El pasado sábado 20 de junio, tras la movilización destituyente denominada “banderazo”, promovida por el macrismo residual, los medios hegemónicos y los sectores económicos que pujan contra las medidas más progresivas del gobierno, los pañuelos blancos de las Madres pintados sobre la Plaza de Mayo fueron vandalizados.
El repudio social al ultraje se expresó en las redes sociales. El hecho fue especialmente cobarde porque se produjo mientras las Madres, con un promedio de edad superior a los 80 años, permanecen en sus casas, cumpliendo el aislamiento social preventivo y obligatorio de carácter sanitario, y no marchan físicamente en la Plaza desde hace 100 días.
No es la primera vez que ocurre. Posiblemente tampoco sea la última. Pero la actual circunstancia, la imposibilidad material concreta de defender con el cuerpo los pañuelos, como tantas veces han hecho las propias Madres, genera aún más desprecio.
Para las Madres, el pañuelo blanco es el abrazo de sus hijos. Son sus hijos. Ellos y ellas son todavía posibles, únicamente posibles, a través de las Madres, de su pañuelo blanco.
Historia del pañuelo
Durante muchos el pañuelo blanco fue (y no hablamos sólo del período dictatorial) mala palabra. Las Madres fueron tratadas por la “democracia” alfonsinista de “antinacionales”. Ciertos radicales y no pocos “progres” que hoy las corren por izquierda, llegaron a reclamar su salida de la Plaza porque, según ellos, una vez recuperada la civilidad no había motivos para seguir resistiendo. Cuando fue dictada la tibia sentencia en el mal llamado “Juicio a las Juntas” (en verdad lo fue sólo a los Comandantes de las tres primeras Juntas, que encabezaron Videla, Viola y Galtieri, mientras fue exceptuada la de Bignone, que pactó con los radicales la entrega del poder), el fiscal Julio César Strassera suspendió la lectura de su famoso alegato hasta tanto Hebe de Bonafini se quitara de su cabeza el pañuelo blanco, porque el Tribunal entendía que ese era un “símbolo político”.
Para las Madres, el pañuelo blanco es el abrazo de sus hijos. Son sus hijos. Ellos y ellas son todavía posibles, únicamente posibles, a través de las Madres, de su pañuelo blanco. El símbolo gráfico que las distingue (el contorno de un pañuelo blanco, de perfil, sobre un óvalo pintado de azul, que hace las veces de rostro de la Madre que lo lleva anudado) tiene su historia. Y es, en sí mismo, una definición política.
Hasta la división de las Madres, producida en el año 1986, cuando un pequeño grupo de 8 integrantes se marchó de la Asociación para conformar la fracción denominada Línea Fundadora, el símbolo de las Madres consistía en una flor, la azucena (por Azucena Villaflor), cuyo largo tallo unía la sigla del movimiento: MPM. Ese grupo disidente de la conducción de Hebe aún utiliza ese símbolo gráfico.
Tras la ruptura, la Asociación Madres de Plaza de Mayo decidió no rivalizar por el símbolo y optar por un nuevo, que con el tiempo recorrió el mundo, se impuso en el inconsciente colectivo y aun las identifica: el perfil de un pañuelo blanco, sin ninguna inscripción.

Hebe recuerda cómo fue el nacimiento de ese isologo. “Las Madres querían quedarse con el dibujo que teníamos y que nos identificaba, pero las que se habían ido lo seguían utilizando. Entonces yo les dije: ‘Madres, no podemos andar peleándonos por un dibujito. Hagamos otro’. Pero no salía nada. Hasta que un día que teníamos que hacer una carta, y yo no quería que le pongamos el símbolo en disputa, dibujé este pañuelo, medio torcido, muy simple, mal dibujado, pero que terminó siendo el que tenemos ahora”.
Con el tiempo y la destreza de los diseñadores, esa imagen se convirtió en una marca indestructible, de gran impacto visual por su belleza tan simple y su delicada potencia gráfica, que identifica a la Asociación Madres de Plaza de Mayo en el mundo entero.
Ese dibujo tan sencillo, escueto, y a la vez tan potente, condensa múltiples procesos en la conciencia que atravesaron las Madres de Plaza de Mayo en el seno de su organización. Sin duda resume el resultado de una puja ideológica. Sintetiza la socialización de la maternidad, que es el gran aporte subjetivo de las Madres a las luchas populares argentinas: convertir el lazo filial en un vínculo político; transformar el hecho individual de la maternidad en una trinchera de lucha colectiva, aporte que, no obstante, les costó su ruptura interna.
Que el dibujo del Pañuelo no tenga ninguna inscripción es deliberado: tampoco lo tienen los pañuelos de tela blanquísima que se anudan las Madres bajo el mentón.
El pañuelo blanco no es el isologo de las Madres. Es mucho más que eso. Se trata de su emblema mayor, a través del cual recuerdan a sus hijos, reivindican sus luchas revolucionarias, y asumen su continuidad.
Defender el pañuelo como una trinchera
En marzo de 2017, justo un jueves, el gobierno porteño colocó ocho monolitos, de más de cien kilos cada uno, alrededor de la Pirámide de Mayo, sobre los pañuelos pintados en las baldosas. Los bloques contenían imágenes que describían la historia de Plaza de Mayo desde la Colonia a la actualidad, incluida una foto de la Recova demolida en 1884. La secuencia histórica omitía a las Madres, un símbolo mundial de los derechos humanos.
Las Madres, entonces, comandaron la labor encomendada a sus militantes: correr los monolitos, descubrir los pañuelos pintados debajo de ellos, y garantizar el normal desarrollo de la marcha de los jueves.
En 2018, cuando el alcalde Horacio Rodríguez Larreta y el presidente Mauricio Macri cambiaron la fisonomía de la Plaza de Mayo, y levantaron las históricas baldosas rojas en el sitio por excelencia de la épica popular argentina, las Madres exigieron que los pañuelos pintados sobre la Plaza no fueran destruidos, sino que sean conservados íntegramente y entregados a sus titulares: las Madres. Desde luego, no esgrimían sobre ellos título de propiedad, sino derecho político. La Plaza es de las Madres y no de los cobardes. Tras conservarlos en su sede, las Madres los donaron a sindicatos amigos y universidades comprometidas, que los exhiben orgullosos en sus sedes.
El pañuelo blanco no es el isologo de las Madres de Plaza de Mayo. Es mucho más que eso. Se trata de su emblema mayor, a través del cual recuerdan a sus hijos colectivamente, reivindican sus luchas revolucionarias, y asumen soberanamente su continuidad.
Cuando la arquitectura de la Plaza de Mayo fue modificada drásticamente por los gobiernos conjuntos de Cambiemos, las Madres les impusieron a ambos ejecutivos que los pañuelos blancos no fueran pintados por una cuadrilla municipal sino por las propias Madres, por sus militantes, por sus amigos y amigas, muchísimos de ellos anónimos.
Decenas de veces las Madres llegaron a la Plaza un jueves y se sorprendieron con los pañuelos resplandecientes, brillantes, pintados de un blanco imponente la noche anterior. Generalmente para el día de la madre, en octubre. O cerca del 30 de abril.
Así fue tantas veces y así será nuevamente ahora, que las hordas fascistas lo mancillaron. Porque el pañuelo blanco, que nunca se manchará, ya es parte indisoluble de la identidad de este pueblo. Intrínseco a su más íntima voluntad de cambiar la vida para que nada siga como está. Una de sus mejores y más extraordinarias herencias. Como el fuego, su ejemplo no se extinguirá jamás.