No se niega a las selfies y atiende los saludos de los vecinos de Boedo que lo reconocen y le dan aliento sin romper protocolos de cuidado. El legislador porteño Leandro Santoro, verborrágico y punzante a la hora de debatir ideas, analiza el comunicado en el que Juntos por el Cambio se opone a las restricciones para frenar la segunda ola de contagios y cuestiona la sugestiva postura del jefe de gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta.
En diálogo con Contraeditorial, el diputado del Frente de Todos condena la ambigüedad que encierra la posición del macrismo y señala que es contradictorio que aquellas personas que tienen que gestionar “se mantengan calladas frente a la irracionalidad del discurso público de su propio espacio político, que recomienda hacer cualquier otra cosa”.
Es una obviedad aclarar que Santoro apunta al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, a quien describe como alguien que “construye sin opinar” y que “maneja la ambigüedad”, una característica distintiva de los principales dirigentes de Juntos por el Cambio. “Los portavoces de la oposición suelen ser referentes de la derecha más dura”, agrega.
“Larreta se caracteriza por construir sin opinar… la clave de la oposición es manejar la ambigüedad”.
El ex presidente de la Juventud Radical también es autocrítico con la UCR y sostiene que “no tiene un proyecto nacional, por lo que no tiene vocación de liderar seriamente nada”.
Por otro lado, el legislador reflexiona sobre la politización por derecha de la juventud y advierte sobre “un proceso que era impensado y que hoy está siendo percibido: antes nadie se decía de derecha, pero hoy hay gente que se reivindica orgullosamente de la derecha reaccionaria”.
“Son libertarios, pero están en contra del aborto. Creen en la libertad y la libertad individual llega incluso a la posibilidad de agredir sin ningún filtro”, agrega Santoro en una entrevista que, valga la paradoja, fue interrumpida por un airado joven que se acercó a increparlo por la “inexistencia del virus” y las innecesarias medidas de cuidado que dispuso el gobierno nacional.
– ¿Qué análisis hace del comunicado de Juntos por el Cambio en donde se oponen a cualquier tipo de restricción frente al Covid-19?
– Me parece que ellos tratan de construir un antagonismo en la sociedad a partir de la lógica abierto-cerrado, control-libertades irrestrictas, y lo trasladan a todas las esferas del orden social. Fue el discurso que construyeron que había que hacer con el mercado de capitales y es lo mismo que están haciendo ahora con relación a cómo comportarnos frente al virus. Me parece que hay una suerte de dogmatismo excesivo. La línea de Juntos por el Cambio sobre qué hacer con el virus responde a una lógica anti-estatista, anti-intervencionista e individualista que tratan de proyectar hacia todas las esferas de las relaciones sociales. Hacia adentro hay alguna tensión hacia quienes tienen alguna mirada más racional sobre qué hacer con la pandemia y entienden que no todo se sintetiza en la responsabilidad individual de cada uno y que además tiene que haber consignas claras desde el Estado, pautas de organización social, controles y restricciones como consecuencia de que estamos frente a una enfermedad contagiosa.

Ahora, creo que hay una construcción discursiva, que no son de los que gestionan sino de Patricia Bullrich y Hernán Lombardi, que trata de alinearse con una corriente internacional donde están los Bolsonaro y los Trump, que es muy crítica a la posibilidad de intervención del Estado y a la negación de lo público e, incluso, a la negación de la sociedad. Ahora, esa construcción discursiva dogmática no se corrobora con la realidad en ningún país del mundo. Es tan duro el mensaje dogmático -le pasa a todos los dogmatismos- porque se arma desde lugares imaginarios que no necesariamente tienen relatos empíricos con la realidad. Una cosa es el discurso público con el cual ellos decidieron confrontar y otra cosa es la responsabilidad de gestión. Lo contradictorio en que aquellas personas que tienen que gestionar se mantengan calladas frente a la irracionalidad del discurso público de su propio espacio político que recomienda hacer cualquier otra cosa.
