El vuelo hacia Moscú para buscar el primer lote de vacunas contra el Covid-19 constituyó una noticia cargada de emoción. El 22 de diciembre pasado quedó grabado, incluso, de una especie de conmovedor relato de Víctor Hugo Morales, en su programa televisivo, sobre el avión que despegaba para ir a buscar unas 300 mil dosis de Sputnik V. La vacuna desarrollada en el laboratorio que lleva el nombre del científico ruso Nikolái Gamaleya ya había sido absorbida por la grieta informativa y así como se la admiraba, también se la denostaba. Quedará también en el registro histórico que hasta la trataron de “vacuna soviética” y más recientemente incluso hubo algún estrafalario médico que acusó que a su madre se le pegaban los imanes por haberse suministrado la vacuna en cuestión.
Las noticias sobre la llegada de nuevas dosis a la Argentina se hicieron cada vez más recurrentes. Al punto que hace unas horas, el contador superó la barrera de las 20 millones, una cifra que invita a ser considerada frente a la población actual de la Argentina, que según el Indec es de 45,81 millones (23,32 millones de mujeres y 22,49 de hombres). Con esas últimas partidas de inmunizadores, Argentina llegó con precisión a las 20.677.145 vacunas: 9.415.745 son Sputnik V (7.875.585 del componente 1 y 1.540.160 del 2); 7.261.400 de AstraZeneca (580.000 AZ-Covishield, 1.944.000 AZ-Covax y 4.737.400 AZ-Universidad de Oxford) más 4.000.000 de Sinopharm.
El debate público se nutrió de teorías conspirativas y tabúes políticos casi arcaicos. Fue así que reaparecieron prejuicios que habían sido instalados en plena época de la Guerra Fría.
Además, uno de los aviones de Aerolíneas Argentinas que aterrizó en Ezeiza la semana pasada, trajo 300 litros del principio activo de la fórmula desarrollada por Gamaleya para que el Laboratorio Richmond pueda producir dosis en su establecimiento de Pilar, provincia de Buenos Aires. Además hay un acuerdo con el laboratorio chino CanSino Biologics para la provisión de nuevas dosis, así como las autoridades bonaerenses anunciaron la adquisición de 20 millones que serán repartidas, en la misma medida que las decenas de millones que acordó el gobierno nacional para un futuro más o menos inmediato.
Según el Plan Estratégico de Vacunación ya fueron distribuidas 18,8 millones de las vacunas arribadas, de las que se aplicaron 16,3 millones; hay más de 13 millones de vacunados con una sola dosis y 3,33 millones con las dos. La propia página oficial consigna que en cuanto a la diferenciación por sexo 9.345.727 son mujeres; 7.004.086 hombres y 32.230 otros. Más de 3,23 millones son personal de Salud y casi 2 millones, estratégico.
Claro que más allá de los datos duros que, en este caso, no sólo representan estadísticas sino que hacen a la política sanitaria en la lucha contra el Covid, están las sensaciones de la población. Desde los que iban por la vida con el brazo extendido con la ilusión de que llegase al fin el pinchazo que, si bien no es absolutamente salvador, sirve como ventanal hacia una protección más integral ante el virus. Hasta los antivacunas y negacionistas que ganaron las calles y los medios de comunicación de muy diversas formas.

En ese contexto, la población, con sus elecciones y preferencias. Aunque cada uno de los ciudadanos se entera con qué marca va a ser inoculado, recién cuando llega al centro de salud. La enorme mayoría acepta la dosis, sin renuencia. De todos modos, un informe da cuenta que casi una tercera parte (29,73%) no tiene predilecciones, otro grupo de similar volumen es integrado por quienes opinan que no es necesario vacunarse (12,18%); casi uno de cada diez tiene desconfianza (9,21%) y otro tanto no sabría dar una respuesta (9,71%). Pero entre los que sí declararon su predilección la mayor parte responde Sputnik V (13,21%) y luego se ubican las diversas AstraZeneca (11,11 %), la controvertida Pfizer (9,21 %) y finalmente la china Sinopharm (5 %).
