Fue muy criticado el silencio de Mauricio Macri ante el aniversario del asalto castrense al poder, en 1976. Pero esa indiferencia bien puede ser interpretada como un acto involuntario de decoro, en vista de los grandes beneficios que tal tragedia histórica le brindó al patrimonio de su familia.
Cuatro días después del inicio de dicha etapa –o sea, el 28 de marzo– la Junta Militar anunció el nombramiento de José Alfredo Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía. Ahí sí se le puede achacar al hijo de Franco Macri el no haber aprovechado su paso por la Casa Rosada para convertir aquella fecha en una efeméride: el “Día de la Patria Financiera”.
Una ingratitud de su parte. Porque más allá de que la política económica implementada por el régimen macrista fue una continuidad tardía del proyecto desarrollado por Martínez de Hoz, la influencia de éste sobre el ex presidente también se extiende a las trapisondas en favor de sus propios intereses.
Otro lazo entre ellos –y que poca gente conoce– fue, ya en democracia, el rol de Martínez de Hoz como emisario de los Macri en los Estados Unidos para reflotar un negocio inmobiliario con personajes muy pesados.
La herencia recibida
En el verano de 1976, “Josecito” –tal como sus allegados llamaban a Martínez de Hoz– participaba de un safari en África. El tipo era un cultor de la cacería a cuchillo; es decir, solía degollar a sus presas. En tales circunstancias, supo de su designación como ministro de Economía del régimen dictatorial a punto de instaurarse. Y voló con urgencia a Buenos Aires. Pero su debut en el cargo se vio empañado por una inesperada desdicha: la muerte de su padre.
El viejo José Alfredo –todos los primogénitos de la estirpe se llaman así– exhaló su último suspiro el 26 de marzo de ese año, a solo semanas de cumplir 80 primaveras. Al día siguiente fue inhumado en la Recoleta ante una sobria concurrencia en cuya indumentaria prevalecían trajes negros, tapados de piel, uniformes y sotanas. El hondo pesar por tal pérdida quedó plasmado en la kilométrica lista de condolencias que publicó ese miércoles el diario La Nación. No era para menos.
Ese sujeto de linaje patricio era bisnieto de don José (a secas) Martínez de Hoz –el ganadero esclavista que inició la dinastía–, nieto del fundador de la Sociedad Rural Argentina (SRA) e hijo del José Alfredo que alternó el manejo de aquella central agropecuaria con la presidencia del Banco Provincia. Y él, formado en el prestigioso Eton College, de Londres, era propietario del haras Chapadmalal y administrador de los campos familiares, además de integrar el directorio de La Forestal, entre otras grandes empresas. Al mismo tiempo fue vicepresidente de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap); luego, titular de la Asociación de Criadores Argentinos y, finalmente –al igual que sus antepasados–, presidió la SRA. De su unión con la señora Carola Cárcano, nació en 1925, su único hijo, el futuro ministro.
Éste, graduado en derecho con las mejores calificaciones –y posgrados en Cambridge y Florencia–, se volcó a los negocios familiares, diversificando el rubro terrateniente con empresas eléctricas, de acero, petróleo y seguros.
A la vez, incursionó en la función pública como ministro de Economía de Salta durante la Revolución Libertadora y, en 1962, ocupó ese mismo cargo a nivel nacional en la presidencia de José María Guido. Ya a mediados de los ’70, fue la cara visible del Consejo Empresario Argentino, desde donde diseñó el plan económico de la dictadura.
Ante el ataúd de don José Alfredo, un devastado Josecito ideó a modo de “ofrenda” una medida de gobierno que “fortalecerá la unidad de la familia, espina dorsal del cuerpo social”. Tales fueron las palabras que utilizó el 29 de marzo de 1976 para fundamentar la derogación de la ley 11.287 –sancionada durante el gobierno de Alvear–, que estipulaba un canon al “enriquecimiento patrimonial gratuito” y destinado al “tesoro escolar”. En otras palabras, a solo 48 horas de la muerte de su padre –cuyo testamento fue muy generoso con él–, Martínez de Hoz no dudó en borrar de un plumazo el impuesto a la herencia. El momento, claro, no pudo ser más oportuno.
Tuvieron que pasar más de cuatro décadas para que Macri, quien aún transitaba los primeros meses de su mandato, incurriera en un desliz parecido: habilitar por decreto el blanqueo de capitales a familiares de funcionarios, algo expresamente vedado por la Ley de Sinceramiento Fiscal, promulgada unos meses antes. Por entonces ya era público que su papá tenía algunos “ahorros” offshore en Bahamas y Panamá.
