Los organismos de derechos humanos que el 1º de junio fueron recibidos por el ministro de Justicia, Martín Soria, analizaron con él la situación de casi 400 recursos, referidos a delitos de lesa humanidad que la Corte Suprema demora en resolver. De modo que hay unas 50 causas referidas al terrorismo de Estado durante la última dictadura –diríase– en “coma inducido” por los miembros del máximo tribunal. Entre ellas, la denominada “Noche del apagón”, sobre el secuestro de 113 trabajadores del Ingenio Ledesma –38 están desaparecidos–, ocurrido entre el 20 y el 27 de julio de 1976 en el pueblo jujeño de Libertador General San Martín, más conocido como “ciudad Ledesma”.
Por tal hecho, en 2012 fueron procesados 23 militares, además del “Zar del Azúcar”, Carlos Pedro Blaquier y el ex gerente Alberto Lemos. Aquello hizo de esta historia un emblema de la complicidad civil en el genocidio.
Pero tres años después, la sala IV de la Cámara de Casación, integrada por Gustavo Hornos, Juan Carlos Gemignani y Eduardo Riggi, supo beneficiar a estos dos con “la falta de mérito”, siendo ese fallo inmediatamente apelado por la organización H.I.J.O.S. Desde entonces, el asunto permanece estancado en alguna vocalía de la Corte.
Cuando era rector de la Universidad San Andrés, Carlos Rosenkrantz recibió una millonaria donación de la familia Blaquier.
Por esa razón, la Secretaría de Derechos Humanos, con la rúbrica de su titular, Horacio Pietragalla Corti, acaba de presentar ante los “supremos” una queja para resolver de inmediato la situación procesal del magnate.
Claro que el asunto presenta un impedimento: el amistoso vínculo entre el presidente de la Corte, Carlos Rosenkrantz y la familia Blaquier.
Tanto es así que, antes de saltar hacia el despacho más importante del Palacio de Tribunales, ese magistrado tuvo el honor de recibir una millonaria donación para la Universidad de San Andrés –de la cual era rector–, realizada por la (ya difunta) esposa del imputado, Nelly Arrieta de Blaquier.
El propio Rosenkrantz lo reconoció en 2016, durante la defensa de su pliego en el Senado, al aclarar que desde la Corte no se excusaría de intervenir en esa causa contra Blaquier con un argumento impecable: la donación no era para él sino para dicha casa de altos estudios.

Sin embargo, en aquella ocasión no mencionó que su esposa, Agustina Cavanagh, era la directora ejecutiva de la Fundación Cimientos –que, según su home page, promueve la “equidad educativa” a cambio de jugosos contratos con el Estado–, mientras que su presidencia la ocupaba Miguel Blaquier, un ex abogado de la azucarera y sobrino de Carlos Pedro. El mundo es un pañuelo.
Terror bajo la oscuridad
Hace nueve años, don Blaquier acababa de cumplir 84 primaveras cuando fue citado a indagatoria. Ese 8 de agosto aún no terminaba de clarear y el anciano ya estaba en el tercer piso del Consejo de la Magistratura, sobre la céntrica calle Libertad. Había llegado con anticipación para eludir la jauría de movileros. Su estampa guardaba cierta semejanza con la del simpático Mister Magoo. Lo escoltaban tres abogados, dos hijos, un médico y el jefe de prensa del Ingenio Ledesma. El tipo declararía –a través de una videoconferencia– ante el juez federal de Jujuy, Fernando Poviña. Pese a la gravedad de los delitos que se le imputaban, Blaquier lucía distendido y dicharachero. .
En aquel mismo instante, a 106 kilómetros de San Salvador de Jujuy, manos anónimas destrozaban el enorme cartel con el cual la Secretaría de Derechos Humanos señalizó las instalaciones del polo industrial de Blaquier.
Durante la defensa de su pliego en el Senado, Rosenkrantz aclaró que no se excusaría de intervenir en la causa Ledesma porque la donación de los Blaquier era, en realidad, para la Universidad de San Andrés que dirigía.
Allí se habían desencadenado los hechos en un ya lejano martes por la noche, cuatro meses después del golpe cívico-militar. Primero fue cortado el suministro eléctrico, mientras policías, gendarmes, militares y capataces de la empresa procedían al allanamiento y el saqueo de todas las viviendas. En vehículos de la empresa, las víctimas fueron llevadas a galpones del ingenio, donde permanecieron atados y encapuchados por casi tres meses, en medio de interrogatorios y torturas. Entre los desaparecidos figuran el ex intendente del pueblo, Luis Aredez, y el sindicalista Avelino Bazán.
A más de siete lustros de aquello, mientras Blaquier era indagado por lo sucedido allí, la hija menor de Hugo Condori –el único dirigente gremial de la empresa que sobrevivió a la matanza– era amenazada en Ledesma por un motociclista encapuchado que la increpó con un mensaje: “Decile a tu viejo que deje de joder al señor Blaquier, porque lo vamos hacer pelota”.
Una semana después, su nieto, de 16 años, sufrió un intento de secuestro al salir del colegio.
