En las situaciones de extrema debilidad institucional, de progresiva pérdida de identidad y, entonces, de productividad política real de los partidos políticos que invierten exclusivamente su energía en posicionamientos frente a los actos electorales, se genera hartazgo y desconcierto en distintos sectores de la sociedad. Sus acciones pragmáticas desligadas de cualquier proyecto explícito presentado a la población alimentan el huevo de la serpiente de la antipolítica. La sociedad fragmentada recibe estímulos publicitarios fragmentados de la clase política fragmentada. En ese contexto, los sectores sin poder económico no están en condiciones porque no se crearon condiciones de quienes dicen representarlos para construir poder político que les posibilite jugar el juego de las grandes cuestiones de la vida pública, y entonces rige en la sociedad la ley del más fuerte. Todo se trata de meras apuestas electorales y entonces cada sector del sistema político con fuertes posibilidades en el acto electoral dispone de equipos de manipulación de la llamada opinión pública, concibiendo la lucha política como exclusiva lucha electoral con objetivos pragmáticos.
La sociedad fragmentada recibe estímulos publicitarios fragmentados de la clase política fragmentada.
Distintos sectores de la sociedad, que en otros momentos creían tener con cierta fuerza cultural alguna identidad política ligada a los dos grandes partidos de la Argentina, navegan por un mar agitado y perdieron la brújula. Brújula que, aunque siempre imprecisa, evitaba el estado de extrema desprotección. No obstante lo descrito, en las sociedades en general y en esta sociedad en particular hay experiencias históricas que dejan marcas que, con distintas intensidades en diferentes sectores sociales, siguen influenciando más allá de los sacudones en las maneras de pararse frente al mundo. Y la gran experiencia histórica de esta sociedad fue la sociedad relativamente integrada, de movilidad social ascendente, que con idas y vueltas tuvo casi la duración de un siglo. Las maneras de “pararse frente al mundo” derivadas de esa experiencia son elementos relevantes que hay que considerar cuando surge, por ejemplo, la pregunta ¿qué va a pasar con los comportamientos electorales de diferentes franjas de población en un contexto de crisis? Claro que hay que considerar aspectos coyunturales, pero no la relación con esos hechos coyunturales en forma deshistorizada, como si los ciudadanos fueran exclusivamente consumidores, en este caso de ofertas políticas circunstanciales que atienden a los cambios en las identidades efímeras de los votantes consumidores.
Quizás sea bueno recordar que los números de las PASO previas al triunfo de los Fernández sorprendieron a los sectores de la clase política perjudicados, pero también a los beneficiados. Y, lo que quizás sea menos extraño, también a muchos especialistas en temas electorales. La cuestión es que a partir de este hecho surgen distintas evaluaciones que toman en cuenta las virtudes y los defectos de las distintas campañas, las acciones de los políticos implicados y sus maniobras exitosas o fracasadas, el surgimiento de algún carisma inesperado, los límites de la política imaginada como campaña de venta de productos, etcétera. Y, por supuesto, un papel estelar en las explicaciones le corresponde a las políticas económicas. Sin subestimar las distintas opciones, la sugerencia acá es que quizás sea bueno indagar en elementos culturales profundos que quedan más al descubierto en el marco de la disolución de identidades políticas tradicionales. La propuesta específica es atender, planteando una hipótesis, al carácter paradójico de ese elemento cultural significativo conformado en la experiencia argentina de los últimos 100 años, que está presente de distintas maneras de acuerdo a los momentos y a la posición social en amplios sectores de la sociedad: el sentimiento igualitario.
Distintos sectores de la sociedad, que en otros momentos creían tener con cierta fuerza cultural alguna identidad política ligada a los dos grandes partidos, navegan por un mar agitado y perdieron la brújula.
