Entrevista a Nicolás Vilela, autor del libro Comunología. Concejal y autoridad de la UNAHUR, señala la tendencia defensiva del pensamiento nacional y propone adoptar la mirada “del virus que contagia”, con el militante como eje.
Nicolás Vilela hace una apuesta fuerte: propone revisitar, no para celebrar sino con espíritu crítico, ciertos pilares doctrinarios del campo nacional y popular; desmonta la imagen del peronismo como puro hacer y reivindica “el poder político de la palabra”; y plantea la conveniencia actual de la figura del militante por sobre la del trabajador. Son algunas de las claves de su libro Comunología, del pensamiento nacional al pensamiento de la militancia (Cuarenta Ríos, 2021). ¿El objetivo? Pasar a la ofensiva, superar el gesto “inmunológico” y adoptar el ánimo contagioso que le asigna a la experiencia militante.
Licenciado en Letras, secretario general de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR) y concejal del Frente de Todos en esa misma localidad bonaerense, Vilela integra ese grupo de autores y autoras que vienen aportando a la construcción de una teoría “en tiempo real” que sea capaz de hacer frente a la derecha, con la militancia como sujeto de esa transformación.
– ¿En qué tradición ubicarías a este libro?
– Primero diría que es parte de algo que está en vías de construcción, que es el pensamiento de la militancia. Todavía no es una tradición porque está siendo elaborado, pero me reconozco parte de ese pensamiento. Y una respuesta más larga sería hablar de toda la tradición del pensamiento de izquierda y peronista, especialmente la que produjo teoría mientras estaba militando, por eso John William Cooke adquiere un lugar relevante en Comunología. Después, diría que hay un intento de reunir tradiciones dispersas, porque un momento donde no está tan claro cuál es el horizonte de construcción para los movimientos emancipadores, es una buena oportunidad para no tener prejuicios y encarar la lectura de todas las bibliotecas, no para generar una teoría ecléctica, sino para tomar instrumentos que hoy puedan colaborar en un pensamiento transformador.
“En este libro intento reivindicar y darle un sentido distinto al poder político de la palabra. Lo que quería mostrar es que un vector muy fuerte del kirchnerismo es su capacidad de producir cosas con palabras”.
– Mencionabas a Cooke, cuyo caso es interesante porque es alguien que está situado, pensando en un dilema que se reitera en el peronismo.
– Exactamente. Algo presente en el libro como diagnóstico es que, en general, los momentos de acumulación teórica del campo popular fueron momentos de resistencia, de oposición. Hoy, con el desafío de pensar en tiempo real, siendo oficialismo, surge la figura de Cooke desde otro lugar. Es decir, mientras tenemos que hacer millones de cosas en materia de gestión y políticas públicas, hay que darle lugar al pensamiento político. Además, hay un diagnóstico de la época en términos de anti-intelectualismo, que si bien es un rasgo de la derecha, según los libros que se dedican a estudiarla, como mi interés está puesto en mirar el campo nacional y popular, creo que ese mismo diagnóstico también está ahí, en una especie de uso descontextualizado de la frase de Perón “mejor que decir es hacer”.
– ¿En qué sentido?
– En el campo nacional y popular, esa frase significa que lo importante es y fue lo que hicimos, lo que construimos. La cantidad de viviendas, el porcentaje del PBI destinado a educación, en fin: el universo de la gestión. Pero en este libro intento reivindicar y darle un sentido distinto al poder político de la palabra. Creo que el segmento progresista ilustrado que tiende a dar las discusiones en el plano simbólico, a veces con una efectividad muy baja, termina produciendo una reacción anti-intelectual interior. Lo que quería mostrar es que un vector muy fuerte del kirchnerismo es su capacidad de producir cosas con palabras, por citar el libro de John Austin. Por eso me centré en lo que dijeron Cristina y Néstor, en los patios militantes, en el significado de “la patria es el otro”, más que en pensar a fondo sus políticas públicas y el impacto socioeconómico. Quería mostrar que en la militancia del kirchnerismo hay resultados producidos por las palabras, que no son declaraciones testimoniales ni rastros de una batalla cultural exagerada frente al realismo de la gestión, sino que tuvieron efectos muy concretos en la vida cotidiana.
