En el Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos exD2 (ex Departamento 2 de Informaciones), ubicado en el entrepiso del Palacio Policial de la ciudad de Mendoza, funcionó un centro clandestino de detención, tortura y exterminio antes y durante la última dictadura cívico-militar. Por él, pasaron cientos de detenidos que fueron privados de sus derechos básicos en tanto seres humanos. Allí, el aparato represor en manos del Estado torturó, asesinó y desapareció personas. Junto con ellas, llegaron las pertenencias que les fueron robadas, entre las que estaban sus libros, concebidos por la Junta Militar como una de las más poderosas y peligrosas armas de transformación. Durante años, los represores apilaron estas obras en una de las celdas, condenándolas a la oscuridad absoluta.
Entre mediados de la década de los setenta y principios de los ochenta, el lugar alcanzó el triste calificativo de ser reconocido como el más importante centro represivo del Gran Mendoza. Con la vuelta de la democracia, y en medio de los juicios a los responsables, los ex detenidos fueron expuestos a la triste y dolorosa tarea de probar judicialmente que en ese sitio habían sido secuestrados y torturados. Lo consiguieron gracias a un elemento indiscutible, una prueba irrefutable de lo que allí había sucedido: en aquellas mismas celdas olvidadas, todavía cerradas y oscuras, encontraron todos sus libros. Dedicatorias de amigos y familiares, fechas y nombres como marcas de propiedad, y objetos perdidos entre sus páginas atestiguaron el destino compartido que los cuerpos y el papel vivieron en aquel entrepiso. Silvia Ontivero fue una de las personas secuestradas y llevadas al centro clandestino. Una copia de “Las venas abiertas de América Latina” estaba al lado de su cama y corrió la misma suerte. En medio de los peritajes, fue Silvia quien pidió requisar las celdas hasta encontrar los libros. La obra de Eduardo Galeano, firmada por su hermano, fue la primera en aparecer ante los oficiales.

Andrés Guerci es historietista y gestor cultural. Decidió transformar la historia de los libros en un fanzine al que tituló “Mesita de luz”, por ese último lugar en libertad en que estuvo ese tomo de “Las venas abiertas”. “Los libros del exD2 tienen un recorrido extenso, tanto que diría que no para de escribirse”, dice Andrés, y explica: “uno puede hacer mapas partiendo de las dedicatorias, viendo quién era el dueño, quién se lo regaló, en qué año lo regalaron”. Además de lo que cada escritor volcó en estos títulos, con sus aventuras fantásticas, sus teorías y sus poesías, estos libros llevan marcas físicas que nos hablan de sus usuarios, esos lectores a los que acompañaron incluso hasta el cautiverio. Existió una distancia de metros entre las celdas de los secuestrados y las de sus lecturas. El haber sido la prueba irrefutable de los horrores que allí se cometieron, el haberle permitido a sus dueños lograr -por la vía legal- la condena de los represores, fue el comienzo que Andres eligió para su obra. Como él mismo explica, “se podían hacer mil cosas, pero el hecho es tan fundacional, tan fuerte y casi inverosímil, que se transformó en eso que había que contar”,
“La historieta tiene como misión ser una puerta de entrada a todas las historias que el lugar tiene para contar”, afirma Guerci.
Comenzar con el trabajo artístico para “Mesita de luz”, en ese lugar tan importante para la historia provincial, no fue sencillo. “Entrás y hay que ejercer una presencia, la permanencia ahí todavía es militancia y tensión”, cuenta Andrés. Después de años de lucha, las organizaciones de DDHH solo recibieron en 2015 el ala norte del entrepiso que ocupó el Centro Clandestino, con el compromiso por parte del gobierno de transferir íntegramente la dependencia cuando se traslade la Policía de Mendoza a otro edificio. La militancia de los trabajadores del ahora Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos, a través de las visitas guiadas, de los carteles informativos e incluso señalando los nombres de los desaparecidos en la explanada del edificio, hoy convive con las actividades burocráticas del destacamento. Es un espacio aún compartido con las fuerzas de seguridad. Para Guerci, esto vuelve a la convivencia una disputa en sí. “El exD2 tiene una carga tremenda porque es un lugar de memoria donde se hacen cosas muy lindas, pero es a la vez el mismo sitio donde sucedieron atrocidades inimaginables”, describe, y agrega “la historieta tiene como misión ser una puerta de entrada a todas las historias que el lugar tiene para contar”.
Andrés se reunió con los trabajadores del espacio, buceó en documentos y fotografías. H.I.J.O.S. Mendoza, la organización que hoy custodia la biblioteca, sumó audios con la voz de los ex detenidos y material de archivo invaluable para encarar el proyecto. Todos estos testimonios invitaban a contar mil cosas, un todo inabarcable. “Decidí como estrategia entrar por un lugar, por una sola de las tantas historias que tiene para contar”. El encierro compartido entre los detenidos y los libros se transformó en el punto de partida de “Mesita de luz”. Como cuenta Guerci, “me interesaba destacar algo que me sugería la historia, ese paralelo entre los libros, los cuerpos, las personas y sus destinos”. Esa distancia entre los calabozos, la experiencia compartida de la detención y el ser los delitos descubiertos en democracia es lo que cubre la narrativa de la historieta.

