Entrevista realizada por Luis Zarranz y Emanuel “Peroncho” Rodríguez en el programa Fuera de Contexto que se emite los sábados, de 16 a 18, en El Destape Radio. Repite los domingos a la medianoche. FM 107.3 –http://eldestaperadio.com. En Spotify: Fuera de Contexto Radio.
– Luis Zarranz: Nuestro entrevistado es el escritor Juan Diego Incardona. Dirigió la revista ´El Interpretador´, a mi juicio, una de las mejores revistas virtuales de literatura, en la que se publicaban relatos que hablaban de vidas en el corazón del conurbano matancero, cuyas historias fueron volcadas en una serie de libros, comenzando con ´Villa Celina”, en el año 2008, ´El Campito´ en el 2009, ´Rock Barrial´ en el 2010, ´Amor bajo cero´ en el 2013, ´Las estrellas federales´ en el 2016, ´La cárcel del fin del mundo: y otras historias´ en el 2019, y el más reciente, ´La culpa fue de la noche´, escrito por Juan en plena pandemia. Además de ser una fábrica de escribir libros, dicta talleres literarios y coordinó el área de Letras del Espacio Cultural Nuestros Hijos de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, lugar en el que nos conocimos ya hace muchos años. Un gustazo tenerte acá Juan Diego.
– Juan Diego Incardona: Gracias Luis y Emanuel, un gusto estar acá con ustedes.
– LZ: ¿Cuándo fue la primera vez que te dijiste que ibas a ser escritor?
– JDI: Mi camino por la escritura fue complejo, y la decisión de adoptar el oficio de escritor fue tumultuosa, más que nada porque siempre tuve muchos intereses. Mientras iba probando distintas carreras, simultáneamente escribía prácticamente desde la adolescencia, pero nunca lo tomé como algo serio hasta los 20 años, momento en el que deposité ciertas expectativas debido a la efervescencia que se vivió en los 90 de la mano del rock barrial en Villa Celina y en barrios aledaños. De alguna manera, todos participábamos de la movida, y en mi caso, fue a partir de la escritura de letras de canciones, como 50 o 60. Ahí empecé a conectar más con la escritura.
Formé parte de algunas bandas, y además de escribir para ellas, también había otras que me encargaban letras. Se dio como un circuito medio artesanal en los suburbios, en una época pre-celular, importante remarcarlo, porque las canciones circulaban por demos y las presentábamos en las zapadas o en los recitales improvisados en la calle.
“La literatura es un espacio de libertad en donde todo está permitido, desde lo más lindo hasta lo más horrible”.
Cerca a la llegada de los 2000, empecé con mis primeros cuentos, cuentos que no tenían nada que ver con lo que sería luego un universo literario atado al conurbano. Era más bien una época de ejercitación y de imitación para mí, porque en aquel momento, estudiando Letras, fui descubriendo muchos autores a los que, de alguna manera, intentaba imitar en mis textos.
La revista ´El interpretador´ que Luis mencionó en el arranque de la entrevista, fue un proyecto conjunto muy lindo que llevamos adelante con varios compañeros de la facultad. En las reuniones siempre les contaba historias de Celina, ellos me escuchaban y me pedían que escribiera sobre eso. Hasta ese momento, en el que mis compañeros escuchaban las historias fascinados, no había reparado en que esos recuerdos y esa experiencia vital podían ser interesantes para otros.
Tímidamente, empecé a escribir mi primer cuento llamado ´Los reyes magos peronistas´, después seguí con ´El hombre gato’, ‘El hijo de la maestra´, basados principalmente en anécdotas y que fueron pavimentando el camino hacia ´Villa Celina´, un mundo conurbanense que siguió con una serie de libros y, como dice la canción, se fue haciendo camino al andar.
– Emaniuel Rodríguez: Una vez que comenzaste a considerarlo como un mundo literario, ¿cómo fuiste transitando en tu obra ese territorio?
