Panorámicas, ensayos sobre arte y política es uno de los últimos libros que nos ha llegado de John Berger. Fue pensado junto a los dos tomos de Sobre los artistas y, si su contenido, para decirlo mal y pronto, se lo debemos a él, su forma y hasta su existencia se la debemos a Tom Overton, quien compiló y editó el conjunto de artículos que lo conforman.
John Berger no necesita mayores presentaciones: fue novelista, ensayista, poeta, dibujante, creador (a falta de un mejor nombre) de la serie Modos de ver, etc., prolífico escritor que vivió un poco más de noventa años y que con su obra recorrió no sólo casi todos los géneros sino también casi todos los temas. En los últimos años se ha transformado en lectura obligada para los amantes de la literatura y del arte, y para todos los que gustan de las discusiones estético-literarias. Alfaguara publicó su narrativa y algunos poemas, hasta donde yo sé, y la editorial Gustavo Gili nos acercó sus textos sobre arte en cuidadas ediciones como la que estamos reseñando aquí mismo.
Ya se dijo: estamos ante un libro de editor, lo cual suele ser problemático. Sin embargo, éste no es el caso. Overton ha seleccionado con mucho cuidado el conjunto de textos que componen este libro y ha incluido en él, mucho más que los artículos en los que Berger nombra la palabra marxismo, o invoca a autores como Brecht, Benjamin, Luxemburg o Fanon. Hablamos de una antología pensada y ordenada para poner de relieve la maestría con que Berger construye un modo de escritura muy particular y propio. Y hablamos de un modo de escritura en la cual las experiencias de vida, de lecturas y los posicionamientos frente al arte, la política y el mundo contemporáneo en general convergen para dar lugar a un conjunto de potentes enunciados sobre lo propiamente humano. Los escritos fueron tomados de publicaciones varias y recorren unos sesenta años de historia. El primero de los artículos publicados está fechado en 1954 (“Un homenaje a Frederick Antal”) y el último es de 2015 (“Un regalo para Rosa Luxenburg”). Pero a pesar de su extensión temporal, o mejor aún, gracias a ella, es que podemos ver con nitidez aquello a lo que podríamos llamar estilo. Estamos ante escritos muy variados en cuanto a la profundidad, en cuanto a las temáticas, incluso en cuanto a las valoraciones que se desprenden de sus juicios. Sin embargo algo los cohesiona, algo los envuelve, algo los unifica, ese algo es el sello Berger. En él, todo, absolutamente todo, parece estar dispuesto para darle forma gráfica al texto, hasta se diría forma plástica al texto y eso es lo que le da unidad al libro.
Las cuestiones varían, como dijimos, pero las preocupaciones y los procedimientos son siempre los mismos. Un recuerdo, un nombre propio, una ubicación geográfica o una simple frase, son los disparadores necesarios para hablar de un contexto internacional o de un problema en particular, y eso actúa a su vez como plataforma para la expansión hacia problemas universales. Así, nombres como Eqbal Ahmed, o simplemente Ken, desfilan sin miramientos ni resquemores entre otros como Joyce, García Márquez, Picasso o Van Gogh. El mercado en la Plaza Nowy o los jardines de Ramala son descritos con la misma minuciosidad y densidad, y hasta me animaría a decir, con el mismo cariño, con que se describe a París, a Londres o a un bar en Amsterdam. Los interrogantes sobre la técnica intervienen en problemas que van del music hall a la complejidad en torno del armamento israelí. Todos los materiales se despliegan así, como en un lienzo, para darle forma al conjunto de pinturas que nos presenta bajo el modo de escritos.
En cualquier caso, y más allá de los temas específicos que se van sucediendo, Panorámicas nos presenta un conjunto de reflexiones estéticas, y por lo tanto políticas, que salen de los lugares comunes de la crítica no tanto por los temas tratados, sino más bien porque se desenvuelven o desarrollan a través de un lenguaje fluido que poco tiene que ver con la dura teoría estética de un Adorno o un Lukács, por citar sólo a dos de sus grandes exponentes. Tampoco se trata de procedimientos de una sociología comprensiva, sino de experiencias vivenciales que se expresan a través de problemas estéticos. Y no podría esperarse otra cosa para un crítico de arte tan calificado. Es decir, no podría esperarse otra cosa más que el hecho de que su propia prosa se desenvuelva, ella misma, como una expresión artística.
De entre todos los temas que se ponen en juego en los diferentes textos, sacando al dibujo y las cuestiones de estética y política general, quizás sea la muerte la cuestión sobre la que más se vuelve en esta antología. Para alguien que, como Berger, la ha evitado durante tanto tiempo, la cuestión se presenta con visos de exorcismo y no sin un dejo de ironía. En cualquier caso, la muerte es compañera o secretaria, es solución, es interrogante y es premonición, está siempre allí acompañando la escritura y la vida misma. En su escrito sobre Benjamin y en referencia a su suicidio realiza una sentencia que bien podría aplicarse a sí mismo: “Era consciente de hasta qué punto la muerte da forma a la vida a la que pone fin,…”. Otro tema siempre presente es la violencia, aparece aquí y allá, una y otra vez ya sea como trasfondo o como nutriente, como escenario o como disparador. Sin embargo, es otro el tema con el que me quedo para cerrar esta nota, acaso una trivialidad, aunque no tanto. De algún modo es un tema también presente en el conjunto de sus textos aunque sólo en uno adquiere una relevancia significativa. Me refiero a la pobreza y a la riqueza material, a la desigualdad para decirlo de algún modo. La opulencia y la carencia. En referencia a un libro de Barthes, mejor dicho, a su edición en Ingles por McMillan, Berger apunta: “Es necesario explicar la diferencia de contexto –y Barthes, quien hacía mucho hincapié en él, sería el primero en hacerlo-, ya que cuando el mismo libro se publica a un precio casi ocho veces más alto y como único título de este tipo, se convierte en un objeto diferente. Y es muy probable que esta diferencia haga que el ejercicio de escribir el libro parezca mucho más egocéntrico de lo que es realmente. La editorial McMillan le ha dado al libro un sello aristocrático”. Y me quedo con esto porque lamentablemente algo de todo ello se desprende del texto y se impregna en un libro cuyo precio puede percibirse como demasiado abultado, incluso para quienes como yo pueden percibir que estamos ante un libro de un gran valor.