Los intelectuales en la Argentina tienen una rica historia con la política y las instituciones, llena de encuentros y desencuentros. A diferencia de sus pares de otros países del continente y de Europa, por largo tiempo no han podido integrarse al Estado, como tampoco los partidos los han reclutado para que fungieran de usina de ideas. Así fue hasta la recuperación de la democracia. Esto los obligó a buscar refugio en otras instituciones e incluso a crearlas, y por eso también muchos fueron antisistema durante buena parte del Siglo XX. Pero cuando se recuperó el Estado de derecho en 1983, ya habían caído los sueños de la revolución para muchos de estos intelectuales y así fue como se integraron al orden, en busca de aportar ideas en la transición democrática. En la década siguiente, la globalización, que entre otras cosas traía lo que se llamó la “videopolítica”, los enfrentó al dilema de aceptar o no que el espacio público se mudara a los sets de televisión. Eso generó largas discusiones y algunos rechazaron ser parte de ese nuevo estado de cosas.
Beatriz Sarlo, sin embargo, saltó el cerco y se integró a los medios de comunicación, primero en los periódicos para luego pasar a ser una habitué de canales de TV, como invitada estelar que casi siempre habla en soledad, lejos del ruido de los panelistas y de otros invitados. Estaba imitando así a muchos de sus pares extranjeros que no le escapaban a los mass media y que desde ahí buscaban contribuir con su discurso a esclarecer la sociedad.
Sarló mostró cómo había caído bajo la maquinaria trituradora de la prensa opositora y de los jueces de Comodoro Py.
Pero ese salto a las pantallas también iba a mostrar escenas de cierta incomodidad. Por eso las frecuentes alusiones de Sarlo a la prensa extranjera, en un discurso que la colocaba por encima de la prensa local. Esas alusiones también servían muchas veces para mostrarles a los periodistas que ella no era de ahí, sino que venía de otro lado y que estaba más arriba en la jerarquía cultural.
Eso seguramente la llevó a confiar en que las determinaciones del campo periodístico y de la política actual, en general, no iban tocarla. Es que, como señala Pierre Bourdieu, los intelectuales piensan “todos están condicionados menos yo”. Por eso, cuando el miércoles 10 de marzo, en una entrevista radial, Sarlo dijo: “Me autocritico fuertemente, no debí decir por debajo de la mesa”, en relación al ofrecimiento a vacunarse por parte del gobierno de la provincia de Buenos Aires, no hizo otra cosa que mostrar cómo había caído bajo la maquinaria trituradora de la prensa opositora y de los jueces de Comodoro Py. Ella pensó, tal vez, que su estatura intelectual no iba a ser utilizada. No entendió, quizás, que las reglas del campo periodístico hoy las estampan los grandes conglomerados, que tienen intereses diversificados y juegan a la política como si fueran a la guerra.
Además, pudo haberse confiado porque con esos medios la une también una afinidad electiva, un discurso que versa sobre la cultura democrática liberal, las virtudes de la República y un profundo antiperonismo. Es cierto que por momentos Beatriz Sarlo puede moderar esos sentimientos para pasar al análisis, pero es igual de cierto que en otros momentos aparece, y con toda la furia, la tradición que lleva en sus espaldas.
Aunque hubo desmentidas y arrepentimientos, el daño ya estaba hecho. Los poderes fácticos juegan su juego, y a su paso no dejan en pie nada que pueda entrometerse.
Eso ocurrió la noche en que, en el programa a Dos Voces, frente a una crítica del senador del Frente de Todos Mariano Recalde, Sarlo, furibunda, contestó que, aunque le habían ofrecido vacunarse “por debajo de la mesa”, antes que cometer una falta prefería morirse “ahogada de Covid-19”. Quedaba así de manifiesto su enfrentamiento con un estado de cosas que soporta mal y al que está decidida a combatir. Su tradición socialista, que desde siempre estuvo en malos términos con el peronismo, era la que hablaba.
Todo lo demás es conocido. Luego de la renuncia de Ginés González García y de que la prensa opositora instalara la idea de un “vacunatorio Vip” en el Ministerio de Salud, un juez abrió una investigación para averiguar si existían esas irregularidades. En ese marco, Sarlo fue citada a declarar por sus dichos en aquel programa de TN. Cuando salió del palacio judicial de Retiro, rápidamente el diario La Nación título que la esposa del gobernador de Buenos Aires le había ofrecido vacunarse. Aunque hubo desmentidas y arrepentimientos, el daño ya estaba hecho. Los poderes fácticos juegan su juego, y a su paso no dejan en pie nada que pueda entrometerse en su camino.
En la misma entrevista radial en la que dijo que estaba arrepentida de su –ahora célebre– frase, Sarlo también señaló: “Me di cuenta que lo que uno afirma o entrega a Comodoro Py enseguida se filtra en los medios”. Quizás sea la torre de marfil en la que tal vez persiste aunque ella crea que se ha bajado, quizás sean las anteojeras ideológicas que porta desde su ilustrado antiperonismo, o quizás sea todo eso junto y mucho más. Lo cierto es que un día Beatriz Sarlo conoció cómo funciona la política en la Argentina.
* Sociólogo, docente e investigador (UBA/UNSAM), becario post doctoral Conicet.