– JDI: Fue muy loco. Al principio me pasaba lo que le pasa a muchos de los que se nutren de la memoria. A veces, uno tiene la obsesión de querer contarlo todo, pero la literatura, y la narrativa en especial, no consiste solamente en lo que uno dice, sino también en lo que uno calla, en los silencios significativos que produce y le dan profundidad al texto. Cuando uno se pone a editar la memoria, se da cuenta que no todo sirve, de pronto se capturan cosas y pueden mezclarse con otras. Eso me ocurrió a mí, en un momento, lo que pasó se empezó a mezclar con lo que podría haber pasado, con el sueño, con las fabulaciones y con la imaginación.
Quizás, la marca más importante para mí se dio con ´El Campito´, porque ahí empecé a jugar un poco con el texto. Había personajes del barrio, es decir, de la realidad, mezclados con personajes de la política. De algún modo, allí, los pibes de la esquina, mis amigos, se juntaban con mis amigos de la literatura. Arlt, Borges, Rulfo, Alejandra Pizarnik y Flannery O´Connor, se venían a tomar una birra a Giribone y Ugarte. A partir de esa confluencia empezaron a surgir historias nuevas, que transcurrían en un universo que empezó a armarse solo.
– LZ: Ya sos un referente de la narrativa contemporánea nacional, y por qué no, regional también. ¿Cómo trabajas las referencias puntuales a la hora de construir tus relatos? ¿Tenés algún tipo de lector determinado en tu cabeza al que le escribís?
– JDI: No. En algún punto, se fue dando de manera intuitiva, conectando mucho por el placer de contar historias que me gustaban. Desde chico fui muy lúdico, jugaba mucho y armaba ciudades en mi casa con los juguetes, los ladrillitos y los soldaditos. Transformaba los objetos cotidianos en otra cosa. Siempre tuve una tendencia a la fantasía, y con la escritura, uno a veces conecta mucho con su infancia. De pronto se vuelve muy inocente y, un momento después, bordea la moralidad, porque la literatura es un espacio de libertad en donde todo está permitido, desde lo más lindo hasta lo más horrible, y uno, en busca de potenciar las historias, hurga tanto en la luz como en la oscuridad. Cuando uno se mete de lleno en el oficio de escritor, como un herrero, se obsesiona con sacar cada vez más brillo a la pieza con la que se está trabajando.
“Cuando uno se mete de lleno en el oficio de escritor, como un herrero, se obsesiona con sacar cada vez más brillo a la pieza con la que se está trabajando”.
En relación a los lectores, noté que con mis textos se dan dos cosas muy poderosas. Por un lado, la empatía que sienten los que vivieron situaciones similares y se emocionan al verse representados en los cuentos, y por otro lado, se da el exotismo, es decir, todo lo contrario, aquellos que no se sienten identificados personalmente con las situaciones que transcurren en los cuentos, pero se sienten atrapados por la lectura de vidas muy diferentes a las suyas.
La mayoría de mis amigos de la facultad de Filosofía y Letras eran de Capital Federal, y, para ellos, estas historias matanceras eran como una excursión a los indios ranqueles, relatos exóticos, exuberantes y coloridos que transcurrían en un lugar que siempre estuvo cargado de mitificaciones y peligros. De modo que podría concluir que los lectores se me fueron dando en ambas polaridades.
– ER: Mencionabas lo exótico y lo exuberante que le resulta, a un lector capitalino, el encuentro con el mundo matancero de tus libros. Entiendo que empezaste a escribir en una época bastante ´carveriana´, en una generación muy marcada por ese estilo parco y poco adjetivador, por definirlo de alguna manera. ¿Cómo te influyó esa cuestión y cómo crees que les influyó a los de tu generación de escritores?
