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¿Infectadura?

Por Ezequiel Saferstein y Nicolas Welschinger
¿Infectadura?

“¡El número de muertes no tiene lógica! Pongan en Google ¿cuántos números de accidentes laborales hay?, ¿cuántos niños mueren por falta de suero? ¿Por qué no hacemos cuarentena por eso? No tiene lógica lo que están haciendo: la gente tiene que comer, tiene que vivir ¿Y los recuperados cómo hicieron, eh? ¿Generaron anticuerpos solos? ¡Que vayan a laburar!

Las expresiones anticuarentena que ayer se hicieron públicas, manifestándose contra las medidas de prevención ante la expansión del coronavirus, se justificaban apelando a posiciones similares a las de los antivacunas, terraplanistas, a los autodenominados providas, libertarios y nacionalistas. Los reunidos en el Obelisco apelaron a la lucha por sus “derechos”, a su “libertad” individual, mezclando el “derecho de contagiarse” o la “libertad de circular”, con el “derecho a trabajar” y la “libertad de expresión”. Escenas similares se observaron estas semanas en las calles de Madrid en la manifestación impulsada por VOX, en México por el Frente Nacional Anti AMLO (FRENA) y en Milán por los “chalecos naranjas”.

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Es importante no ridiculizar ni negar estas posiciones, sino intentar comprender que son el producto de un modo de entender la libertad y los derechos en una clave que niega su dimensión colectiva-relacional, que niega el entramado social mismo que históricamente las produjo y aún las hace posibles.

Los anticuarentena apelan a posiciones similares a las de los antivacunas, terraplanistas, provida, libertarios y nacionalistas.

Referentes de la nueva derecha vienen promoviendo hace años, tanto en su participación en los medios como en las redes sociales, la idea de que la libertad o el derecho consisten en el más puro libre albedrío individual, sin considerar que también implican obligaciones-reciprocidad.

No subestimar estas reacciones es importante al menos por dos motivos. Es ahora que la desigualdad es el factor principal de transmisión del virus y que el bolsonarismo criollo se largará a agitar todas las fuerzas anti-cuarentena. Y porque potencialmente pueden ser muchos más: los que salieron en sus autos y no dieron notas, los que horas después empatizaron con las repeticiones, los golpeados por la crisis y los que temen ser alcanzados. “El moyanismo social”, “el tercio fluctuante”, “la clase media baja”, “los que definen el humor social”, como le quieran llamar: si ayer no marcharon, de varios modos estaban convocados a estar allí… “Estoy en contra de la cuarentena eterna – explicaban – no tenemos ingresos y algunos estamos fundidos”.

Todo indica – no sólo la amplificación mediática anterior y posterior – que subestimar la capacidad política de estos eventos sería caer dos veces en la misma red. Si los cacerolazos y movilizaciones anti kirchneristas de 2012 y 2013 fueron la antesala de la derrota electoral de 2015, el clima actual, con la que se anuncia como la peor crisis socioeconómica del capitalismo actual, no debería dejar de alertarnos.

Es la negación de lazo social y la reafirmación – ilusoria, con efectos concretos – de que en la vida todo se trata de sostener mi decisión individual.

¿Adiós a la meritocracia?

“La etapa de la meritocracia para mi está muerta en la Argentina”. Alberto interpelando la meritocracia… “Justicia es todo esto: tener acceso a la educación, a los servicios, al agua. Llegó la hora de que nos ocupemos de los argentinos que luchan todos los días y que les hicieron creer que ellos no tenían mérito: no tenían oportunidades, vamos a darle oportunidades a cada uno de los argentinos. De eso nos vamos a ocupar desde el Estado. Y van a ver qué distinto va a ser el país”. 

Así como debemos dialogar con el “mérito” como criterio de justicia, tenemos que desplegar otras ideas de libertad y derechos que pueden mejorar las realmente existentes: libertad implica reciprocidad, derecho, obligaciones. Y ambas implican interdependencia y menos desigualdad. Son estos derechos y libertades las que tienen más potencialidad incluso para el individuo que las liberales.

