El juicio en la ciudad de Dolores a los ocho asesinos de Fernando Báez Sosa es el suceso televisivo de la temporada. Un espectáculo transmitido en cadena por todas las señales de aire y cable, que incluye imágenes de los acusados en el banquillo y también una perla narrativa, aunque repetida hasta el hartazgo: la escena misma del crimen; aquellos 25 o 30 segundos fatales captados desde diferentes ángulos por cámaras de seguridad y celulares de testigos, durante la madrugada del 18 de enero de 2020 en los alrededores del boliche Le Brique, de Villa Gesell. Se trata de un registro múltiple que suele ser analizado en off por una nueva camada de opinadores: los expertos en homicidios grupales a patadas. El asunto se completa con una pelea de fondo, la de los abogados al salir del tribunal: el querellante Fernando Burlando versus el defensor Hugo Tomei. Dos titanes en pugna.
Detengámonos en este punto.
El primero, por el rol que ocupa en este ring, es el favorito del público; la “leonera” ruge su nombre. Y él, un tipo con debilidades faranduleras (hasta llegó a competir en el programa “Bailando por un sueño”), no está dispuesto a desaprovechar la ocasión. Y máxime cuando en el cuadrilátero del Derecho no siempre ocupó el rincón del “bien”, puesto que en entre su clientela resaltan individuos como el barrabrava Rafael Di Zeo (procesado por asociación ilícita y coacción agravada), el actor Juan Darthés (procesado por abuso y violación), el banquero Francisco Trusso (condenado por quiebra fraudulenta del Banco de Crédito Provincial), el empresario gastronómico Horacio Conzi (condenado por el asesinato del joven Marcos Schenone) y los miembros de la banda “Los Horneros” (condenados por el crimen del fotógrafo José Luis Cabezas), entre muchos otros ofensores de las leyes. Claro que su trabajo no es el de andar por la vida patrocinando santos. Pero, en un súbito ataque de altruismo, representa ad honorem a los padres de Fernando: semejante gesto le valió el aplauso de los espectadores y la simpatía de la prensa. Tanto es así que, al emerger tras los debates de la sede tribunalicia, se presta con beneplácito a la requisitoria de los movileros. Y los tutea. Y se muestra distendido. Y les responde con el entusiasmo de quien prolonga una sobremesa. Sin ninguna duda, Burlando es el rockstar del momento.

Su rival, por el rol que ocupa en este ring, no cuenta con el fervor de la tribuna. Pero en su figura hay un enigma: ¿acaso es realmente un peso pesado del pugilismo judicial? Por lo pronto, se lo promociona como el abogado más prestigioso de su terruño, la pequeña ciudad de Zárate, aunque, hasta ahora, fuera un desconocido en el resto del territorio nacional. No es una exageración decir que ese hombre extremadamente delgado, de aspecto acético, cuya cara guarda un leve parecido con la del personaje de cómic “Condorito”, arrastra algo inescrutable. Al respecto, hay que observarlo en acción: a diferencia de las amables conferencias de prensa ofrecidas por Burlando, él solía tolerar el asedio de los micrófonos al desplazarse entre el tribunal y su automóvil sin detener su andar, esgrimiendo respuestas breves y cortantes, siempre con voz monocorde, carente de matices, mientras las cámaras enfocaban su mirada fría y casi inexpresiva. Es que el doctor Tomei es una caja de sorpresas.
En parte, porque en él palpita el lado oscuro de la urbe que vio nacer a los rugbiers ahora juzgados. No está de más, entonces, explorar su pasado.
Emergencias penales de alta complejidad
Hace tres años, durante la mañana de ese fatídico sábado, se produjo el arresto de los involucrados en el asesinato del pibe Báez Sosa. Diez en total, dado que –además de Máximo Thomsen, Enzo Comelli, Matías Benicelli, Blas Cinalli, Ayrton Viollaz y los Pertossi: Luciano, Ciro y Lucas– también habían caído en la volteada Alejo Milanesi y Juan Guarino. En cambio, el miembro restante del grupo, Tomás Collazo, salió indemne de la redada policial debido a que no se pudo comprobar su presencia en Le Brique.

Fue él quien avisó por teléfono a sus padres lo que acababa de suceder, y ellos transmitieron la noticia a los progenitores de los detenidos.
Lo cierto es que el bombazo causado por aquellas aprehensiones tuvo en Zárate más resonancia que el crimen que las motivó.
Fue precisamente cuando Tomei entró en escena.
Aquello ocurrió al recibir en su bufete la visita del matrimonio formado por el comerciante mayorista de autopartes, Marcial Thomsen, y la arquitecta Rosalía Zárate, cuyo hijo, Máximo, estaba sindicado como el caudillejo de los matadores. El artífice de tal cónclave había sido nada menos que el intendente local, Osvaldo Caffaro. De hecho, la mujer era –hasta entonces– la Secretaria de Obras Públicas del Municipio.
Pero eso no abarató los servicios del letrado, quien supo fijar honorarios que –según se rumorea– arañan el millón de dólares. Desde luego que aquella suma abarcaría la defensa del lote completo de imputados.
En tal sentido, Tomei impuso una condición:
–Si uno de ellos renuncia a mi patrocinio, dejo la defensa de todos.
Con el acuerdo de las otras nueve familias, Tomei empezó a trabajar en el caso. Con tal propósito dejó su hogar de Zárate para establecerse en algún lugar de la Costa Atlántica, próximo a la Fiscalía de Dolores.
Dos semanas después pudo exhibir su eficacia al lograr la excarcelación de Milanesi y Guarino por “falta de mérito”.
Tras ello, se reunió con los padres de los rugbiers detenidos. Y con tono triunfalista, dijo:
–El veinte por ciento de mi trabajo ya está hecho.
Pronunció esa frase sin siquiera sonreír.
Entonces los padres exhalaron una bocanada de alivio y esperanza.
Días después, el doctor hizo su debut en los medios al ser entrevistado por la revista Noticias.
Allí evaluó: “Seis de los ocho jóvenes no tienen nada que ver”.
Entonces los padres exhalaron una bocanada de incertidumbre.

