La bailarina se había involucrado con el tango algunos años antes de esos finales de los años 80. Era una marcha de las Madres y de las Abuelas, por las callecitas de Buenos Aires. Justo tenía en su bolso un cassette del Maestro: con él aprendía, con él ya impartía clases, aunque el tempo nada mecánico, irregular, cero monocorde de su música, complicara el hilo de los pasos más sencillos. O justamente por ello.
Y él estaba allí adelante, caminando entre la gente a paso lento pero seguro. Detrás de esos anteojos gigantes. Detrás de una sonrisa sempiterna. Ella apuró el paso y llegó a su lado. Con timidez le pidió: “Maestro, me firmaría un autógrafo en el cassette”. La respuesta afirmativa está ahí, sobre la mesa. En la etiqueta dice La Yumba. Y con birome azul: “Osvaldo Pugliese, por la revolución”.
Eso era el Maestro. Así como sus melodías rompen constantemente los tempos tradicionales, el hombre quebró siempre los estándares en la vida. Ese tipo del que por estas horas se celebran los 115 años de su nacimiento, aunque haya muerto ya hace 25. El que tal vez nadie se haya reflejado mejor que él mismo: “Nunca me considero un artista, sino un laburante de la música. Y un laburante bastante cómodo, porque trabajar, trabajan los de las fábricas, el puerto. Pero digo que siempre me sentí uno más”.

Cómo no iba a ser músico si toda su familia lo era y tocaba en las orquestas del barrio, el entonces proletario Villa Crespo. Cómo no iba a considerarse un trabajador si lo mamó desde la cuna. Su padre, Adolfo, tocaba la flauta: le regaló un violín –como a sus hermanos Vicente Salvador y Alberto Roque- y lo inscribió en el Conservatorio Odeón, de Villa Crespo. Aunque Osvaldo luego descubrió que el instrumento que realmente lo apasionaría durante toda su vida fue el piano. Sus mejores maestros fueron Pedro Rubione y Vicente Scaramuzza. Su primer trío lo formó cuando recién pisaba los 15, con el bandoneonista Domingo Faillac y el violinista Alfredo Ferrito: juntos debutaron en el “Café de la Chancha”. Poco después se integró al conjunto que lideraba la primera bandoneonista de la Argentina, Francisca Bernardo, “Paquita” o “la flor de Villa Crespo”.
Por más de 70 años, en vida, integró el podio mayor de la música ciudadana. Tocó con todos y todos lo consideraron un maestro. Por su orquesta, pasaron los más destacados cantantes e intérpretes como Roberto Chanel, Alberto Morán, Jorge Vidal, Jorge Maciel, Miguel Montero, Alfredo Belusi, Adrián Guida y Abel Córdoba. Administraba sus orquestas con sentido cooperativista: “Me sostuvo la férrea voluntad de mantener la música popular. Otros con menos carácter hubieran abandonado. Por ser una cooperativa, todos peleaban por su subsistencia, no era solo el director que peleaba por su nombre… “. En el 36 fue el director de su primer sexteto, que integraron Alfredo Calabró, Juan Abelardo Fernández, Marcos Madrigal (bandoneones), Rolando Curzel y Juan Pedro Potenza (violines) y Aniceto Rossi (contrabajo). Debutaron el 11 de agosto en el Café El Nacional.

Una sola vez tocó con el Polaco Goyeneche. Fueron dos temas en el Ópera, a principios de los 80. Una sola vez lo hizo con Astor Piazzola. Fue en Ámsterdam, Holanda. Recibió la siguiente presentación: “Pugliese le dio el sabor al tango, ese canyengue que tiene el tango. Nadie lo puede superar. Porque él creo el estilo. Ese ritmo es a la manera del Pugliese”. El Maestro lo retribuyó: “Lo que más me gusta de la música de Piazzola es el empuje. Es muy inquieto, instaló siempre nuevas formas. Que siga siempre con ese poder revolucionario que tiene en la ‘zabiola’”. El Maestro tenía cerca de 80 años: jamás dejó de ser un emblema insuperable de la cultura popular.
Justamente en 1985 cumplió esa edad y se cumplió el clamor de décadas anteriores cuando la gente homenajeaba su destreza y le gritaba “al Colón, al Colón”. La democracia flamante homenajeaba al viejo maestro que no dejaría de tocar hasta su muerte. Allí también tocó y el teatro entero se postró ante su historia y su talento. Llovieron flores sobre el escenario lanzadas por el público. El propio Pugliese aseguraría que esa noche era de ellos, “de la masa popular amante de nuestro querido género, el tango. Nosotros somos un poroto de la máxima cantera, un tornillo de esta máquina”. Y celebró que “unos amigos tuvieron la idea de abrir el Colón a la música popular”.

