Mediodía del 2 de julio de 2018. Un tipo fotografiaba con su celular el frente del edificio de la avenida Callao 1219. Era el esbirro de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Leandro Araque. Su tarea estaba ligada a los preparativos de una “acción” contra el entonces subsecretario de Asuntos Internacionales del Ministerio de Defensa, José Luis Vila, a quien –por razones que el agente quizás desconocía– había que amedrentar.
Atardecer del 6 de julio. Tras una denuncia, efectivos pertenecientes a la Brigada de Explosivos de la Policía Federal desactivaron una bomba colocada junto al portón de aquel edificio. En la caja que contenía el artefacto también había un papel con las siguientes palabras: “José Luis Vila, ladrón y traidor”.

Mediodía del 7 de julio. En el celular de Araque ingresaba un mensaje de WhatsApp proveniente del número 302626348:
“Me dijo la 8 que hace un año no vive ahí, bolu”.
La respuesta fue:
“¿Vos me estás jodiendo? Entre nos, me juego las bolas que Diego nos había asegurado que vivía ahí”.
O sea, los muchachos de la AFI habían puesto el “caño” en un domicilio equivocado. Asimismo, hay que resaltar que “la 8” no era otra que la entonces subdirectora de dicho organismo, Silvia Majdalani, y “Diego”, el nombre de pila del jefe de Contrainteligencia, Dalmau Pereyra.
Tanto las fotos del edificio como aquel chat quedaron a buen resguardo en la memoria del Galaxy Samsung de Araque, junto con otros 2.500 archivos que atesoraban imágenes, audios, filmaciones e informes de inteligencia.
Lástima que, tiempo después, le allanaron el hogar a una ex pareja del espía, la subcomisaria Cecilia Padilla, porque –al parecer– se le habían pegado a los deditos unos 60 mil dólares durante un operativo. La cuestión es que el bueno de Araque se dirigió con premura en su auxilio. Sin embargo, lo único que consiguió fue que le secuestraran el celular con ese tesoro informativo.
Aquel aparato ahora está en manos del juez federal Marcelo Martínez de Giorgi, quien –con el fiscal Franco Picardi– quedó a cargo de las causas por el espionaje ilegal del régimen macrista, después de que, en abril, su colega, Juan Pablo Augé, las enviara desde Lomas de Zamora a Comodoro Py.

Una terrible jaqueca –en lo que a esa bomba se refiere– para Majdalani y Dalmau Pereyra. Y con el agravante que el caso en cuestión también roza el extraño fallecimiento de otro agente de la AFI. Pero hay que ir por partes.
Los espías que surgieron del frío
El semanario Noticias, en su primera edición de 2016 –tres semanas después de que Mauricio Macri llegara a la Casa Rosada–, publicó un extenso artículo titulado “Diego Dalmau Pereyra, el nuevo Stiuso”. Ese tipo, que acababa de asumir la jefatura operativa de la AFI –con el madrinazgo de Majdalani, quien estaba deslumbrada por él–, supo explayarse acerca de sus ideas para el cargo con un entusiasmo arrollador.

Entre otras responsabilidades de primer nivel, se abocó a la creación de un Grupo de Tareas con características de élite. Con tal fin supo acudir a su viejo discípulo, Jorge Sáez (a) “El Turco”, un ex penitenciario con una escala en la Policía de la Ciudad. En sus manos puso la selección del personal.
El Turco entonces reclutó una pintoresca mezcla de policías porteños (en comisión) con miembros de su familia, profesionales diversos y lúmpenes variopintos. Entre los primeros estaba el mencionado Araque, Mercedes Funes y Vanesa Arbiza, además del cabo de la Federal, Gustavo Cicarelli. Entre los segundos figuraba su propia hija, Belén Sáez, y su ahijada, Daiana “Bucky” Baldasarre. El cupo femenino lo completó con Andrea Fermani y Denisse Tenorio. Y no vaciló en conchabar al cocinero Martín Terra (ex cónyuge de Analía Maiorana, la actual mujer de Diego Santilli), al abogado Facundo Melo y al informático Mariano Flores. También fue sumado el “Gallego” Laperica (sin ocupación previa) y un tal “Angelito”. Éste era un antiguo guardiacárcel que por entonces se dedicaba a cambiar dólares en la calle Florida.
El grupo “Súper Mario Bross” –tal como fue bautizado– operaba desde un departamento de la calle Pilar 1460, de Mataderos.
A mediados de 2018, Dalmau Pereyra fue relevado de sus funciones por desinteligencias con el cabecilla de la AFI, Gustavo Arribas, para terminar como delegado del organismo en Santiago de Chile.
En su reemplazo llegó el ahora célebre Alan Ruíz, un ex funcionario del Ministerio de Seguridad recomendado por la mismísima Patricia Bullrich. Y le fue concedido un cargo a su medida: Jefe de Operaciones Especiales.

