Todo indica que los incidentes del 22 de agosto frente al edificio donde reside Cristina Fernández de Kirchner –en la esquina de Juncal y Uruguay, del barrio de Recoleta– tuvieron una coreografía ideada de antemano.
Ya caía el sol cuando miles de personas llegaban allí para expresarle su apoyo, luego de que, en un memorable acting kafkiano, el fiscal federal Diego Luciani pidiera para ella, durante el juicio oral por las obras públicas en Santa Cruz, nada menos que 12 años de cárcel y su inhabilitación de por vida.
A pesar de que la multitud no exhibía belicosidad alguna, de pronto fue envuelta por un centenar de uniformados con cascos, escudos y machetes. Era la Policía de la Ciudad. Aquella aparición anticipó apenas por segundos, como en un paso de ballet, la llegada de una escuálida horda de provocadores. Ellos alternaban insultos y consignas macristas con el lanzamiento de piedras. Fue la señal para que los mastines humanos de Horacio Rodríguez Larreta pasaran a la acción. ¿Adivinen sobre quiénes? Aquello incluyó bastonazos a mansalva, gases lacrimógenos y la detención del diputado provincial del Frente de Todos (FdT) Adrián Grana.
Pocos advirtieron la presencia de dos sujetos no muy conocidos por la opinión pública, quienes llevaban la voz cantante: el exbrigadier Vicente Autiero y Ulises Chaparro, el caudillejo de Jóvenes Republicanos.
¿Acaso los civiles que secundaron la represión eran simples ciudadanos autoconvocados? En realidad pocos advirtieron la presencia en aquel lugar de dos sujetos no muy conocidos por la opinión pública, quienes llevaban la voz cantante: el exbrigadier Vicente Autiero, quien integró el Gabinete ministerial de Patricia Bullrich, y Ulises Chaparro, el caudillejo de Jóvenes Republicanos (JR), la rama sub-25 de Unión Republicana (UR), una falange ultraderechista comandada por el diputado neuquino del PRO, Francisco Sánchez.
Este, en sincronía con tal acontecimiento, manifestaba desde una cuenta de Twitter su disgusto por la condena solicitada por Luciani. Es que le parecía muy liviana. Y pedía para CFK la pena de muerte. Así de simple.
Conviene reparar en esos tres personajes.
Los templarios del PRO
En este punto hay que retroceder al 28 de septiembre de 2020. Aquel día tuvo lugar el lanzamiento –por Zoom– de la UR. Y con Bullrich como animadora de honor. De hecho, ella es la madrina de la criatura. Su flamante líder tocaba el cielo con las manos.
Sánchez, un ser de oratoria algo rústica, es un cavernícola de manual; en las redes sociales supo resumir los ejes de su ideario con apenas tres palabras: “Dios Patria y Hogar”. Toda una declaración de principios.

Pero otros tópicos de su existencia han sido injustamente soslayados, como una denuncia en su contra ante el INADI por denostar la Ley Micaela (que reglamenta la capacitación de género para funcionarios del Estado), al considerarla una forma de “adoctrinamiento marxista”. Sí, ese es su lenguaje.
Sánchez manifestaba desde Twitter su disgusto por la condena solicitada por Luciani. Es que le parecía muy liviana. Y pedía para CFK la pena de muerte.
Ya se vio que es un fanático de la pena capital. Tanto es así que, ni bien ocupó su banca, presentó su proyecto de ley para instaurarla. En cambio, está muy en contra del aborto. En fin, nada que lo diferencie de otros trogloditas, con la salvedad de su desmedida admiración por una entidad norteamericana, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus iniciales en inglés), cuyo objetivo es proteger en los Estados Unidos el derecho a la portación de armas.
No hay sobremesa –dicen– en la que él se prive de ponderar esta señera hermandad. O sea, la “justicia por mano propia” es otra de sus pasiones.
Al respecto, tampoco disimula su simpatía hacia el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, porque –según sus palabras– “él quiere facilitar el acceso a las armas de los ciudadanos honestos”. Y agrega: “Lo mismo vamos a presentar nosotros en el Congreso, porque 39 años de garantismo solo han servido para desproteger a los trabajadores honestos que levantan este país”.