– JDI: A mí me gusta mucho la literatura norteamericana, de hecho, en la Universidad de Hurlingam, durante dos años di una materia que se llamaba ´Cuentos norteamericanos´, y doy mucho de esa narrativa actualmente en mis talleres. Lo que decís de Carver respecto a cierta influencia más austera o minimalista en la narración es muy cierto. Es interesante porque abre toda una nueva dimensión literaria, en la que el silencio pasa a ser un valor y no cualquiera puede construirlo y generar esas atmósferas y esos lenguajes más bien implícitos y se cargan, de algún modo, desde lo simbólico.
Yo tengo dos modos de escritura. Por un lado, a veces noto que me gana la pulsión por contar, subordino al lenguaje a la historia y el relato se vuelve más llano, más coloquial. En esos casos aprovecho la oralidad, y en general me gusta meter un contraste entre un narrador que se vaya moviendo por el centro del registro, y personajes con señalamientos o marcas más forzadas para aportarle color a la construcción de cada uno de ellos. Para dotar de personalidad al personaje, los diálogos suelen ser una buena oportunidad, y a veces he notado que me encontraba administrando muletillas. En esas circunstancias, intento limitarme para no construir un lenguaje cargado de adjetivaciones, y construir uno que refuerce la estética de las mezclas y no se base tanto en la acumulación de palabras.
“La militancia de los 90 no era como la que nos habían contado nuestros hermanos mayores de la década del 70, estaba más bien signada por una apatía política”.
Esto lo digo porque he ido aprendiendo transitando el camino de la escritura, de hecho, en ´Rock Barrial´ hay pasajes en donde percibo un estado muy rítmico a la hora de escribir, como si, más que de contar, tuviera la necesidad de sonar, como si por momentos confundiera el teclado de la computadora con un piano. La consecuencia de ese ritmo frenético, generalmente, es una chorreada de palabras, el texto se abarroca y la historia se desdibuja un poco. Eso no significa que esté mal, simplemente son distintas opciones de la experiencia artística de la escritura. Algunos ejemplos de esos libros bien cargados de ritmo, apretados de lenguaje y con una historia más difusa, podrían ser ´¡Que viva la música!´ de Andrés Caicedo, ´La naranja mecánica´ de Anthony Burgess, o ´El almuerzo desnudo´ de William Burroughs. Más acá en el tiempo, pienso en ´Le viste la cara a dios´ de Gabriela Cabezón Cámara. Si me preguntan qué ritmo de escritura prefiero, les diría ambos.
– LZ: Tus libros tienen al barrio como elemento identitario. ¿Qué significa el barrio para vos?
– JDI: El barrio es el hogar. Viví en una misma casa durante 28 años, y me fui de grande a Haedo con una primera novia que tuve. Nunca me voy a olvidar ese día en el que me fui de Villa Celina, porque tenía casi la certeza de que ya no iba a volver. Las calles de Celina eran una extensión del patio de mi casa, era el lugar de los amigos, de los juegos, de los primeros romances, incluso de los primeros textos escritos, porque el rock barrial fue un fenómeno que nació en la calle, y los que componíamos lo hacíamos en plena vereda. Éramos esos ´Tanguitos´ de los 90 que, sin estar encerrados en el baño de un bar soñando con naufragar hacia algún lugar, estábamos presenciando los cierres de fábricas, la gente haciendo changas y un país que entraba en una decadencia muy marcada.
La militancia de los 90 no era como la que nos habían contado nuestros hermanos mayores de la década del 70, y tampoco era como la que vino después del 2003, estaba más bien signada por una apatía política. Aun así, la juventud siempre necesita sublimar su rebeldía por algún lado, y el arte se convirtió en una verdadera contracultura, no solo representada en el rock barrial, sino también en el circo callejero y el teatro.
En esa época andaba mucho en la calle, y empecé a ser vendedor ambulante en 1995. Andaba mucho por las plazas y veía todo el fenómeno cultural callejero que se iba dando. Ese fue un poco el telón de fondo de mis primeros escritos. Incluso de lo negativo, como fue el contexto destructivo a nivel país de los 90, uno atesora recuerdos lindos que tienen que ver con la juventud, los amigos y los proyectos y militancias culturales.
