Un aporte al debate sobre el Plan Urbano Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires.
Si bien no hay un único criterio en el mundo para colocar un conjunto urbano en la categoría de ciudad, lo que está claro en nuestro continente es que lo que llamamos “ciudades” fueron parte del proceso de colonización que busco negar y ocultar hasta nuestros días a las culturas preexistentes en estas tierras. Como propone Enrique Dussel en su libro “1492, el encubrimiento del otro”, el mal llamado “descubrimiento de América” es el inicio de la Modernidad como mito irracional que coloca a Europa como centro y al resto de las culturas como su periferia e inmediatamente después como concepto donde “el otro”, no europeo y por lo tanto inferior, es sometido y obligado a “modernizarse”. Así se montó un sistema de pensamiento que buscó categorizar de inferiores a las poblaciones y sus modos de vida y se demolieron, muchas veces construyendo encima, los modos de habitar que los pueblos originarios habían desarrollado. Un ejemplo es el del Zócalo en la ciudad de México donde la Catedral se encuentra construida sobre el Templo Mayor de los Aztecas o Mexicas, como se autodenominaban.

El proceso urbanizador que se desarrolla en América representa un hecho único en la historia de la humanidad, en menos de 100 años, entre fines del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, se crearon 360 ciudades solamente en México y Perú (Calvo, 1995; Teran, 1989). El modelo impuesto de crecimiento en damero, con la plaza principal rodeada de los poderes instituidos, se repite en todas y cada una con mínimas variantes y se extendió de sur a norte por todo el continente. El primer gesto de posesión para los conquistadores siempre consistió en la fundación de una ciudad, un rito marcado de un enorme simbolismo en que un espacio presuntamente “sin dueño” se transformaba por un procedimiento jurídico en un territorio propio, detentado con justo título (Lucena Giraldo, 2006). Esas primeras aldeas se fueron extendiendo en las distintas geografías repitiendo el modelo etnocéntrico, occidental-capitalista y el concepto cartesiano de pretender poner la naturaleza al servicio del hombre como si fuera un bien de consumo.
Durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX, la principal actividad que justificaba el crecimiento de las ciudades era la industria y la prestación de servicios. El grado de “desarrollo” surgía de indicadores que las ponían en competencia por estas variables. La especulación inmobiliaria llevó a que se corrieran de su cauce y entubaran arroyos, que se hicieran desaparecer humedales, que se instalen poblaciones en áreas de altísima peligrosidad, que se reduzcan los lotes y aumente el crecimiento en altura de las construcciones. Esto comenzó a agravarse por la creciente polución y a tomar visibilidad en los diferentes conflictos ambientales, inundaciones, sismos, accidentes industriales, etc. que llevaron a que, recién a fines del siglo pasado, se empiecen a escuchar diferentes voces y movimientos sociales que se alzaron para denunciar la situación e intentar poner un límite.
La especulación inmobiliaria corrió de su cauce y entubó arroyos, hizo desaparecer humedales e instaló poblaciones en áreas peligrosas.
A principio de la década del ´70 se dan casi en simultáneo dos acontecimientos que dan un nuevo marco: las Naciones Unidas comenzaron a colocar al ambiente como una totalidad, sistema integrado estrechamente ligado al concepto de ecología, y en Argentina nace la filosofía de la liberación como una corriente crítica que desarma al pensamiento hegemónico con fundamentos claros y establece nuevas categorías desde un “nosotros nuestro-americano”.
En la Asamblea de Río ECO92, se agrega el concepto de “desarrollo sostenible” pretendiendo abordar la emergencia que genera el modelo capitalista en su etapa más salvaje del neoliberalismo en el marco de las acciones globales contra el Cambio Climático y reconociendo a las ciudades como las grandes fuentes de contaminación, responsables de más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo.
“El colonialismo es una forma de vida, una forma de cordialidad que a menudo comparten quienes se benefician de él y quienes sufren sus consecuencias” (Boa Ventura De Sousa Santos)
Boa Ventura De Sousa Santos (2017) plantea que “es muy difícil imaginar una alternativa al colonialismo porque el colonialismo interno no es solo, o principalmente, una política de estado; es más una amplia gramática social que impregna las relaciones sociales, los espacios público y privado, la cultura, las mentalidades y las subjetividades. En resumen, es una forma de vida, una forma de cordialidad que a menudo comparten quienes se benefician de él y quienes sufren sus consecuencias”. Puestas en relación directa las problemáticas ambientales y el colonialismo se establece lo que denomina “la paradoja de la urgencia y el cambio civilizacional”: dos posiciones que se disputan la prioridad en la agenda de acción colectiva anticapitalistas y anticoloniales.
Buenos Aires la exacerbación del dilema
Si bien la ciudad de Buenos Aires debió ser fundada dos veces dando cuenta de la resistencia de las poblaciones originarias, también es quizás la que mayor destrucción realizó de toda huella de vida preexistente y más intentó parecerse a Europa. La cuenca “Matanza” se divide en el origen de su nombre entre la muerte de Diego de Mendoza y sus soldados por parte de los Querandíes o el exterminio casi total de las poblaciones originarias en una acción planificada para garantizar el éxito de la segunda fundación. Los nombres dados a la gran cuenca del “Río de la Plata” y “Argentina” son la muestra innegable de la ambición que movía a los conquistadores que llegaron a estas tierras. La historia oficial se montó sobre lo que Marcelo Valko denomina una “pedagogía de la desmemoria”: eliminando de raíz o estigmatizando a los pueblos originarios. Recién en 2016 un grupo de arqueólogos descubre en un tramo no rectificado del Riachuelo un asentamiento poblacional del siglo XII en el denominado sitio La Noria y los diarios hegemónicos titulan “Descubren a los primeros porteños” insistiendo en la banalización y el ocultamiento de un modo de vida distinto.

