Luciana Cadahia nació en Córdoba, donde estudió filosofía, obtuvo su doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid con una tesis sobre Hegel y Foucault, y actualmente vive en Colombia, donde dicta clases, así como lo suele hacer en distintas universidades alrededor del mundo. En ese cruce de geografías también se anudan sus intereses: la filosofía de la historia y el pensamiento político y sus expresiones, con el populismo y el momento que atraviesa el feminismo en un lugar destacado de su reflexión. “El feminismo es una fuerza emancipadora, una fuerza de abajo que ha encontrado, por fin, su momento histórico”, resume Cadahia, autora de libros como Mediaciones de lo sensible. Hacia una economía crítica de los dispositivos y El Círculo Mágico del Estado. Feminismo, populismo y antagonismo.

En una exhaustiva charla con Contraeditorial, analizó distintos aspectos de un mundo que considera marcado por la incertidumbre, con hegemonías en disputa y una pandemia que expuso como nunca la contingencia de lo humano, “donde se ven con mayor claridad las fuerzas de la reacción y las de la emancipación”, y que presenta múltiples desafíos: desde una estrategia internacional y local a la vez, y la administración de tensiones para no quebrar el campo popular, hasta desactivar la idea de un supuesto “populismo de derechas” y sin olvidar las “trampas” que el neoliberalismo en crisis va sembrando sobre el escenario global.
– ¿Qué lectura hace de la emergencia a nivel global de una nueva ultraderecha?
– Una primera cuestión es saber si este auge de la extrema derecha a nivel mundial es algo completamente nuevo o si, por el contrario, podemos pensarlo como una reminiscencia de aspectos del pasado. Depende mucho de cómo uno entienda la historia. En ese sentido, sobre todo en el último siglo en Europa, se ha cultivado una tendencia a entender la ruptura y las vanguardias de manera un poco convencional, que consiste en pensar que los cambios tienen lugar cuando algo completamente nuevo acontece y que aquellos espacios que son una reiteración de algo del pasado, en realidad son espacios muertos. En una entrevista que Pablo Iglesias le hizo a Antonio Negri en el programa Otra vuelta de tuerka, Negri decía algo así como muy interesantes las experiencias latinoamericanas del siglo XXI, pero qué era eso de volver a la idea de Estado, a la cuestión de la redistribución y los derechos sociales entendidos en esa clave republicana, que esas eran reivindicaciones que a América Latina le hacían bien, pero que eran aspectos de un pasado que nada tiene que ver con los desafíos actuales.
“La extrema derecha es un intento de reactivar, una vez más, las fuerzas de la reacción en un sentido fascista”.
Me quedó rondando esa idea de Negri, porque me pareció muy problemática y muy empobrecida su concepción de la historia. Como creer que porque algo se repite, ese espacio ya no vale la pena, porque lo que realmente vale la pena sería algo por completo novedoso. Y es en ese sentido donde yo creo que la historia no es más que un reiterarse las cosas una y otra vez, ¿no? Pienso que la historia, al menos la del cristianismo hasta ahora, es una historia en tensión entre los de arriba y los de abajo, y que eso ha dado lugar a distintas formas y experiencias. Es un juego entre unas fuerzas de la reacción que están imaginando un mundo para pocos y gobernado por pocos, y una historia de quienes queremos que el mundo sea para todos y gobernados por todos. En un momento de incertidumbre mundial, porque desde la crisis de 2008 en adelante el neoliberalismo ha mostrado signos de agotamiento y a eso se suma la pandemia; en un momento donde no hay una hegemonía clara a nivel mundial, es donde se reactivan y se ven con mayor claridad las fuerzas de la reacción y las de la emancipación. En ese sentido, creo que la extrema derecha es un intento de reactivar, una vez más, esas fuerzas de la reacción en un sentido fascista.
– ¿Cómo juega el concepto de fascismo en este escenario así planteado?
– Estoy usando el término fascista no desde un punto de vista positivista, sencillamente como un determinado régimen de gobierno, sino que lo estoy pensando como un ethos inmunitario, como un modo de ser y de estar en el mundo. La extrema derecha, con esa lógica inmunitaria, es un retorno del fascismo. Cuando las cosas retornan, es en ese gesto de reiteración donde van apareciendo los elementos novedosos. Creo que lo que las fuerzas de la reacción están experimentando, lo que están creando –y no lo digo yo, lo dicen muchas voces– es un laboratorio posdemocrático. Hasta hace un tiempo, la derecha, no en su versión extrema, sino más convencional, había hecho una extraña combinación entre una idea de democracia y neoliberalismo, democracia y exacerbación de las desigualdades, que le funcionó. Pero con la crisis del neoliberalismo, ese pacto con esa idea de democracia también entró en crisis, y lo que vemos aparecer son experimentos de neoliberalismo autoritario. Yo, que vivo en Colombia, siempre insisto en que Colombia es un laboratorio de futuro, donde ahora mismo se está ensayando, a través del gobierno de Iván Duque Márquez y del uribismo, un autoritarismo neoliberal postdemocrático.

