En la previa a las elecciones presidenciales de 1992, en Estados Unidos, George Bush padre contaba con una aprobación histórica superior al 80% gracias a una política exterior acertada que había logrado terminar con la Guerra fría y la Guerra del Golfo. El candidato republicano pretendía un segundo mandato y era considerado imbatible, según los analistas políticos, a pesar de la economía en recesión, la alza de impuestos llevada adelante durante su gobierno, la creciente desigualdad entre ricos y pobres, y el aumento de la deuda pública. A pesar de los presagios Bill Clinton, el candidato demócrata, logró llevarse la mayoría de votos y consagrarse como nuevo Presidente de los Estados Unidos.
El encargado para ayudar a Clinton a que alcanzara la Casa Blanca fue James Carville: un consultor político que formuló una estratégica campaña centrada en la vida cotidiana, en las necesidades de las mayorías, y en la debacle económica. Es la economía, estúpido, fue la frase que marcó los discursos del candidato y la que quedaría inmortalizada internacionalmente para referirse a obviedades, a problemas tan grandes, notorios y burdos que no verlos nos convertiría, sin más, en estúpidos. Basándose en la frase de Carville, Clinton machacó sobre la recesión y obligó a un país entero a poner el foco en la economía y a entender que el dinero cambiaba de bolsillos, pero no de dueño, y que ninguna guerra podía tapar esa realidad.
En la previa a las elecciones presidenciales de 2023, en la Argentina, sucede algo similar. El poder judicial no imparte justicia, sino políticas, y el conglomerado periodístico, que debería echar luz sobre la verdad y no tierra sobre las mentiras, cacarea bien lejos de donde la justicia pone sus huevos. La historia está repleta de engaños y, como todo engaño, cuanto más grandilocuente, más difícil resulta demostrarlo: a nadie le gusta que lo tomen por estúpido, claro está. Pero cuando la verdad es un cabo suelto, el engaño se genera en un abanico de pantomimas dispuestas para mofarse de quienes señalen sus artilugios. Cierran la boca para que no entren moscas, y a la vez se tragan sus propias mentiras.
Mientras las noticias sobre aumentos, inflación y descontrol de precios, acaparan los prime time y las tapas de los diarios Argentinos, las noticias sobre los reales formadores de precios, generadores de inflación y aprovechadores, como diría Tácito, brillan por su ausencia. Las intenciones son claras y similares a las de los prestidigitadores: mientras tuercen las noticias tuercen también la opinión publica haciendo que la sociedad mire para donde ellos quieren y no para otro lado; lo mismo que un mago que busca que la mirada del público esté lo más lejos posible del engaño, del truco, para poder lograrlo. Sin engaño no hay habilidad que alcance. Es la justicia, estúpido es una reformulación de la frase original: si la sociedad no empieza a preguntarse dónde radica el problema, jamás podrá exigir a quien verdaderamente corresponda. Casi como un refrán popular: todos parecen enojarse con el precio de la carne, pero nadie con el dueño de la vaca.
Las grandes operadoras de celulares, internet y cable rechazaron aplicar las subas dispuestas por el gobierno y, furtivos detrás de un amparo, avanzaron con sus propios aumentos en plena pandemia. La coparticipación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es, también, otro ejemplo más de una larga lista de excesos e interferencia entre los poderes del estado. Lo mismo sucedió con las prestadoras de Salud prepaga y con el incumplimiento del programa Precios Cuidados: las leyes que no convienen, dispuestas por el gobierno y el congreso, se cambian o se saldan con un amparo. Los que controlan el mercado primero especulan y después judicializan; en cualquier momento sacan un conejo del sombrero y nos dejan a todos boquiabiertos y deslumbrados.
La políticas de derecha pueden ser buenas o malas, y las de izquierda y del centro también; pero, en este contexto, votar no es más que un acto melancólico si al final del día los que inclinan la balanza no son de derecha ni de izquierda, sino comerciantes que nadie votó y que usan de moneda de cambio, fallos judiciales. Así como hizo Carville, hay que identificar al culpable real, al evidente culpable que se esconde debajo de las túnicas, y dejar de hacer las preguntas equivocadas. La respuesta, como dice Dylan, está flotando en el aire.