A sus 80 años de edad murió hoy Alberto Szpunberg, en Barcelona, donde se exilió en 1977 y a la que regresó, tras su vuelta a Buenos Aires, para estar junto a sus hijos. Obtuvo varios premios por su extensa obra poética, que desarrolló junto a su labor periodística y docente. Fue uno de los primeros profesores de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo.
En la mañana de hoy, viernes 13 de noviembre, murió en Barcelona, el poeta y periodista Alberto Szpunberg. Nacido en Buenos Aires en septiembre de 1940, el intelectual y militante revolucionario se exilió en la ciudad de El Masnau, Barcelona, a partir de mayo de 1977.
Szunberg fue uno de los cofundadores de la Brigada Masetti, redactor del diario La Opinión y director de su suplemento cultural entre 1975 y 1976. Dictó el seminario “Literatura y Política” en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, entre 2001 y 2002, lo que constituyó uno de los primeros cursos regulares de esa casa de altos estudios que en abril pasado cumplió 20 años. En junio, la editorial de la Biblioteca Nacional había presentado el libro “Guardianes de Piatock: miradas sobre Alberto Szpunberg”, que reúne un conjunto de poemas del escritor, seleccionados y comentados por distintos referentes de la cultura.
Dictó el seminario “Literatura y Política” en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, entre 2001 y 2002.
Su labor poética recogió varios premios. Entre ellos, el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado por “Luces que a lo lejos”, en 1993; y el “Rosa de Cobre” de la Biblioteca Nacional, y el Konex, ambos en 2014. En el año 2002, junto a quien esto escribe, se tomó el colectivo 180 en Primera Junta, para leer poemas una tarde de domingo, en el barrio La Juanita, partido de La Matanza, ante un centenar de militantes de un movimiento de trabajadores desocupados. Ser un poeta de su pueblo fue, sin dudas, el premio mayor, pero no consta en galardón alguno.
El exterminador
El 30 de abril de 2011 había muerto Ernesto Sábato, intelectual orgánico del alfonsinismo, prosista de la Teoría de los Dos Demonios y personaje público de la política de velada impunidad propuesta por el radicalismo a partir de diciembre de 1983, para transitar la post dictadura.
En 2002, se tomó el colectivo 180 en Primera Junta, para leer poemas una tarde de domingo,en La Matanza, ante un centenar de militantes de un movimiento de trabajadores desocupados.
Algo de todo esto dije en una columna del diario Tiempo Argentino, donde escribía regularmente, para discutir la catarata de comentarios benévolos para con el escritor que abundaban por aquellos días. Sábato era presentado como un héroe de la democracia y un ejemplo cívico, y se evitaba puntillosamente referirse, entre otras conductas reprochables del novelista, al almuerzo que había mantenido junto a otros intelectuales con el dictador Jorge Rafael Videla, el 19 de mayo de 1976, en la que Sábato no sólo evitó reclamar por el secuestro de Haroldo Conti, sino que a la salida del encuentro declaró a los periodistas: “El general me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresiono la amplitud de criterio y la cultura del presidente”.
Le pedí entonces al poeta Alberto Szpunberg que escriba una columna sobre Sábato para la revista de las Madres de Plaza de Mayo, ¡Ni un paso atrás!, que yo dirigía entonces y que distribuíamos mensualmente junto a la edición del primer viernes de cada mes del diario. Descontaba que coincidiríamos en la línea editorial.
Su labor poética recogió varios premios, entre ellos el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado, el “Rosa de Cobre” de la Biblioteca Nacional y el Konex.
Szpunberg, si bien no estaba siempre de acuerdo con Hebe, había aceptado generosamente participar de la naciente Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, donde dictó entre 2001 y 2002 el primer seminario sobre “Literatura y política”, de duración anual, que yo cursé junto a una de las Madres, Celia “Chela” de Prósperi.
Alberto, sin embargo, respondió inmediatamente a mi correo y declinó la invitación para escribir aquella vez en la revista, porque “vengo de mi primera sesión de quimioterapia y ando más boleado de lo habitual”. Decía sentirse “como un plan de lucha, aunque sin ocupaciones de fábrica”.
Fue uno de los cofundadores de la Brigada Masetti, redactor del diario La Opinión y director de su suplemento cultural entre 1975 y 1976.
No obstante su estado de ánimo por el inicio de tratamiento, me relató una anécdota sobre Sábato, que transcribo textualmente ahora:
Habrá sido por los finales de 1974. El mundo político estaba pendiente de quién iba a suceder al general Numa Laplane en la jefatura del Ejército o el Estado Mayor o algo parecido. Numa Laplane era visualizado como un fascista y, por lo tanto, un antiliberal, totalitario, autoritario, mano dura, hijo de puta, y todo eso era cierto. Creo que su sucesor era el general Cáceres, de su misma calaña. Pero había otro candidato: el general Jorge Rafael Videla, al parecer apadrinado por Lanusse y el “sector liberal de las FF.AA.”… y hasta “progresista”…
En esos días, llegué a La Opinión, donde trabajaba, y me encontré con Timerman, al pie del ascensor. Viajamos solos y la charlita en ese miniviaje fue genial:
–¡Estamos salvados, Szpunberg!–me dijo Timerman, respirando bien hondo, como quien se quita un peso de encima…
–¿Por qué? –le pregunté…
–Me acaban de confirmar que el cargo es para Videla…
– ¿Y eso qué significa? –me hice el inocente.
– Mire, Szpunberg, Videla es un general cultísimo… Ayer mismo hablé con Sábato y me contó que lo acababa de llamar Videla para felicitarlo por “Abadón, el exterminador”…
De todo este menjunje de cultura, liberalismo, fascismo, ingenuidad clase mediera e hijaputez, sólo quedó en claro, como negro sobre blanco, un solo proyecto: el del “exterminador”…
En buenas manos
Hacia el final del mail, Alberto incluyó la siguiente aclaración: “Perdoná que a todo esto no le dé forma de nota, pero es que la primera quimio me dejó más abombado que lo habitual. De todos modos, estas historias quedan en buenas manos”.
Dijo sentirse “como un plan de lucha, aunque sin ocupaciones de fábrica” al excusarse de escribir en la revista de las Madres. Había tenido su primera sesión de quimioterapia.
Cumplo en reproducir la historia, como, entiendo, Alberto hubiera deseado. De lo contrario, me quemaría en las manos. La forma de la nota queda un poco desteñida por la triste noticia de su partida, aunque digna, altiva, como sus “deseos esos de que algún día será como decía Paul Éluard: ‘y nuestros hijos se reirán/ de la leyenda negra/ donde lloraba un hombre solitario’”.