“Emocionado y contento de ver como los argentinos se movilizan”, tuiteó el ex presidente Mauricio Macri el 27 de febrero. Ese sábado, una raleada masa de Juntos por el Cambio (JxC) supo celebrar su propia Kristallnacht (Noche de los Cristales Rotos), tal como se le llama al ataque nocturno perpetrado por hordas nazis a casas y tiendas de la comunidad judía en Alemania, a fines de 1938. Pero esta tuvo horario vespertino y una clave simbólica: las bolsas mortuorias con nombres de personas vivas, como la de Estela de Carlotto.
Ya corrieron ríos de tinta sobre el significado político, semiótico y hasta psiquiátrico de semejante performance. Aún así faltaba destacar que el asunto visibilizó de manera casi obscena algo que el macrismo venía disimulando con comprensible pudor: su ala de ultraderecha, la Unión Republicana (UR), y sus “camisas pardas”, los Jóvenes Republicanos (JR). Una metástasis partidaria hasta ahora ignota. ¿Acaso se trata de un nuevo huevo de la serpiente?

La mano (ultra) derecha de Macri
En este punto hay que retroceder al 28 de septiembre pasado. Ese lunes pasó desapercibido para la opinión pública el lanzamiento –por zoom– de la UR. Un acontecimiento que tuvo a Patricia Bullrich como animadora de honor. De hecho, ella era la madrina de la criatura. Y su líder, el diputado neuquino de JxC, Francisco Sánchez, de cuya señera figura Contraeditorial se ocupó el 21 de febrero por su proyecto de ley para flexibilizar la portación de armas “en manos de ciudadanos decentes –según aclaró– para enfrentar la inseguridad”.
El tipo es un cavernícola de manual; en las redes sociales define los ejes de su ideario con solo tres palabras: “Dios, Patria y Hogar”. De oratoria algo rústica, su discurso provida en las sesiones parlamentarias donde se trataba la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) no tuvo la vehemencia de los argumentos a favor de la pena de muerte que suele esgrimir de tanto en tanto, como invitado en algún canal de cable. También es un fanático de la “justicia por mano propia”, un sentimiento que enlaza con su gran admiración por una añeja entidad norteamericana: la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés); su objetivo, nada menos que proteger la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que reconoce el derecho a la tenencia y portación de armas. Cultor del estilo llano de Jair Bolsonaro, el feminismo es otra de sus aversiones predilectas; eso ya le valió una denuncia ante el INADI por denostar la Ley Micaela (que establece la capacitación de género para los funcionarios del Estado), a la que considera una forma de “adoctrinamiento marxista”. Si ese es su lenguaje.

Sería injusto soslayar el apoyo recibido por Sánchez en la construcción de UR por parte de tres dirigentes de fuste: Miguel Ángel Pichetto, Guillermo Dietrich y Cristián Ritondo.
Durante la presentación en sociedad de aquella agrupación interna del PRO, Sánchez retribuía los elogios de Bullrich ladeando el maxilar inferior. Era su manera de sonreír.
En aquella ocasión, la jefa del PRO también expresó su simpatía hacia el diputado neuquino, David Schlereth y la abogada Inés Liendo. El primero es un pastor evangelista cuyas posturas horrorizarían al mismísimo Atila; la otra, es la nieta del general Horacio Tomás Liendo, quien fuera ministro de Trabajo durante la última dictadura.
No es la única familiar de un genocida, ya que también se encontraba en aquel cónclave virtual el coronel retirado Abel Catuzzi, hijo del sanguinario general homónimo que comandó el V Cuerpo del Ejército con asiento en la ciudad de Bahía Blanca, durante la última dictadura. Papá Catuzzi tuvo a su cargo varios centros clandestinos de detención en la zona. Y con la fortuna de que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final lo preservaran de múltiples procesamientos por delitos de lesa humanidad, antes de morir en 1997.