Su estilo no era ortodoxo, al punto de ordenarle a Melo la contratación del narco Sergio Rodríguez (a) “Verdura”, para un trabajito de alto riesgo: la colocación de aquella bomba en el supuesto domicilio de Vila:
“No va a estallar. Es para dar un susto nomás”, lo tranquilizó el abogado, sonriendo desde un escritorio. La escena sucedía en su estudio jurídico, de la calle Paraná al 700.
Allí también había otros dos espías: un sujeto mayor, algo desaliñado; era el tal Angelito y alguien que respondía al apodo de “El Francés”.
Luego, con éste al volante del Peugeot 207 blanco de Melo, fue llevado hacia el edificio de la avenida Callao. Verdura cumplió con rapidez la misión de colocar allí la bomba.
Lo ocurrido salió en los diarios. Y Angelito se daba dique al exagerar su papel en esa travesura, ante los agentes del búnker de la calle Pilar.
Su carácter extravertido enervaba a Ruíz.
Meses después empezaron sus desaveniencias con Melo y otros agentes.
Al respecto bien vale focalizar una reunión que mantuvo con su tropa, donde anunció la instalación de cámaras y micrófonos en todos pabellones de presos kirchneristas que habitaban los penales de Ezeiza y Marcos Paz.
Ese hombre, la Gran Oreja del poder, el titiritero que desde las sombras diseminaba dispositivos de registro en oficinas, salones, alcobas y calabozos, no imaginaba que él también era espiado. Porque en aquel preciso momento el bueno de Melo lo grababa a hurtadillas.
Lo cierto es que Ruiz también grababa a sus propios hombres. Eso Melo lo vivió en carne propia.
El trato entre ellos estuvo signado por la obsesión maníaca de Ruiz por “engarronar” a Hugo y Pablo Moyano en la causa por las irregularidades en el club Independiente. Y le pidió a Melo –entre cuyos clientes resaltaban algunos barrabravas de esa institución– que se interiorizara del estado del expediente.

– Está muy flojito –fue su opinión.
Ruíz, entonces, montó en cólera. Y bramó:
– ¡Vos no tenés que hacer ninguna interpretación, boludo! Tu función es “direccionar” los testimonios.
La rotunda negativa de Melo a manipular una de esas declaraciones –la del barrabrava preso, Daniel Lagaronne (cuyo defensor era él)– causó una sonrisa ladeada en Ruíz, quien de pronto activó un audio en su smartphone. Entonces fue audible la voz de Melo y la de Lagaronne. Era un diálogo que habían mantenido poco antes en el penal de Ezeiza. Y que Ruíz ordenó grabar.
Al concluir la grabación, Ruíz mantenía la sonrisa. Y le dijo a Melo:
–Date por despedido. Y tené cuidado con lo que hacés y decís. Porque podés tener problemas peores que quedarte sin trabajo.
Era junio de 2019.
Por ese entonces, ciertos acontecimientos ya habían sacudido al equipo de la calle Pilar aunque tardarían en saltar a la luz.
Los idus de junio
En ese mismo mes, al dramático despido de Melo se le añadió el entierro del “Gallego” Laperica, doblegado por una larga y penosa enfermedad.
El difunto era muy querido. De manera que su velorio –celebrado en una conocida funeraria del barrio de Chacarita– fue memorable: en medio de coronas florales fajadas con nombres de cobertura –por razones obvias–, sus compañeros de tareas, entre muchos otros profesionales del secreto, incluido Diego Dalmau Pereyra, desfilaron ante el féretro sin ocultar su pesadumbre.
Pero ese no fue el único deceso entre el personal al mando de Ruíz, ya que en sus filas hubo otro fallecido. Pero sin merecer ni un ápice de pompa.

