La Ley Micaela establece la capacitación obligatoria en género para todas las personas que integran los tres poderes del Estado nacional, así como para los distritos e instituciones que adhieran. Sancionada en 2018, lleva el nombre de Micaela García, una joven entrerriana que fue víctima de femicidio en 2017.
Junto a la Fundación Micaela García “La Negra”, Contraeditorial presenta una serie de artículos con un recorrido por los antecedentes históricos y normativos, los conceptos centrales y las preguntas urgentes que hacen a la capacitación y sensibilización en materia de género.

La violencia por motivos de género en la Argentina cuesta la vida de una mujer cada 24 horas. En enero de 2022, se produjeron 29 femicidios, dos trasn/travesticidios y tres femicidios vinculados de varones. Los datos corresponden al Observatorio “Adriana Marisel Zambrano”, de la ONG La Casa del Encuentro, y también indicaron que 37 hijas/hijos –el 62%, menores de edad– quedaron sin su madre y que el 59% de los agresores eran parejas o exparejas de las víctimas.
Pero el femicidio, el travesticidio, el transfemicidio y los crímenes de odio son la culminación de la violencia de género, que tiene múltiples manifestaciones previas. Como ya en 1992 explicaron Diana Russell y Jane Caputti, “el femicidio representa el extremo de un continuum de terror anti-femenino que incluye una amplia variedad de abusos verbales y físicos, tales como violación, tortura, esclavitud sexual (particularmente por prostitución), abuso sexual infantil incestuoso o extra-familiar, golpizas físicas y emocionales, acoso sexual (por teléfono, en las calles, en la oficina, y en el aula), mutilación genital (clitoridectomías, escisión, infibulaciones), operaciones ginecológicas innecesarias (histerectomías gratuitas), heterosexualidad forzada, esterilización forzada, maternidad forzada (por la criminalización de la contracepción y del aborto), psicocirugía, negación de comida para mujeres en algunas culturas, cirugía plástica, y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento” (Femicide: Sexist terrorism against women).
Femicidio, trans/travesticidio y crímenes de odio son la culminación de la violencia de género.
Por supuesto, todas estas formas de violencia no se restringen a las mujeres, sino que afectan al universo de la diversidad de identidades, expresiones de género y orientaciones sexuales sobre las que el patriarcado busca ejercer su predominio, siguiendo un orden social determinado, que va desde ciertos tipos de masculinidades –varones adultos y cis-heterosexuales– hacia feminidades, niñas, niños, personas mayores y disidencias.
En marzo de 2009, nuestro país sancionó la ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales. La norma entiende por violencia contra las mujeres “toda conducta, acción u omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal”. En ese listado, se incluyen los hechos “perpetrados desde el Estado o por sus agentes”. En su artículo 5°, la ley 26.485 establece cinco tipos de violencia: física, psicológica, sexual, económica y patrimonial, y simbólica. A su vez, describe ocho modalidades según la forma en que se manifiesta en cada ámbito: violencia doméstica, institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica, mediática, pública-política y en espacios públicos.
Una espiral de sometimiento
La llamada “espiral o círculo de la violencia” es una herramienta muy útil para entender cómo funciona esta problemática cuando ocurre en parejas y en el ámbito doméstico. La figura del círculo que se espirala remite a la dinámica cíclica de la violencia, donde se intercalan periodos de relativa calma con otros de mayor agresividad, en un vínculo que se repite y se refuerza, en una combinación recurrente de posesión y dependencia.
Desarrollado por la psicóloga Lenore Walker, el concepto ayuda a comprender por qué muchas de las mujeres y disidencias sexo-identitarias que viven esta violencia pueden permanecer o regresar con aquella persona que las agrede. Y sirve tanto para quien está dentro del círculo, que así tendrá más elementos para entender qué le sucede y no culpabilizarse, como para quienes se acercan a ayudar y pueden sentir frustración al no lograr romper el ciclo.
Según el esquema de Walker, la fase 1 es de acumulación de tensiones. El agresor muestra cambios repentinos de ánimo, pero la hostilidad no está desatada. En medio de violencia psicológica y disputas cotidianas, la mujer buscará calmar las tensiones, complaciendo al hombre para “no molestarlo” y postergando sus propios deseos y necesidades. Incluso, puede sentirse responsable. En la fase 2, la violencia explota en todos los planos: físico, psicológico, económico y sexual. El objetivo del agresor es imponerse y atribuir la “culpa” a su pareja, a quien trata no como víctima sino como responsable. La impotencia y el terror inundan a la mujer, que puede intentar negar lo que vive, aceptar la violencia o hablar con su entorno y hasta denunciar al agresor. Ya en la fase 3, el ciclo culmina y, a la vez, se reanuda. Es el momento de reconciliación, de “luna de miel”: el agresor se muestra arrepentido, se disculpa y promete no volver a hacerlo. Con todo tipo de manipulación emocional, buscará evitar una ruptura. Ante el aparente cambio y creyendo las promesas, la mujer suele justificar a su pareja y permanecer a su lado. Si hubo una denuncia previa, puede retirarla y buscar excusas ante sus familiares y amigos. Todo está listo para una nueva fase 1.