En eso se reduce el corpus teórico de este legislador.
Cabe destacar que su extravagante carisma generó elogios y adhesiones en por lo menos tres dirigentes sin tacha: Cristian Ritondo, Guillermo Dietrich y Miguel Ángel Pichetto.
Durante la presentación en sociedad de aquella agrupación interna del PRO, Sánchez retribuía los elogios de Bullrich ladeando el maxilar inferior. Era su manera de sonreír.
Un ser de oratoria algo rústica, Sánchez es un cavernícola de manual; en las redes sociales supo resumir los ejes de su ideario con apenas tres palabras: “Dios Patria y Hogar”. Toda una declaración de principios.
En la pantalla de aquel histórico Zoom también asomaban sus caritas el diputado neuquino David Schlereth y la abogada Inés Liendo. El primero es un pastor evangelista cuya cosmovisión horrorizaría al mismísimo Atila; la otra es nieta de un prócer, el general Horacio Liendo, quien fuera ministro de Trabajo durante la última dictadura.
A decir verdad, la denominada “cría del Proceso” encontró en la UR el sitio propicio para zambullirse en el patio trasero de la democracia. Porque la señora Liendo no es la única familiar de genocidas reclutada por Sánchez, ya que entre sus adláteres resalta el coronel (r) Abel Catuzzi, hijo del sanguinario general homónimo que durante los años de plomo regenteaba “chupaderos” en Bahía Blanca. Y su vástago se plegó a cuanto “rechifle” carapintada hubo en la década del 80, antes de unirse a la gesta negacionista de Cecilia Pando.
Pero ese sujeto no es el dirigente más picante del nuevo espacio, puesto que, sin duda, tamaño mérito le corresponde a otro “republicano” de fuste: el ya nombrado exbrigadier Autiero, llevado allí por Bullrich.
Nada se sabía de él desde la final de la era macrista. Hasta el anochecer del 22 de agosto, cuando se lo vio, junto a Chaparro, tutelando los incidentes frente al domicilio de CFK.
Las flores del mal
Durante el gobierno del PRO, Autiero fue nombrado coordinador de Fronteras del Ministerio de Seguridad. “Pato” confiaba ciegamente en él. Ella, una auténtica descubridora de talentos, se sintió subyugada por ese guerrero del aire ni bien se lo presentaron al comienzo de su gestión.
En tal oportunidad, Autiero se jactó de sus hazañas durante el conflicto del Atlántico Sur; entre otras, haber puesto fuera de combate, piloteando un Skyhawk, a una fragata inglesa. En el repliegue creyó que su avión ardía. En realidad era una línea de fuego formada por la concentración de proyectiles ingleses. También, con un dejo de resignación, reconoció que esa escena se le aparece en los sueños de manera recurrente.

¿Qué otras pesadillas arrastraría de la última dictadura?
Pero, despierto, su bestial incompetencia fue una muestra palmaria de lo que es la seguridad en manos castrenses. Autiero, por cierto, tuvo a su cargo el “mando táctico” del operativo represivo del 18 de diciembre de 2018 ante el Congreso, durante el debate parlamentario por la reforma previsional.
La idea del tipo –con 1500 efectivos a su cargo, entre policías federales, gendarmes y prefectos– fue lisa y llanamente militarizar el centro de la ciudad para así impedir que los manifestantes llegaran hasta las vallas del palacio legislativo. No fue una buena idea. En vez de establecer un comando táctico unificado –con monitoreo televisivo de cada ángulo del teatro de operaciones y diálogo permanente con los jefes de calle–, el brigadier prefirió desplegar las tres fuerzas sin comunicación entre sí y con el gatillo libre para actuar. Como si estuvieran en la batalla de Stalingrado. Así transcurrió semejante festival del garrote y la pólvora.
A 22 meses de esa batalla, Autiero se permitió una encendida arenga en el Zoom de la UR: “Hay que asumir que nuestra misión es convertirnos en el mejor vehículo para superar el estatismo, el autoritarismo y el pobrismo que nos impone la dictadura kirchnerista”, fue su remate.
