La pregunta es quién manda en el país.
Cómo es posible que haya envejecido la declaración de Gustavo López, el vicepresidente del Enacom, que fue formulada hace sólo unas horas. Decía que Cablevisión debe devolver a los usuarios lo que les cobró de más en la facturación de comienzos del año. Cómo es posible que, en realidad, esa empresa también haya facturado en febrero un ilegal 20 por ciento de aumento, en lugar del 5 por ciento que dispuso por el Estado. Cómo puede ser que, además, no hayan devuelto lo que le robaron a los usuarios en enero. Cómo puede ser que hayan ido a uno de los típicos jueces que siempre tiene Clarín, para que finalmente les dé la razón. Porque es así, van a buscar ese típico refugio lawferista de los jueces propios e, incluso, si no dan con uno propio les hacen sentir miedo y allí los tienen. Entonces, logran su objetivo y se quedan con esa inmensa masa de dinero.
Desafían lo que establece la ley sin miedos, ni tapujos, ni vergüenza.

Gustavo López decía, como funcionario, que estaban tomando las medidas del caso. Y como ciudadano, exponía: “Lo que aquí se pone en juego es la esencia de la democracia. ¿Quién gobierna el país? Si el sistema democrático o una corporación económica… Hay una ley vigente que declaró a este servicio como ‘servicio público’. Es una prestación básica y se autorizó un 5 por ciento de aumento que, además, frente al abuso de Cablevisión por el aumento no autorizado, el Juzgado Civil y Comercial N° 10 de Mar del Plata le ordenó a la empresa que debía devolver los aumentos no autorizados. ¿Por qué Cablevisión vuelve a facturar con el aumento?”. Es terrible la impotencia que genera no poder imponer los límites como se debe a una empresa que está robando a millones de personas en la cara misma del ente regulador y del país en sí mismo.
Es otra derrota del poder político ante el poder real. Ya no alcanza con una multa, con una reconvención, con una carta. Son unos farabutes que le roban a la gente, a los cuatro o cinco millones de abonado que tienen.
Este tema lo excede al Enacom. Esto apunta a quienes firmaron un DNU determinando la regulación: por eso, ahora la pelota está picando en Olivos. Sube por las escaleras y se mete en el living del poder político, donde está sentado Alberto Fernández. No puede ser que Héctor Magnetto haga lo que se le antoje. Y le robe así a cuatro o cinco millones de personas. Porque esto es un asalto.

Un asalto que avalan los principios del neoliberalismo.
Veamos el reportaje que le hizo Jorge Fontevecchia a John Scott, un sociólogo, un tipo muy importante de Gran Bretaña, un jugador de oro de lo que llamamos el establishment mundial. El hombre dice: “En medio de muchas dudas, los intelectuales son personas que han leído mucho, que pueden hablar de muchísimas cosas, pero que dudan de todo porque tienen muchísimas fuentes. Tanta información para su vida, que al final no sabe lo que piensa él mismo”. ¿Por qué dijo eso? Para justificar, si se pudiera, lo que dijo luego… Así la nota pasó siempre por un tipo que dice “no sé”, “qué se yo”, “tengo que verlo”… Y de repente, de lo que sí está seguro es de la necesidad de ampliar la democracia, de tal forma de “terminar con las mayorías”, porque, según sostiene, “las mayorías llevan a los populismos”.
Es que de vez en cuando -debería ser siempre- ellos pierden las elecciones y eso les parece antidemocrático. Entonces, la cosa pasa por direccionar el voto popular como les conviene. “El populismo asume que existe una voz unificada en las mayorías, que puede ser expresada por un líder que asume que la gente puede no estar consciente de cuál es su interés real”, aseguró Scott. Y luego agregó: “No se trata de hacer simplemente lo que la mayoría quiere: también se trata de persuadir a la gente de qué es lo correcto, lo apropiado”.
“Son unos farabutes que le roban a la gente, a los cuatro o cinco millones de abonado que tienen”.
Yo digo: eso es precisamente lo que se hace antes de las elecciones y luego, las mayorías son las que eligen. Pero para ellos, si gana el populismo hay conflictos y se debe desatender a la democracia. Lo que está en juego, entonces, es negar la democracia. Los opresores dominan con la complicidad de los oprimidos. Los “Scotts” quieren cambiar la democracia con el cuento de ampliarla. Que la mayoría de pobres voten a los que los van a empobrecer más.
Nos las hacen todas.
Me hace recordar aquella campaña que hace unos años lanzó la CNN a favor del voto calificado en América Latina, con la excusa de que vota “gente que no tiene cultura, que no está preparada”. En aquel momento hicieron una encuesta bochornosa, absolutamente dirigida a horadar la democracia.
Macri pagó 15 millones de pesos para quedarse con el canal del diario La Nación. Los Saguier son los tipos más vivos del mundo.
Es justamente lo contrario a lo que postuló Cristina Fernández de Kirchner: “El gran problema que tenemos en la Argentina política para poder articular es precisamente la creación de procesos alternativos para debatir, discutir y que la gente luego pueda finalmente decidir”.
Lo paradójico es que en la Argentina la gente ya votó por este gobierno. Votó protección del trabajador. Votó educación pública sostenible. Votó salud para todos. Votó sentido de soberanía. Votó no vivir de prestado. Votó asistir a los desvalidos. Votó cambios en la Justicia. Votó cambios en las empresas que venden ideas. Votó relación con todos los países poderosos y no sólo con Estados Unidos. Votó libertad para los presos políticos. Incluso, sin saberlo, votó que si había una pandemia el Estado estuviera presente, no dejara desamparados a los que menos tienen y diera de comer a once millones de personas, como ocurre hoy en día.
¿Qué es lo que hay que explicar ahora, según John Scott? El gobierno, mal o bien, está haciendo algunas cosas y otras seguramente le llevará más tiempo. Aunque es preciso decir que a medida que se aleja del inicio del gobierno, también se aleja de llevar a cabo lo que la gente votó. Porque la gente votó más de lo que está haciendo el gobierno, que tendrá que ajustar ese mecanismo. Ajustar en ese sentido, no en el que históricamente impone el neoliberalismo.

