La caída del amor romántico como lenguaje, como peripecia y como insumo audiovisual en las canciones y ficciones del sigloXXI
Antes de que caiga completamente en el olvido, rescatemos ahora mismo aquella escena en la que un hombre y una mujer discuten antes de ir al cine, discuten ante el televisor, ante el puesto de diarios, frente al tocadiscos. Este desencuentroorada y refuerza el esqueleto de su relación amorosa y de sus lugares asignados en este mundo. La historia es así: a veces como catástrofe a veces como comedia, un hombre y una mujer –la única pareja posible en el horizonte- sostienen una discusión que empieza en privadopero se reproduce en público. Se expone, se diría que es una prueba de amor, una discusión obligatoria exhibida con orgullo. La cuestión es la siguiente: ¿qué película van a ir a ver? ¿Una de tiros o una de besos? ¿Telenovela o futbol? ¿Fotonovela o historieta? El nunca quiere ceder. Ella se queja.
La escena, por repetida y trivial, es capaz de decirnos mucho acerca de la vida amorosa y doméstica del siglo XX. En las razones que esgrimen, en el disgusto y en la solución del conflicto está cifrada la educación sentimental degeneraciones, pero también el rumbo de toda una industria del entretenimiento. El público del siglo XX está dividido en hombres y mujeres. Grandes y chicos. Para ellos se produce, se distribuye y se critica.

Ella quiere, y tiene que querer, una romántica. Él quiere, y tiene que querer,una de acción. El cine los espera con sus códigos definidos, siempre hay dos estrenos como mínimo para satisfacer esta pelea. La televisión le dedica la tarde a la señora y la noche al hombre que vuelve de trabajar. De los dos, el pierde más. Las mujeres han sido educadas para mirarlo todo sin que nada les quite su rol de madres, guardianas de la moral. Los hombres, más frágiles, pueden dejar de serlo si cruzan la línea de la lágrima. La obligación de género tanto en la división de lo femenino y lomasculino como en el eje temático del rosa corazón/rojo sangre reproduce la misma simplificación de la vida, de los gustos, de las identidades que aportan las dos siluetas de bronce ubicadas en la puerta de los baños del cine al que concurrirán damas y caballeros. El cine, fue durante el siglo XX el espacio público de los encuentros íntimos. Propiciado de un erotismo intermedio entre el hotel alojamiento y el zaguán, más íntimo que la discoteca. Una capilla de la intimidad donde dos personas sentadas frente a frente con la ficción se comunican de costado, en la oscuridad y en el reflejo de otros personajes. Elegir qué tipo de película ver también implicaba elegir cómo verla, bajo qué sábanas. La televisión en cambio, el universo de lo doméstico, el espacio de reunión del vecindario, intergeneracional.
La historia romántica terminaba siempre en matrimonio, es decir en ese espacio de la vida real donde la fantasía ya no podía hacer mucho. Y el género de aventuras, con el héroe solitario y vencedor por encima de los malos de su especie, donde la fantasía podía hacerlo todo.
La armonía y el grado de diálogo en la pareja podía medirse en cómo se solucionaba ese conflicto. A veces la opción era turnarse, otras,separarse momentáneamente para ver las películas favoritas cada uno con sus pares. O separarse definitivamente. Si él cedía demostraba una tolerancia que hoy algunos optimistas llamarán deconstrucción. Si ella prefería las de tiros, inmediatamente ascendía un punto en la escala de la rareza, y del coeficiente intelectual.
¿A qué viene este rescate de un dilema tan tonto y tan vintage? Prácticamente todos los elementos de esta escena han desaparecido. No hay cines. Hay on demand. Se puede mirar una película o una serie juntxs cada uno mirando su pantalla de celular y con los respectivos auriculares. Tampoco existe esa pareja como tal: el modelo heterosexual, estable, monogámico perdió su monopolio. Se diría entonces que hemos llegado al punto en que todes miramos todo.
¿A qué viene este rescate de un dilema tan tonto y tan vintage? Prácticamente todos los elementos de esta escena han desaparecido. No hay cines. Hay on demand. Se puede mirar una película o una serie juntxs cada uno mirando su pantalla de celular y con los respectivos auriculares. Tampoco existe esa pareja como tal: el modelo heterosexual, estable, monogámico perdió su monopolio. Se diría entonces que hemos llegado al punto en que todes miramos todo. O que el género no determina el gusto. O que el gusto se ha estratificado tanto –Netflix nos propone una variedad de subgéneros que superan cualquier lista de deseos- que cada individuo es un perfil. ¿Es así? Sin embargo, en ese menú, mientras se mantiene y bien alto los géneros clásicos del policial, la super acción, el terror y el suspenso…. la historia románticaes la única que se ha borrado. No sólo asistimos a la caída de la telenovela de la tarde o del novelón de la noche. Sino que la tensión sexual/amorosa/ erótica entre los protagonistas de policiales o series de misterio, antes obligatoria, hoy está ausente. Los personajes ya no se desean. No sufren por los malosentendidos, la pelea ha cesado. Pero para eso, uno de las opciones ha tenido que salir del mapa. ¿Qué se pierde cuando el amor romántico entendido como lenguaje de ficción, como gramática narrativa desaparece? Las ficciones populares funcionaron como una industria del sentimiento. Empatía, piedad, o dicho en términos psicoanalíticos, transferencia, fueron sensaciones buscadas y provocadas en la audiencia y podríamos inferir que cada vez que se lograban claves de su éxito. ¿Generan estos sentimientos las biopics de personalidades populares? Acaso los realitys consiguen del voyeurismo y de la multiplicación de juicios por jurados que capitalizan la televisión? ¿En contra o a favor? Parece ser la pregunta del siglo XXI que ha desplazado el empaste sentimental de los culebrones del siglo anterior.

