La presa es un hombre negro que ha sido cazado por unos aldeanos japoneses en plena guerra, cuando su avioneta cae en territorio enemigo. La presa suscita fascinación entre los niños de la aldea. Pero también será finalmente un modo de entender la imposibilidad de escapar a la violencia humana.
Kenzaburo Oe es uno de los escritores reconocidos con el Nobel. Pero esta es su primera novela y la escribió cuando tenía apenas 22 años. Estaba ya en la universidad, viviendo en una ciudad que nada se parecía al pequeño pueblo en el que había pasado toda su infancia, con una madre y una abuela contadora de historias, y un padre muerto en la guerra. Quería escribir.
“La presa” esta es su primera novela, la escribió cuando tenía apenas 22 años.
La presa, esta novela corta, comienza con un avión que surca el cielo de la aldea. Son los niños que están jugando los primeros en verlo y en saber que se trata de un avión de guerra. Y luego, cuando se estrella, son ellos mismos los que saben que los adultos han ido a cazar a los sobrevivientes.
La historia está contada desde la perspectiva de un niño mayor, que pasa los días con su hermanito y un amigo (o más bien, desde un narrador ahora adulto que recuerda esa perspectiva). Es el padre de este niño el que ha capturado a un sobreviviente que provoca terror. Pero para sorpresa de todos es un varón negro, lo que desubica completamente por lo inesperado. “Un negro no puede ser un enemigo”, dicen. Y ahí comienza un relato de absoluta fascinación con esta presa cazada, a la que en principio se encierra para esperar la decisión de “los de la ciudad”, y que poco a poco va transformándose a los ojos de los pobladores en un animal doméstico. En una bella bestia a la que se le ha perdido el temor pero que produce profunda atracción -más que atracción: puro deseo- en la comunidad de los niños.
Kenzabure Oe cree en el poder de la palabra, antes que en la violencia.
La aldea donde ocurre la historia es un pequeño pueblo aislado de todo. Cuando llueve, ni siquiera es posible acceder a la ciudad cercana. Los chicos están sin clases porque las maestras, que son de la ciudad, no quieren abrir la escuela argumentando que son sucios y les dan asco. Entonces ellos juegan, exploran, conversan, tocan. Kenzaburo Oe también pasó su infancia en un lugar apartado, la isla más pequeña del archipiélago japonés. No sabemos si es su experiencia la que lo lleva a la maestría del detalle en la descripción pero sin lugar a dudas el lector puede sentir cada partícula de ese pequeño poblado, donde la presencia de la naturaleza en sus olores y colores es salvaje. Pienso en otro texto que leí hace muy poco, la Naturaleza Moderna de Derek Jarman, tan de otro signo y a la vez tan cercano a La presa a la hora de dejar clara la imposibilidad de aceptar el artificio que separa naturaleza y cultura.
Una de los asuntos más bellos de la novela son los modos nada domesticados de la libertad y vitalidad de los niños que no tienen un tiempo ni un lugar para jugar, sino que simplemente están. Que existen en un mundo paralelo al de los adultos, mundo que va a irrumpir en sus vidas con un acontecimiento inesperado. Es en ese hecho que el niño de la historia se hace grande violentamente, como “un cordero nacido antes de tiempo”. Y ahí llega la guerra: “Cuando una guerra llega hasta este punto es el colmo”, dice uno de los adultos. (Y aclaro que la niñez en La Presa no es solo ese estado bucólico de chiquitos bañándose en el arroyo y jugando. También una de las escenas del niño mayor cruzándose con una chica de la ciudad, de la que recibe todo el desprecio infernal de su clase, que lo humilla y le hace sentir pena de sí mismo, pinta las múltiples violencias allí donde no se las ve. Sin embargo, nada tan terrorífico como la guerra. Kensaburo Oe escribe después de Hiroshima. Es cuando la guerra sin duda es el colmo).
El autor escribe después de Hiroshima. Es cuando la guerra sin duda es el colmo.
El único asunto de esta novela no es la violencia. Pero tiene que ver con ella. Tal vez por eso todo lo que sucede en el relato sucede entre varones.
La violencia de la destrucción, del daño a los demás, será luego de esta novela una de las preocupaciones del escritor. Dice en una entrevista en la que habla de Un amor especial, que no está seguro pero que cree creer en el poder de la palabra ante la violencia. No lo puede asegurar con certeza. Nadie lo puede asegurar.
Kenzaburo admiró a Mishima. A su primera obra. Pero dice que luego abandonó el camino de la creación, que para él, siempre será de búsqueda y riesgo.