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La literatura argentina más allá del Obelisco

Por Nahuel Paz
La literatura argentina más allá del Obelisco

Supongamos que nos pusiéramos a cotejar las actas de “congresos”, “simposios” y “encuentros” sobre la literatura argentina contemporánea. Supongamos también que lo hiciéramos pensando más allá de nuestras posiciones y gustos, mirando de una manera crítica. De ser así, nos toparíamos con una verdad incuestionable: estas discusiones están centradas en escritoras/es que en su mayoría se limitan al AMBA. Según el censo de 2010, ahí viven alrededor de 14.800.000 de personas, el 37% de los habitantes de la Argentina. ¿Qué pasa entonces con el 63% restante de la literatura del país?

Con esta certeza podemos leer mejor por qué a fines de 2020 la escritora entrerriana Selva Almada, junto a cuatro amigas/libreras, abrieron Salvaje Federal, una librería y boutique virtual especializada en títulos de literatura que se escribe y publica en las provincias argentinas. Crear una librería que busca salirse del Obelisco puede verse como la ratificación de una verdad que acontece, una verdad a la que podemos asignarle ese refrán tan popular según el cual “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”.

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Pero esto no termina de entenderse si no pensamos a la literatura argentina por fuera del mercado, de la producción editorial y de las librerías, que se concentran en Buenos Aires. Si no contemplamos las producciones locales o regionales estaríamos repitiendo un esquema en el que, al parecer, cuando se discute sobre literatura argentina, en realidad se habla de Boedo y Florida. Entonces: hay literatura nacional  más allá de la frontera AMBA y se expresa de tales maneras y es bien argentina.

La “luz mala” para la centralidad porteña es simplemente una “leyenda rural”, pero para una narrativa del litoral o el noroeste, tiene carácter “realista”.

Muchas/os escritoras/es de las nuevas narrativas regionales y locales hicieron de esta mirada, de esta “carencia”, una virtud, como si esa acusación velada que parte del Obelisco se hubiera invertido o espejado. Así, digamos, por ejemplo, que “la luz mala” para la centralidad porteña es simplemente una “leyenda rural”, pero para una narrativa descentrada o focalizada en el litoral o el noroeste, tiene carácter “realista”. Si tienen ganas, lean el cuento “Toda la luz mala”, del chaqueño Mariano Quirós.

Pensemos también en “el monte”. ¿Cómo se lo construye tanto en su producción como en su lectura? ¿Es un monte que se mira desde el Obelisco? ¿Qué son el pombero, el chupa cabras o el duende para el realismo porteño y para el realismo regional? Si la ficción realista puede ser incoherente, en tanto imita la realidad que percibimos, también debe tener rasgos que presentan problemáticas, discursos y estrategias que son propias. ¿Eso no cambia la condición del propio realismo?  O mejor: ¿Qué pasa si leemos como porteños estas condiciones del realismo? ¿Cómo leeríamos lo “distinto”, lo particular? ¿Caeríamos en la lectura prototípica de “lo salvaje”?

Por supuesto, estas características no se dan naturalmente en todas las regiones. Tomemos, por caso, la provincia “independentista” de Mendoza: es una de las más pobladas del país, tiene una capital cosmopolita, es un centro turístico nacional e internacional, ¿pero tiene una literatura local, regional, particular reconocible? Me arriesgo a decir que no, que tiene nombres aislados: Antonio Di Benedetto, Abelardo Arias, Fernanda García Lao, pero que ninguno representa o muestra algo de esa provincia en su literatura.

En cambio, Chaco, que tiene la mitad de la población de Mendoza, y cuya construcción de discurso social remite a “pobreza”, sí posee una tradición narrativa que se puede reconocerse en los materiales en sí, en sus textos.

No detectamos nada mendocino en un escritor o una escritora de esa provincia –¿hay una particularidad mendocina para leer?, ¿debería haberla?– pero sí se lee el calor del chaco, la violencia, la descripción de cierto hábito, el encierro del pueblo chico, los pueblos originarios –y sin romantización “paltoporteña”– en Mempo Giardinelli o Quirós, por citar dos casos. Entonces, ¿se estarán poniendo en juego nociones narrativas otras? ¿Y si, como sabemos, la condición de estigmatización de las literaturas regionales por parte del centralismo porteño generó/propició las condiciones para que estas regionalidades narraran con efectos no esperables? Como si el Obelisco no les hubiera dejado más alternativa que ubicarse en ese lugar otro.

De la misma manera leemos a Claudio Rojo Cesca1 (santiagueño) o Marina Closs (misionera). En el primero, el monte es lo ominoso, las presencias fantasmagóricas construidas desde un verosímil –que viene de dos palabras latinas: veritas (verdad) y símil (parecido)– propio de la regionalidad. Por su parte, en Closs, el monte es una entidad multicultural, donde anida el peligro para las mujeres, la posibilidad de la violación, el encierro. Así, nos dice que lo siniestro sobre los cuerpos de las mujeres está presente en todos lados.

Hacer de la carencia una virtud, ir más allá del Obelisco. De eso se trata. Una invitación a leer literatura argentina sin prejuicios.

Por eso es importante seguir la trayectoria de autores/as que, con el desparpajo de la lejanía, logran insertarse en distintas tradiciones o incluso inaugurar nuevas. Por ejemplo, Orlando Van Bredam (formoseño por adopción) se inscribe en varias vetas de las narrativas nacionales. Por un lado, en Teoría del desamparo, su novela policial de 2007, a un tipo cualquiera le aparece un diputado –acusado de múltiples fechorías y buscado por distintas fuerzas de seguridad– muerto en el baúl del auto, inaugurando una serie que continuarán escritores del AMBA como Kike Ferrari o Ariel Basile. Y en El retobado, de 2011, Van Bredam retoma un tópico de la ficción gauchesca, ficcionalizando al Gauchito Gil, personaje central de la obra. Y con La música en que flotamos también se mete con la tradición del Paraná, que remite a Juan José Saer, pero también a Alfredo Varela.

Hacer de la carencia una virtud, ir más allá del obelisco. De eso se trata. Una invitación a leer literatura argentina sin prejuicios, por el solo hecho de saber que, si no lo hacemos, nos estamos perdiendo de una gran parte de la narrativa nacional.

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Tags: cultura nacionallibrosliteratura
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