– ER: Tanto en tu producción literaria como en tus experiencias de vida, ¿qué cosas de aquella época te acompañan hasta hoy?
– JDI: Los 90 ocupan un lugar muy importante en mi escritura, de hecho, muchos de mis relatos transcurren en esa década. Esa época coincidió con mis 20 años, y muchas de las primeras experiencias de mi vida se fueron dando en esa transición de la adolescencia a la juventud. Recuerdo cuando empecé a viajar por el país, estaba de novio con una chica y vendíamos artesanía, me llevaba mi cuaderno y escribía poesía. De algún modo, para mí se trataban de años iniciáticos, y los fui transitando un poco de hippie, otro poco de mochilero y conociendo muchos lugares. A los veintipico, yendo a vender, conocí Plaza Francia, y de ahí viene el nombre de mi primer libro, ´Objetos maravillosos´, esa era la muletilla que utilizaba para vender anillos.
“En el Conurbano ncontré la oportunidad de construir un universo propio”.
En algún punto, ahí empecé a forjar una sensibilidad más vinculada al arte y empecé a descartar algunos caminos. Al principio empecé a estudiar ingeniería mecánica, no sabía bien que hacer, hasta que finalmente la bohemia me resultó más atractiva.
– LZ: ¿Qué es para vos el conurbano? ¿Qué te permite, en términos estéticos, literarios y políticos, escribir desde esa periferia?
– JDI: Para mí es un lugar entrañable, porque es el lugar de mis padres, de mis abuelos y de mi infancia feliz. En los potreros, e incluso en lugares marginales a orillas de la Cuenca Matanza Riachuelo o en basurales, desde la ausencia de noción de peligro, encontrábamos espacios de aventuras y lugares mágicos, que en mí significan espacios afectivos.
Cuando empecé a escribir, encontré en el conurbano la oportunidad de construir un universo propio. Estudiando Letras y leyendo literatura argentina, noté que, salvo en algunas excepciones como pueden ser ´Las flores robadas en los jardines de Quilmes´ de Jorge Asís o ´Lanús´ de Sergio Olguín, el conurbano era una geografía poco trabajada, y que, generalmente, si aparecía era más fruto de una excursión de alguien que vivía en el centro y se movía hacia la periferia que lo contrario.
De alguna manera empecé a escribir sobre el conurbano en el que viví. Villa Celina pertenece al primer cordón, y ya no existe como intenté detallarlo en los libros, porque esa mezcla de asfalto y de pasto, un poco la esencia del lugar, cada vez tiene menos pasto, y los grandes descampados y potreros de mi infancia hoy se encuentran edificados. Hoy en Celina viven más de 100.000 habitantes, y esos lugares de oscuridad que rodeaban al barrio, de aventuras juveniles y que eran más parecidos al campo que a la ciudad, ya no existen más. Actualmente, el segundo y el tercer cordón, conservan esa mezcla entre urbanidad y naturaleza que siempre caracterizó al territorio.
– ER: ¿Te molesta la etiqueta de ´escritor chabón´?
– JDI: Eso se dio al principio. Cuando publiqué ´Villa Celina´ en el año 2008, apareció una nota en un diario que me catalogaba así. Después, cuando muchos autores empezamos a escribir sobre los lugares de los que proveníamos, incrementaron las etiquetas que, generalmente, son denominaciones reduccionistas a las que, muchas veces, acude el periodismo cultural. Yo prefiero quedarme con cómo se leen los libros en los marcos educativos. Mis libros de la saga de ´Villa Celina´ son muy leídos, no solo en las escuelas secundarias, donde me invitan asiduamente para la lectura de algunos de ellos, sino también en varias universidades. Es muy loco.
“El mote de ´escritor chabón´ es una réplica de una etiqueta que se le adjudicó al rock barrial, con la intención de desmerecerlo y desprestigiarlo”.
