En nuestro tiempo, salvo excepciones, la propiedad privada tiene más defensores que los privados de propiedad.
Es una realidad injusta pero naturalizada por los que son dueños de casi todo, también de la cultura hegemónica. Con la pandemia, el acaparamiento de vacunas que hicieron los países más ricos del planeta, por ejemplo, es presentado como una política previsora de los que pudieron hacerlo y no como un gesto de inoportuna avaricia que condena a morir a los demás.
Este paisaje de obscena desigualdad no provino de una catástrofe climatológica inesperada. Ni siquiera es atribuible al Covid-19.
Es el resultado de la contrarrevolución conservadora de fines del siglo pasado, cuando el capitalismo comenzó a cobrarse los miles de millones de dólares invertidos desde la posguerra en frenar el avance del comunismo con los llamados “Estados de bienestar”, inaugurando una era de malestar cuyo presente se refleja en que el 1 % más rico de la población mundial acumula el doble de riqueza que los 7 mil millones de habitantes del planeta.
Francisco habló de la propiedad privada como un “derecho secundario” y calificó el rol de los sindicatos de “profético”.
Según el informe de Oxfam que circulaba en el último Foro de Davos, hay 2153 “milmillonarios” (personas con patrimonios superiores a los mil millones de dólares) que poseen tantos bienes como los que suman 4600 millones de personas, es decir, casi el 70 % de la humanidad.
Los millones y millones de personas privadas de propiedad explican la privatización de una riqueza tan formidable. Tanta apropiación de un lado es expropiación en otro.
Esta semana, mediante un videomensaje en la apertura de la cumbre de la OIT, el Papa Francisco volvió a cuestionar esta desigualdad exasperante cuando habló de la propiedad privada como un “derecho secundario” y calificó el rol de los sindicatos de “profético”.
“Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”, dijo el pontífice.
Y agregó: “Los sindicatos son una expresión del perfil profético de la sociedad. Los sindicatos nacen y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan voz a los que no la tienen, denuncian a los que ‘venderían al pobre por un par de chancletas’, como dice el profeta, desnudan a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defienden la causa de los extranjeros, de los últimos y de los rechazados”.
Pero además enmarcó el sentido de sus palabras en una etapa que definió como “post Covid-19”, donde el riesgo que la humanidad corre es la de “ser atacada por un virus peor aún: el de la indiferencia egoísta (…) Este virus se propaga al pensar que la vida es mejor si es mejor para mí, y que todo estará bien si está bien para mí, y así se comienza y se termina seleccionando a una persona en lugar de otra, descartando a los pobres’. Y es toda una dinámica elitaria, de constitución de nuevas élites a costa del descarte de mucha gente y de muchos pueblos”.
No le dicen “comunista”, porque Francisco no lo es. Pero sí “populista”.
El Papa Francisco podría hablar de los ángeles o dedicarse a ser el Ceo de una fábrica de santos ignotos puestos a reactivar la industria de las velas, sin embargo eligió que su papado esté atravesado por una preocupación a la vez pedestre y trascendente: las tremendas consecuencias sociales que genera el capitalismo en su fase de globalización financiera.
Eso mismo bastó para que el clero de derecha, en la Argentina y en el mundo, lo haya puesto en zona de imprudencia sospechosa. No le dicen “comunista”, porque Francisco no lo es. Pero sí “populista”, porque desde la mirada eurocéntrica el peronismo es descripto por ese adjetivo polisémico.
Interesa ver lo que ocurrió con estas declaraciones en su país de origen, el nuestro, porque desde José Luis Espert (economista ortodoxo que corre por derecha a Macri) hasta Cristina Pérez (conductora del noticiero más visto de la TV abierta), por citar sólo dos personajes que gozan de una rutilante sobreexposición, cuando en cualquier otra ocasión lo hubiesen llamado “Padre Jorge” o “Su Santidad”, salieron a decir que el Papa es un peligro.

Según Pérez, “un día de estos viene el gobierno y anuncia que anula la propiedad privada para siempre porque lo dijo el Papa, y listo”. En el caso de Espert, “el Papa tiene la cultura de la pobreza metida en la cabeza y así nos va (…) No entiendo la cultura del pobrerío del Papa, que negocia con los pobres”, y pronosticó que sus declaraciones allanan el camino “para la usurpación de tierras” o “la confiscación por parte del Estado”.