También en 2012, una patota integrada por policías provinciales y matones del Ingenio Ledesma que actuaba por orden de Carlos Pedro procedía a desalojar a 700 familias de unas tierras pertenecientes a la empresa en las afueras de la ciudad. El saldo: cuatro muertos y 30 heridos.

Lo cierto es que el resurgir de la democracia no empañó el romance de Blaquier con los uniformados. Porque convirtió nada menos que en gerente de Recursos Humanos de la empresa al ahora encarcelado brigadier Teodoro Álvarez, quien –según la causa judicial– tuvo un rol notable en la persecución de los activistas del ingenio. Así de apegado al simbolismo es Blaquier.
El Rey Sol
Lo cierto es que don Carlos es un hombre múltiple. En algunas librerías de saldos todavía se pueden encontrar al menos tres obras ensayísticas suyas; a saber: Pensamientos para pensar, El milagro griego y Los amores de Luis XIV. El título del primero lo dice todo. En el segundo, el autor vuelca su lúcida mirada sobre el mundo helénico, destacando que esa civilización se erigió en “la gran conveniencia de limitar la cantidad de ciudadanos”, y sostiene aquella tesitura con un dato de suma utilidad para las sociedades contemporáneas: “En la antigua Grecia, los esclavos del Estado cumplían funciones de vigilancia y de policía”. El libro sobre el penúltimo monarca francés es, sin duda, su texto más íntimo. En parte, porque hace eje en la relación con su favorita, Françoise d’Aubigné, más conocida como Madame de Maintenon –con quien se unió en matrimonio morganático sin haberse separado de la reina María Teresa de Austria–, en una clara alusión al vínculo simultáneo que él mismo mantenía con sus esposas Nelly Arrieta y Cristina Khallouf. Desde una perspectiva más global, Blaquier se cree la reencarnación misma del Rey Sol.
De hecho, su mansión porteña, La Torcaza, sobre la Avenida Sucre, en las barrancas de San Isidro, es una versión desmejorada, casi naïf, del Palacio de Versalles. Sobrecargada con estatuas, mármoles de Carrara y un sauce llorón –obsequio del paisajista Carlos Thays–, este reyezuelo de cabotaje, atesoró bajo su techo, entre visitas de embajadores, altos dignatarios de la Iglesia y baluartes de las finanzas, la ilusión de hacer propia aquella máxima acuñada por su ídolo: “El Estado soy yo”.
La Secretaría de Derechos Humanos acaba de presentar ante los “supremos” una queja para resolver de inmediato la situación procesal del empresario.
“En el fondo, soy muy romántico”, le diría, al concluir el siglo XX, a su amigo, el marchand Nacho Gutiérrez Zaldívar, en un programa televisivo que este animaba en la ATC del menemismo. También confesó: “La filosofía me resultó de gran utilidad en mi vida empresarial”.
Beneficiado por la dictadura del general Onganía con el monopolio de la industria azucarera tras el cierre compulsivo de los ingenios tucumanos, Blaquier supo anudar fructíferos lazos de intercambio con todos los gobiernos de facto. No sólo proporcionaba listas de obreros “subversivos” y asistencia logística a las fuerzas represivas, sino que su imperio financiero fue un sostén explícito, casi obsceno, del régimen que vio la luz en 1976.
Prueba de ello es su intercambio epistolar con el entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. En una carta fechada a fines de 1978 se dirige a él con un efusivo “Querido Joe”, y no duda en expresar su “profunda admiración por la recuperación de la Argentina”. En aquella misma hoja también se refiere a sus gestiones con “el señor Harry Stenbreder” –un influyente funcionario del Departamento de Estado norteamericano– para mitigar las sanciones económicas aplicadas por el presidente Jimmy Carter a la Junta Militar debido a sus crímenes.
La impunidad de los Blaquier hoy se expresa a través de una amplia estructura de espionaje y de las presiones que ejercen en la ciudad de Ledesma.
Hay un hecho que pinta a Blaquier por entero. Durante un allanamiento efectuado tras su procesamiento en las oficinas centrales de la empresa, junto a legajos sobre trabajadores desaparecidos, también fue hallado un escrito que describe trabajos de inteligencia efectuados por orden suya en2005. Es un paper de 300 páginas sobre la marcha por la “Noche del Apagón” de ese año. Y poseía una minuta, hora por hora y día por día, sobre los preparativos de la movilización, con una lista de sus participantes.
Es que este sujeto no fue un simple colaborador de la dictadura, ya que –a diferencia del calamitoso final de sus jerarcas–, su poder continúa intacto, así como lo demuestra la estructura de espionaje a su servicio y las violentas presiones que aún hoy los esbirros de su empresa suelen ejercer en la ciudad Ledesma y sus alrededores.
A más de tres décadas y media de la restauración democrática, aquella urbe de 43 mil habitantes perdura como un santuario de la etapa más ominosa de la historia argentina. Porque esa republiqueta privada es el único territorio del país en el que la dictadura no terminó. La impunidad que (aún) acaricia a su propietario, esa figura espectral de 93 años, da cuenta de ello.