Actualmente estoy coleccionando tesis, ya son 8 las que me mandaron estudiantes de la Universidad de Córdoba, de la Universidad de Rosario, de la Universidad Nacional del Sur, entre otras. Gente que se recibe trabajando sobre mis cuentos, lo cual para mí es una especie de malentendido del destino, porque es muy gracioso ver cómo, a partir de Foucault o de Deleuze, analizan a mis amigos de Celina y a todos los personajes del barrio.
Ese mote de ´escritor chabón´ es una réplica de una etiqueta que se le adjudicó al rock barrial, con la intención de desmerecerlo y desprestigiarlo. De todos modos, no es más que un mote cargado de prejuicios y, como diría Arlt, desde la prepotencia de trabajo uno logra realizar una obra. En mi caso, ya publiqué 8 libros y voy por el noveno, y ahí ya hay un universo.
Ubicar geográficamente un mundo en donde depositar las historias es una estrategia vieja de la literatura, y a partir de allí, desde una aldea podés contar historias universales. Pinta tu aldea y pintarás el mundo. Para mí, Villa Celina fue una estrategia para hablar de cuestiones que la literatura trabaja, de lo humano, de los misterios del comportamiento, o de los espíritus de época. El conurbano bonaerense dejó de ser una extensión de Buenos Aires o una periferia porteña, para ir transformándose en una enorme confederación de ciudades y patrimonios culturales.
– LZ: ¿Cómo es en tu caso el proceso creativo de la escritura?, ¿Tenés alguna rutina para escribir?
– JDI: Hace algunos años todavía tenía una rutina marcada, en la que me imponía disciplina y horarios. Si no se me ocurría nada, de igual modo laburaba y ejercitaba, sobre todo cuando me metí de lleno, ahí vivía dando vueltas a la cancha que representaba para mí la hoja en blanco. De un tiempo a esta parte, escribo cuando conecto con el placer de la escritura, cuando se me ocurre alguna idea o se me cruza algo por la calle que creo que es necesario contar. De todos modos, ya no tengo el plan metódico que tantos resultados me dio cuando arranqué a escribir, y que me permitió publicar cuatro libros en cuatro años. Ahora estoy más lagunero y más híbrido en la búsqueda, y en mi último libro, ´La culpa fue de la noche´, hay algo de literatura del yo y de diario de la pandemia medio distópico.
– ER: ¿Cómo te pegó la pandemia?
– JDI: Fue muy loco. A fines de enero del 2020 asumí como director de la Casa de la Provincia de Buenos Aires, y más allá de los distintos roles que tiene la casa como institución perteneciente al ministerio de Gobierno de la Provincia, tenemos también un teatro. Yo había desembarcado ahí con todas las ganas y la intención de programar actividades artísticas y de espectáculos, pero no llegué a colgar un solo cuadro ni a poner un músico en escena, porque llegó la pandemia y nos fuimos todos de cuarentena. Eso me bajoneó un montón, pero no había mucho para hacer. Cerramos la casa, empezamos a laburar home office, y uno de los primeros trabajos fue trabajar con los varados de PBA, gente que había quedado lejos de sus provincias y hogares, y fuimos dándoles viabilidad para los viajes de regreso a más de 55.000 bonaerenses.
“La literatura es un espacio en el que todo está permitido, hay muchos relatos ultra gorilas que me parecen muy buenos, que contienen aspectos estéticos y literarios más que valorables”.
Desde principios del 2021, nuestro trabajo se focalizó más que nada en la vacunación en la Casa de la Provincia. Ya vacunamos a casi 30.000 personas en esta sede, que además es la única sede que tiene PBA en Capital Federal. En el marco de todo este lío de la pandemia, el año pasado, después del primer bajón, empecé a sentir cierta fascinación por aquellas calles vacías que parecían fotos de una película distópica. Era muy loco salir a la calle y percibir un clima de mancha venenosa, donde el único sonido que emanaba de la calle eran las sirenas de las ambulancias. Ese momento, de una mezcla de incertidumbre y temor, me resultaba muy atrapante, y me hacía acordar a mucho de los libros que leí, como por ejemplo, ´Soy leyenda´ de Richard Matheson y ´La guerra de los mundos´ de Herbert George Wells, libros que tienen que ver con el apocalipsis.