– ¿Cómo surge la necesidad de revisar aspectos del pensamiento nacional? Es decir, no ir en busca de respuestas, sino a poner en cuestión algunos postulados.
– Influyeron varios factores. Ante el diagnóstico de que había que pasar a la ofensiva, me empecé a preguntar si en nuestra tradición de pensamiento se podía reconstruir, en términos genealógicos, por qué era tan fuerte el momento defensivo, por qué nos costaba, aun cuando éramos gobierno, salir del lugar de ser oposición de la oposición.

– Lo decís en un tramo del libro: “Gobernamos como si fuésemos oposición”.
– Claro, y no es una lectura sobre esta coyuntura, sino que es resultado de la avanzada feroz del capital desde la década del 70 y el nuevo tipo de neoliberalismo financiarizado. Desde ahí, en general, los movimientos emancipadores están en una especie de repliegue. Pero, en América Latina, el kirchnerismo y los demás movimientos que se produjeron simultáneamente fueron de avance, de conquista, algo distinto a lo que la teoría mundial venía diciendo sobre la izquierda y el campo popular. Entonces, la reconstrucción de por qué tendemos a pensarnos a la defensiva, a ver siempre como sinónimos la liberación y la defensa, me llevó a investigar ese cuerpo histórico llamado pensamiento nacional, antes que nada, para poder entenderlo mejor, para no pensar que se trata simplemente de un rasgo de la coyuntura, que uno prende una radio o un canal compañero y todo está focalizado en desmentir a la derecha. Diría que otra causa es el malestar ante ese tipo de comunicación política. Me parece que el progresismo y lo que hoy se llama “populismo de derecha” están espejándose continuamente en una indignación moral, y que de ahí solo se puede salir fortaleciendo mucho el sentido histórico del kirchnerismo.
– Muchas veces, el peronismo es presentado como un hacer, como pura praxis. ¿Cómo explicarías esta necesidad de renovar una instancia teórica?
– En esa insistencia de volver a Perón que escuché cuando perdimos en 2015 y en las elecciones intermedias, intenté hacer una lectura profunda de sus textos. Más allá del “mejor que decir es hacer”, la verdad es que Perón es un líder político logorreico, por así llamarlo. La proliferación de cartas, discursos y textos doctrinarios habla de una confianza en la palabra, la doctrina, la teoría, que me pareció importante revisar en lo que más puede interpelar a un militante joven y en los disparadores para pensar cosas nuevas, bajo la premisa de que, en la historia del peronismo, la palabra de Perón es la primera, pero que, sin las repeticiones que son condición de posibilidad de todo eso, no podría existir. No es la última palabra y se puede seguir prolongando ese acontecimiento.
“En esa insistencia de volver a Perón que escuché cuando perdimos, intenté hacer una lectura profunda de sus textos. Más allá del ‘mejor que decir es hacer’, la verdad es que Perón es un líder político logorreico”.
– En ese revisitar el pensamiento nacional, ¿cuál es el balance del libro?
– Hay una evaluación crítica, porque demuestra que el pensamiento nacional es tendencialmente defensivo y se piensa siempre desde una lógica de la resistencia, pero también hay una reivindicación importante, en tanto que es un pensamiento de la contaminación entre teorías y vertientes del campo popular y de izquierda (peronismo, marxismo, etcétera), y eso es valioso en la actualidad. Es una apuesta por el contagio, la contaminación, y por lo tanto, una discusión muy fuerte contra cualquier vocación de pureza. Ahí está el debate con la izquierda, pero también con los sectores más conservadores del peronismo que buscan volver al kilómetro cero, sustrayendo lo más dinámico, lo más transformador, para quedarse en una especie de status quo. Al mismo tiempo, busqué darle un lugar en la teoría a la experiencia de la militancia como un modo de vida capaz de interpelar a cualquier persona, y que eso pudiera visualizarse en los términos de lo que actualmente se discute cómo la micropolítica, la subjetivación, que si bien muchas veces tiene puntos interesantes en la discusión con el campo nacional y popular, me parece que no vio la emergencia de la militancia como una figura de acción nueva, distinta, con algo para decirle a este momento histórico.
– De hecho, hay en ciertas lecturas una descripción tan apasionada de la fuerza del sistema que queda poco resto para construir una respuesta.
