El hundimiento de la causa por el Memorándum con Irán, tal vez la impostura judicial más escandalosa del régimen macrista, hizo que los botes salvavidas, con sus artífices a bordo, naveguen ahora a la deriva, sin otras tierras firmes a la vista que las del descrédito y el papelón.
En esa situación de zozobra, dos de los querellantes, Luis Czyzewski y Mario Averbuch, incurrieron en un dramático intento: recusar a los jueces del Tribunal Oral Federal (TOF) Nº 8 por haber ordenado una audiencia pública, solicitada por la Cristina Fernández de Kirchner –una de las “engarronadas” en aquel expediente–, para reclamar la nulidad del asunto.
Cabe destacar que ellos son, respectivamente, los padres de Paola Sara y Yanina Muriel, quienes fallecieron en el atentado al edificio de la AMIA. Este detalle torna difícil de comprender –y justificar– su papel de acusadores en un complot que llevó tras las rejas a seis personas inocentes. Y que, en el caso del ex canciller Héctor Timerman –con arresto domiciliario a pesar de su dolencia oncológica–, requirió una dosis extrema de crueldad.
Junto a otras luminarias políticas como Carlos Grosso y José Luis Manzano, impulsó la renovación peronista en 1983.
Al respecto, el actual Procurador del Tesoro, Carlos Zannini –preso por ello entre diciembre de 2017 y abril del año siguiente– supo decir sobre aquel pedido de recusación: “El temor de las querellas no es la parcialidad, como trasunta en sus planteos, sino a que se convalide la verdad”.
Esa frase bastó para que el ya olvidado ex jefe de la SIDE duhaldista, Miguel Ángel Toma, emergiera sorpresivamente de su sepulcro político para calificar –en un arrebato tuitero– de “inhumana y despreciable” la afirmación de Zannini, únicamente por aludir a familiares de dos víctimas.
Lo notable es que, de inmediato, tal nadería fuera amplificada por el portal Infobae con un artículo de casi seis mil caracteres, que hasta incluye una entrevista al susodicho. Pero aquella exhumación mediática es en realidad fruto –o pretendido remedio– de la intrascendencia que hasta ahora mereció su revoloteo en torno a Miguel Ángel Pichetto, quien lo exhibe como su ladero e integrante de la Mesa Federal del Peronismo Republicano, su propio sello en la alianza Juntos por el Cambio.
Un buen motivo para reparar en este personaje.
El orquestador
Nacido en 1949, este licenciado en Filosofía y Teología por la Universidad del Salvador, está casado con Patricia Azura y es padre de dos varones.

Toma se inició en la militancia junto a otras luminarias políticas como Carlos Grosso y José Luis Manzano, con los cuales impulsó la Renovación Peronista en 1983. Dos años después, fue elegido diputado nacional. Presidió la Comisión de Defensa Nacional de la Cámara Baja entre 1987 y 1997. Y en los últimos años del menemismo, fue secretario de Seguridad Interior. Luego, en 2002, ya bajo el interinato de Eduardo Duhalde, su carrera dio un giro a la medida de sus ambiciones.
El heraldo de ello no fue otro que el entonces canciller Carlos Ruckauf.
–Te vas a la SIDE –fueron sus exactas palabras.
Duhalde había puesto el ojo en ese político aficionado a las novelas de intriga que se obstinaba en teñir su cabello de rubio ceniza. De modo que fue el reemplazante en ese organismo de Carlos Soria.
Desde 1983, la antigua SIDE –después rebautizada SI (Secretaría de Inteligencia), a secas– supo cultivar una vidriosa tradición en oportunidad de recibir a sus sucesivos jefes políticos: obsequiarles su legajo. Esas carpetas de cartulina amarilla siempre esperaban sobre el escritorio al tomar ellos posesión del despacho principal de “La Casa”. Claro que a veces hubo variaciones; por ejemplo, cuando en 2002 a Miguel Ángel Toma le dejaron un segundo regalo: nada menos que una zanahoria con forma fálica, sin que nunca trascendiera el mensaje que habrían querido transmitirle.