– ¿Cree que Horacio Rodríguez Larreta va a poder acompañar ese comunicado desde la gestión cuando ya se ve que los hospitales están llegando al límite de su capacidad?
– Creo que Larreta se caracteriza por construir sin opinar. No utiliza ni las palabras ni el discurso para crear sentido. Me parece que construye a través de hechos simbólicos o de imágenes, entonces va a tratar de mantenerse en el medio de esa contradicción que existe en Juntos por el Cambio. Manejan la ambigüedad, y esa es la clave de la oposición. Ellos pueden decir que el auto es negro y en la misma oración que el auto es blanco. Además, cuentan con los medios hegemónicos de comunicación, con profesionales de la comunicación, que les arman los mensajes de tal manera que al oído del espectador no parezca contradictorio, por lo menos en una primera impresión. La caracterización que ellos hacen de lo que debería ocurrir no tiene nada que ver con la caracterización de lo que efectivamente ocurre en los municipios que ellos gobiernan, pero sin embargo eso se articula. El discurso de Fernán Quirós tiene mucha potencia, sin embargo, la gestión en salud en la Ciudad de Buenos Aires es la que tiene peores indicadores para mostrar por la caída de la tasa de inversión pública, y el problema qué hay con los médicos y los enfermeros municipales. Sin embargo, es uno de los funcionarios mejor vistos.
“Lo contradictorio en que aquellas personas que tienen que gestionar se mantengan calladas frente a la irracionalidad del discurso público de su propio espacio político que recomienda hacer cualquier otra cosa”.
– Juntos por el Cambio cuestiona -en el comunicado- un cambio en las reglas de juego en relación con una posible postergación de las PASO por razones sanitarias. Pero en este contexto, ¿no sería imposible que se realicen en la fecha prevista?
– Lo primero que se ve es la falta de liderazgo que existe en la oposición. Hay un liderazgo tácito que es el de Macri pero no es un liderazgo operativo. Entonces, lo que tiene que hacer es administrar las contradicciones existentes dentro de la coalición, entre aquellos sectores que dicen “ningún acuerdo con el kirchnerismo porque lo que tenemos que hacer es provocar el derrumbe” y aquellos que dicen “guarda porque si hay pandemia el electorado mayor, que es el que nos acompaña en las elecciones, le va a costar ir a votar y tácticamente nos beneficia que se posterguen”. Y en el medio un montón de variables. Como no hay liderazgo lo que tratan de hacer es acordar cuestiones de muy corto plazo donde puedan estar todos de acuerdo y patear la pelota para adelante en las grandes definiciones. Por ejemplo, si en este momento conviene un gran acuerdo nacional el Pro no está en condiciones de darlo, entonces define tácticamente. Lo que se nota es la falta de partido político, que nos pasa un poco a nosotros también: la dificultad de armonizar las contradicciones internas.

– ¿Cómo ves el intento de Larreta de diferenciarse de Macri?
– Yo creo que Macri es, sin lugar a duda, el líder de la oposición y el líder de Juntos por el Cambio. Es el tipo que tiene mayor vocación de poder, mayor capacidad de articular y más capacidad de incidir en la realidad. Tal vez se compró un canal de televisión, lo que muestra su vocación de pelea. Lo que creo es que dentro de Juntos por el Cambio se da un debate con relación a qué hacer con el expresidente. Nos pasó a nosotros con Cristina y le pasó al radicalismo con Alfonsín. Alfonsín solía contar que Felipe González le decía que un expresidente era un jarrón chino: algo muy caro y vistoso, pero que nadie sabe dónde ponerlo. Un expresidente tiene un valor simbólico y una identidad muy fuerte, en algún punto tiene cosas para aportar, pero el resto del partido lo ve más como parte del pasado que del futuro. Entonces, la relación de un expresidente -después de haber perdido una elección- con el resto de sus compañeros es tensa. Salvo que se dé que todos estén de acuerdo en que tiene que seguir, que no se dio el caso. O que él mismo estuviera de acuerdo en que su etapa de protagonismo término, lo que tampoco sería el caso. Entonces, estamos viendo un proceso típico de una oposición que se está tratando de reinventar con roles que no quedan claros. Además, la pandemia le da la sensación a Macri que está frente a la oportunidad de que puede borrar parte de su fracaso de gobierno de la memoria colectiva si consigue que los indicadores malos que dejó sean superados por otros indicadores negativos, ya no como consecuencias de una mala gestión sino como consecuencia del derrumbe de la economía mundial. A esto hay que agregarle otro factor que es la falta de cuadros políticos en la oposición que tengan las virtudes suficientes como para pelearle a Macri.