El primer signo público de esta historia saltó el 3 de junio de 2020 por boca del –ahora cancelado– Tomás Méndez en el programa ADN, del canal C5N. Al respecto, dijo: “También tenemos una persona, parte del equipo, que fue asesinada durante una movilización en Plaza de Mayo. Jamás trascendió absolutamente nada. Fue una de las personas que participó en el operativo de la bomba para Vila. Murió de un palazo en la cabeza. Sospechoso, ¿no? Uno busca este crimen en Internet y no aparece en ningún lado”. Méndez no tenía otros datos que los expresados.
El tema quedó en el olvido. Hasta que trascendieron las indagatorias en Lomas de Zamora. Ante el juez Augé, Ruíz hizo una referencia acerca de Angelito: “Era un ex servicio penitenciario que vendía dólares en una cueva de la calle Florida. Le pedí a Sáez que lo eche. Él lo utilizaba para ir a manifestaciones y alguna marcha. Siempre lo veía en el departamento de la calle Pilar. Era un agente inorgánico de la agencia”
Y ante el juez Federico Villena, el agente Sáez supo afirmar acerca de la misma persona: “Allí (en la base de la calle Pilar) estaba Angelito, que murió. Era un retirado. Otro retirado, el Gallego Laperica, también murió. Era un tipo buenísimo. Murieron los dos ese año. Uno en marzo y el otro en junio”.
Todavía se desconocen las razones que tenía Ruíz para despedirlo. Pero no hay dudas de que Angelito era el asesinado en cuestión. La costumbre del Turco de infiltrarlo en movilizaciones (según Ruíz) y la breve mención sobre su fallecimiento (aportada por Sáez) robustecen tal parecer.
Aún así, su existencia parecía un secreto de Estado. Hasta su identidad era un enigma que nadie quería revelar. Ese agente se llamaba Ángel Almaráz, tal como fue posible establecer para este artículo.
Con posterioridad, tres fuentes vinculadas a las defensas de los agentes imputados en las causas del espionaje ilegal de la AFI aportaron datos que se resumen de la siguiente manera: “La víctima fue malograda en marzo de 2019, durante la desconcentración de una marcha en Plaza de Mayo, al forcejear, casi en la boca de la estación del subterráneo, con presuntos motochorros que pretendían robarle su smartphone”.

Sobre el arma letal las versiones son divergentes: hay quienes señalan que Almaraz recibió un piedrazo en la cabeza, pero también se habla de una cuchillada mortal. Tampoco fue posible precisar si el hecho ocurrió el 6 de marzo (durante la marcha docente con incidentes) o el viernes 8 (durante la marcha por el Día Internacional de la Mujer con incidentes) o el miércoles 20 (durante la marcha de ATE con incidentes). Otra duda gira en torno al objetivo del atraco: no se sabe si los atacantes querían el celular para revenderlo o por la información que contenía.
En la Fiscalía 46, a cargo del doctor Adrián Pérez, se mostraron remisos en informar los datos de la causa.
Una fuente del Ministerio Público admitió a Contraeditorial que esa causa se sigue investigando como un “intento de robo seguido de homicidio”, aunque sin ningún avance: las imágenes de las cámaras de seguridad son absolutamente inservibles y los dichos de testigos no permiten identificar a los malhechores.
¿Acaso la muerte de Almaraz pudo haber tenido que ver con sus tareas como cambista menor de divisas extranjeras?
Esa pregunta flota como un jarabe espeso. Porque él tuvo relación con una cueva del rubro en la calle Florida 520, regenteada por un pez gordo del negocio: Diego Guastini.
Se trataba de un prolífico lavador de dinero sucio. Además de cuevero, financista y colaborador de narcos, también era un inorgánico de la AFI; allí reportaba al mismísimo director de Finanzas, Juan De Stefano (a) “El Enano”.

El 28 de octubre de 2019, mientras circulaba en su BMW por una calle de Quilmes, un sicario le voló con tres balazos la tapa de los sesos.
Es posible que él supiera todas las claves del asesinato de Angelito. De ser así, se llevó la respuesta a su propio sepulcro.
Es posible que el juez Martínez de Giorgi no demore en poner su lupa sobre este acontecimiento en particular.