– Sin dudas. Y en esa descripción, al momento de la contrapropuesta, siempre muy débil, aparecen palabras sin mayor potencia política. Por ejemplo, amistad, afinidad, alianzas; todas palabras pensadas desde un lugar que nunca puede ser la confianza en una construcción colectiva orgánica. Es una naturalización muy fuerte de la derrota producida en los movimientos populares en los últimos cuarenta años, y por eso había que volver a darle al militante el espesor conceptual y espiritual para que pudiera presentarse como una figura subjetiva nueva, con aspectos que remiten a momentos históricos, pero donde también hay algo novedoso para mostrar, en especial en el nivel más cotidiano, en el tipo de vínculos que es capaz de establecer. Además, pensando que el neoliberalismo se ha vuelto un proyecto exitoso que logra capturar no solo el orden público, sino también el fuero interno, ¿qué pasa en el campo popular con esa relación entre el proyecto nacional y la intimidad de cada sujeto? Ahí yo hago una recuperación fuerte de La comunidad organizada, un texto a veces subestimado, donde Perón, en un momento que veo parecido a este, un tiempo de posguerra, de incertidumbre, de reconstrucción de la catástrofe, se ocupó de pensar la relación entre lo individual y lo colectivo. Está preguntándose cómo la experiencia interior, la vocación por ganar mayores espacios de libertad, puede conciliarse con el espíritu comunitario.

– Otro movimiento que hace tu texto es poner al militante en un lugar que para el peronismo históricamente ocupó la figura del trabajador. ¿Cuál es el objetivo?
– El peronismo y su tradición están vertebradas sobre el trabajador, la dignidad y el orgullo que significa el trabajo, apoyado esto en unas condiciones de producción, en un contexto, que es el del fordismo, el industrialismo. Sin embargo, esas figuras siguen teniendo una gravitación importantísima en nuestro contexto, y si no atendemos a esto nos perdemos de observar que pueden ser también obstáculos para un pensamiento transformador. Ahí aparece, desde una lectura bastante tonificante de Peter Sloterdijk, especialmente con Crítica de la razón cínica, una discusión con la figura del trabajador, al preguntarse si da lugar a mayores niveles de politización o no, y verificar que así como sí puede pasar, también puede suceder lo contrario y que produzca un tipo de subjetivación que sea la de un individualismo posesivo, consumista, con vocación de avanzar en las condiciones materiales de su familia y su vida, pero sin vínculo solidario con la comunidad. Por lo tanto, concluí que no había ninguna correlación necesaria entre la figura del trabajador de nuestra tradición peronista y las transformaciones en dirección a una comunidad organizada. El peronismo produjo las dos cosas: una subjetividad donde el individualismo se vuelve inmune al llamado de la comunidad, pero también las condiciones para una comunidad organizada. Entonces, se trata de apuntalar lo segundo, pero ya no desde la figura del trabajador sino del militante, desde la experiencia más cotidiana que tengo, donde el trabajo, la militancia, el tiempo libre y con la familia forman parte de un continuo, y que, sobre todo, no está organizado como forma de subjetivación a partir del trabajo.
– ¿El militante aparece como una figura con más posibilidades?
– Es una figura más abierta, con características que la hacen compatible con la lógica del trabajo, por ejemplo, el esfuerzo, la dedicación, la disciplina, el compañerismo, pero que al mismo tiempo no está organizada por la identidad del trabajador y, por lo tanto, tiene un aspecto no corporativo que me interesaba mucho destacar, en un momento donde vemos la dificultad que hay a veces para organizar comunidad, porque cada uno defiende posiciones particulares. Además, responde a algo que suele faltar en el ensayo contemporáneo: el sujeto político. En un diagnóstico de 200 páginas sobre la derecha y el neoliberalismo, como ocurre en un ensayo político promedio, recién en las últimas 10 se busca algún sujeto social, que puede llamarse precariado, los nuevos marginados, lo que fuera, pero que siempre es mucho más débil que la parte del diagnóstico.
“Para el proceso de ampliación, primero se requiere consolidar un núcleo duro, y eso es en base a discusión interna, a poner sobre la mesa algunas diferencias, pero que después permitan una estructura sólida”.
– ¿Un sujeto que ya nace derrotado?