Es la negación de lazo social y la reafirmación – ilusoria, con efectos concretos – de que en la vida todo se trata de sostener mi decisión individual contra las conspiraciones de las fuerzas sociales (“te ponés el barbijo y sos un esclavo”, “el 5G produce el virus”) o también de grandes conspiraciones globales (“contra el nuevo orden mundial”, “no al genocidio de la OMS”, “Yo voté a Alberto, no a Soros”, dicen las fotos de los carteles que los medios nacionales seleccionaron).

La apelación a lo fáctico como autoevidencia es algo que caracteriza el discurso de los jóvenes anticuarentena.

Las visiones del mundo de los anticuarentena giran sobre su propio eje, su situación personal, su yo, su opinión como fuente legítima por sobre todo modo de argumentación, saber, conocimiento. En el contrapunto con los noteros quedó claro: no hay validación de la realidad más allá de la opinión del yo. Uno de ellos decía: “fui a un hospital y no está desbordado, ahí me di cuenta que el virus no existe y me vine directo al Obelisco a combatir la dictadura”.

“La rebelión contra la evidencia” de la que habla Ezequiel Adamovsky. Sin embargo, el devenir de experiencias, lecturas y consumos que los conducen hasta allí, nos permite complejizar: no se trata de la ausencia total del dato. De hecho, la apelación a lo fáctico como autoevidencia es algo que caracteriza el discurso de los jóvenes anticuarentena. Antes de la pandemia, un joven de 24 años, seguidor de los autores de El libro negro de la nueva izquierda (2016, Unión Editorial), Agustín Laje y Nicolás Márquez, afirmaba que leía sus libros porque  le brindaban datos y argumentos para encarar sus discusiones:

“Yo cito autores, cito estadísticas. Yo antes decía ‘la violencia no tiene género’, me contestaban ‘pero de dónde sacaste eso?’, y por ahí yo me quedaba pensando. Pero cuando empecé a leerlos, me dieron los datos ‘Bueno, muere un hombre cada tres horas’… y ‘de dónde sacaste eso?’ ,’Y, lo dice la OMS’. De ideas podes debatir mucho pero a los datos no los podés debatir, los muertos están en la morgue, sobre los datos no se puede discutir (…) El debate que se da en el marco de datos es más difícil que lo refuten, y eso es lo que aprendí de Laje y Márquez. Aprender a usar estadísticas en los debates y correrse del sentimentalismo de ‘yo opino’.

Si antes la Organización Mundial de la Salud (OMS) servía para argumentar y mostrar la realidad, hoy es el principal culpable de ocultarla.

Hoy ese joven asiste a las marchas anti cuarentena, vocifera contra el “nuevo orden mundial” y la OMS a la que antes citaba y lleva un barbijo que reza “Te salva el mercado”. Cree y se basa en “datos”, descontextualizados, des-historizados, sesgados, manipulados, pero datos al fin…Si antes la OMS le servía para argumentar y mostrar la realidad, hoy es el principal culpable de ocultarla. Los datos, los saberes, se construyen y se enmarcan en ciertos paradigmas. Los discursos y cosmovisiones del mundo con los que cada uno de nosotros justifica las prácticas y creencias sobre la pandemia y su gestión (sea “la ciencia”, la religión, el Estado, la espiritualidad, la vivencia personal, un poco de cada cosa) surgen bajo condiciones sociales determinadas, funcionan diferencialmente en los colectivos sociales y causan rechazo a quienes se encuentran en posiciones contrarias.

La negación del plano social de la vida les impide a parte de los manifestantes siquiera considerar reales la potencialidad de los riesgos (ni pasados, ni futuros). La falta de constatación en su entorno inmediato -ya que los comunicadores no son creíbles, como tampoco los científicos, ni nadie que no interprete su lengua- sumado a la mirada replegada en su individualidad, refuerzan la percepción de estar sufriendo una imposición injustificada: “Infectadura”, como lo bautizó, justamente, una científica del CONICET, hoy enarbolada por los sectores anticuarentena.