De modo que Mauricio –al igual que Martínez de Hoz con su padre– había conseguido que la fortuna de don Franco fuera una política de Estado. En paralelo, hacía lo posible para que la misma pasara sus manos en calidad de “herencia anticipada”.
De hecho, tal parricidio financiero –ejecutado por la vía del despojo– ya por aquella época se filtraba en la prensa y, al menos una vez, por boca de la propia víctima, que estaba por cumplir 86 años.
Porque, al ser consultado sobre el asunto del blanqueo, respondió con voz quejumbrosa: “Estoy retirado. Ya no soy nadie”
Una frase digna de Shakespeare, pero destinada a una puesta en escena de bajo presupuesto. Por lo pronto, resultó notable que la pronunciara en una entrevista con el sacerdote Juan Carlos Molina para el programa Derribando Muros, de Radio Rebelde, una emisora vinculada a Luis D’Elía.
Fue la última aparición mediática del viejo patriarca, antes de fallecer el 2 de marzo de 2019.
Una coincidencia biológica: tanto él como Martínez de Hoz fallecieron a los 88 años.
Al maestro con cariño
“Nuestro programa económico consiste en manejar la inflación, junto con el endeudamiento externo y la recesión. Esa base apunta a reinsertar al país en la economía internacional, según las ventajas que ofrece el campo y la minería. En ese marco no favorable a la industrialización como núcleo dinámico de la economía, las inversiones extranjeras son un elemento esencial para reducir el costo social del proceso de capitalización y acelerar su tasa de crecimiento”.
No hubiera sido raro que Macri leyera estas palabras en uno de aquellos discursos que sus colaboradores redactaban para él. Pero en realidad fueron pronunciadas por Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976, al anunciar su plan de gestión por cadena nacional.
Tales definiciones impresionaron gratamente a don Franco, quien en esa época era un ascendente empresario de 47 años.
Su historia es conocida, al igual que el motor de su éxito: los negocios con el Estado durante la dictadura; en especial, los referidos a la obra pública.
En ese lapso, las compañías bajo su control accionarios pasaron de siete a 40. Una proeza de la cual Martínez de Hoz no fue ajeno.
Lo cierto es que Franco había entablado un provechoso vínculo personal con el ministro. Y pese a que ellos –desde el punto de vista cultural y social– eran como el agua y el aceite, esa amistad perduró a través del tiempo.
Prueba de ello es una trama casi desconocida, la cual, no obstante, cobró un sentido parabólico a 33 años de suceder; o sea, en 2016, a raíz del triunfo electoral de Donald Trump en los Estados Unidos, cuando Macri ya gobernaba la Argentina. A saber: las extravagantes peripecias de este último en Nueva York, a donde llegó a fines de 1983 para enderezar las complicaciones de un negocio inmobiliario que compartía con el futuro mandatario norteamericano. Su padre le había confiado esa misión.
El asunto también incluía –en calidad de inversionista– al poderoso zar del Chase Manhattan Bank, David Rockefeller, quien, de pronto, se echó atrás sin que Mauricio pudiera disuadirlo. Entre otras razones, porque el bueno de Donald –que tampoco quería que el asunto prosperase– arrastraba cada noche a Mauricio –apenas un tarambana de 24 años– hacia las fascinantes discotecas de la Gran Manzana.
En este punto entró a tallar la figura de Martínez de Hoz por pedido de Franco, a sabiendas de su vínculo amistoso con el banquero yanqui.
Ya había vuelto la democracia a la Argentina cuando “Joe” –tal como al ex ministro le agradaba que lo llamen– viajó de incógnito a Nueva York para destrabar el acuerdo. Con tal propósito se alojó en la residencia campestre de Rockefeller, y por días enteros lo instó a reconsiderar la cuestión. No obstante, su único logro fue que mister David se comunicara con Franco por teléfono para decir que no pensaba reflotar el proyecto.
El asunto saltó a la luz en 1991 a través del libro Trump: The Greatest Show on Earth, de Wayne Barrett. En 2005, el propio Mauricio reveló su rol en las negociaciones durante una entrevista con TyC Sports. Y tres años más tarde amplió ese relato ante Gabriela Cerruti, para su libro, El Pibe. Pero tales menciones no merecieron la debida atención pública.
El ex ministro de la dictadura murió el 16 de marzo de 2013.
Quizás para homenajearlo, en 2016 el entonces presidente Macri tuvo el gesto de nombrar a su hijo –también bautizado José Alfredo– como asesor jerárquico del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial.
No es una exageración afirmar que, desde ese momento y hasta fines de 2019, el espectro de su papá atravesó los pasillos de la Casa Rosada como una ráfaga apenas disimulada.
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