El problema está a la vista de todos, ahí, entre gritos y miradas desorbitadas: Milei quiere gobernar a cualquier precio. Y en la Argentina, en donde la democracia cumple cuatro décadas, gobernar poco tiene que ver con eso de salir en spots, juntar la mayoría de votos, salir primero en las elecciones y sentarse en el sillón de Rivadavia; gobernar la Argentina requiere más, mucho más: requiere consensos, acuerdos, diálogo y sobre todo, y antes que nada, consciencia sobre la delicada situación que atraviesa la totalidad de la población víctima de una situación a la que basta un paso en falso para que el castillo se derrumbe y los escombros aplasten mucho más que sueños y anhelos. Sin eufemismos. Y si es verdad eso de que los seres humanos siempre estamos buscando, como necesidad, algo en qué creer, algún líder sobre el cual descansar nuestras cargas y alguna figura sobre la cual montar nuestras expectativas, entonces es un bueno momento para separar la paja del trigo y para comprender, mal nos pese, que no son todos iguales, que no todo es lo mismo, y que cada ciudadano, en términos cuantitativos, que son los únicos que propone la ultraderecha, vale lo mismo que un voto, y que entonces sólo basta con su propia medicina para decretar el fin de algo que jamás comenzó: Milei.
En el almacén, en el supermercado, en el bar y en las veredas de los barrios, mientras los vecinos riegan el pasto de una sequía que no se ha visto en décadas, en todos lados, se habla de algo que no existe. De una construcción. De una nube negra que se formó a la velocidad de un accidente y que ahora se disuelve con parsimonia y desesperación cada vez que a la nube le sale un rayo amarillo. Para quienes creemos en la democracia, Milei es eso: un perecedero desatino producto de la coyuntura. Lo peor ya pasó: la sorpresa, el miedo, la angustia, la preocupación, la muestra del daño posible, las intenciones malintencionadas, la rabia, la chatura intelectual, la involución ideológica, la mezquindad ética y social. Ahora bien: el que piense que en la Argentina, en pocos días, tan solo se elige presidente, no solo peca de inocente sino que además no comprende la gravedad del caso, las amenazas y, sobre todo, lo que somos y lo que tenemos. La Argentina es un país bi partidista, en donde algunos son de derecha y otros de izquierda, dependiendo de las circunstancias y la década, pero es también un país en el cual a nadie le gusta que le quiten sus derechos. Y está bien que así sea. Por eso es necesario comprender que la próxima elección presidencial es una batalla, no solo política, sino también cultural y social.
Romperlo todo no es sagaz; romperlo todo es simplemente y nada más que eso: patear el tablero y que caiga quien caiga. Romperlo todo es elegir como política de acción derrumbar a reformar, matar a salvar, disparar a bajar las armas. Milei quiere hacer la de Nerón: prender el fuego, destruirlo todo, y después sacar provecho haciendo leña del árbol caído; “Árbol” como eufemismo de todos y cada uno de los Argentinos. Se mueve como un profeta pero es un traidor que pretende vender al mejor postor la moneda y la economía, y por consiguiente la vida, de 46 millones de personas. Nos quiere desplumar como un casino, siendo la banca, sacando conejos del sombrero, sin decir la verdad. Es así: Milei no pretende corregir la economía del país sino hacer una nueva dejando a más de la mitad de la población afuera, a costa de ellos; no es política, es sectarismo.
Pero, contra todos los pronósticos, y a pesar de los vendedores de catástrofes al por mayor y los berretines auguradores, la democracia es más fuerte. Es necesario confiar en ello. Y la democracia se basa en la igualdad, algo de lo que carecen por completo las políticas de Milei, y que solo conducen a que, mientras unos no pueden comprar la comida, los dueños de las empresas de alimentos ganan millones y cada vez más. Milei se desvanece con el correr de los días, se tropieza con sus enojos y sus políticas que explican, a la vez, su propia emboscada. Y es que las políticas de ultra derecha no parten el pan entre los necesarios, sino que descarta a los que considera sobrantes dejándolos con hambre y sin oportunidades. Es la deshumanización de la humanidad, sin más, el intento de que valgamos lo que tenemos. Cuidado con lo que querés, porque algún día lo podes conseguir: Milei no sonríe, enseña los dientes.