Walker explica que este ciclo de violencia, que cada vez se cierra más, revictimiza a la persona vulnerable, ya que se intensifica la dependencia emocional con el agresor. La víctima incluso llega a pensar que su conducta violenta depende de ella, de si es “buena” o “mala”. Con el tiempo, si no logra salir de esa situación, si no ve que puede romper el círculo, las fases se harán cada vez más cortas y la violencia irá en ascenso.
Mitos y micromachismos
La violencia de género se alimenta y persiste gracias a un conjunto de creencias o “mitos”. Es un catálogo recurrente de suposiciones y prejuicios aceptados por el sentido común, que acaban por relativizar o minimizar la violencia, justifican a los agresores y trasladan la responsabilidad a las personas en situación de víctimas. En su máxima expresión, llegan a negar la existencia misma de estas conductas.
Un rol similar cumplen los llamados “mitos sobre el amor romántico”, que conforman un modelo de conducta para el amor “correcto”, a partid de una serie de preceptos construidos social e históricamente. En el caso de las parejas cis-heterosexuales, esto supone que las mujeres esperan ser escogidas por un varón para tener una pareja monogámica, con un final al estilo cuentos de hadas. “Asumir el modelo del amor romántico y sus mitos puede dificultar en las mujeres víctimas de violencia de género la reacción de denuncia o de finalizar una relación abusiva”, señala Raquel Herrezuelo Sáez, en Los mitos del amor romántico y su relación con la violencia de género.
Estas violencias se alimentan y persisten gracias a un conjunto de creencias o “mitos”.
Fruto de la estilización de sus formas, con el tiempo el machismo se volvió menos explícito y comenzó a recurrir a los “micromachismos”: actitudes de dominación “suave” o “de bajísima intensidad”, según la definición del psicoterapeuta Luis Bonino.
Por medio de estrategias solapadas y dejando menos evidencias, los micromachismos van minando la autonomía de las mujeres y disidencias sexo-identitarias. Si en sus formas se alejan de lo explícito, el objetivo y el resultado es el mismo de siempre: la desigualdad y el sometimiento de la mujer y las diversidades.
Femicidio y crímenes de odio
El femicidio, forma extrema de la violencia machista, es el asesinato de una mujer por su condición de género, así como de toda aquella persona que se identifique femenina, niña o adolescente, por parte de un hombre o un grupo de hombres, sin importar el ámbito público o privado ni que exista o haya existido o no relación entre el o los agresores y la víctima.
Trans y travestis están entre quienes más sufren las consecuencias simbólicas y materiales del patriarcado, por el solo hecho de su existencia, no asimilable a los patrones binarios y excluyentes del cisexismo. Las cifras mundiales de travesticidios y transfemicidios reflejan la exposición de estos colectivos a la muerte prematura y violenta, resultado de un sistema donde ser travesti o trans acarrea consecuencias en todos los planos. Por eso, el concepto de “travesticidio social” habla de la exclusión social y familiar sistemática que está detrás de estas muertes, del abandono por parte del Estado y la acumulación de agresiones que comienza en la niñez y se prolonga en toda la vida.
Según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGTB, el crimen de odio es “un acto voluntario consciente, generalmente realizado con saña, que incluye, pero no se limita, a violaciones del derecho a la dignidad, a la no discriminación, a la igualdad, a la integridad personal, a la libertad personal y a la vida”. Su objetivo es “causar daños graves o muerte a la víctima, y está basada en el rechazo, desprecio, odio y/o discriminación hacia un colectivo de personas históricamente vulneradas y/o discriminadas”.
Esa inserción de la violencia por motivos de género en la trama de otras formas de dominación es lo que revela la mirada interseccional. Si las personas viven identidades múltiples, es posible que a su vez experimenten múltiples formas de injusticias y abusos. Es decir, la violencia contra las mujeres y las disidencias confluyen y se potencian con otras caras de la jerarquización social, como el clasismo o el racismo. Como diversas y transversales son las formas de las violencias por razones de género, así deben ser las herramientas que busquen exponerlas y confrontarlas, y que, traducidas en políticas públicas con perspectiva de género, puedan colaborar en la construcción de un mundo más justo e igualitario, donde todas las personas tengan acceso a los mismos derechos y oportunidades.
Recursario
Dónde obtener información, pedir ayuda y denunciar
- Línea 144: atención a víctimas de violencia de género
- Línea 137: atención a víctimas de violencia familiar y sexual
- Línea 911: emergencias
- Fundación Micaela García “La Negra”: (03442) 15-64-8744, fundacionmicaelagarcia@gmail.com.
- Unidad Fiscal Especializada de Violencia Contra las Mujeres:
(+54 11) 6089-9074/9000, interno 9259. Mail: ufem@mpf.gov.ar. - Oficina de Violencia Doméstica (OVD): (+54 11) 4123-4510 al 4514.
- Centros de Atención para Mujeres y LGBTI+: en todo el país, se pueden buscar los centros en www.argentina.gob.ar/generos/centros-de-atencion-para-mujeres-y-lgbti.