El mercado de cambios en Argentina históricamente estuvo signado por contrariedades y cambios dramáticos. El acceso a divisas internacionales ha sido siempre problemático, porque el dólar en Argentina reviste carácter de recurso escaso. La dificultad de construir una moneda estable, producto de los vaivenes económicos que destruyeron el valor de la moneda, decanta en un virtual fetichismo por el billete verde. El aparente “callejón sin salida” parece cerrarse más cuando la insuficiencia de dólares se vuelve operativa, al punto de forzar devaluaciones del peso. Como profecía autocumplida, la culminación de las crisis cambiarias refuerzan la desconfianza en las instituciones monetarias y se estratifican en la “memoria económica” de nuestro pueblo. Se propaga una cultura dolarizadora difícil de romper.
El ciclo que vivimos en los últimos años, no parece escapar a esta caracterización. Mauricio Macri asumió una economía con controles de cambios, que desarticuló automáticamente. La expectativa del equipo económico de Cambiemos era aprovechar un “shock de expectativas” para absorber flujos de liquidez globales, en función a la confianza que generaría una administración pro mercado. No se puede negar que los capitales llegaron, aunque más que “lluvia de inversiones” fue una lluvia ácida de fondos golondrina, que llegaban para valorizar financieramente sus posiciones, y marcharon cuando el panorama empezó a oscurecerse.
La dificultad de construir una moneda estable decanta en un virtual fetichismo por el dólar.
El mercado de cambios funcionando “en libertad”, empezó a acumular desequilibrios desde 2016. Ya ese año, la formación de activos externos (tecnicismo de la fuga de capitales), consolidó casi U$S 10.000 millones. Se trató de cientos de miles de minoristas y empresas sacando dólares del sistema para canalizarlos al canal informal de la economía. La situación solo empeoró los años posteriores. En 2017 se fugaron U$S 22.100 millones, en 2018 la cifra escaló a los U$S 27.200 millones, mientras que el 2019 (ya con cepo al final de año), consolidó unos U$S 26.900 millones de fuga de capitales.
Claro que las incongruencias del esquema macroeconómico anterior no estaban solamente vinculados a la formación de activos externos. El ingreso de dólares especulativos empezó a generar una apreciación paulatina de la moneda, que se profundizó durante el 2017, cuando el Poder Ejecutivo pisó ex profeso la cotización del dólar para generar un clima más favorable de cara a las elecciones de medio término. Así, ese año cerró con un déficit de cuenta corriente de 4,9% del PBI, que escaló a 5,2% en 2018. Fue el récord en lo que va del siglo XXI.
La falta de controles del macrismo no atrajo una “lluvia de inversiones”, sino fondos golondrina.
Los desbalances en el sector externo fueron cubiertos con deuda externa. La bicicleta financiera se alimentó de la voracidad infinita del mercado, que absorbía toda colocación de deuda pública. La misma venía a cubrir los desbalances presupuestarios en pesos, con el irremediable pecado de todo modelo de endeudamiento acelerado: tomar deuda en dólares para cubrir gasto corriente interno. El modelo económico entró en franca contradicción en 2018 cuando Argentina quedó aislada del acceso a los mercados de crédito. Todo lo que ocurrió desde entonces, conjugó “efecto dominó” e impericia en el control de daños. La posterior incursión en el Fondo Monetario, la pésima administración del préstamo recibido, la temeraria gestión financiera en los días previos a las elecciones primarias y la posterior incapacidad para frenar la corrida. Macri cerró su gobierno, volviendo a implementar el cepo que aborrecía y que había suprimido inicialmente. Una parábola maravillosa, que quedará como ejemplo histórico de las consecuencias de subestimar los problemas sistémicos de nuestra economía.
Así las cosas, el estado del arte cuando inicia su gobierno Alberto Fernández mostraba una economía sobre endeudada, defaulteada y con restricciones operativas en el mercado de cambios. Es paradójico que habiendo pasado solo nueve meses, hoy muchos representantes del establishment endilgan los problemas de escasez de dólares a la actual administración. No hubo en estos meses una sola decisión de Gobierno que agravara la escasez de divisas. Todo lo contrario: se avanzó en el cierre de la deuda con bonistas internacionales, se eliminaron los saltos abruptos del dólar gracias al esquema de micro correcciones, y se recompuso el mercado de deuda en pesos, a partir de honrar todos los compromisos en moneda local, logrando altos niveles de renovaciones.
Macri cerró su gobierno, volviendo a implementar el cepo que aborrecía y que había suprimido inicialmente.
Los desastres de la herencia recibida, no son excusa para no resolver los desafíos del mercado cambiario hacia delante. A la hora de abordar esta discusión, se debe hablar sin hipocresía ni apelando a soluciones mágicas. El liberalismo, por caso, pugna por volver a un esquema de desregulación plena, con convergencia automática a un tipo de cambio único. Eso, en este contexto, es sencillamente inaplicable. Nadie niega que una economía funcionando en normalidad no podría pensarse con controles cambiarios permanentes. Ningún país de la región con una macroeconomía -más o menos- sana, presenta esquemas de cepo rígidos. Pero construir esa solidez, no es algo que se pueda lograr de un mes (o un año) al otro. Se requiere transitar un recorrido largo, donde se va recuperando la confianza a partir del crecimiento económico, la estabilidad cambiaria, una recomposición más consolidada del ahorro en moneda local y mayor holgura en materia de reservas internacionales.
En un contexto de delicados e inestables equilibrios internos, no parece sensato prenderle una vela al destino, esperando que las variables macroeconómicas se acomoden solas. El solo cierre del problema de la deuda puede no ser suficiente para aliviar el resto de las problemas cambiarios. Este último mes, nuestra economía ya sintió el primer cimbronazo del esquema en curso. Las cotizaciones alternativas de dólar, registraron un salto importante. Buena parte de esto se explica por aspectos coyunturales, relativos al canje de deuda, pero eso no minimiza los riesgos a corto y mediano plazo, en caso de que la situación se siga precipitando. Y más allá de que los fundamentos de fondo acompañen, la tapa de los diarios pesa, y no es sano gobernar una economía donde la comidilla de todos los medios opositores sea el precio del dólar.
El cierre del problema de la deuda puede no ser suficiente para aliviar el resto de las problemas cambiarios.
En plan de pensar caminos alternativos, una posibilidad transitoria sería formalizar el desdoblamiento cambiario, legalizando el mercado financiero. Esto es, dar lugar a un mercado paralelo de compra y venta de dólares (u otras divisas) donde puedan operar libremente los actores privados, ya sean consumidores o empresas. Obviamente, la cotización en este mercado no tendría intervención del Banco Central, a menos que la autoridad monetaria lo considere conveniente. La gran ventaja de este esquema, sería aliviar las tensiones continuas por parte de quienes ven en las restricciones de acceso al mercado cambiario una limitación en sus libertades económicas. Ese argumento tan ramplón, no tiene razón de ser, pero igualmente pesa. Con el paso de los meses, hace mella en la opinión pública, y erosiona la visión sobre la marcha general de la economía.
Desdoblar el mercado cambiario en un segmento comercial y otro financiero no es una solución de fondo, sin dudas. Los problemas con el dólar son solo la fiebre que brota de una enfermedad más grave. Salir del laberinto del mercado cambiario, va a requerir de un trabajo largo y oficioso. Pero para eso, es fundamental agotar las alternativas y no sucumbir en el primer intento.
*Economista UBA/UNdAv