Su retoño, quien fuera entre 1997 y 1998 jefe en la ciudad entrerriana de Concordia del Regimiento de Caballería 6, no fue ajeno, algunos años antes, a los rechifles carapintadas ni, ya en la primera década del siguiente siglo, a la epopeya negacionista de la inefable Cecilia Pando.
Pero ese sujeto no es el dirigente más picante del nuevo espacio, puesto que, sin duda, tamaño mérito le corresponde a otro “republicano” allí presente: el ex brigadier Vicente Autiero, quien proviene de la cantera Bullrich.
Tanto es así que, durante la era macrista ostentó el cargo de coordinador de Fronteras del Ministerio de Seguridad. “Pato” confiaba ciegamente en él.
Ese sujeto, un cultor del bajo perfil, era prácticamente un desconocido para la prensa. Pero solía jactarse en las sobremesas de haber puesto fuera de combate, piloteando un Skyhawk, a una fragata inglesa durante la guerra de Malvinas. Y que en el repliegue creyó que su avión ardía, cuando en realidad era una línea de fuego formada por la concentración de proyectiles ingleses. También, con un dejo de resignación, reconocía que esa escena se le aparece en los sueños de manera recurrente.
¿Qué otras pesadillas arrastraría de la última dictadura?
Pero despierto, su bestial incompetencia fue una muestra palmaria de lo que es la seguridad en manos castrenses. Autiero, por cierto, tuvo a su cargo el “mando táctico” del operativo represivo del 18 de diciembre de 2018, ante el Congreso durante el debate parlamentario por la reforma previsional.

La idea del tipo –con 1500 mastines humanos a su cargo, entre policías federales, gendarmes y prefectos– fue lisa y llanamente militarizar el centro de la ciudad para así impedir que los manifestantes llegaran hasta las vallas del palacio legislativo. No fue una buena idea. En vez de establecer un comando táctico unificado –con monitoreo televisivo de cada ángulo del teatro de las operaciones y diálogo permanente con los jefes de calle–, el brigadier prefirió desplegar las tres fuerzas sin comunicación entre sí y con el gatillo libre para actuar. Como si estuvieran en la batalla de Stalingrado. Así transcurrió aquel festival del garrote y la pólvora.
A 22 meses de aquella batalla, el ex brigadier se permitió una encendida arenga en el zoom fundacional de la UR: “Hay que asumir que nuestro misión es convertirnos en el mejor vehículo para superar el estatismo, el autoritarismo y el pobrismo que nos impone la dictadura kirchnerista”, fue su remate.
Desde la pantalla, su mentora aplaudía a rabiar.
Entre esos dinosaurios resaltaba un muchacho de contextura esmirriada, en cuyos ojos había un brillo algo perturbado. Era Ulises Chaparro, quien en aquella ocasión presentó la “pata juvenil” de la UR.

Se trata de un personaje primordial en la trama de las bolsas mortuorias.
El juego de la bolsa
Es posible que la memoria emotiva de la ex ministra de Seguridad incidiera en su reflejo de asociar a Chaparro con la borrosa figura de Rodolfo Galimberti, aunque, en versión de extrema derecha. Lo cierto es que ella, una auténtica descubridora de talentos, lo fue amaestrando a imagen y semejanza del finado montonero. Pero, lejos de poseer un carisma como el suyo, Ulises en realidad se parece a un integrante de la Hitlerjugend.
A los 22 años, este estudiante de Ciencias Veterinarias no oculta en las redes sociales su desmedida admiración por Donald Trump, al punto de poner la siguientes frase: “Make Argentina great again” (Haz que Argentina vuelva a ser grandiosa), inspirada en el slogan de campaña del ex presidente de los Estados Unidos.
Prueba de su inquebrantable severidad ideológica es un tuit que puso en la cuenta de JR: “Le pedimos encarecidamente a @horaciolarreta que deje de jugar a la payasada como los sectores progresistas”.

Pero tal texto también subraya su alineamiento con Bullrich. Fechado el 1º de marzo, dicho mensaje tuvo el propósito de marcarle la cancha al jefe de Gobierno porteño en vísperas a su ríspido encuentro con la jefa del PRO. Ella, en rigor, es el poder en la sombra de la agrupación juvenil. Y Chaparro no da un solo paso sin una directiva suya o su visto bueno.
De hecho, desde octubre del año pasado ella viene amasando grandes planes para esa milicia (aún) herbívora de casi dos mil integrantes en todo el país, dividida en 11 secciones. Y el asunto de las bolsas mortuorias fue su bautismo de fuego. Entre la militancia de JR es un secreto a voces que Ulises simplemente ejecutó una idea de Bullrich. Y a cambio de 15 minutos de fama, aunque encorsetados en una rigurosa omertá.
Desde ese sábado que él no para de enfrentar la requisitoria de cámaras y micrófonos para atragantarse con las mismas palabras: “Fuimos nosotros los que nos encargamos de la construcción de los muñecos, y no hay ningún tipo de replanteos. Y luego, remata: “Patricia no sabía nada de esto”.
Ella no le fue a la zaga: “Bueno, lo de las bolsas me pareció demasiado –simuló admitir por Radio Mitre– Pero primero que el Presidente eche a todos los funcionarios que provocaron el vacunatorio VIP”.
Idas y vueltas de la posverdad.