¿Qué nos pasa a los Argentinos? ¿Estamos locos?, preguntaba Fabio Alberti en cada apertura de un sketch en el programa Todo por dos pesos, y más tarde ironizaba y se mofaba de las incoherencias e incongruencias de la sociedad con humor, simpleza y juegos de palabras. Era divertido, claro, pero al final, cuando terminaba y la risa mermaba, la pregunta filosófica y para nada cómica permanecía en el aire y en el pensamiento, cuestionado súbitamente a los televidentes. Hoy, ahora, a tan solo unos días del balotaje presidencial, la pregunta vuelve por necesidad y urgencia; porque si no hay análisis, no será posible una conclusión y por ende, menos aún, un resultado favorable y coherente para todos y todas. ¿Qué nos pasa a los Argentinos? ¿Estamos locos?
Si se callase el ruido, si quitáramos de la mesa los preconceptos y los odios recurrentes, los prejuicios y los harapos, las noticias falsas y los medios que conquistan pensamientos por repetición y no por mérito, entonces sólo quedaría la verdad desnuda, las declaraciones sin traductores, las acciones sin calificativos instaurados, las políticas sin maquillaje, las ideas y las ideologías sin buenas ni malas propagandas. Quedaría lo más resonante, las huellas sobre las que seguir o no un camino, las panorámicas del país que queremos y al que le escapamos. Quedarían los proyectos sin críticas vacías, las propuestas sin desconfianza obligatoria, los pensamientos sin herencia, las promesas sin copete ajeno.
Es tan fácil: cuanto más alto es un edificio, más corpulentos serán sus cimientos y sus columnas; y cuanto más grande sea una mentira, más aparato, más actores y más agresiones serán necesarias para sostenerla o camuflarla.

Por eso los gritos y los malos modales, el periodismo cómplice y laxo, los discursos irreverentes, lo despectivo, las agresiones, el ruido fuerte y constante que distrae como un acto prestidigitador. ¿Qué es verdad, qué es mentira? ¿Por qué la extrema derecha se presenta como el fin de una era, como el terror de los políticos, como la solución para el país, pero más tarde recauda votos sustentados sobre la esperanza de que no llevarían a cabo ni la mitad de las cosas que dicen? ¿Qué nos pasa a los Argentinos? ¿Estamos locos? Si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, es un perro: ¿por qué sospechar siquiera que no van a privatizar la educación y la salud pública, que no van a liberar la portación de armas, que no van a permitir la venta de órganos, que no van a destrozar la moneda para dolarizar la economía, que no van a dejar a un diabético morir si no puede pagarse la insulina? ¿Estamos locos?
¿Por qué votar para que gane alguien que no va a hacer lo que propone? ¿Para qué? ¿Cuál es el propósito de votar una propuesta con la esperanza de que no se concrete? ¿Cuán acéfala e insustancial es la ultra derecha y sus votantes que no votan políticas sino exterminio de otras fuerzas políticas? ¿Huir al lugar equivocado no es seguir estando preso? ¿En qué mostrador presentarán las quejas cuando comience el arrebato de derechos y el despojo de garantías? ¿A quién culparán cuando los negacionistas efectivamente hagan lo que dijeron que iban a hacer? Si lo lógico y honorable es respetar lo dicho y cumplir las promesas, ¿qué es depositar el voto para que alguien haga exactamente lo contrario? ¿Sadomasoquismo? ¿Odio sideral enceguecedor? ¿Auto flagelación? ¿Que nos pasa a los Argentinos? ¿Estamos locos?

La discusión es compleja. El dialogo, siquiera, también lo es. El manual de estilo del periodismo opositor alecciona con precisión quirúrgica respuestas sin sustento, de repetición ciega, falsedades tomadas por ciertas y enajenación. Y en esos términos el lugar para el diálogo y el llamado a la lógica y el pensamiento propio, es cada vez más escueto. Cada vez es más difícil encontrar la flor entre la maleza y el razonamiento entre la queja. Pero: el invento de la grieta caducó. Llegar al límite permite verlo todo desde otra perspectiva; una en donde no hay ellos y nosotros, aquellos y éstos: la democracia garantiza que esas ecuaciones sólo sirvan para los extremistas y su odio y que, al final del día, y en el cuarto oscuro, la sociedad y su mayoría, demuestre que no estamos (tan) locos y que el amor vence al odio.