Desde el CCK, nos propusieron a varios escritores llevar adelante un diario de la pandemia. Me puse a escribir, y mientras miraba el techo de mi casa, los silencios prolongados y las sirenas de las ambulancias fueron mezclándose con algunos recuerdos de mi vida. Así fue saliendo ese diario medio raro, un poco autobiográfico y un poco alucinado, que empecé a armar a partir de la gran ayuda de la editora de Futurock, Leila Gamba.
– LZ: Si tuviera que señalar un denominador común de tus libros, diría que tienen mucha calle, mucho barrio. ¿Cómo fue escribir un libro sin poder salir de tu casa?
– JDI: Es muy cierto eso, la gran mayoría de mis relatos transcurren en la calle, me siento cómodo ahí, porque mi vida fue en la calle. De chico, hasta que se hacía de noche, mi vida era estar en la calle y jugar en el campito, y ya en mi juventud, fui vendedor ambulante durante 13 años, oficio que me exigía permanentemente patear la calle. En ´Rock barrial´ hay un cuento que es muy leído en los colegios, llamado Los Monstruos, que es uno de mis pocos relatos que transcurren dentro de una casa. En ´La culpa fue de la noche´ hay mucho relato de encierro. En el proceso, junto con la neurosis y los recuerdos, fuimos armando un pastiche con un poco de mí y otro poco de paranoia producto de la amenaza externa.
– ER: Recién mencionabas tu trabajo en la Casa de la Provincia de Buenos Aires. ¿Cómo se fue dando tu acercamiento a la función pública? ¿En qué medida altera tu trabajo como escritor?
– JDI: El primer acercamiento a la función pública fue en el año 2008. Ahí nos conocimos con Luis Zarranz en el ECUNI, lugar en el que me tocó coordinar el área de letras, área que, a su vez, trabajaba en concordancia con el ministerio de Educación y con Desarrollo Social. Luego empecé a laburar en un programa de comunicación y DDHH de la jefatura de Gabinete, llamado ´Memoria en movimiento´, en donde hacíamos capacitaciones para periodistas. Concretamente, mi trabajo allí era armar catálogos de libros de poetas desaparecidos, algo que disfruté mucho. Después trabajé para la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares varios años, viajé por todo el país con los ´Bibliomóviles´, y armamos el ´Karaoke Literario´, una actividad que se hacía en el Encuentro Federal de la Palabra. De modo que ya venía laburando en la gestión pública, sobre todo en el ámbito cultural, quizás nunca con un cargo como el de director provincial que ocupo actualmente, pero lo venía haciendo.
“La marcha peronista fue mi canción de cuna, porque en La Matanza lo que más sonaba era Hugo del Carril”.
El año pasado me llamó Teresa García, me acuerdo que era muy fan de ´El Campito´, me comentó que Axel también me conocía y me ofreció el cargo. Obviamente acepté, para mi es un gran honor trabajar en la Casa de Gobierno de PBA, lugar que fundaron Perón y Evita en 1948 y que era la casa del gobernador Domingo Mercante, un histórico del peronismo que, además, es la figura central de ´El Campito´. Increíble. Si bien no es un personaje en el libro, es una figura omnipresente porque, en el relato, todos los ´enanos peronistas´, se apellidan Mercante. Estoy muy contento de estar donde estoy y de poder ayudar a los bonaerenses. Estamos empezando con las actividades presenciales en el Teatro, y, principalmente, quiero invitarlos a ustedes y a los oyentes el viernes 26 de noviembre, a formar parte de la Noche de las Casas de Provincia, un hermoso evento similar al de la Noche de los Museos. Allí habrá grandes espectáculos, va a estar la Orquesta Sinfónica de Florencio Varela con 70 músicos, los coros de la Universidad de La Matanza con otras 70 personas, habrá también espectáculos de danza popular, degustación de productos regionales, entre tantas otras cosas. Por supuesto, la entrada será libre y gratuita, y comenzará a las 18 horas.