– ¡Fue una torpeza, Hugo! –le recriminó el abogado Horacio Henricot, su socio en algunas causas y su consiglieri en otras.
Estaba en lo cierto. Porque en dicha definición de Tomei se deslizaba una incógnita: ¿quiénes serían los dos rugbiers que sí tuvieron “que ver”?
De modo que entre los padres hubo a partir de ese instante un ramalazo de desconfianza mutua.
Mientras tanto, Tomei afinaba el contorno de su nuevo perfil. Un perfil con sentido mediático, algo que hasta entonces no le había hecho falta.
Su trayectoria da cuenta de ello.
El cómplice de Faggionato Márquez
Recibido en 1996, fue durante cinco años un funcionario menor en la Fiscalía General de Campana, hasta que, sin miras de ascender a representante del Ministerio Público, se volcó en Zárate hacia la actividad privada. Y así se convirtió en un –diríase– “sacapresos” de cabotaje, algo muy apreciado en esa ciudad de casi cien mil habitantes recostada sobre la ribera del río Paraná.
Entre sus hazañas en la materia se destaca el juicio oral al policía Elio Pintos, quien acribilló por la espalda a un ladronzuelo de 15 años al momento de huir. La sentencia: apenas dos años de ejecución en suspenso. Y el acusado ni siquiera pisó la cárcel. Ello acrecentó su clientela.
Pero en realidad lo suyo eran los “arreglos extrajudiciales”. O sea, evitar el procesamiento del cliente por una suma de dinero –a repartir entre policías, fiscales o jueces– antes de que el delito en cuestión llegara a un expediente.
Tal modalidad le generó –al igual que a Henricot– pingües ganancias. Pero también una memorable jaqueca.
En este punto es necesario reparar en otra celebridad de la zona: el ex juez federal de Zárate-Campana, Federico Faggionato Márquez.
A comienzos de 2009, ese tipo había alcanzado una estatura heroica en el ejercicio de la magistratura al desbaratar una gavilla abocada al tráfico de efedrina, el precursor químico para producir drogas de diseño. Y sin privarse de poner por esa razón bajo la lupa al empresario Francisco De Narváez.
Pero su alto nivel de exposición le jugó en contra. Porque, de inmediato, saltaron a la luz algunas trapisondas de su cuño; entre éstas, el mal desempeño que tuvo en una causa por la cual debía custodiar una cosecha perteneciente al Consejo del Menor y la Familia; asimismo se lo señalaba por entorpecer una auditoría de La Bonaerense para encubrir a ciertos oficiales, a lo que se añadía la apropiación ilegal de un campo perteneciente a dos personas privadas de la libertad por orden suya.
Pues bien, sus cómplices en este asunto fueron Tomei y Henricot.

Aquello ocurrió en 2004, cuando los hermanos José y Carlos Cerezales terminaron presos al ser antojadizamente imputados por Faggionato Márquez en un secuestro extorsivo.
Tomei y Henricot asumieron sus defensas, fijando sus honorarios nada menos que en 200 mil dólares. Pero como sus clientes no tenían ese dinero en efectivo, ellos tomaron por garantía la escritura de un campo de 114 hectáreas en Exaltación de la Cruz, cuyo valor triplicaba tal suma, con el compromiso de lograr sus excarcelaciones en menos de 24 horas,
Al día siguiente, como por arte de magia, el juez Faggionato Márquez los puso en libertad.
Para entonces –o sea, también en tiempo récord–, ese campo ya había sido transferido a un amigote de los abogados, el chatarrero Juan Laguzzi.
Días después, los Cerezales fueron a parar otra vez a la cárcel, donde permanecieron por más de un año.
Recién en 2006 hicieron la denuncia contra los “expropiadores”.
A mediados de 2009, Faggionato Márquez fue destituido en un juicio político, siendo esta maniobra una de las razones de su desplome.
A su vez, Tomei y Henricot quedaron procesados.
Si bien, así como suele suceder en la Argentina, este expediente quedó empantanado en el limbo de la justicia provincial, Tomei continúa aún hoy marcado en su pago chico por dicha mácula.
No obstante, su intervención en la causa por el asesinato de Baez Sosa significó también un intento de asear su buen nombre y honor.
Así llegó al momento de los alegatos. Un momento crucial. Fue como si todos los acontecimientos de los últimos tres años hubiesen transcurrido con el único propósito de confluir en ese preciso instante.
De modo que, en contraposición a la indignada vehemencia del doctor Burlando, él se mostró razonable, respetuoso y medido, estrenando así el lado cordial de su ser. Lástima el epílogo: las disculpas y el arrepentimiento de sus ocho defendidos. Un acto impregnado de obvia teatralidad, después de que él pidiera sus absoluciones.
Ahora, los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 1 de Dolores tendrán la última palabra.
Fotos: Télam