No es menor que quien encabece la carta de la infectadura sea una científica. Si en los primeros años del macrismo lanzó su campaña de desprestigio a la investigación científica -mientras cerraba el MinCyT, abría el Ministerio de Modernización-, ahora no se trata de una impugnación total sino de autodeclarados referentes buscando producir clivajes internos: “ciencia seria” en oposición a “ñoquis científicos”.

Si nos creemos los únicos racionales por citar los mismos datos con interpretaciones distintas, sin entender las disputas por el sentido común que emergen de allí, corremos el riesgo de salir perdiendo.

La idea de lo fáctico y lo científico funciona para los distintos grupos en disputa. Siguiendo a Nicolás Viotti, la reivindicacion de lo “racional” versus lo “ideológico” que por momentos parece caracterizar nuestras propias miradas sobre el contexto actual, es un problema. Hay universos de discursos y creencias donde lo anticuarentena funciona como marco de sentido basado en cierta evidencia, que consideramos sesgada, deshistorizada. Pero si nos creemos los únicos racionales por citar los mismos datos con interpretaciones distintas, sin entender las disputas por el sentido común que emergen de allí, corremos el riesgo de salir perdiendo.

Bolsonarismos

Patricia Bullrich viene acumulando en esa dirección: “un infectólogo no puede decir que si usted sale de su casa busca el virus”, Pedro Cahn es “casi terrorista”. Una vez más, lamentablemente es necesario -pero no suficiente- condenar intentos por amalgamar en una misma clave, virus-cuarentena-científicos-terrorismo.

Nos despreocupan que los manifestantes de ayer no tenían una consigna clara, ni un reclamo coherente. Sí, hubo delirantes y nazis. Pero también hubo peronistas, nacionalistas, libertarios, liberales que se quejan de que “el espíritu de la marcha se contaminó”, anti k rabiosos, antivacunas, “pro-vidas”, farmacodependientes, de todo. Y, lo que menos tenemos que dejar de ver: gente que reclama por su “derecho a trabajar”. No subestimemos (otra vez) la capacidad de estos eventos para aglutinar y de crear lazo social y político. La confluencia de esas corrientes por referentes locales de la alt right es lo que va a canalizarse más rápido. La calle era lo jodido y ahora ya la tiene televisada. La subestimación y ridiculización no hará más que posicionarlos y darles coherencia y potencial político.

La desigualdad es el mayor factor de transmisión de virus y ello implica tomar iniciativas que comprometan a todes en favor de la libertad y los derechos de todes.

Alejandro Bongionvanni, abogado liberal de la Fundación Libertad, twiteaba anoche: “La única forma de licuar manifestantes dementes o fascistas, espontáneos o infiltrados, es yendo. Yo fui el 25, fui hoy, e iré la próxima, esperando que entonces haya más gente movilizada por razones correctas. Sobran los motivos.”

De nuevo: necesitamos trabajar, comunicar, gestionar otras ideas de libertad y derechos ¿Alcanzan las que tenemos? ¿Logran interpelar o reclaman una comprensión que excluye a aquellos que no tienen nuestra formación? ¿Hay una única racionalidad posible? ¿Alcanza con el discurso sanitarista? ¿Qué nos deja la disyuntiva “economía” o “libertad” vs “salud pública”? ¿Gestionamos una libertad que potencialmente nos interpela?

Frente a la negación de la dimensión relacional de la vida (no hay otra vida que no sean en sociedad) es más necesario reponer en el debate público las consecuencias: la desigualdad es el mayor factor de transmisión de virus y ello implica tomar iniciativas que comprometan a todes en favor de la libertad y los derechos de todes.

También en favor de los anticuarentena.

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