Ya ganaron en su momento los que quieren rodillas rotas frente a Estados Unidos. Pero ahora deben esperar. Son los que no quieren que se hable de soberanía, que no quieren impuestos a los ricos, que no quieren subsidios a los pobres. Son los que quieren salarios bajos, tasas de intereses altas para el dinero, la muerte de las empresas pequeñas, la deuda externa y los beneficios extraordinarios para el campo.
Si bien ya tuvieron su oportunidad, igual van por todo.
Ese periodista de Perfil también contó que Mauricio Macri pagó 15 millones de pesos para quedarse con el canal del diario La Nación. Los Saguier son los tipos más vivos del mundo. Plin, caja y dale nomás. Les sacan plata a todos. Le sacaron plata a Macri para hacer lo que harían de todas maneras. Porque ideológicamente, La Nación es Macri, si es que Macri se corresponde con algún pensamiento, con alguna intelectualidad, con algo que pudiéramos llamar idea.
Justamente, en este tiempo en que estamos sumergidos en la crisis impensable del coronavirus, también estamos detenidos en la esperanza de los vuelos a Moscú para recoger las vacunas. A pesar de los inconvenientes que los propio rusos tienen con la entrega de insumos sanitarios a su población, sabemos que la vacuna va a estar disponible para los argentinos y eso es lo importante.

Todo eso va a ocurrir, a pesar de la tapa de este domingo de Clarín. Otra mentira: “Quedarían sin vacunar este año los que tienen entre 18 y 60 sin enfermedades”. Hemos averiguado y hemos confirmado que no es así. Otra falsedad de las típicas de esta gente que ganan cientos de millones de pesos de pauta, que mienten en sus tapan y que sus empresas roban millones en la facturación.
Es decir, Cablevisión hace lo que quiere. Clarín pone en tapa una mentira más. Y Macri es dueño de una parte de La Nación.
¿Quién manda, el poder político o el corporativo, que es el poder real?
Uno entonces busca entibiarse la vida con el recuerdo, con un poco de brillo en los ojos pensando que hace dos meses que Diego no está con nosotros, aunque esté cada vez más vigente y más cerca. Uno se entibia la vida con los espectáculos que con mucho cuidado y protocolo estamos volviendo a ver, una forma de volver a vivir, poco a poco.Un espectáculo como el de la terraza del Picadero, un lugar extraordinario, para aplaudir a Rita Cortese, a la que uno, cada vez que termina de cantar un tango, imaginariamente se sube al escenario, le da un abrazo y se vuelve a la mesa. Uno también se entibia la vida con lo que está haciendo la Biblioteca Nacional con el teatro Cervantes, al aire libre, en la explanada, con protocolo… O se entibia la vida escuchando a Dady Brieva, que nos hace reír bien. Porque a uno le dan ganas de reírse.
Pero luego va por la calle repasando lo que disfrutó del arte y le parece que ésa es la vida, que por ahí va. Y está bien. Aunque luego repare en esa banda de sinvergüenzas que tantos daños nos hacen, para volver a repiquetearnos la misma pregunta: ¿Quién manda en el país?