La primera parte de la hipótesis sostiene que en la sociedad argentina, en un quizás no tan largo camino de hace más de 100 años, a través de distintas experiencias históricas que resultan de un significativo proceso de movilidades sociales ascendentes, se generó efectivamente un elemento cultural potente, enérgico, vigoroso, que marcó a fuego a distintas generaciones, que puede llamarse sentimiento igualitario. Deudor tanto de la noción de individuo liberal ilustrada, como de la que tensa la anterior por abstracta y deshistorizada, que es la romántica, se manifiesta en prácticas sociales incorporadas a una mochila cultural, a un sistema de disposiciones que conformaron y habilitaron experiencias históricas concretas. Por un lado, entonces, la noción del individuo libre e igual a los demás, propietario de sí mismo y de los frutos de su trabajo, hecho sensibilidad práctica en la convicción de que es posible el progreso personal a través del esfuerzo y que esto supone –con un afianzamiento poderoso durante la experiencia del primer peronismo– el derecho del individuo a vivir bien, con dignidad. Lo que quiere decir vivir como esa experiencia histórica ha enseñado que pueden vivir las personas que vienen de abajo y se esfuerzan: acceso a buena vivienda y a los elementos que permitan el bienestar dentro de ella, a la salud y a la educación propia y de los hijos, al retiro que permita el recorrido autónomo y con la frente alta del último tramo de la vida.
Pero por otro lado, también la reivindicación, claramente romántica, de la singularidad creativa que puede plantarse frente al mundo. En la historia de esta sociedad –y esto es fundamental–, asentado en distintos motivos, hay una desconfianza, tempranamente conformada, hacia las instituciones y hacia la autoridad. Hacia todo tipo de autoridad. Aclarando que la desconfianza no implica el alzarse contra la autoridad, aunque pueda ser un elemento que bajo determinadas condiciones la habilite. Supone moverse en unos marcos institucionales, tanto del mundo público como del privado, y casi siempre considerarlos con cierta distancia, con la relativa sospecha de que “la cosa no es como la pintan”. Y, por supuesto, un sentimiento de estas características no encuentra favorables condiciones de existencia en los sistemas de dominación eficientes.
En la historia de esta sociedad –y esto es fundamental–, asentado en distintos motivos, hay una desconfianza, tempranamente conformada, hacia las instituciones y hacia la autoridad.
Condiciones que sí, y de distintos modos, se presentaron en esta sociedad: el carácter aluvional de la situación inmigratoria y un tipo de economía agrícola ganadera e incipientemente industrial, que conformaba fuertes y nuevas clases obreras. Simultáneamente, poderosas ofertas políticas reivindicadoras de los oprimidos que incentivaban su participación. Elites con más circulación de la que imaginaba Pareto y, por diversos motivos, incapaces de mostrarse al resto de la sociedad como claramente superiores. Extraordinaria fortaleza temprana de las instituciones educativas y de la salud pública. Por supuesto, reafirmación de estas estructuras institucionales públicas en el primer peronismo. A la vez gran, debilidad de instituciones políticas. Por otro lado, y en un papel relevante como elemento fundante de la nación moderna, verdaderos símbolos culturales como la indiscutible obra literaria nacional contenedora de la célebre escena en la que un sargento de la policía rural –puesto en los términos de un comentador ilustre–, “gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro”. O si se quiere, murmullos sociales que sobrevivieron literalmente quizás hasta fines de los 60, observables en algún exobrero peronizado y ascendido socialmente, que podía experimentar un respeto hondo y mesurado en la expresión al escuchar que se mentaba el nombre de Simón Radowitzky, el jovencito vindicador de la cruenta represión en la Plaza Lorea. La autoridad, en fin, descalificada y confrontada, en tanto marca estampada en la historia cultural de la sociedad, como un hilo significativo en el tejido del sentimiento igualitario.
“Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro”.
“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, Jorge Luis Borges
La segunda parte de esta hipótesis refiere a que el sentimiento igualitario, en tanto disposiciones que conforman un complejo humus de elementos culturales, se actualiza de diversas maneras, articulándose a distintas miradas más estructuradas. No necesariamente se integra a una identidad colectiva, menos en momentos de crisis de identidades políticas, y tampoco implica una fraternidad universalista. Es el que habilita al agente social –por decirlo coloquialmente– a no sentirse menos que nadie, resultado de la memoria de una sociedad integrada de movilidad social ascendente.