El desarrollo urbano de la ciudad se encuentra estructurado desde su origen en una forma centralizada donde todo confluye en el puerto de Buenos Aires para extraer lo más rápido posible todo lo que debía llegar a Europa. El nacimiento y desarrollo de los barrios en torno a centralidades locales avanzó sobre los pastizales, la flora y la fauna nativa extendiendo la mancha urbana de espaldas al río y acentuando las diferencias entre un Norte rico, un Sur pobre y un Oeste como una cuña de servicios. Esto se fue consolidando con políticas urbanas que poco hicieron por revertirlo. El último ejemplo es la autopista durante la terrible dictadura que buscó destruir el tejido social y con gran carga simbólica también fragmentó el tejido urbano.
Para llegar a la imagen actual tenemos que sumar los últimos años del PRO en la ciudad que transformaron al gobierno en una inmobiliaria que privatizó los espacios públicos, despreció la participación comunitaria y recortó las facultades de la descentralización en comunas. En este marco surge una oportunidad en la medida que se logren unificar esfuerzos desde las distintas experiencias que luchan frente a este modelo de ciudad: el Plan Urbano Ambiental de 2008 (Ley 2930), requiere ser actualizado según establece la Constitución de la Ciudad. El artículo 29 dice: La Ciudad define un Plan Urbano Ambiental elaborado con participación transdisciplinaria de las entidades académicas, profesionales y comunitarias… constituye la ley marco a la que se ajusta el resto de la normativa urbanística y las obras públicas.
La gestión del PRO en la Ciudad de Buenos Aires transformó al gobierno en una inmobiliaria que privatizó espacios públicos y despreció la participación comunitaria.
Un proyecto-escuela en CABA
Desde hace más de 30 años en el sudoeste porteño se viene desarrollando una experiencia única de democracia participativa que demuestra que con protagonismo local corresponsable y metodologías adecuadas es posible abordar la emergencia ambiental en forma integral mientras se establecen cambios profundos, de largo plazo, que trascienden las tendencias globales hegemónicas.

La experiencia de la MTC (Mesa de Trabajo y Consenso) Parque Avellaneda y la MGICC (Mesa de Gestión interjurisdiccional de la Cuenca Cildáñez) sientan un precedente concreto a ser considerado en el debate sobre el Plan Urbano Ambiental:
1. La necesidad de recuperar la memoria y repensar los territorios más allá de las divisiones políticas. Una relectura que recupere las geografías que fueron invisibilizadas. Las cuencas, los arroyos, las barrancas, los humedales y los modos de vida ancestrales promovidos por el “Buen Vivir”, respetando a la Pachamama y priorizando los lazos comunitarios.
2. La construcción de redes socio-gubernamentales para la planificación-gestión de esos territorios. Redes técnicas-políticas-comunitarias que permitan el abordaje interjurisdiccional reconociendo al AMBA como una unidad ambiental y pongan en valor a las Comunas.
3. La implementación de metodologías que sobre la base del consenso en el respeto de la diversidad construyan políticas públicas con participación popular que transformen el territorio.
En síntesis, una continuidad del camino de Memoria, Verdad y Justicia que enseñaron la Madres de Plaza de Mayo, que nos permita construir y sostener en el presente escenarios de un futuro que trasciendan a las propuestas hegemónicas desde el respeto de la diversidad y el cuidado de la Vida.