El presidente Alberto Fernández lo dijo conversando con el joven periodista Juan Amorín. Se trata de un resumen perfecto de lo que va a suceder en el verano con millones de argentinos. Nace la esperanza. A tal punto que uno podría decir, emparentando la vida próxima con la poesía, que el enero que viene se llamará esperanza. “Lo que gestionamos es que Pfeizer y Sputnik nos den las vacumas. Y empezar a vacunar en enero y en febrero. La Argentina tiene una capacidad de vacunación de aproximadamente 5 millones de personas por mes. Con lo cual podríamos vacunar a 10 millones entre los dos meses de enero y febrero. Y ahí tendremos que darle prioridad al personal de salud, al personal de seguridad y a todos los adultos mayores y a los que están más en riesgo. De esta manera estaríamos vacunando al 23 por ciento de la población”.
Jamás se vio una inversión tan importante de parte del Estado, en los últimos años, como ésta de las vacunas. Las que sean, las que vengan de un lado o del otro. Al parecer son todas buenas; están pasando los exámenes. Y el gobierno va a invertir, seguramente, muchísimo dinero, para recaudar luego mucho más: porque un país recuperado en su plena actividad dará inmensas satisfacciones.
La Argentina podría vacunar a 10 millones entre los meses de enero y febrero.
Miré usted, sino, lo que le costó la pandemia a Donald Trump, en los Estados Unidos: más de 250 mil muertos. Un verdadero horror. Con todo lo que este hombre hizo y desatendió el problema que representaba el Covid 19, terminó pagándolo en las urnas, por millones y millones de votos y decenas de electores. En un momento se pensó que iba a ser mucho más apretado. Pero la explicación la dio el propio Barack Obama en un reportaje concedido al diario El País de España, sobre lo que pasó y lo que ha significado este presidente no sólo para su nación: “Hizo daño, mucho daño, no sólo al pueblo de los Estados Unidos, sino al del mundo entero. Y esos daños persistirán un largo tiempo, mucho después de que se vaya”.
Un largo tiempo de daños por sus políticas. Todo lo contrario a lo sucedido en la Argentina.
Los anticuarentena ejecutan el horror que sienten por gobiernos que puedan llamarse democráticos.
Esta opinión de Obama nos deja un valor importante. Y más aún considerando que amplios sectores del periodismo hegemónico de la Argentina, muy importantes por el volumen de lo que tienen como lectores y telespectadores, ignoraron buena parte de lo que sucedían en otros países. Cuando Europa se moría –otra vez le está pasando por culpa del Covid-19- aquí escamoteaban la noticia y al mismo tiempo estaban luchando contra la cuarentena implementada con enorme acierto por el gobierno argentino, y como consecuencia de ello, no podían decir la gravedad real de la situación. También los medios de comunicación podrían ir al banquillo de los acusados, por la enorme responsabilidad que tienen en cuanto nos ha sucedido. Y sólo me estoy refiriendo, en este caso, a la pandemia.
Es cierto que en todos lados hay personajes increíbles que han estado contra la cuarentena. Gente de la derecha, gente brutal, como la que, por caso vimos en las últimas horas Alemania, que son la misma gente que llegamos a ver en Italia, en España, en Estados Unidos, en Brasil, y por supuesto, también aquí nomás, a metros de nosotros: es esa derecha de pululó por el Obelisco, por todo el centro porteño, diciendo barbaridades, atormentando a quienes no pensamos que la patria es sólo uno mismo, en ese egoísmo que tienen. Y allá y acá, esa gente está llevada por líderes de la derecha que también tratan de socavar al gobierno de una manera muy directa. Pero qué más vamos a decir que ya no hayamos repetido hasta el cansancio de los Macri, de los Pichetto, de los Carrió, de los Bullrich, de gente como Soledad Acuña o su jefe político, Rodríguez Larreta. Los anticuarentena ejecutan el horror que sienten por gobiernos que puedan llamarse democráticos. Ellos siempre están por el lado de la tiranía. La tiranía del poder real que quieren representar, aunque la enorme mayoría de ellos quede afuera y sean unos meros mandaderos.
La Ciudad de Buenos Aires ofende a la salud pública, como lo hace con la educación pública.
Sucede en Alemania, sucede en tantos lados. Sucede acá mismo: ¡hablan de la libertad…! Recuerdo lo que les dice Iñigo Errejón a los que se permiten despilfarrar ese concepto, de qué libertad están hablando. “Yo hoy estoy obligado a hacer una precisión conceptual. Porque la he escuchado a la bancada de la derecha gritar ‘libertad, libertad…’. La diferencia es muy sencilla. Si para poder elegir depende del dinero que tienes, eso no es libertad, es privilegios. Hay libertad donde hay derechos para todos, tengan lo que tengan en el bolsillo”.
Libertad y derechos. En ninguna parte ha sucedido lo que ocurrió entre nosotros. Como es maltratar a quienes cuidan, a veces hasta el último instante de su vida, a quienes se enferman del Covid-19. En ninguna parte se registra que sean los médicos, las enfermeras, los enfermeros, los que deban salir a protestar permanentemente como ocurrió nuevamente esta semana en esta ciudad. Lo que se les paga es insignificante. Siempre estuvieron mal pagos pero nunca se notó tanto como ahora, cuando muchos de ellos están dejando la vida. No nos olvidemos de estas cuestiones elementales, porque marcan el brutal egoísmo del neoliberalismo. Esta es una ciudad que ofende a los médicos, a los enfermeros y a las enfermeras que cuidaron a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros compañeros, en el trágico tiempo que nos tocó vivir y que aún nos toca. Cómo no entender eso. Cómo no gratificarlos decentemente. Si la ciudad de Buenos Aires no puede hacer eso, qué queda para el resto de la República Argentina. Es ésta una ciudad que ofende a la salud pública, como lo hace con la educación pública.
Por todo esto, pensar en enero, pensar en la llegada de la vacuna, pensar en empezar a acabar con este desastre, pensar en volver a salir a la calle sin miedo al virus, es pensar en que enero se llama la esperanza.