Pero cuando ese proceso se quiebra, los sectores que quedan del lado de la integración pueden actualizar este sentimiento igualitario como un recurso fuertemente diferenciador frente a los otros. Frente a aquellos a los que la cultura predominante puede estigmatizar como no dispuestos al trabajo emprendedor, que sobreviven con subsidios fiscales, y que eventualmente resultan peligrosos. Y así puede influenciar entre sectores medios, medios bajos y clases trabajadoras, opciones como las que posibilitaron el triunfo electoral del anterior presidente. Una forma concreta de actualización del elemento diferenciador podía ser la siguiente: “Si la luz está barata porque es un subsidio a los que no se esfuerzan, yo puedo pagar la luz y no quiero que subsidien a los que no se esfuerzan”. Quizás pueda justificar la arbitrariedad policial en defensa de lo conseguido con ese esfuerzo propio. También habilita a mirar para el costado si el ganador es un “pícaro” de la patria contratistas cuyo grupo se ha enriquecido esquilmando al Estado, y no conmoverse demasiado con los ladrones de guante cada vez menos blanco del mundo financiero. O tolerar el mamarracho de un ministro de Economía del anterior gobierno cuando se sintió habilitado a decir, mientras era ministro de Economía, que tenías sus fondos en el exterior porque no confiaba en el país, y que su casa lujosa figure en catastro como un baldío. Porque, al fin y al cabo, como piensa Don Quijote, “allá se lo haya cada uno con su pecado”. Solo que aquí restringiéndolo a los ganadores.

Porque si el castigo que implementan los que gobiernan y usan esa posición para beneficio propio se dirige al otro estigmatizado, las cosas marchan bien para distintos sectores integrados, aun para franjas de los más débilmente integrados. Pero adquiere otro sentido cuando se comienza a percibir que se está castigando el propio esfuerzo individual, y no solo eso, sino la entera cultura del esfuerzo propio de los que no están en el reducido podio de los ganadores. El que estaba señalando al otro inferior percibe por experiencia práctica que él, junto a muchos, es para ese reducido podio de ganadores el otro inferior, un perdedor, un fracasado. Y allí lo que eran percibidas como legítimas acciones punitivas, como picaresca o mera retórica, se transforma en ofensa, en humillación. Lo que cuentan que dijo un joven economista hace unos años acerca de que una persona jubilada de 70 años que cobra $12000 recoge lo que siembra (“vivió como un fracasado, cobra como un fracasado”) podría ser la bandera que flamee expresando claramente la cultura del capital financiero.
Y esto es lo que habilita otra manera de actualizar este elemento cultural: ese sentimiento igualitario fue humillado y se manifestó en el resultado inesperado de esas PASO y en el acto electoral posterior. Porque lo que al fin resultó inaceptable es que quienes te definen como un fracasado se habiliten a exigirte sacrificios. Los técnicos en manipulación de población no contemplaron este sentimiento y confundieron fragmentación social y cultural con sumisión.
Los técnicos en manipulación de población confundieron fragmentación social y cultural con sumisión.
Si en la sociedad argentina no es extraño que el futuro –no ya el lejano, sino el más cercano– sea impredecible, en un momento como el presente esto se exacerba. Las apuestas por imaginar cómo distintos sectores de la sociedad reorganizan simpatías políticas que pueden ser efímeras parecen no encontrar para sostenerse otra cosa que gestos coyunturales. Claro que no habría que subestimar esos gestos coyunturales, pero no deben ser, ni mucho menos, la única posibilidad de evaluación. Dar cuenta de la probable permanencia de ese sentimiento igualitario puede permitir aclarar algunos tantos. Siempre y cuando se entienda que las formas de ese humus, de ese sentimiento igualitario, no influyen de manera unívoca en las acciones de los bichos sociales.
* El autor fue director de la carrera de Sociología de la UBA (2004-2010), es profesor titular en la materia Sociología General (UBA) y dirige 7 ensayos, Revista Latinoamericana de Sociología, Política y Cultura. Acaba de publicar el libro Contra el Homo Resignatus, por la editorial Siglo XXI.
* La imagen que encabeza este artículo es una ilustración de Ricardo Carpani, sobre el texto de José Hernández El gaucho Martín fierro.