Un Papa que no sigue el libreto clásico de la derecha económica parece poner a los empleados de esa derecha económica en estado de alerta, llegando incluso a la descalificación de una figura que para millones de argentinas y argentinos representa cosas sagradas.
No hablamos de un Papa infalible en sus preceptos ni revolucionario en sus actos. Es conservador en lo dogmático, habla de “ideología de género” y es probable que acabado su pontificado las parejas igualitarias sigan siendo discriminadas en el reparto de hostias dominicales. Aunque es verdad que Francisco revaloriza la doctrina social de la Iglesia, la amistad social, que contrasta con el capitalismo salvaje. Eso no lo convierte en Camilo Torres, pero estos voceros del mercado casi le adjudican idénticos propósitos: atacar la propiedad privada, paso ineludible hacia la colectivización estatal.
Francisco eligió que su papado esté atravesado por una preocupación: las tremendas consecuencias sociales que genera el capitalismo en su fase de globalización financiera.
El Papa habló, simplemente, de “la función social de la propiedad”. No llamó a expropiar a nadie, ni a colgar a los ricos en la plaza. Y no hay que ir al Granma cubano para entender a qué se refiere.
En un trabajo de 2014, cuando se discutía el concepto de propiedad del que sería el nuevo Código Civil y Comercial, Chequeado.com, el proyecto de una ong financiada por la AmCham (Cámara Estadounidense de Comercio en la Argentina), y de otras empresas y entidades a las que, según parece, les interesa mucho la verdad como el Banco Ciudad, Banco Galicia, Chandon, Citi, Coca Cola, Codere, Danone, Despegar, DirecTV, Dow, Exxon Mobile, Facebook, Farmacity, Santander Río, Techint, TetraPack, Turner y Uber, publicó lo siguiente:
1) “La función social de la propiedad es un concepto que busca regular la propiedad privada, pero que erróneamente se asocia con la expropiación de la misma”.
2) “A través de la función social de la propiedad se busca alcanzar un uso efectivo y responsable del suelo, es decir, armonizar la propiedad privada con el interés social”.

3) “Los especialistas explican que esto implica en la práctica otorgarle al Estado herramientas para regular el derecho a la propiedad privada, y para que el acceso al suelo no esté determinado únicamente por el mercado inmobiliario”.
4) “Sin embargo, la función social de la propiedad no equivale a la expropiación de terrenos. Sí se contempla esa posibilidad en la Ley de Acceso Justo al Hábitat, que entró en vigencia en la Provincia de Buenos Aires en enero de 2013 y utiliza este concepto como principio rector, pero sólo hace referencia a la expropiación por parte del Municipio en los casos en que luego de cinco años los propietarios de un terreno no hayan cumplido con la obligación de parcelar o edificar que establece la ley”.
5) “Concretamente, la función social de la propiedad pretende limitar la especulación inmobiliaria e incorporar terreno vacante al mercado, según los especialistas. Esto implica promover ya sea el alquiler o la venta de viviendas vacías, como por ejemplo con un impuesto que regule estas prácticas, y el uso de terrenos o lotes que se encuentran ubicados en lugares con acceso a la infraestructura urbana”.
Algunos creen en la Constitución Nacional, siempre y cuando sea letra muerta. Cuando alguien intenta resucitarla, darle algún hálito de vida, entonces hablan de comunismo. Con el Evangelio pasa igual.
6) “La función social de la propiedad fue reconocida por primera vez en la Argentina en la Constitución de 1949, que luego fue derogada durante la dictadura en 1955. Actualmente, tiene jerarquía constitucional -por la reforma de 1994 que incorpora al texto de la Constitución los tratados internacionales- ya que el artículo 21 de la Convención Americana de Derechos Humanos establece que “toda persona tiene derecho al uso y goce de sus bienes, pero el Estado puede subordinar ese uso y goce al interés social”. En 14 Constituciones provinciales también se reconoce este principio”.
Algunos creen en la Constitución Nacional, siempre y cuando sea letra muerta. Cuando alguien intenta resucitarla, darle algún hálito de vida, entonces hablan de comunismo. Con el Evangelio pasa igual.
“Cuando me ocupo de los pobres, dicen de mí que soy un santo; pero cuando me cuestiono y pregunto: ‘¿Por qué hay tanta pobreza?’, me dicen ‘comunista’”, decía el obispo Helder Cámara.
Vale tanto para Cámara como para Francisco. Es que los dueños del poder y del dinero no soportan ciertas preguntas.