– En esta reactivación de las tensiones entre las fuerzas de la reacción y las de la emancipación, ¿qué rol y que potencia tiene el movimiento feminista?
– El feminismo es una fuerza emancipadora, una fuerza de abajo que ha encontrado, por fin, su momento histórico. En distintos momentos, las demandas feministas estaban presentes, pero no tenían la centralidad que tienen ahora y, por lo tanto, siempre quedaban en un segundo plano. La particularidad de este momento histórico es que, a diferencia de las otras fuerzas, como pueden ser las luchas antirracistas o las de clase, el feminismo ha logrado configurar una internacional. O sea, no se mueve tanto como un movimiento nacional, situado solo en un lugar, sino que a la vez que opera de manera local, también se está moviendo de manera mundial y se va articulando en ese sentido. Voy a citar un ejemplo: Las Tesis, esta performance del colectivo de artistas chilenas. Podemos preguntarnos si como performance es interesante en términos estéticos, pero yo lo que pienso es cómo ese fenómeno se regó a nivel mundial. Empezó en Santiago de Chile –tuve la oportunidad de estar justo ahí cuando tuvo lugar– y rápidamente, a los 15 días, veía que en el Chocó, que es el sur occidente colombiano, estaban las mujeres de las comunidades negras haciendo la performance en sus barrios, o también en Turquía. Claro que hay mucho también de lo mediático, pero hay un contagio desde el feminismo que quizás las otras fuerzas de la emancipación no logran exponer de manera tan radical.
– Es interesante esto porque, en general, quienes logran globalizar sus estrategias son los sectores de derecha, ¿no?
– Por eso es tan importante una Internacional, es decir, una organización “global”, aunque sea una palabra compleja, que logre contrarrestar a esta otra estrategia. Días atrás estuve escribiendo un texto sobre la amistad entre el poeta Hölderlin y el filósofo Hegel. Hice un trabajo sobre la idea de republicanismo que tenían en su juventud, cuando además estaban muy entusiasmados con la experiencia de la Revolución Francesa. Ellos se consideraban a sí mismos jacobinos, y aunque Alemania no existía como Estado nación, querían para lo que hoy se llama Alemania una emancipación republicana de tintes parecidos a la Revolución Francesa.
“Desde el campo popular muchas veces se desestima la lucha feminista”.
En su intercambio epistolar, estos dos autores sostenían que la aristocracia tiene la capacidad de elaborar una internacional sin patria, porque es un internacionalismo de tipo filial: las monarquías casándose entre ellas para ir gobernando el mundo. Señalaban que era un peligro y planteaban algo curioso: recordando a Rousseau, decían que, frente a esta aristocracia internacionalista sin patria, había que lograr una patria. Claro, hoy la palabra “patria” es problemática, sobre todo después de la experiencia del fascismo en sentido histórico. Cristina Kirchner rompió esa lógica cuando dijo “la patria es el otro”, pero hoy la palabra patria, en casi todos los lugares, nos suena como algo conservador, excluyente. Sin embargo, Hölderlin y Hegel estaban pensando en la patria en un doble sentido. Por un lado, tenía que ver con la posibilidad de otra forma de internacionalismo que no pasara por la lógica aristocrática, sino por la republicana. Y, al mismo tiempo, ese internacionalismo que era, como diríamos hoy, global, también pasaba por lo local, por lo particular. Ya en ellos estaba eso que en el marxismo va a estar muy presente con la Internacional. Hay una tradición de pensamiento emancipador donde apostar por lo universal no implica desatender lo particular, sino que es una dialéctica entre las dos cosas. En cambio, la globalización neoliberal te dice que o sos una persona global, y eso es sinónimo de cosmopolita, y estás en el mundo; o sos una “peroncha”, completamente atrapada en la lógica nacional-popular de tu país, incapaz de ver lo que pasa en el mundo. Lo local se puede reivindicar, entender en su especificidad, y eso no implica estar en la vereda contraria de la posibilidad de una internacional.