“La pandemia le da la sensación a Macri que está frente a la oportunidad de que puede borrar parte de su fracaso de gobierno de la memoria colectiva”.
– Esta relación obscena que Macri tiene con parte del poder judicial también tiene un correlato en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pese a que Larreta parece más cauto, ¿no?
– Todo el mundo sabía que Macri era un tramposo, y muchos de los que lo eligieron, lo eligieron por eso, porque era un vivo. Larreta no da la imagen de tramposo, con sus virtudes y sus defectos es otra cosa. En la Ciudad de Buenos Aires, por este desconocimiento de cómo funcionan sus instituciones, las presiones de la sociedad al poder político son menores que las presiones sobre el poder político nacional. Por ejemplo, a nadie se le ocurre preguntarle a Larreta quien es Santiago Otamendi, miembro actual del tribunal superior y ex miembro de la mesa judicial de Macri, a nadie se le ocurre preguntarle cuáles son sus políticas para sostener el empleo porque en el imaginario colectivo depende exclusivamente del mercado o se supone que es una responsabilidad del Ministerio de Trabajo de la Nación.

– Máximo Kirchner analizaba en el recinto que Macri intenta afiliar a Perón a Juntos por el Cambio, pero no habla de Alem, Yrigoyen, y ni siquiera debe saber quien fue Karakachoff. ¿Cómo ves el rol del radicalismo dentro de Juntos por el Cambio, de cara a las próximas elecciones?
– Yo creo que el radicalismo no tiene proyecto nacional, entonces no tiene vocación de liderar seriamente nada. Y creo que los portavoces de la oposición suelen ser referentes de la derecha más dura, no provienen del radicalismo. El único tipo que había conseguido cierto espacio y reconocimiento fue Ernesto Sanz y como se peleó con Macri se fue de la política. Me parece que los partidos políticos tienen cierta relevancia y gravitación en el interior del país, pero en los grandes centros urbanos y en los temas nacionales quedan muy postergados. Por ejemplo, Hernán Lombardi no habla por el radicalismo, habla por Juntos por el Cambio, pero su precedencia militante es del radicalismo. Eso es porque tanto por izquierda como por derecha el radicalismo como aparato político expulsó a las personas que le daban más importancia al debate de ideas. Lo expulsó incluso a Ricardo Alfonsín, expulsó a gente que no se fue a ningún lado como el caso de Federico Storani, que era un tipo que tenía para aportar desde las ideas, pero no era escuchado porque entre el idealismo y el pragmatismo, la pelea la ganó el pragmatismo. Entonces, el radicalismo se cansó de perder elecciones y llegó a la conclusión de que la única manera de volverse competitivo era delegando su representación en la opinión pública, en los profesionales de la comunicación. Se vinculó a la derecha más dura que se había constituido a través de operaciones comunicacionales y delegó en ello la vocería del espacio. Sacando a Martin Lousteau, que es el único que trata de hacer fuerza en esa línea, a todos les resulta cómodo que los portavoces de la oposición sean cuadros duros de la derecha. No les genera ruido mientras a ellos se les garantice sus compromisos de gestión o sus compromisos electorales en el armado de la boleta. Cuando Máximo les dice porqué no reflexionan sobre la idea de un radicalismo ausente en el debate político de Juntos por el Cambio, yo pensaba que en algún punto los radicales prefieren que Macri no hable de Karakachof, porque les daría vergüenza que lo haga. Nadie le exige eso a Macri. Es esto de la ambigüedad y la contradicción con la que se manejan.