En una entrevista, Juan José Campanella, director del policial melodramático ganador del Oscar, El secreto de sus ojos (2009) admite que luego de esta película se decidió a hacer un film de animación porque ese género le permitía transitar lo romántico y lo cursi que hoy la pantalla ya no admite porque… “nos hemos vuelto muy cool”.
Lejos de un requiem al amor romántico o una pretensión de resucitación con artilugios de la nostalgia, la pregunta sobre qué se pierde cuando se pierde el melodrama de las narrativas y de las letras de las canciones tal vez pueda decirnos algo sobre la educación (anti) sentimental del presente y también de la industria cultural que la acompaña.
Lejos de un requiem al amor romántico o una pretensión de resucitación con artilugios de la nostalgia, la pregunta sobre qué se pierde cuando se pierde el melodrama de las narrativas y de las letras de las canciones tal vez pueda decirnos algo sobre la educación (anti) sentimental del presente y también de la industria cultural que la acompaña.

La telenovela, con sus hijos separados al nacer, con las violaciones de los poderosos, los abusos de poder de los villanos, las injusticias de las herencias, los problemas de identidad, y los conflictos de clase representaron en clave cursi prácticamente todos los puntos tratados por el derecho de familia. Es decir, la parte del derecho que trabaja los problemas que la familia – como sinónimo de patriarcado- le trae a los más débiles, desde la filiación hasta la patria potestad. El amor, como patrimonio femenino se convirtió en potencia ficcional, en argumento y en un mercado millonario. El desprestigio de este género no se asienta en el producto en sí tanto como en sus consumidoras. “Las de amor” telenovelas y tiras herederas del melodrama, producto masivo para mujeres casi siempre escrito por mujeres o por hombres con una sensibilidad fue consumido siempre con culpa por las mismas consumidoras. Desde las publicidades pasando por la oferta de ficción en cadenas como Netflix y parecen haber remplazado el factor romántico por el factor “declaración de derechos”, inclusión entendido como surtido de problemáticas. El deseo, gran impulsor de relatos se ha callado no se sabe por cuánto tiempo para que sea el goce el que pueda ahora decir lo suyo. Uno de los ejemplos más contundentes de esta línea es el auge del regeatton donde la heroína que sufría la peripecia, ahora está perreando sola. Las letras de su perreo parece estar contestándole al bolero. Ya no nos mueve el deseo, sino que lo que nos deja fijados frente a la pantalla es el goce. La revancha, la tortilla que se dio vuelta. La mujer que discutía con el marido sobre qué película iban a ver, ya no discute, ya no está. “Ante’ tú me pichaba’/ Ahora yo picheo (Ja, ja)/Antes tú no quería’ (Ey)/ Ahora yo no quiero, no, tranqui/ Yo perreo sola (Hmm, ey)/los hombres los tiene de hobby/Una malcriá’ como Nairobi (Ja, ja).
Ante este panorama estético, queda en suspenso la pregunta sobre si la caída del deseo como motor narrativo, la ausencia de pasiones desenfrenadas como adrenalina para los y las espectadorxs, si la caída en desgracia del amor romántico en las propuestas populares obedece a un cambio de paradigma en las vidas reales o es simplemente una imposibilidad, una impericia para lidiar con esos cambios. Para hacerlos fruto de placer.