– Sobre las estrategias de la reacción ante el avance del feminismo, ¿cuáles son las trampas que el sistema le plantea a este movimiento?
– Creo que hay muchas trampas, pero hay dos que son muy importantes a tener presentes, por lo que he visto que les pasa a las compañeras, compañeres, compañeros, no solo del peronismo o del kirchnerismo, sino también en otras organizaciones políticas en Colombia, Ecuador, España o Estados Unidos, de las que estoy muy pendiente. Uno de los problemas es que desde el campo popular muchas veces se desestima la lucha feminista. Recuerdo que cuando empezaron a aparecer imágenes de Evita con el pañuelo verde, muchos compañeros salieron rabiosos en contra de pensar que Evita era feminista. Psicoanálisis de manual. Habría que pensar sus complejos con la idea de madre que los llevaron a ponerse misóginos con todas las compañeras que queríamos reivindicar esa figura de una Evita queer o feminista.

Fue el síntoma de algo que sí está presente y es que el campo popular le tiene miedo al feminismo. No digo en su totalidad, pero grandes sectores le temen, consideran que el feminismo es un movimiento autónomo y por lo tanto quieren expulsarlo de la lucha. Me parece que eso es un error estratégico y político. Un error estratégico porque el feminismo hoy mismo es una fuerza social importantísima. Y es un error político porque el feminismo es la historia de la lucha de las de abajo. Que esté capitalizado en cierta medida por el liberalismo, eso es otra cosa, pero es una lucha por la igualdad. Antoni Domènech, en su libro El eclipse de la fraternidad, cita a una mujer que está hablando a sus compañeros de la Revolución Francesa y les dice: “Ustedes lucharon contra la opresión de la aristocracia, pero si al interior de las relaciones entre mujeres y hombres vuelven a configurar una relación de opresión, se estarán asemejando a sus enemigos”. Es el mensaje que el pasado nos devuelve: en la medida en que los compañeros del campo popular le teman a la emancipación femenina y de las disidencias sexuales, estarán ellos guardando en una partecita de su ethos la lógica patriarcal.
– ¿Y la segunda trampa?
– Sí. Ocurre que también hay trampas del lado del feminismo. No comparto con muchas compañeras que necesitan ver al feminismo como un movimiento independiente de los partidos políticos y más allá de la distinción izquierda, derecha, emancipación, opresión, etcétera. Esa experiencia termina derivando en un feminismo liberal, porque reactiva la idea de una cierta forma de la apoliticidad. Es decir, ese feminismo se considera político en tanto las mujeres nos reunimos entre sí, pero apolítico con respecto a todos los demás aspectos asociados. ¿Pero la lucha antirracista, la lucha anticlasista, en qué lugar van a quedar? Ojo con las trampas del feminismo liberal que busca transversalidad para romper las alianzas entre los de abajo.
“Cristina Kirchner rompió cierta lógica cuando dijo ´la patria es el otro´, pero hoy la palabra patria, en casi todos los lugares, nos suena como algo conservador, excluyente”.
Así como los compañeros temerosos de las mujeres rompen el campo popular, las feministas que se declaran autónomas lo rompen porque empiezan a dividir, y eso me parece peligroso en el sentido de las fuerzas de la reacción tal y como están operando hoy. Por el contrario, hay que crear articulaciones desde abajo. Esa consigna tiene que ser clara para cualquier feminista. Articulaciones donde el campo popular, como una unidad en la diferencia, se reconozca al mismo tiempo feminista, antirracista y anticlasista. Es decir, que tramitemos entre nosotres nuestras propias tensiones, pero no rompamos el campo, porque eso le da juego al liberalismo y al neoliberalismo para que empiecen a cooptar esos espacios o a ganar elecciones y seguir manteniendo una agenda hegemónica.
– ¿Y qué pasa con la cuestión ambiental? Así como las nuevas generaciones la tienen muy presente, hay sectores del campo popular que la consideran otra estrategia de los países desarrollados para impedir el avance de los más postergados.
– Hay dos cosas importantes. La primera es que las generaciones más jóvenes vivimos con mayor intensidad el desmoronamiento de un tipo de vínculo con eso que llamamos “naturaleza”, en el sentido de que esa relación se vuelve inviable y está llevándonos a la destrucción de la forma de vida tal y como la conocemos. Si algo mostró la pandemia, con una nitidez que quizás otras epidemias no alcanzaron, es que nuestra presencia en el mundo no está garantizada. De hecho, puede ser el inicio de la extinción de la humanidad. No digo que vaya a suceder, ¿pero por qué no? El virus puede ir agravándose y puede no haber vacuna que lo contenga. Es lo que expuso la pandemia: nuestra existencia en el mundo es contingente. Podemos no estar. Y la otra cosa que mostró es que este virus tiene que ver con nuestra interacción con la naturaleza. Por lo tanto, hay algo de nosotros que ha forjado esta pandemia y es un indicio de nuestra autodestrucción. En ese sentido, me parece que es un tema de primer orden nuestra relación con la naturaleza.

