Mi Mensaje es un texto vital que Evita escribió y dictó con sus últimas fuerzas. Una relectura necesaria, siempre vigente, de su legado incandescente.
No es un libro. Es su Mensaje. Dictado con un cuerpo de 38 kilos que se ha entregado a la vida de su pueblo. Pensado durante los días de la enfermedad. Mi Mensaje es el mensaje del corazón de Esa mujer. Cualquier mortal ante la finitud, ante la carne temblorosa del final, ante el momento que podría ser el más propio, tiende a cerrarse sobre sí mismo. Se nace en soledad y se muere en soledad, piensan algunos. La condición mortal del ser humano hace que la muerte sea singular. Y sin embargo Evita, en ese momento, como en tantos otros de su corta y larga vida, a la hora de la muerte es el otro, la otra. En ese momento ella escribe, dicta, siente: “Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de los humildes, de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar”. No le alcanzan las palabras ni los pensamientos de La Razón de mi vida: “Mi amor y mi dolor no se conforman”. No ha venido a traer calma, ha venido a traer fuego, y no deja de entregarse ni en ese minuto final.
“Es lindo vivir en el pueblo… encarnarse en el pueblo”. ¡Encarnarse dice!
Mi Mensaje es un texto que hicieron desaparecer por un largo tiempo de la historia argentina. Como su cuerpo: donde estuviera, aún muerta, estaría viva. Irían ahí a juntarse sus grasitas, sus descamisados, para llorarla, pero sobre todo para honrarla, para juntar fuerzas y enfrentar la persecución sistemática. Por eso había que borrarla de la faz de la tierra con la fatal incomprensión de que la tierra de los humildes es la memoria. Nuestro cementerio es la memoria escribió Walsh.
Evita dicta: “Yo quería estar con él en los días y en las noches, en la paz de sus descansos y en las batallas de su lucha”. Pero agrega: “Confieso que no medí desde el principio la magnitud de mi decisión”. Esa decisión en la que comprometería su vida entera. Porque, sin embargo, aunque según ella misma no hubiera medido la magnitud, nunca lo hizo a medias: “No me quedé jamás en la retaguardia de sus luchas”. Es esa pasión sin punto medio, sin mesura, la que la une a Perón y a su pueblo.

No hay posibilidad de amor sin entrega. Ella hace de la entrega un camino que se encuentra con otras tradiciones (sin dudas la cristiana) pero que se abre fundando un inmenso río para las generaciones que vienen. Ella ha conocido el amor del pueblo el 17 de octubre. Dice que está bien hablar del pueblo, sentir felicidad por él (usa estas palabras: “es lindo vivir con el pueblo”) “pero nada de todo eso se puede si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse en el pueblo, hacerse una sola carne con él para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea la mismo que si fuera nuestra”. ¡Encarnarse dice! Ser de esa misma carne que es el pueblo. Evita definitivamente no representa al pueblo, no habla en nombre del pueblo, es el pueblo. Hecha de su carne.
Si Evita no tiene una muerte propia, individual, es porque su vida no fue y no es solamente suya, lo que la hace eterna (cuando era chica me impactaba mucho, y aun ahora, ese nombre peronista de la muerte de evita: el pase a la inmortalidad). En Mi Mensaje ella lo expresa como nunca: “El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente y heroico es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte”. Para darle sentido tal vez.
Mi Mensaje es un texto que hicieron desaparecer por un largo tiempo de la historia argentina.
Aquí, como a lo largo de toda su vida, ella deja claro que defender al pueblo es defender a Perón. Solamente un gorilismo interesadamente desprolijo con los hechos históricos podría hacer evitismo sin Perón. Como han tratado de hacer nestorismo sin Cristina. Evita lo afirma hasta el final: el líder es Perón. Al que defiende, al que hay que defender. Porque ha creado una doctrina que además salió de su corazón (doble fortaleza) pero por sobre todas las cosas porque el pueblo lo ha elegido. A él, al hombre, porque las doctrinas sin hombres son ideas en el vacío, no están vivas. Perón es el líder porque frente a un mundo de pueblos sometidos luchó por la liberación y frente a un mundo de pueblos explotados levantó la bandera de la justicia social. “Yo le sumé mi corazón y entrelacé las dos banderas de la justicia y la libertad con un poco de amor. Pero todo esto -la libertad, la justicia, el amor, Perón y su pueblo- todo es demasiado para que pueda mirarse con indiferencia o frialdad”. Por eso no acepta la indiferencia y llama al fanatismo, a la pasión. La indiferencia es también para ella el peso muerto de la historia. La complicidad.

Con Perón Eva empezó la lucha “alegres y felices”. Alegres, felices, enamorados: el legado emblemático a la militancia peronista. Se es peronista por amor. Y por odio a la injusticia (indignación dirá el Che). Pero para Evita el odio es resentimiento a la oligarquía que siempre explotó al pueblo y que siempre intentará hacerlo. No quiere olvidar ese resentimiento. “Nunca sé cuando odio ni cuando estoy amando, y en este encuentro confuso del amor y del odio a la oligarquía de mi tierra y frente a todas las oligarquías del mundo, no he podido encontrar equilibrio que me reconcilie con las fuerzas que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los explotadores”. Y sin embargo ella no dice que haya que acabar con los oligarcas, se niega a que haya que matarlos (en esos términos lo escribe). Solo hay que convertirlos, hacerlos pueblo: “¿Cómo? Haciéndolos trabajar para que se integren a la única clase de hombres que reconoce Perón: la de los hombres que trabajan”.
Sabe por qué la odian. Pero sabe también por que la aman.
Evita deja su Mensaje sin importarle la opinión de los que no la quieren. La tienen sin cuidado. Sabe por qué la odian. Pero sabe también por que la aman: “De mí no se dirá jamás que traicioné a mi pueblo, mareada por las alturas y el poder de la gloria”. Nunca pudieron arrancarle el alma que trajo de la calle: “Eso lo saben los ricos y los pobres de mi tierra, por eso me aman los descamisados y me odian los otros”. Ahí tampoco habrá paz.
Mi Mensaje es verdad. Evita, la que habla siempre con verdad. Sinceramente.

No puede callar. Eso sería mentirle al pueblo. Entonces habla: “Los imperialismos son la causa de las más grandes desgracias de la humanidad”. En plural: todos los imperialismos. Son los que provocan miserias y crímenes. El capitalismo, que es el imperialismo que sufre Perón, se dice defensor de la libertad y la justicia, pero eso es una farsa, un engaño. Tiene como arma el hambre. En cambio, el peronismo construye justicia y libertad.
Frente a las mentiras de los que se dan por vencidos, o de los que quieren vencer al pueblo, ella afirma: “Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano”. Sin posibilismo, sin resignación: persistir. Luchar. El valor de esta verdad será el pulmón para los tiempos de amargura. Lo que permitirá, algunas veces, dar vuelta la adversidad y no morir de asfixia o angustia.
Evita no escribe, no dice: hace con palabras.
Existen muy pocas reseñas o escritos sobre Mi Mensaje con relación a su relevancia histórica y política. Tal vez sea porque es imposible hacerlo sin copiar línea por línea. La potencia de esa voz obtura el ensayo. Evita no escribe, no dice: hace con palabras. Mi Mensaje es parte material de su obra. Es la Evita Vive (junto a los rotos, los olvidados, como la imagina Perlongher, y junto también a los lxs que luchan, en el pañuelo de les pibes en la calle, en las madres, en los desocupados, en los enfermos, en los que tienen esperanza, en los que pueden amar odiando la injusticia).
Siempre vive.