Es notable observar que al menos una de cada cinco personas deprecia la eficacia o concretamente está en contra de la vacuna. No es un sector menor.
No los une el amor
El Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (Estudios Críticos sobre Ideologías y Democracia y la dirección Lectura Mundi, de la Universidad Nacional de San Martín), elaboró el trabajo utilizando un conjunto de técnicas de investigación cuantitativas y cualitativas sobre las múltiples modalidades de expresiones autoritarias que “erosionan las formas de vida y las instituciones de la democracia”. El relevamiento abarcó a unos 3.000 encuestados y puso uno de los ejes en los discursos racistas y discriminatorios, en especial ante las cuestiones de nacionalidad y el colectivo LGTB+. La primera etapa de este estudio tuvo lugar entre noviembre de 2020 y febrero de 2021. Ahora viene a ratificar las conclusiones de trabajos anteriores sobre “la discriminación, la deshumanización y/o la violencia imperantes”.
Un 37% de los encuestados estaría más o menos convencido de que personajes clave del poder mundial están detrás de la pandemia “para beneficio propio”.
Una de las principales conclusiones es que el debate público se nutrió llamativamente, tanto de argumentos científicos (reales o falaces) como de teorías conspirativas y tabúes políticos casi arcaicos. Fue así que reaparecieron prejuicios que habían sido instalados en plena época de la Guerra Fría. “Pareció activarse la memoria de un conflicto que polarizó al mundo: comunismo/anti-comunismo”, describe.
En ese sentido, hay una clara relación con los discursos de odio que sobrevuelan la grieta en la Argentina. Se advierte muy puntualmente en torno a la vacuna estadounidense: la Pfizer no sólo se convirtió en motivo de extraordinario debate a partir del formidable lobby que ejerció un amplio espectro del poder político y el mediático, sino que el espejo en la gente se traduce, según la encuesta, en un 45,8 % que prefiere esa vacuna a la vez que aprueba y promueve discursos de odio, ante un 42,7 % que los desdeña. La misma medición arrojó entre los que optan por AstraZeneca (desarrollada por el Reino Unido, más allá de que por qué vía de fabricación o de programa se consiga): un 41,1 % admite como lógicos los discursos de odio, mientras que un 49,9 % los rechaza.
La diferencia sustancial, en tal caso, se puede advertir en que solo adhiere a ese discurso el 14,1% de quienes dijeron que su vacuna predilecta es la Sputnik, mientras que un vasto espectro lo rechaza: un 70,8 %. Con los adherentes a la Sinopharm las porciones de la torta son similares: un 21,9 % contra el 67,7 %.

Un grupo de las respuestas de la compulsa se relaciona con la creencia que en torno a las vacunas “hay algo raro” y otro al que “no hace falta vacunarse”: un tercio de los que avalan una cuestión o la otra, aceptan con mayor o menor enjundia el discurso del odio. Ese porcentaje se reduce en un 17,1 % de los que están dispuestos a aceptar cualquier vacuna.
Otro ítem del trabajo se puntualiza sobre el posible causal de la pandemia. Los datos también son reveladores en ese aspecto y si bien más de la mitad consultados descarta teorías conspirativas, un 37% estaría más o menos convencido de que personajes clave del poder mundial están detrás “para beneficio propio”, e incluso, entre las respuesta surgió una clase de antisemitismo, ya que varios mencionan a “empresarios judíos” como los responsables exprofeso del caos para “ganar dinero fabricando vacunas”.
De un modo o del otro, queda claro que es un grupo importante e intenso el que elige un discurso disociativo.
En medio de la discusión por la “nacionalidad” de las vacunas y las variadas acusaciones surgidas de la oposición política, apareció una declaración que no tuvo el relieve de otras en la opinión pública, pero que vale la pena recordar. El Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel aconsejó: “Los opositores tendrían que pedir la vacuna contra el odio”. El Serpaj, la entidad que lidera, también se pronunció: “Los que viven bajo la ceguera del odio, tienen la muerte en sus mentes y corazones que no les permite ver y reconocer los esfuerzos que se vienen realizando”.