– LZ: Ya estamos yendo nosotros eh, vendiste muy bien el evento.
– JDI: Perfecto, Callao 37. Pueden venir y si quieren traer los grabadores para hacer notas, también lo pueden hacer. Va a estar buenísimo.
– LZ: El peronismo está muy presente en tu obra. ¿Qué crees que genera en los lectores y las lectoras esa mixtura entre peronismo y literatura?
– JDI: Esa mixtura se daba, especialmente, entre la literatura y el antiperonismo. Muchos de ellos son cuentos extraordinarios. Entre esos autores, aparecen ni más ni menos que Borges, Bioy Casares y Cortázar, pero también hay autores peronistas entrañables como Rodolfo Walsh y Leónidas Lamborghini, por citar solo dos que escribieron sobre el peronismo desde una mirada afectiva. En mi caso, tal vez la originalidad que tiene la saga matancera y sobre todo ´El Campito´, es esa mezcla entre el peronismo y el conurbano. Me parece que ahí aparece un nuevo aporte de lo que podría llamarse el peronismo literario, un tándem que ya es un eje que forma parte de seminarios y de cátedras en ámbitos educativos.
– ER: Quizás coincidas. Pienso que también es una novedad esto de tratar al peronismo ya no desde la ironía y desde la sorna. Muchas veces, algunos autores incorporaban al peronismo en calidad de consumo irónico, como si se tratara de un rasgo, si bien muy popular, poco sustancial en materia intelectual.
– JDI: Es verdad. Por un lado, aparece un humor prejuicioso, incluso en muchos casos clasista, racista y despectivo, como en el caso de ´La fiesta del Monstruo´ de Borges. En esos relatos, también aparece la ironía y la parodia, desde donde muchos autores escribían en función de esa otredad amenazante, generalmente amenazante a la Ciudad de Buenos Aires. Entiendo que el eje peronismo literario actualizó un poco esta dinámica, escribiendo al otro desde la parodia y escribirse a sí mismo desde la autobiografía con una carga de paranoia muy fuerte.
Por otro lado, aparece un humor distinto, peronista, que no pasa tanto por el prejuicio, sino más bien por la pertenencia. Se me viene a la cabeza el libro ´Escolástica peronista´, de Carlos Godoy, un cuento que contiene un humor bien peronista e incluso cordobés, un humor simpático que logra generar una complicidad inmediata con el lector. La literatura es un espacio de libertad en el que todo está permitido, y personalmente, hay muchos relatos ultra gorilas que me parecen muy buenos, que contienen aspectos estéticos y literarios más que valorables.
– ER: ¿Cómo crees que influyó la presidencia de Néstor Kirchner en cómo nuestra generación cuenta al peronismo?
– JDI: Fue fundamental. A partir de Néstor se armó un espíritu de época, en el que se recuperaron muchos símbolos y banderas, tanto de la generación de los 70 como del peronismo general, y todo eso se conjugó con el calor de la nueva militancia. En mi caso, el peronismo me acompañó desde siempre, de hecho, la marcha peronista fue mi canción de cuna, porque en La Matanza lo que más sonaba era Hugo del Carril. En una peña, en un partido de fútbol o en un vendedor que pasaba con el camión, siempre venía sonando la música de la marcha. Incluso en los 90, donde había poca militancia y reinaba la apatía, las unidades básicas de La Matanza fueron el bastión del peronismo. Si se fijan en las elecciones, incluso hasta en las más adversas, siempre queda un puntito azul que es el partido de La Matanza. Recuerdo una pintada eterna de la calle Chilavert, entre Caaguazú y Giribone, en donde alguien escribió: “La Matanza no se vende, es de Perón”. Nunca nadie la tapó, porque ese lugar que muchos temen, es el mismo lugar que muchos amamos.
*Producción: Camilo Caballero