Un tiempo antes, y con un largo recorrido de lecturas y experiencias gráficas más experimentales, Andrés empezó a articular con otras personas con las que compartía las mismas búsquedas estéticas. Un chico de H.I.J.O.S. le comentó que Chacho Godoy, un ex detenido del exD2, había hecho una historieta sobre su experiencia como preso en una etapa previa a la dictadura, paralela y similar al proceso de la Triple A. La historia de Chacho es sumamente dolorosa. Después de ser detenido y golpeado casi hasta la muerte, llegó al Departamento 2 de Informaciones. Allí, fue ayudado por unas prostitutas, también detenidas ilegalmente, que se encargaron de acompañarlo y apoyarlo. Godoy pasó luego a la legalidad, después de atravesar la dictadura en cárceles, donde las prostitutas que lo habían ayudado no lograron sobrevivir. Guerci recuerda que la decisión de llevar la historieta al papel fue instantánea: “la misma noche que nos contaron la historia, decidimos imprimirla, incluso sin haberla leído”. Con la editorial mendocina de fanzines Mabel detrás de la impresión, el fanzine llevó como título “La solidaridad y las sombras”. La presentación fue en la explanada del edificio, reconfigurando una vez más esa espacialidad, ahora en manos de los propios organismos.
“Una vez en libertad, los libros hablaron como testigos, funcionaron como testimonios y como pruebas de lo que pasó”.
En cada charla donde presentaban el fanzine, Godoy se reencontró con muchos de los ex presos con los que había compartido el encierro. “Todas las cosas que iban contando eran increíbles y, de hecho, ahí mismo nos enteramos de la importancia que la historieta tenía para ellos”, recuerda Andrés. Los detenidos habían creado una dinámica en la que se preguntaban datos sobre historietas argentinas, llegando incluso a tomarse examen para ver quién sabía más. “La historieta formaba parte de su cotidianidad, de su formación, su diversión y, supongo, de su espíritu de aventura”, piensa. “Fideo moñito” fue la historieta que armaron en medio de tanto encierro, tanta tortura y tanta muerte. Circulaba clandestinamente entre los presos, quienes colaboraban para producirla y evitar que los represores la encontraran. La experiencia se sumó a la gran lista de actividades artísticas y culturales que se hicieron en las cárceles durante la dictadura. Para Guerci, “la historieta era algo que los mantenía vivos”. La historia de Godoy y “Fideo moñito” se transformó en un antecedente importante para lo que después haría el artista, y demostró la relación íntima entre el espacio y la historieta.

Expresar en el lenguaje propio de las narrativas dibujadas la historia de los libros detenidos del exD2, significó para Andrés un desafío, pero también una gran oportunidad. Nutrido por sus lecturas heterogéneas, encontró en el arte gráfico una gran potencia. Para el autor “hace falta confiar más en el lenguaje, corriéndose de un uso meramente instrumental y superando el estado de manual”. “Mesita de luz” busca escapar a las presentaciones demasiado institucionales, acartonadas, que suelen encontrarse a la hora de hablar sobre los horrores de la dictadura y la historia reciente de la Argentina en un formato dibujado. Por eso, Andrés parte de respetar la experiencia lectora a la que se quiere llegar. “Si uno hace un recorrido de sus propias experiencias estéticas, generalmente van por fuera de los manuales”, piensa. Para Guerci, la historieta puede ser tan contundente y atrapante como el cine u otras experiencias literarias. Antecedentes como “ La solidaridad y las sombras”, del ya mencionado Chacho Godoy, o “La niña comunista y el niño guerrillero”, el libro de María Giuffra que acaba de editar Historieteca, muestran la capacidad que tiene esta como formato para recuperar la historia y la tradición de lucha en pos de mantener viva la memoria.
En contra de los prejuicios que rodean al lenguaje de las narrativas dibujadas, Andrés cree que “es un lenguaje lo suficientemente profundo y complejo como para meterse con estos temas”. Pero, agrega, “este trabajo debe partir siempre de una disposición a meterse de lleno con el lenguaje y atreverse un poco a faltar el respeto a algunos preconceptos”. Así, se evita contar historias tan fuertes desde una discursiva enciclopédica que puede ser dificultosa para los lectores. A diferencia de otros lugares o experiencias donde los libros, junto con sus dueños, debieron pasar a la clandestinidad, “Mesita de luz” cuenta la historia de una biblioteca cautiva. Este paralelismo, para Andrés, llega a un punto muy fuerte. “Una vez en libertad, los libros hablaron como testigos, funcionaron como testimonios y como pruebas de lo que pasó”.
Todavía siguen hablando, en cada una de estas experiencias artísticas que refuerzan la memoria.