– Claro, por toda la opresión que generan las 200 primeras páginas. Yo intenté empezar al revés: la potencia de la militancia como sujeto político es lo que le da sentido al libro.
– ¿Qué es la comunología y por qué escogiste ese término?
– Este libro fue escrito en pandemia y, por cuestiones del vocabulario que circulaba, empecé a interesarme por cómo la teoría venía discutiendo el problema de la inmunidad. A través de Roberto Esposito, llegué a la discusión inmunidad/comunidad. Sobre lo inmunitario existe una disciplina, la inmunología, que estudia los anticuerpos para distinguir en un organismo lo propio de lo ajeno. Así entendí mejor el funcionamiento del pensamiento nacional y sus límites. Y me pregunté qué pasaba con la otra parte de esa oposición, la comunidad. Si verificamos que hoy el problema es el pensamiento defensivo y que hace falta pasar a la ofensiva, concluí que había que dotar a la idea de comunidad de la misma densidad disciplinaria que veía en la inmunología. Entonces, en vez de pensar cómo nos defendemos de la derecha y siempre desde la resistencia, se trata de pensar con la perspectiva de lo que avanza, entusiasma, articula, suma. Ya no es el punto de vista del cuerpo que se defiende, si no del virus que contagia. Pensé en la comunología como una disciplina encargada de estudiar cómo se organiza la comunidad desde el punto de vista del virus.
– Otro aspecto central de tu texto es la reivindicación de la contradicción interna.
– Sí. El punto de partida fue pensar al peronismo, desde frases explícitas de Néstor y Cristina, como el lugar donde se procesan y elaboran las contradicciones de la sociedad. Pensar a la Argentina como si solo existiera el peronismo de punta a punta y ahí se produjera la resonancia de todas las discusiones sociales y culturales, bajo la premisa de que con alguien con quien se tienen algunas cosas en común pero otras no, sí se puede discutir, persuadir o ser persuadido, pero que con los sectores que podríamos llamar el enemigo o adversario, al no haber nada en común, no hay una búsqueda de persuasión. En definitiva, la batalla cultural no está dirigida a ver si convenzo a Magnetto, sino hacia sectores que son cercanos, parecidos, pero con los que tenemos diferencias.
“Ya no es el punto de vista del cuerpo que se defiende, si no del virus que contagia. Pensé en la comunología como una disciplina para estudiar cómo se organiza la comunidad desde el punto de vista del virus”.
– ¿De ahí la idea de que la batalla cultural en la Argentina es la interna peronista?
– Sí, y pensar un rol productivo para esas discusiones. La búsqueda no es decir, como suelo ver en la politología, que como hay grieta y polarización en las bases, y hay grieta y polarización en la dirigencia, el sistema representativo funciona. El objetivo es disminuir la distancia entre dirigentes y bases, pensar en modos no representativos de la discusión política, en los que la mayor cantidad de gente pueda empezar a presentarse y ser parte de las discusiones. En ese sentido, la identidad militante es una forma de achicar la brecha.
– A la vez, es una apuesta fuerte, por las tensiones internas que se generan.
– La apuesta es a que uno puede generar discusiones que en un principio dividen, pero que tienen siempre el objetivo de sumar. El kirchnerismo tiene momentos productivos en los que hace eso: interviene sobre un espacio, una discusión, para desde ahí volver más claros cuáles son los términos de la disputa, generar una identidad más consistente y duradera en el tiempo, y dar lugar a procesos que pueden terminar siendo movimientos, organizaciones, espacios nuevos. El libro tiene esa impronta, y lo hace desde el respetar mucho, antes que nada, el pensamiento del núcleo duro para, una vez muy consolidado, crecer desde ahí. Como estableció claramente García Linera en Las tensiones creativas de la revolución, no hay posibilidad de hegemonía sin un núcleo duro. Si el objetivo es ir a seducir a las periferias blandas pero no se tiene resuelto el núcleo duro, no funciona. Más que ir a seducir, termina siendo seducido. Para ese proceso de ampliación, primero se requiere consolidar un núcleo duro, y eso es en base a discusión interna, a poner sobre la mesa algunas diferencias, pero que después permitan una estructura sólida. Para poder pescar fuera de la pecera primero tiene que haber una pecera.