Después de su llegada a la SIDE, Toma se animó a definirse como “el niño mimado de la CIA”.
Lo que sí se sabe es que tal humorada corrió por cuenta del por entonces desconocido agente Antonio Horacio Stiuso.
No obstante, ellos no tardarían en congeniar, al punto de que el flamante Señor Cinco lo catapultó en la jefatura de Contrainteligencia. Desde entonces, serían inseparables. Un vínculo que aún perdura.
Por cierto, Toma empezó en esa época a ufanarse de ser “un hombre de la comunidad de inteligencia”. Con alguna copa de más, hasta se definía como “el niño mimado de la CIA”. Y solía repetir un latiguillo: “Trabajás con ellos o sos de cabotaje”. De su paso por esa gestión arrastró un procesamiento penal por irregularidades en 12 contrataciones directas. La causa estaba nada menos que en manos del juez federal Norberto Oyarbide.

Ello puede llegar a explicar su empeño casi obsesivo por operar contra este magistrado en la causa del Macrigate. Aunque también habría otra razón de peso: cultivar –a partir de 2008– buenas migas con Mauricio Macri, ya al frente del Gobierno de la Ciudad. Y con favores que pocos estaban dispuestos a efectuar. Todo, en esa época, a cambio de un contrato entre el Ministerio de Seguridad presidido por Guillermo Montenegro, y la filial criolla de la empresa española Plettac Electronics, uno de cuyos directores es nada menos que su propio hijo, Federico. El asunto giraba en torno a un contrato más que jugoso para adquirir cámaras de seguridad.
El servicial
Durante el mediodía del viernes 25 de septiembre de 2009, mientras en el Congreso se debatía la Ley de Servicios Audiovisuales, el senador de la UCR, Ernesto Sanz, permanecía reunido con algunos colaboradores y un empresario de medios en el lobby del Hotel Savoy, situado en la avenida Callao 181. Tal vez el legislador no imaginara que sus dichos eran prolijamente grabados. En ese mismo instante, un equipo de espías instalado en el cuarto piso se dedicaba a ello, además de monitorear las comunicaciones telefónicas de otros políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, sin desatender las conversaciones de funcionarios del Poder Ejecutivo y de periodistas.
Es que allí funciona una unidad de Inteligencia dirigida justamente por Toma. El tipo por entonces trabajaba alternativamente por cuenta y orden de tres “clientes”: el Ministerio de Seguridad porteño, el denominado Peronismo Disidente (con Duhalde a la cabeza) y el Grupo Clarín.
Sus buenas migas con Macri le permitieron cerrar un contrato entre el Ministerio de Seguridad de la Ciudad y una empresa española que dirigía su propio hijo.
Según una investigación periodística efectuada en esos días por Walter Goobar y el autor de esta nota para el semanario Miradas al Sur, cuando aquel debate parlamentario empezó a tomar cuerpo, los CEOs de ese holding, Jorge Rendo y Pablo Casey, alquilaron cinco habitaciones situadas en el quinto piso del hotel. Desde entonces, desfilaron allí diputados, senadores, dirigentes y empresarios de medios; entre ellos Francisco de Narváez, Alberto Atanasof, Duhalde y el principal accionista del lugar, Luis Barrionuevo.
Por ese entonces también se montó en el piso inferior el nido de espías. Designado por Toma, su mandamás operativo no era otro que el (ya fallecido) ex comisario inspector Carlos Alberto Sablich, quien fue jefe de la Dirección de Delitos Complejos de la Policía Federal hasta abril de 2004, cuando dio un paso al costado ante la inminencia de su procesamiento por torturas contra los oficiales que en 1991 secuestraron a Macri.
