El resultado electoral del 12 de septiembre trajo consecuencias —esperadas e inesperadas— que hacen discutir hoy la existencia de una crisis institucional en Argentina. Más allá o más acá de los visos de racionalidad de las personas y fuerzas que se dedican a articular la actividad política en nuestro país, es claro que lo que se juega es algo más que un resultado electoral o una disputa facciosa.
La manera de hacer política —léase las prácticas— es lo que se pone en tensión. Como todo debate social, tiene una dimensión moral: ¿cuáles son las correctas? En ese sentido, dos o tres cosas.
La existencia de acuerdos —léase instituciones— compartidos sobre lo que se espera, por ejemplo, de una contienda, permite a la actividad social avanzar aproblemáticamente por los canales establecidos.
Estos acuerdos son, o no, sostenidos por las personas que se ocupan de hacer que exista algo así como la esfera o ámbito político. En cuanto doxa, base, terreno común que permite el juego, se espera que sean sostenidos pese al resultado favorable o adverso.
Pero esto —que podría pensarse como la supervivencia de las instituciones— no es eterno, no es fijo, no es sagrado. Puede sacralizarse, cosificarse, deshistorizarse. Pero sus pies de barro se vuelven a evidenciar cuando desde alguna posición se enuncia un desacuerdo.
A quien se dedica al análisis político estos enunciados no le resultan novedosos. Pero tal vez si la posibilidad de acompasarlos a los sucesos recientes, que permiten sumar una dimensión importante al debate sobre cuáles son, al fin y al cabo, las prácticas políticas correctas. El horizonte correcto de la actividad política de nuestro grupo humano. A eso, en todo caso, se dedica un sector y sus acciones son, en cierto sentido, su responsabilidad. Pero hay responsabilidad en todo el tejido social, y no en el clivaje gobierno-sociedad sino en varios niveles y desniveles de circulación de información y recursos que hacen que la gradación de responsabilidades sobre cómo se sostienen —o no— ciertos acuerdos básicos, recaiga también escalonadamente sobre distintos sectores de la sociedad.
Lo que aparece en escena es el problema de la confianza. ¿Cuánto se puede dar por sentado que si el juego es desfavorable a mi posición seguiré respetando las reglas que pauté en el ingreso a la partida? Patear el tablero, como se dice, es lo que está pasando luego de los resultados electorales desde un sector del oficialismo.
Soportar una derrota: ¿debería ser este el horizonte? Lo que un sector de la coalición oficialista liderado por Cristina Fernández de Kirchner pone en evidencia es que existen otros horizontes. Inciertos, posiblemente, por no haber sido objeto de un debate colectivo y/o público. Resuena y se repite la pregunta: ¿qué se propone?
Arriesgo una respuesta, pero a otra pregunta, la mía: ¿qué podría proponerse un sector de la sociedad que no quiere un gobierno con características similares al que asumió en 2015? Llámese de derecha, neoliberal, excluyente o como sea que se enuncie la aplicación de políticas de achicamiento del Estado y expansión de la lógica mercantilista. ¿Qué hacer ante la derrota, ante la perspectiva de ese nuevo ciclo, ante la desazón de lo que no se pudo revertir?
Al menos, dos cosas: sostener los acuerdos o romperlos. Nadie dice que no se puedan romper acuerdos. ¿Pero cuáles sí y cuáles no queremos sostener? El debate político-meidiático no abarca de lleno estos problemas. Tampoco lo hace la academia-intelectualidad. Ni las asignaturas de formación ciudadana. No tenemos ese espacio de reflexión común. ¿No lo necesitaremos?
* Investigadora del CONICET, docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata, integrante de la Red de Estudios en Política Subnacional en Argentina (REPSA) http://repsa.org