Desde la pantalla, su mentora aplaudía a rabiar.
Entre esos dinosaurios resaltaba un muchacho de contextura esmirriada, en cuyos ojos había un brillo algo perturbado. Era Chaparro, quien en aquella ocasión presentó la “pata juvenil” de la UR.
En este punto es necesario brincar hacia el 27 de febrero del año pasado.
“Emocionado y muy contento de ver como los argentinos se movilizan”, tuiteó Mauricio Macri ese sábado, después de que una raleada masa de Juntos por el Cambio (JxC) festejara su propia Kristallnacht (Noche de los Cristales Rotos), tal como se le llama al ataque nocturno perpetrado por hordas nazis a casas y tiendas de la comunidad judía en Alemania, a fines de 1938. Pero esta tuvo horario vespertino y una clave simbólica: las bolsas mortuorias con nombres de personas vivas, como la de Estela de Carlotto.
Durante el gobierno del PRO, Autiero fue nombrado coordinador de Fronteras del Ministerio de Seguridad. “Pato” confiaba ciegamente en él. Ella, una auténtica descubridora de talentos, se sintió subyugada.
Ya corrieron ríos de tinta sobre el significado político, semiótico y hasta psiquiátrico de semejante performance. Aun así faltaba destacar que el asunto visibilizó algo que el PRO venía ocultando con razonable pudor: su grupo de choque juvenil, los JR y la figura de Chaparro.
A los 23 años, este estudiante de Ciencias Veterinarias no oculta en las redes sociales su notable admiración por Donald Trump, al punto de poner la siguientes frase: “Make Argentina great again” (“Haz que Argentina vuelva a ser grandiosa”), inspirada en un slogan del expresidente norteamericano.
Prueba de su inquebrantable severidad ideológica es un tuit que por esos días puso en la cuenta de JR: “Le pedimos encarecidamente a @horaciolarreta que deje de jugar a la payasada como los sectores progresistas” (parece que el aludido luego le hizo caso).

Pero tal texto también subraya su alineamiento con Bullrich. Fechado el 1º de marzo, dicho mensaje tuvo el propósito de marcarle la cancha al jefe de Gobierno porteño en vísperas a su ríspido encuentro con la jefa del PRO. Ella, en rigor, es el poder en la sombra de la agrupación juvenil. Y Chaparro no da un solo paso sin una directiva suya o su visto bueno.
A los 23 años, este estudiante de Ciencias Veterinarias no oculta en las redes su notable admiración por Trump.
De hecho, desde octubre de 2020 “Pato” viene amasando grandes planes para dicha milicia (aún) herbívora de casi dos mil integrantes en todo el país, dividida en 11 secciones. Si bien lo de las bolsas mortuorias fue su bautismo de fuego, entre la militancia de JR no es un secreto que Ulises sencillamente ejecutó una idea de Bullrich a cambio de 15 minutos de celebridad, aunque encorsetados en una fallida omertá.
Es posible que la memoria emotiva de la exministra de Seguridad incidiera en su reflejo de asociar a Chaparro con la borrosa figura de Rodolfo Galimberti, aunque en versión de extrema derecha. Lo cierto es que ella lo fue amaestrando a imagen y semejanza del finado montonero. Aun así, lejos de poseer un carisma como el suyo, el pobre Ulises en realidad se asemeja a un integrante de la Hitlerjugend, aunque en versión caricaturesca.
Desde ese sábado –y por tres o cuatro días– él no paró de enfrentar la requisitoria de la prensa para atragantarse con las mismas palabras: “Fuimos nosotros los que nos encargamos de la construcción de los muñecos, y no hay ningún tipo de replanteos”. Luego, remataba: “Patricia no sabía nada de esto”.
Esta frase, salida de su boca, significaba exactamente lo contrario. Sin embargo, las arenas del tiempo ya han sepultado aquel episodio en el olvido.
Ahora no está de más recordarlo para dejar al descubierto a la arquitecta verdadera de la reciente provocación represiva en Recoleta.