El acting de la animadora Viviana Canosa en su programa Nada personal, al empinarse en cámara una botella con dióxido de cloro –sin otro propósito que promocionar sus presuntas propiedades para curar el Covid-19–, sin duda será recordado como uno de los momentos más bizarros de la televisión argentina. El asunto le valió una denuncia penal, ya que luego de esta PNP (Publicidad No Tradicional) murió un niño de cinco años por la ingesta de tal sustancia, suministrada por sus padres bajo la creencia de que lo protegería del virus. Esa tragedia ocurrió a mediados de agosto del año en curso.
Veinte días después, la diputada de la Coalición Cívica (CC), Mónica Frade –una de las laderas más conspicuas de Elisa Carrió–, recomendó su uso al tomar la palabra en la sesión de la Cámara Baja que trataba el proyecto de ley para la compra de vacunas contra la pandemia, y que mereció su rechazo. Fue cuando, para el asombro de los presentes, declamó sus alabanzas hacia el dióxido de cloro, con una crítica al Gobierno “por negarle al pueblo argentino esa alternativa sanitaria”. Sabias palabras.
Lo más significativo de la denuncia de Carrió al presidente y a funcionarios del Ministerio de Salud es su carácter absolutamente lunático.
Ahora la propia Carrió, luego de anunciar su candidatura a diputada de Juntos por el Cambio (JxC), efectuó una denuncia contra el presidente Alberto Fernández, el ministro de Salud, Ginés González García, y la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, por la compra de Sputnik V, la vacuna rusa que ya llegó al país. Su texto –plagado de errores ortográficos y nombres mal escritos– invoca los siguientes delitos: “atentado contra la salud pública, defraudación al Estado, incumplimiento de los deberes de funcionario público y envenenamiento masivo de la población”. Si bien ciertas voces prudentes esgrimieron la posibilidad de que este documento sea fruto de un improbable compromiso de su autora para favorecer la vacuna Pfizer, lo más significativo del mismo es su carácter absolutamente lunático, casi un himno a la psicosis paranoica. Notable en alguien que posee cierta influencia tanto en los pasillos del poder como en la conciencia de cierto sector del electorado. ¿Acaso hay alguna vacuna contra esta otra pandemia?
Casting celestial
No es un secreto que la cosmovisión ultracatólica de Carrió –alimentada con niveles metafísicos desaforados y brotes místicos rayanos con el delirio– sea su marca registrada. Ya forma parte de su folklore personal una pintoresca escena ocurrida hace más de una década durante una cena ofrecida en la residencia del politólogo José Nun, antes de su salto hacia el kirchnerismo. Fue cuando ella, tras vaciar su copa de vino, reveló: “A mí Dios se me apareció dos veces; en ambas me pidió que fuera presidenta”.

Los otros comensales quedaron de una sola pieza.
Bien se podría poner en duda la veracidad de dicha experiencia si otras personas que dejaron su huella en la Historia no hubiesen vivido situaciones análogas. Los ejemplos abundan.
A fines de 1998, el entonces gobernador de Texas, George W. Bush, recibió a su guía espiritual, el predicador metodista James Robinson. Sus palabras de bienvenida fueron:
– ¡He oído el llamado!
Robinson no se mostró sorprendido, y respondió:
– Lo sé. Soy testigo del crecimiento de tu fe.
– No me refiero a eso –aclaró Bush, agitando un brazo como para espantar a una mosca imaginaria.
Y entornando los ojos, prosiguió:
– He oído el llamado. Creo que Dios me quiere como presidente.
Ambos entonces se pusieron a rezar.
Dos años después el tipo accedió a la Casa Blanca.
“A mí Dios se me apareció dos veces; en ambas me pidió que fuera presidenta”, es una de las célebres aseveraciones de Lilita.
Tal vez sea una violación a las leyes de la historia que un ex alcohólico con un coeficiente intelectual inferior a la media se convierta en el presidente del país más poderoso del planeta. O quizás tamaña fatalidad sea parte de las mismas. De otra manera no podría explicarse el motivo por el que, desde la noche de los tiempos, la civilización se vio atravesada por personajes como Nerón, Hitler o Idi Amín.
En este punto, la pregunta es: ¿el mundo sería igual si aquellos seres no hubieran existido? Es posible que sí. Aunque tal respuesta no es más que una especulación contrafáctica. En realidad, el tema cabalga sobre un enigma de otro signo: la siempre azarosa conjunción de hechos y circunstancias que suelen conducir a determinados hombres hacia el liderazgo político. O sólo hacia la ilusión de su logro.
En muchos casos, por cierto, ese fenómeno se basa en la religiosidad de sus protagonistas. Ya que es precisamente la vivencia mística lo que impulsa en ciertos sujetos la extraña creencia de que son los elegidos y que su misión no es otra que la de borrar el mal de la Tierra.

