La Dirección de Economía, Igualdad y Género presentó recientemente un informe que mide por primera vez el aporte del trabajo doméstico y del cuidado no remunerado a nuestra economía. Este informe representa un gran avance en el reconocimiento de la verdadera contribución de las mujeres al bienestar y al desarrollo económico y social, a partir de su labor en trabajos que históricamente se mantuvieron al margen del debate y el análisis económico. El informe concluye que el trabajo no remunerado representa el 15,9% del producto bruto interno, siendo el sector de mayor contribución a nuestra economía, seguido por la industria (13,2%) y el comercio (13,0%). Este indicador surge de aplicar la metodología conservadora, que asigna al empleo doméstico no pago el ingreso horario promedio del personal de casas particulares, de forma que hay que entenderlo como un aporte mínimo que sirve como referencia.
El trabajo no remunerado representa el 15,9% del producto bruto interno.
Como dijimos, quienes realizan mayormente las tareas no remuneradas son mujeres. Nos referimos específicamente a trabajos relacionadas con los quehaceres domésticos, cuidado de personas y apoyo escolar, labores que sostienen la fuerza de trabajo actual, forman la futura y cuidan la envejecida. Según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, antes de la llegada de la pandemia del Covid19, el 76% del trabajo no remunerado era realizado por mujeres, quienes en promedio dedicaban 6,4 horas diarias, mientras que sus pares varones empleaban solo 3,4 horas. Como consecuencia, el aporte por género del trabajo doméstico y de cuidados no pago a la economía también fue desigual en términos de valorización monetaria, las mujeres aportaron $3.027.433 millones (75,7%), mientras que los varones contribuyeron con $973.613 millones (24,3%). Es decir, las mujeres aportan tres veces lo que los varones al sector de mayor relevancia y más invisibilizado de toda la economía.
Antes de la pandemia, el 76% del trabajo no remunerado era realizado por mujeres,
La desigualdad de género en el reparto de tareas no remuneradas se acrecienta aún más en el marco de la pandemia. La imposibilidad de contar con espacios del cuidado fuera de los hogares (escuelas, guarderías, clubes, centros del cuidado, entre otros), la multiplicación de tareas de limpieza para que el virus no ingrese a nuestras casas, y la imposibilidad de contratar trabajadoras de casas particulares para la realización de los quehaceres domésticos generó que el tiempo de trabajo no pago se extendiera, recayendo mayormente sobre las mujeres. Siguiendo con el informe, el aporte del trabajo no remunerado a la economía se incrementó por la pandemia del 15,9% al 21,8%, lo cual demuestra que en los contextos de crisis las mujeres son quienes asumen mayormente los esfuerzos para sostener el funcionamiento económico y social. Es decir, lo que hay por detrás de este incremento es una mayor desigualdad de género en la generación y distribución de la riqueza.
Las mujeres dedican más de 6 horas al trabajo no remunerado. Los hombres, solo 3,4 horas.
El eje central de la desigualdad de reparto de tareas no remuneradas es la división sexual del trabajo, que históricamente les asignó a los varones el trabajo remunerado, y a las mujeres, el no remunerado que sirve de sustento al trabajador que percibe un pago. A pesar de que las mujeres participan cada vez más en el mercado de trabajo, esto no ha llevado a una distribución más equitativa del trabajo no remunerado. Esto es así debido a que esta división es una construcción cultural, a partir de la cual se definieron las relaciones jerárquicas de poder. De ahí la necesidad de formular políticas desde el Estado que favorezcan la responsabilidad compartida equitativamente entre mujeres y varones en los hogares, superando los estereotipos de género y reconociendo la importancia del trabajo doméstico y de cuidados para la reproducción económica y el bienestar de la sociedad.
La desigualdad de género en las tareas no remuneradas se profundizó durante la pandemia.
Los vínculos entre la división sexual del trabajo y la sobre representación de las mujeres en la pobreza son claros. En Argentina, el 10% de la población con menores ingresos está conformado mayoritariamente por mujeres, siendo ellas 7 de cada 10. A esto se denomina “feminización de la pobreza”. Esto se debe principalmente a la realización de las tareas domésticas que, sin visibilidad ni reconocimiento social hace que las mismas no sean remuneradas – aún más no se consideran “trabajo” por no tener asignado un valor de cambio-, generando un círculo vicioso de desvalorización del trabajo femenino que se traslada a otros espacios del ámbito público, como el mercado laboral. Por otra parte, la realización de tareas no remuneradas en los hogares limita el tiempo que las mujeres pueden asignar para participar en el mercado de trabajo, lo que a su vez provoca en ellas una inserción mayormente irregular e informal con peores remuneraciones y sin acceso a la seguridad social.
Otro fenómeno que hoy caracteriza a la Argentina es la feminización de la pobreza.
Frente a lo expuesto, celebramos la primera medición del trabajo doméstico no remunerado en las cuentas nacionales, siendo el primer paso hacia la igualdad de género a nivel macro de la economía. Será tarea del mañana extender tal reconocimiento a los criterios que orientan el desarrollo de la formulación de políticas públicas, debido a que su invisibilidad continúa limitando tanto el análisis certero del impacto de las políticas sociales y sectoriales sobre el bienestar y la pobreza, como la definición de estrategias más amplias de desarrollo económico y social. Reconocer el trabajo no remunerado requiere incorporar un nuevo eje de política, que apunte por un lado a que los frutos del trabajo doméstico se distribuyan de forma más equitativa entre los géneros, modificando radicalmente el acceso a los ingresos y el derecho a la seguridad social, y por otro a que los servicios del cuidado no se financien principalmente con trabajo no remunerado.
* Economista UBA/UNdAv