El guion es simple. Pero, como decir de nona, “cuidate de las aguas mansas que de las bravas me cuido yo”. En Suiza, la parte más germanófila, escasean los “agricultores”, es decir, pequeños propietarios productores de leche para el mercado local. Y en ese país no es fácil serlo: se debe pasar un riguroso examen antes de poder administrar lo que en nuestras tierras llamamos un pequeño “tambo”. Y esas dificultades son aún mayores cuando la producción no va al consumo sino a una empresa multinacional con sede en ese pequeño país, que compra y concentra el mercado fijando precios a gusto y piacere.

El drama nos trae una buena y una mala noticia. La buena: la familia tradicional se hizo añicos. La mala: no fueron los ideales del “Mayo francés” su mano ejecutora, sino el capitalismo salvaje.
En este marco tan conocido, Neumatt es una granja de linaje cuyo administrador es un padre de familia de tres hijxs: un yuppie gay, una profesora de gimnasia que odia el olor a bosta y otro hijo con dificultades de relación, seguidor del mandato paterno. Quedan como herederos no solo de las actividades comerciales, sino de la despótica abuela, que piensa morirse allí, y una madre frustrada por la orientación campestre de su vida.
Entre estos actorxs se desata el drama que nos trae una buena y una mala noticia. La buena: la familia tradicional se hizo añicos. La mala: no fueron los ideales del “Mayo francés” su mano ejecutora, sino el capitalismo salvaje la que destruyó por “costosa” las unidades familiares en nombre de los “ideales individuales”, todo como si un individuo no fuese social.
“Neumatt” o “Nuevas alturas” es una serie de Netflix más que recomendable para entender cómo cotidianeidad y capitalismo pueden ser una conjunción monstruosa.