“El radicalismo no tiene proyecto nacional, entonces no tiene vocación de liderar seriamente nada”.
– Respecto a la llegada de la segunda ola de Covid-19 y este aumento tan abrupto de contagios, ¿por qué hay que continuar con la presencialidad en las escuelas?
– Creo que la presión de los padres por la logística familiar es muy fuerte, pero además es una forma de negar la tragedia. Lo que creo es que hay que monitorear mucho. Hay que tener un termómetro para saber exactamente lo que está pasando porque hay mucha contradicción en la información, y segundo lo que hay que probar es realizar cierres intermitentes. No creo que sea posible volver a la situación del año pasado – salvo que tengamos comprobado que la situación se desmadra en los colegios – pero habría que pensar cierres intermitentes para ganar tiempo para seguir con la vacunación y para aplanar la curva. Creo que es un poco la política sanitaria que hay que tener de acá a fin de año: cierres intermitentes que vayan controlando la ocupación de camas de terapia intensiva en los hospitales para que no se sature el sistema de salud pública y privado.
– Se pone el foco en la falta de cuidados de los jóvenes. ¿Considera que es debido a ellos el aumento de casos?
– Acá lo que uno construyó acerca de esta enfermedad es que es muy contagiosa, y que quienes son vectores de esa enfermedad lo hacen, no por malas personas, sino porque no se sienten enfermos. Entonces contagian involuntariamente. Y los que se contagian y no se sienten enfermos son los pibes. Cuando uno es joven suele creer en lo que ve. ‘Yo soy portador de un virus que puede llegar a matar a alguien’ es una abstracción que no la tenés presente todo el tiempo. Y ninguno de nosotros la tiene presente todo el tiempo. De todas formas, no creo que el problema sean los jóvenes, sino el grado de inconsciencia de la sociedad en general. Me parece también que hay una sociedad bastante infantil que no reconoce los límites que tenemos como sociedad. Primero: actuamos a veces como si fuéramos inmortales, no somos conscientes de la finitud de la existencia, entonces le damos poca importancia a las cosas importantes. Por ejemplo, le damos mucha importancia al dinero, poca importancia a las relaciones emocionales.

En segundo lugar, hay una negación de la realidad cuando no nos gusta. No sé porqué pasa esto, pero es infantil, y como sociedad no nos permite enfrentar problemas complejos. Pero también pasa en otros países del mundo, a los norteamericanos les pasó con Trump, y Merkel – que es una de las líderes mundiales más racionales – tuvo que retroceder frente a la insensatez de la opinión pública, que no quería escuchar lo que ella quería transmitir en materia de restricciones. Me parece que jugamos, como sociedad, demasiado al límite. Por otro lado, creo que las sociedades que pasaron por situaciones muy traumáticas, como guerras, tienen otro tipo de respuestas. Por ejemplo, no es casual que Israel sea uno de los países del mundo que esté resolviendo esto de mejor manera. Tienen la idea del dolor más presente, más allá de la geopolítica. También nos acostumbramos y naturalizamos escándalos éticos como pueden ser la pobreza o la desnutrición. La única forma de convivir con el dolor es negándolo o volviéndonos insensibles. Otro punto es que está en crisis la idea de lo público, conceptualmente hablando. El hiper-individualismo puso en jaque la idea de lo público, lo colectivo y lo gregario. Por ejemplo, la idea de salud pública. Para mucha gente la salud es la salud biológica, física y no hay algo así como una salud pública. Entonces, las respuestas colectivas son percibidas como invasivas de la libertad individual. Es como si no hubiera un yo colectivo más importante y creo que tiene que ver con la crisis de la sociedad moderna donde el partido, la nación, la sociedad, se mueren y todo termina simplificando en lo que uno puede mirar y tocar.