Claro que la idea de predestinación absoluta no es novedosa; fue desarrollada a mediados del siglo XVI por Calvino, y supone la existencia de un grupo de hombres y mujeres que, aún antes de nacer, ya fueron elegidos en una suerte de casting celestial. En otras palabras, existiría un verdadero dream team, cuyos integrantes –los predestinados– no necesitan ser virtuosos debido a que tienen asegurada la salvación eterna por el solo hecho de ser elegidos. Así funciona el mecanismo del “Destino Manifiesto”.
Todo indica que la señora Carrió es socia de semejante club.
Al respecto, he aquí una primicia exclusiva, basada en una confidencia de un conocido panelista televisivo, muy próximo a la líder de la CC, al autor de este artículo. Según su relato, un día, hace ya tres lustros, “Lilita” pidió a una colaboradora que fuera a una farmacia para comprar una cajita de Evatest. “Fue tras su regreso de un viaje a Jerusalem; ella creía que allí había quedado embarazada”, dijo el panelista.
Entonces se permitió una pregunta retórica:
– ¿Sabés a quién atribuía ella su embarazo?
Obviamente no hubo respuesta. Y él develó el enigma:
– Al Espíritu Santo.
Hace tres lustros, Carrió creía que en un viaje a Jerusalem había sido embarazada por el Espíritu Santo.
O sole mío
Carrió inició el último mes de 2020 con la presentación –en forma remota– de su libro digital Mi legado político, una obra de 18 mil páginas repartidas en 27 tomos que recopila toda su actividad legislativa. Ella no dejó ningún detalle librado al azar, y menos aún la fecha del evento –el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción–, ya que –de acuerdo a sus dichos– su carrera política “no se explica sin la razón y sin la fe”. Luego, para el deleite de los presentes y del público virtual, se puso a canturrear O sole mío a viva voz.
Cabe aclarar que en esa ocasión ella no dio señales de anhelar su vuelta a la vida parlamentaria ni de tener en mente su candidatura para las próximas elecciones de medio término.
Pero ya al filo de la Nochebuena –como para recordar que su trayectoria “no se explica sin la razón y sin la fe”– anunció su candidatura a diputada de la provincia de Buenos Aires, causando estupor entre la dirigencia territorial de JxC al vislumbrar que aquel giro dificultaría las tratativas para definir las postulaciones. De hecho, el asunto ya desató entre ellos una interna, en la que todos coinciden en un punto: Lilita es una figura difícil. Basta recordar que en su reciente pelea con Mauricio Macri hubo una frase del ex presidente que ella jamás perdonó: “Tu única función es denunciar; es para lo único que servís”.

Hay que ponerse en el lugar de ese hombre. Porque tener una aliada así equivale a cargar una mochila llena de piedras.
Tanto es así que, a mediados de 2016, Macri convocó a su vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, y al operador judicial más influyente del Gobierno, Fabián Rodríguez Simón (a) “Pepín”, para encomendarles una misión de suma delicadeza: contener a Lilita ante sus habituales derrapes.
Pero la posterior salida de Quintana del cargo hizo que el pobre Pepín fuera su único acompañante terapéutico.
Fue un deber no exento de mala sangre. Porque poco después ella soltó en el programa de Mirtha Legrand: “Garavano no existe; la Justicia la manejan Angelici y los pepines”. Una amiga.
Rodríguez Simón, sentado frente a la pantalla, montó en cólera. Y por un tiempo le retiró el saludo a Carrió. Hasta que por orden presidencial tuvo a bien reconsiderar aquella actitud. Al fin y al cabo ella era la vaca sagrada de la alianza Cambiemos.
En su reciente pelea con Mauricio Macri hubo una frase del ex presidente que ella jamás perdonó: “Tu única función es denunciar; es para lo único que servís”.
“¡Sólo servis para hacer denuncias!”, insistió Macri, recientemente. Y la razón le asiste. Porque ella encaja en la tipología de lo que la jerga informal de los psiquiatras forenses define como “loca querulante”, dada su compulsión irrefrenable por las denuncias judiciales.
Las cifras al respecto son irrefutables: al menos hasta 2018 –de acuerdo con un relevo realizado por sus colaboradores– Carrió ya acumulaba más de un centenar de presentaciones de este tipo en toda clase de tribunales. Solo un puñado no terminó inmediatamente archivado. A eso se le suman otras tantas denuncias de carácter exclusivamente mediático.
“Daniel Scioli me dijo que Cristina Fernández me quiere matar”, señaló, muy suelta de cuerpo, a un periodista del diario La Nación en 2016. Idénticas intenciones supo detectar en el ex ministro Aníbal Fernández y en el ex jefe del Estado Mayor del Ejército, César Milani.
Pero el trágico fallecimiento del fiscal Alberto Nisman la inspiró más de la cuenta. Entonces imaginó una trama protagonizada por espías árabes que viajaban en Buquebus desde Montevideo a Buenos Aires, durante el mismísimo 18 de enero en que ocurrió el suicidio, para –según su versión– “controlar la hora de la aparición del cadáver”. ¡Qué aburrido sería este país sin ella!