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La inescrupulosa disputa por la presencialidad en las escuelas

Por Gustavo Rodríguez
La inescrupulosa disputa por la presencialidad en las escuelas

Insistir con tener a los/as estudiantes en las aulas en esta etapa es encerrarse en caprichos ideológicos, dejando en evidencia que el cuidado de la gente y la educación misma les importa un carajo. Amparados en el latiguillo “la educación es un derecho básico”, omiten una de las partes más importantes de las leyes de educación vigentes –que quizás desconocen-, que exigen garantizar que tanto los contenidos pedagógicos, como las estrategias didácticas y la elección de los materiales y/o formatos utilizados deben planificarse de acuerdo a las necesidades de cada grupo, con la contextualización epidemiológica, social, cultural y económica correspondiente.

Una de las premisas esenciales de la Ley Nacional 26206 y de su par provincial 13688, determina que los agentes de educación deben arbitrar los medios para garantizar una educación de calidad, cualquiera fueran las circunstancias en las que el/la estudiante, grupo o comunidad se encuentren, siempre velando prioritariamente por las políticas de cuidado integral de los/as niños/as y jóvenes. En este contexto, no se entiende qué calidad educativa se le puede garantizar a un/a joven cuya burbuja le permite asistir una semana por mes, debiendo, en el más venturoso de los casos, volver en 30 días a repasar lo visto o a ver otro contenido que,lógicamente, costará mucho ensamblar con el anterior.  

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La solución de ningún modo es ir a la escuela al costo que sea, sino que nos exige encontrar variantes viables y seguras.

Estos números responden a que la mayoría de nuestras aulas solo puede albergar en cada burbuja –distanciamiento mediante- entre 5 y 10 estudiantes. Si la matrícula es aproximadamente de 30 jóvenes por salón, la rotación termina limitando los encuentros educativos a un 25-30 % de los establecidos por la estructura curricular. Esto hace que los grupos que no asisten tengan contacto muy esporádico con el/la docente porque éste/a no puede estar en la presencialidad y en la virtualidad al mismo tiempo, ya que es humanamente imposible.

Sostener este modelo en el cuadro de situación que tenemos, bajo el lema de “defendemos el derecho a la educación”, es mentir. Es aferrarse a la pantomima de que “estamos educando” como bandera política, aun a costa de la salud de la gente, teniendo la certeza absoluta de que, más que garantizar el derecho a la educación, lo que se está concretando es su cercenamiento, solo para figurar.

Está claro que, en circunstancias normales, las clases presenciales no tienen comparación desde ningún punto de vista y también, que la mayoría elegimos esa manera de enseñar. Está claro también que, si como profe veo a mis alumnos/as, con suerte, una semana por mes, establecer el vínculo -que es el que realmente permite construir conocimiento- se torna casi imposible. Es obvio también que no todos/as tienen acceso a la virtualidad, lo que en ese caso dejaría un porcentaje fuera de la educación pero la solución de ningún modo es ir a la escuela al costo que sea sino que nos exige encontrar variantes viables y seguras. 

Clases virtuales no es no dar clases, no significa no trabajar en la educación sino que, en este cuadro de situación, es la manera más efectiva, cuidadosa y fluida de llegar a los/as jóvenes.

En ese marco, el comunicado que establece la suspensión de clases determina guardias docentes en las escuelas para atender a las familias que no tengan conectividad, al tiempo que dispone un giro de fondos para la impresión del material pedagógico necesario para entregar a quienes no puedan acceder al mismo. Este acompañamiento desde las instituciones también persigue sostener la revinculación lograda con muchos sectores vulnerados que en 2020 se habían caído del sistema educativo. Mientras, los/as docentes estarán abocados íntegramente al acompañamiento pedagógico virtual con sus grupos, lo que permitirá una mayor fluidez en la construcción del vínculo. El mismo comunicado establece que se seguirá trabajando en la búsqueda que permita proveer de internet a los barrios más necesitados, para que la conectividad no sea un lujo.

¿Es la solución mágica? Claro que no, son paliativos que permiten seguir intentando garantizar la educación en cada rincón del país. Mientras algunos se enfrascan en trofeos de guerra que los reposicionen de cara a las próximas elecciones y no contemplan –porque no les interesa- los daños colaterales de la presencialidad, muchos/as seguimos buscando las mejores variantes para afrontar la excepcionalidad. También es interesante destacar, al contrario de lo que han querido imponer como idea, que clases virtuales no es no dar clases, no significa no trabajar en la educación sino que, en este cuadro de situación, es la manera más efectiva, cuidadosa y fluida de llegar a los/as jóvenes ya que, si 3 ó 4 de cada 10 se conectan con sus profes, el número ya es más auspiciosa que la presencialidad cercenada.

* Docente y Licenciado en Comunicación Social. 

A esta hora exactamente hay un niño rehén de la política

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Tags: docentespandemiapresencialidad escuelas
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