“No creo que el problema sean los jóvenes frente a la pandemia, sino el grado de inconsciencia de la sociedad en general”.
– ¿Con respecto a los jóvenes, observás que la derecha tiene hoy una mayor capacidad para interpelarlos?
– Sí, primero creo que es un fenómeno global, está pasando en todo el planeta. Hay un proceso de politización por derecha de los pibes. Hay una cosa que surgió en los foros de los gamer y después en las redes sociales de incorrección política como respuesta a lo que fue nuestro lustro más glorioso, que fue del 2010 al 2015, donde logramos desde la izquierda popular, democrática, feminista y racional instalar temas de agenda pública como la inclusión la igualdad de género o las libertades sexuales. Eso se expandió mucho y fue un cambio cultural que fue tan profundo, que género que, por ejemplo, mucha gente se sintiera cuestionada por su manera de hablar. Para nosotros el humor cambió en esos cinco años: es impensado que un cómico remate un chiste como lo hacía Olmedo. Ahora, eso fue decodificado por un sector de la sociedad como una suerte de policía moral que les decía cómo tenían que pensar y cómo tenían que hablar. Generó una reacción y se produce lo que muchos autores denominan inversión retórica. Los privilegiados dejaron de ser los terratenientes y los grandes banqueros industriales para pasar a ser los que viven de un plan social. Se empezó a hablar de las feminazis y el totalitarismo feminista, de la dictadura de las minorías, se empezó a hablar de la incorrección política como respuesta. Además, lo irracional comenzó a ser muy festejado en estos foros. En las primeras plataformas donde se empezó a dar esto, los jóvenes podían poner sus pensamientos más oscuros amparados en el anonimato. Esto se convirtió en caldo de cultivo de pensamientos de ultraderecha. Al principio se dicen cosas jugando, pensando que es un chiste y una ironía, y después esos discursos delirantes, mal vistos como chistes, pasan a ser oficializados por los grandes medios de comunicación. En España por ejemplo hay actos que reivindican al falangismo – protagonizado por chicos muy chicos – o al nazismo.
“Antes nadie se decía de derecha, pero hoy hay gente que se reivindica orgullosamente de la derecha reaccionaria”.
– ¿Eso significa que los jóvenes se politizan por derecha?
– No. Significa que hay un proceso por derecha que era impensado por nosotros, y está siendo percibido. Tanto es así que antes nadie se decía de derecha, pero hoy hay gente que se reivindica orgullosamente de la derecha reaccionaria. Son libertarios, pero están en contra del aborto. Creen en la libertad y la libertad individual llega incluso a la posibilidad de agredir sin ningún filtro. Y se empieza a dar una situación con ribetes psicóticos, donde estos personajes se empiezan a pelear contra fantasmas inexistentes.
– ¿Hay un escenario virtual en el que la derecha opera mejor que la centro izquierda?
– Creo que ellos dicen que el socialismo ganó la batalla cultural, entonces para dar la batalla cultural contra el socialismo leyeron a Gramsci, y probablemente lo interpretaron mejor que nosotros, porque lo que ellos manejaron con alguna inteligencia son las palabras. El macrismo construyó con inteligencia las imágenes, pero no fue tan bueno con la construcción de las palabras. Las consignas del Pro pocas veces fueron disruptivas, lo que fue disruptivo fue el amarillo, la puesta en escena, la estética circense, la forma de vestirse, pero no las palabras. Pero esta derecha que surge, que compite con el Pro, tiene formación filosófica y al tener formación filosófica trata de comerle electorado a ellos intentando elevar el nivel de discusión utilizando argumentos filosóficos y teóricos para poner en contradicción el discurso de la centro derecha o de la derecha más moderada. No es que manejan mejor la virtualidad, leen mejor lo que está pasando y tienen menos escrúpulos. Apareció una ultraderecha reaccionaria que compite y seduce a la derecha moderada de Cambiemos agregándole valor, en el sentido de que les condicionan sus propias consignas.