Recién salgo del velorio de Sergio Chorolque, el hijo de Milagro, en su casa del barrio Cuyaya. Hay un clima de “acompañar”. Mucha gente sencilla que entra y sale de la casa. Música joven, seguramente “como a él le gustaría”.
Me acerqué al cajón. Sergio tiene una gorra visera. Recé sin saber qué pedirle al Tata, que seguro escuchaba a esas y esos transeúntes que le pedían con más conocimiento.
Me senté entre los presentes. La casa tiene una entrada unida al living que va hasta el fondo de la planta baja, enorme, llena de cuadros y recuerdos.
Los chicos suben y bajan la escalera, el clima de flores hermosas, sencillas, y de las ampulosas con frases de todo el país, en nombre de la Tupac, y de organizaciones que se me pierden. Una corona, llena de flores, multicolor, dice “vuela alto hijo. Tu mamá”.
Hay mucho para mirar entre los que van y vienen. A Milagro y a Noro no se los ve, seguramente cuidados en el fondo de la casa.
A las 23.30 llega caminando, cuidadosa, Milagro desde la cocina y me reconoce (ayer fui apenas se dio la noticia y pude expresarle el cariño de todos los Curas en la Opción por los Pobres que la saludaban desde cada rincón). Se acerca y me da un abrazo fraterno, como si lo necesitara no sé si yo más que ella, y se sienta a mi lado en silencio, mirando de frente el cuerpo de su hijo.
No hubo “responso” eclesiástico, no había nada que lo pidiera, incluso se nota que quitaron la cruz del catafalco que instala la funeraria con lámparas símil velas y un pedestal para la cruz de fundición, ausente… todo un signo.
Me sentí uno más, lo hice por mí, por ese joven despreciado por la sociedad jujeña odiadora, por esa mamá aún presa, por esa ida y venida de pueblo sencillo que vendrían de sus casas hechas por La Tupac.
Casi a medianoche partí de ese lugar, pensando cuándo este pueblo vivirá en paz, sin odios, sin penas que parecen ser para siempre.
* El autor es párroco de Famatina, integrante del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.