termina siendo irreversible.
El gobierno no puede alegar en su defensa que es víctima de un asedio constante, porque si la única política pública en materia de medios es la victimización, lo que se termina instalando es el desaliento entre aquellos que son sus votantes. Tiene que responder, al menos, con alguna eficacia conducente en un rubro que conoce bien. Integra la coalición oficial la multitudinaria corriente político-cultural que impulsó la Ley de Medios. No se trata de gacetillas que nadie lee, ni de pautar publicidad abundante en licenciatarios opositores para que sean menos opositores.

Hay que tomarse en serio el problema. Responder con una política de comunicación más inteligente. Capaz de desnudar las mentiras monopólicas, pero también jerarquizar y difundir mejor las acciones de gestión cotidiana. Dotarlas de una épica. Trazar un horizonte. Materia prima sobra. La espectacularidad de un Berni no puede ser más protagónica que la vivencia territorial de un Andrés “El Cuervo” Larroque en contacto diario con las víctimas de la especulación inmobiliaria, sujetos reales de la “crisis habitacional”.
Larroque también es un ministro, que como ya había hecho en las villas Azul e Itatí cuando estalló el Covid, se instaló entre la gente a atender sus demandas las 24 horas. Eso es un ejemplo valioso de entrega que ya casi no existe. ¿Cómo no va a ser destacado? Netflix haría un reality con eso. Vivimos en un mundo hambriento de relatos inspiradores. Si este gobierno es el de la reconstrucción, Larroque entendió que hace falta, además de redes inquietas, albañiles del relato, protagonistas creíbles. Es de los pocos que responde con el cuerpo al mandato popular de hace un año de convertir una “tierra arrasada” en habitable, lo más rápido que se pueda.
La violencia en Guernica huele a operación montada sobre un drama social enorme, que el gobierno de Kicillof jamás desconoció.
La violencia en Guernica, está muy claro para el que quiera indagar un poquito, huele a operación montada sobre un drama social enorme, que el gobierno de Kicillof –que involucró en plena pandemia al personal de seis ministerios, coordinados en el predio personalmente por Larroque-, jamás desconoció. Acá no hubo mayores errores en el territorio. La comunicación es otra cosa.
La crisis existe. Hay gente que quiere un lote, una vivienda y no las tiene. La toma es una manera de reclamar al Estado soluciones. No está en juego el poder, ni la revolución social, ni coso. Y los funcionarios de gobierno no escaparon a la demanda, que consideraron legítima en su origen. Estuvieron ahí. Pusieron la cara. Y fueron agredidos por grupos delictivos (hay dos detenidos) que vendían terrenos, y complicados en sus labores de atención y contención por dirigentes de la izquierda sin votos, que lejos de representar al conjunto de los privados de propiedad buscaban una foto: la del desmadre, el fuego y la violencia, que finalmente consiguieron para obsequiarla a las tapas de los diarios de la AEA.

De un día para otro, decíamos, el gobierno pasó de alentar “las tomas ilegales” y “las usurpaciones” en Entre Ríos, Bariloche y Guernica a “reprimir con crueldad” a los pobres e indigentes que reclamaban “su derecho a un pedazo de tierra”. Así de absurdo, así de injusto. Suficiente para que en las redes se viralizara el impacto negativo entre un sector del oficialismo, sensible a las imágenes reproducidas, que repentinamente recordó que este gobierno los desilusiona, un poquito más cada día. “Yo no voté esto”, “yo no voté al FdT para que sea duro con los débiles y débil con los fuertes” o “se podría haber hecho mejor, sin violencia” son algunas de las frases que circularon, además de las críticas habituales al estilo Berni.
Tanta desilusión es llamativa. Porque son personas que dicen haber apoyado hace un año al FdT. Y, sin embargo, ignoran que Larroque -y no Patricia Bullrich, las trayectorias algún peso deberían tener en las evaluaciones-, estuvo un mes y medio trabajando en el improvisado asentamiento sin cobertura mediática. Que consiguió prorrogar en dos oportunidades la orden judicial de desalojo. Que reubicó a 734 familias. Que se comprometió a conseguir para el municipio de General Perón 3 mil lotes con servicios para radicar dignamente a los demandantes de tierra y techo del distrito. Que acondicionó 11 hectáreas para alojar momentáneamente a las familias que aceptaban retirarse de manera voluntaria de la toma.
La operación Guernica es una más de las tantas que buscan que “el plan” votado hace un año (reactivación, producción, trabajo, distribución) sea desechado.
Es decir, estuvo seis semanas buscando una salida dialogada al conflicto. No en los sets de TV, sino donde ocurría la tragedia de miles de que no tienen una casa digna para vivir.
El párrafo anterior, que describe la acción en el terreno de Larroque, es largo adrede. Intenta reponer un faltante en esta historia. El reconocimiento a la tarea paciente que desplegó como funcionario hasta que el juez y los grupos de la izquierda de AEA decidieron que las palabras sobraban y entonces entró Berni en escena con sus topadoras y cuatro mil policías reunidos en un mismo sitio con una pandemia de fondo por la que el Estado prohíbe, entre otras cosas, juntadas masivas de personas. Una locura. Si esos policías se contagian de Covid, y luego a sus familias, y luego a los vecinos de su barrio, ¿el juez y el fiscal qué van a hacer? En fin.

Volviendo a los desilusionados. El dispositivo comunicativo de la hegemonía no tiene por intención contar una historia cualquiera. Apuntala, sobre todo, aquello que produce desencanto social, en este caso por izquierda, porque eso debilita al gobierno que quieren ver capitular. La operación Guernica es una más de las tantas que buscan que “el plan” votado hace un año (reactivación, producción, trabajo, distribución) sea desechado y el gobierno adopte el otro plan, el del ajuste que quedó a medio hacer por la derrota en las urnas del experimento macrista.
Por derecha y por izquierda, porque no hace el ajuste duro que pide el establishment o porque no hace la revolución social que pretende cierta izquierda, lo que intentan es que el gobierno rompa el contrato electoral asumido hace un año.
De eso hay que cuidarse. Más que de Berni.