Al día siguiente de salir este asunto a la luz, Toma fue entrevistado por el sitio La Política Online. Entonces expuso una increíble defensa ante aquella imputación: “Lo que sí hay –sostuvo– es una operación de todo el PJ disidente contra la Ley de Medios. Esto está claro y es algo en lo que participo y estoy muy comprometido. De hecho, hago todo lo posible para cagarle esta ley a los Kirchner, y con una intencionalidad que nos coloca en una misma sintonía con todo el sistema multimediático”.

–En Miradas al Sur se habla de su íntima relación con el Grupo Clarín –comentó el entrevistador.
La respuesta fue:
–Todo el mundo sabe cuál es mi relación con el Grupo Clarín o con el Grupo América: la cotidianeidad y la amistad de añares, no hay dudas. Pero de ahí a que tengamos intereses económicos, nada que ver. Vea, una cosa es la política y otra los intereses económicos. Que estos intereses coincidan en una operación se puede dar perfectamente.
Tras tal sincericidio, dio por concluido el diálogo.
A esa altura, Macri estaba enlodado hasta el cogote con el affaire de las escuchas telefónicas, tema por el cual Oyarbide lo tenía procesado.
Entonces, con la complicidad del grupo Clarín y la inestimable pluma del periodista Daniel Santoro, fue difundida una fake news referida a un espía de la SIDE supuestamente vinculado al kirchnerismo –Hugo Álvarez– quien , según fuentes imprecisas invocadas por Santoro, habría sido “la voz anónima” que alertó al integrante de la agrupación “Familiares y Amigos de Víctimas del Atentado a la AMIA”, Sergio Burstein, sobre una pinchadura a su celular por parte del comisario Jorge “Fino” Palacios, el policía preferido de Macri.
“Hago todo lo posible para cagarle la Ley de Medios a los Kirchner” (Toma).
Claro que la maniobra, cuyo propósito era desacreditar la pesquisa de Oyarbide, fue una “opereta” del inefable Toma.
En los años siguientes, continuó al servicio de sus múltiples patrones, siempre codo a codo con Stiuso.
La caída en desgracia de éste, en 2015, después del suicido de Nisman, fue un duro golpe para Toma.
Su contrariedad quedó plasmada en una entrevista que el diario Perfil publicó el 7 de marzo de aquel año. Allí vomitó: “El kirchnerismo fue contra Stiuso para tapar la inteligencia ilegal y paralela que hacían con el Ejército”.
En aquella ocasión dijo que Nisman y el espía “eran una piedra en el zapato porque estaban investigando la responsabilidad de Irán cuando el Gobierno negociaba un pacto de impunidad”.
Ya se sabe la gran implicancia que tendría tal embuste en el irrefrenable camino de Macri hacia la Casa Rosada.
Pichetto hoy lo exhibe como ladero e integrante de la Mesa Nacional del Peronismo Republicano.
De modo que Toma formaba parte del equipo de trabajo abocado a la tarea de instalar aquella cuestión.
Pero Macri no confiaba plenamente en él. Y por un añejo episodio que el entonces candidato desentrañó con cierta demora.
Corría el verano de 2009, casi cinco meses antes de las elecciones de medio término, cuando el primo Jorge Macri, fue eyectado súbitamente de la presidencia del PRO bonaerense. Al respecto, en los pasillos partidarios se hablaba de una explosiva mezcla de motivos políticos y debilidades humanas: que al tipo lo habían filmado a hurtadillas en medio de un íntimo desliz; que Toma habría estado tras aquella extorsión, y que lo hizo por encargo del entonces ascendente Fernando De Narváez. Tal vez solo sean habladurías.
Pero resulta significativo que, dada la influencia de Toma durante esa etapa, no haya tenido ningún cargo relevante en el régimen macrista, salvo ser un modesto representante del Estado en Techint.
Ahora, del brazo de Pichetto, clama por la revancha.