Un desaparecido que reaparece
Tituló Clarín, este domingo: “Reapareció Alberto sin nombrar a Cristina, criticó a Guzmán y llamó a la unidad”. Una narración en sí misma. Pero sobresale el verbo: “reapareció”. Es decir: el Presidente había desaparecido. Se había ido, había pensado en irse o estaba amenazando con irse. Por supuesto, no como una respuesta a la vieja demanda de que “se vayan todos”. Sino, más bien, como la decisión de quien se va por su propia voluntad.
Dijo Jorge Liotti en La Nación: “Ese día se produjo otra desaparición temporal de Alberto. Horas en la que nadie sabe dónde está. A veces sale sólo en su auto. Misterio”. El mismo periodista señalaba: “Se retiró a los gritos del almuerzo y se recluyó en su oficina cinco horas casi sin contacto con nadie. Como si el país se hubiera quedado temporalmente sin presidente”. Es la descripción de un vacío: aquel que aparece cuando el Presidente desaparece. El título y bajada de la nota de La Nación eran concluyentes: “La amenaza del Presidente y el temor de Cristina. ‘Si me siguen jodiendo, renunció’ –dijo Alberto Fernández ante su entorno”.
Lo que predominó durante el fin de semana no fue sólo el relato periodístico sobre la crisis política: también se impuso la narración minuciosa de la interioridad presidencial. Esa micro descripción del estado emocional del Presidente sólo resulta posible de dos modos: porque el periodista está presente en la intimidad del jefe de Estado o porque tiene “representantes” que le cuentan lo que sucede en esa escena reservada. En este último caso, habría allí un proceso de migración de lealtades: algunos funcionarios del círculo íntimo operarían más como representantes de estos medios frente al gobierno que como miembros del gobierno frente a esos medios. Entre la lealtad a un Presidente débil y la lealtad a medios poderosos, elegirían a éstos últimos.
Esa micro descripción del estado emocional del Presidente sólo resulta posible porque el periodista está presente en la intimidad del jefe de Estado o porque tiene “representantes” que le cuentan lo que sucede.
Se trataría de una alianza implícita entre algunos cuadros gubernamentales y cronistas de los grandes medios para seguir construyendo la personalización de la política: es decir, el relato de los procesos económicos, sociales y políticos a partir de variables psicológicas o emocionales. El Presidente está solo, lo dejaron sólo o crea su propia soledad. Es, entonces, esa soledad transformada en categoría política.
El uso político de la debilidad
Hay otra hipótesis: la creación de la debilidad del Presidente por el propio entorno presidencial. Martín Guzmán habría inaugurado un método general: un gobierno donde los gobernantes se van y dejan un vacío. Ya no sería la sociedad pidiendo que se vayan todos sino un gobierno débil que se va solo. En este caso, el mayor poder de Alberto Fernández sería su propia debilidad: habría un futuro convulso en el que cualquier presión adicional podría desencadenar un abandono del gobierno.
Hay una segunda amenaza: la del golpe de mercado y la desestabilización. La creación de la imagen de un gobierno vacío sería performativa: contribuiría a crear la existencia de un gobierno vacío. Un golpe de mercado es el avance de los sectores económicos dominantes sobre un gobierno que abandona el poder, que lo ejerce débilmente o que ha cometido graves errores en su desempeño. El territorio que la política no ocupa lo invade ese poder económico concentrado. Por lo cual, si hacia adentro la debilidad puede ser un hecho de fuerza, hacia afuera es un acto suicida. La debilidad es una categoría de la política pero nunca una categoría del poder.
Hay otra hipótesis: la creación de la debilidad del Presidente por el propio entorno presidencial. Martín Guzmán habría inaugurado un método general: un gobierno donde los gobernantes se van y dejan un vacío.
El uso de la debilidad como acto de fuerza por parte del gobierno construyó un nuevo contraste con el kirchnerismo: del ejercicio del poder demasiado intenso de este último se habría pasado a un ejercicio del poder basado en la autopromoción de la debilidad. Lo paradójico es que la promoción de esa debilidad termina ampliando esa debilidad. ¿Quién ocupa el vacío? Los que son fuertes para hacerlo.

Hablá con ella
En otra descripción de la intimidad de Olivos, en este caso por Santiago Fioriti en el diario Clarín, varios funcionarios le piden al Presidente que hable con la Vicepresidenta. Alberto se niega. El periodista narra una crisis emocional en el entorno presidencial. Vilma Ibarra, “la albertista más crítica del cristinismo ahora le gritaba a Fernández para que reaccionara y que llamara a su socia. Gritaba, sí, literal. Y no era la única. Alberto también llegó a responder con gritos. ‘¡No puede ser que la única solución que todos me traigan sea que llame a Cristina! Nadie me trajo nada distinto’ –reprochaba Alberto. ‘¡No podemos romper la alianza!’ –sostenía Vilma. ‘¡No me jodas más, Vilma!’ –intentaba cerrar el Presidente. ‘Escuchá, Alberto, tenés que escuchar. ¡Escuchá!’ –decía Vitobello”. Funcionarios al borde de un ataque de nervios, reconstruían la escena para el periodismo hegemónico. Demasiados datos para que sea pura ficcionalización mediática. Es el relato de la debilidad como traición a la intimidad presidencial o como construcción de un último hecho de fuerza.
“No lo hagas, Martín”
Pero el Presidente débil es en simultáneo fuerte: mantiene, ante todo su equipo, la decisión de no hablar con la Vicepresidenta. A uno de los funcionarios presentes se le ocurre llamar a un periodista para que lo convenza. Luego, otro llama a Estela de Carlotto para que, a su vez, ella lo llame. La crisis es, entre otras cosas, comunicacional: el Presidente se niega a hablar con la Vicepresidenta y se niega a escuchar a sus funcionarios e, incluso, a Martín Guzmán cuando este intenta renunciar. El exministro de Economía tampoco escucha a Alberto cuando este le pide: “No lo hagas, Martín”.
Funcionarios al borde de un ataque de nervios. Demasiados datos para que sea pura ficcionalización. Es el relato de la debilidad como traición a la intimidad o como construcción de un último hecho de fuerza.
El gobierno del diálogo no logra que la palabra circule en su interior. Hay un desbalance que quizás resulte clave para explicar el callejón sin salida: es el que se produce entre la circulación fluida de la palabra hacia los medios hegemónicos y la extrema dificultad para que esa palabra circule en el interior de la fuerza política. En esta perspectiva, las relaciones de fuerzas son siempre deficitarias porque la épica gubernamental está localizada en un lugar imposible: en ese relato de la debilidad. Desde épocas milenarias, los fuertes siempre ocupan el territorio de los débiles.