Ahora bien, hay algo que nos advierten los compañeros de otras generaciones y es que efectivamente hay una agenda cínica –y resalto esa palabra– de los poderes mundiales, de los países dizque más desarrollados, que usan ese supuesto problema ambiental como tecnologías de dominación en nuestros países. Pero una cosa es tener la lucidez para ver la operación que ellos están haciendo y otra cosa es negar el problema. ¿Necesitamos autodeterminación de los pueblos? Sí. ¿Y necesitamos hacernos cargo de este problema mundial? También. Porque con la excusa de que el otro me quiere dominar, en el fondo lo que estoy haciendo es evadir un problema real. Y no cabe duda de que Estados Unidos y Europa probablemente tengan mucha mayor responsabilidad, pero da igual: lo humano en su conjunto puede perecer más allá de quien haya iniciado este proceso de destrucción masiva. Me parece que de esta no salimos a nivel nacional, es decir, no depende de cada país. Necesitamos una respuesta como bloque regional. En primer lugar porque, como dijimos, los poderes mundiales son cínicos, entonces supuestamente nos quieren dar una solución ambiental pero eso viene como la ayuda del FMI: es un salvavidas económico, pero en realidad te hunde.
– Volviendo al ascenso de las ultraderechas, a la hora de referirse a sus líderes, como pasó en Estados Unidos con Donald Trump o en Brasil con Jair Bolsonaro, se los llamó populistas. ¿Qué opina de quienes hablan de un populismo de derecha?
– Es algo que desde el ámbito de los estudiosos del populismo llevamos unos cinco años conversando y por suerte no hay un consenso. Significa que el pensamiento está vivo. Junto a Paula Biglieri, que es una pensadora del populismo, escribimos un libro –NdE: Seven Essays on Populism– donde dos capítulos consistían en plantearse si era riguroso pensar en un populismo de izquierda y uno de derechas, o si, por el contrario, hay herramientas para hablar de un populismo a secas, asociado a una experiencia emancipadora. En esos dos escenarios posibles, a mí me parece que no hay una experiencia populista de derechas. Sobre todo han sido los medios de comunicación y cierta academia los que han nombrado a Trump, a Bolsonaro, como populistas de derecha. Creo que no lo son. Pienso que estas formas de liderazgo político son muy similares a las de los fascismos. La forma en que articulan lo popular es de nuevo inmunitaria y excluyente.
“En la historia de la humanidad, siempre ha habido un significante para estigmatizar. Y creo que en el siglo XXI le ha tocado a la palabra populismo”.
Es decir, el líder conecta con lo popular a través del temor y la exclusión. No son pasiones afirmativas, no es una construcción del ser social, sino su destrucción, porque es desde el temor que se establecen estos liderazgos. Por eso me parece que no coinciden con el liderazgo del populismo, donde hay una articulación heterogénea de los excluidos de la historia, a partir de la lógica del amor y la afirmación del ser en el mundo. Por eso creo que hay que hablar de populismo sin más, y que los otros son liderazgos que se pueden llamar neofascistas o post fascistas. Aunque estoy dudosa de este término. Quizá se deba a que todavía no lo hemos encontrado. Si volvemos al trabajo que comenté sobre los años de juventud Hegel y Hölderlin, en la correspondencia entre ellos era muy notorio que la palabra jacobino tenía el estigma que hoy lleva la palabra populismo. Era exactamente igual. Era una palabra para nombrar cualquier cosa que estuviera en contra de ciertos poderes de la reacción y servía como objeto de estigmatización. En la historia de la humanidad, siempre ha habido un significante para estigmatizar desde las oligarquías mundiales a la organización popular. En un momento fue la palabra jacobino, en otro momento fue la palabra comunista, y creo que en el siglo XXI le ha tocado a la palabra populismo. Por lo tanto, el populismo encierra una capacidad emancipatoria que conecta con una solidaridad de los tiempos y con todas las luchas de la historia de la humanidad que han intentado la emancipación, la igualdad, la fraternidad y la libertad entre los seres humanos. Eso es el populismo: un significante emancipador.