Fue ciudadano ilustre de la CABA, el gobierno de Cuba le otorgó la medalla “Alejo Carpentier” y el francés lo nombró Commandeur de L’Ordre des Arts et Letters, entre infinitas distinciones. Aunque tal vez él siempre haya validado más la de sus colegas, sus pares. Cuando tenía 30, en 1935, fue uno de los impulsores del Sindicato Argentino de Músicos. Siempre lució con orgullo el carnet de afiliado número 5. Un año después, también adhirió al Partido Comunista Argentino: fue el afiliado número 108. Sufrió censura, todo tipo de persecuciones, incluso cárcel. Pero aun entre rejas, jamás dejó de tocar, con un fuerte sentido popular e ideologizado. Tantas veces sus músicos dejaron una flor roja sobre el piano vacío para anunciar que el director de la orquesta estaba preso.
Alguna vez le preguntaron el porqué de su estilo y respondió: “Nosotros partimos de la etapa de Julio de Caro. No es que la escuché. Viví esa etapa. No impuse una superación sino que la evolución vino sola, por necesidad específica y por necesidad interna, espiritual”. Creó más de 150 canciones. Grabó cerca de 700 piezas de otros músicos y autores. “La Beba”, “Negracha”, “Malandraca”, Adiós Bardi, Recién, “Barro”, “Una vez”, “El encopado”. “Recuerdo” también fue uno de sus grandes temas. El Maestro adosó una música que es el símbolo del tango, a la letra de Eduardo Moreno: “Ayer cantaron poetas y lloraron las orquestas, en las suaves noches del ambiente del placer…”. Pero su tema emblemático siempre será La Yumba. Lo grabó en 1946. La marca está en el primer compás. Muchos de los bandoneones de su orquesta lo acompañaron en esa versión mágica, insuperable que todos ellos tocaron en el Colón.
Hoy una estación del subte B, la ex Malabia, en pleno Villa Crespo lleva su nombre.
Hoy, uno de esos nietos que Pugliese reclamaba en aquella marcha y ayudó a recuperar, Ignacio Montoya Carlotto, lo define: “En el lenguaje del tango empecé a entender que Pugliese es uno de esos personajes necesarios y fundamentales que de no existir habría que inventarlos. Y como dicen en el fútbol, un jugadorazo tanto adentro como afuera de la cancha”.

Hoy, la pianista y compositora argentina Lilián Saba, precisa: “Pugliese ha sido y es para los músicos argentinos un símbolo de dignidad, coherencia, honestidad, compañerismo y de gran amor por la música. Su exquisita sensibilidad también se ha revelado en el toque pianístico, siempre eligió la profundidad al histrionismo, la claridad conceptual a la especulación discursiva, el aplomo a la velocidad y jerarquizó el valor del silencio en el momento preciso”.
Hoy se agiganta su imagen y hasta es símbolo de buena fortuna. La leyenda asegura que fue durante un recital de Charly cuando una serie de problemas técnicos, recurrentes, insospechados impedían el comienzo del show. Pero un auxiliar puso a sonar un disco del Maestro y las soluciones llegaron casi mágicamente. Dicen que García esa noche, hizo uno de sus recitales más extraordinarios y que siempre tuvo presente el episodio previo. Dicen que ese día nació el mito.
Y que poco después se creó la leyenda con la frase que se adosó a la estampita de San Pugliese: “Protégenos de todo aquel que no escucha. Ampáranos de la mufa de los que insisten con la patita de pollo nacional. Ayúdanos a entrar en la armonía e ilumínanos para que no sea la desgracia la única acción cooperativa. Llévanos con tu misterio hacia una pasión que no parta los huesos y no nos dejes en silencio mirando un bandoneón sobre una silla”.
Dicen que jamás debe faltar el “Pugliese, Pugliese, Pugliese”, antes de cada show, toda vez que esté por levantarse el telón, un instante antes de prenderse las luces del escenario. Como si fuera necesario ese influjo del primer acorde de La Yumba para recordar el talento inmenso del gran maestro, para que su imagen ahuyente la mufa.