Marcelo Camaño, autor de los libros de Montecristo, Resistiré y Vidas Robadas y único guionista argentino que ganó un premio Emmy, en una videocharla con ribetes melodramáticos con Rubicón. Un lujo que nos damos en estos tiempos de pandemia.
-Parte de la crítica suele decir que tus guiones son “una mezcla de géneros” como Resistiré que, sus últimos capítulos, deviene en policial. Como guionista, ¿en que género de la industria te definís?
-Si tuviéramos una industria “normal”, o lo más “anormalizada” posible, me reconocería como un escritor de telenovelas, sin ningún miedo. Comprendiendo que la telenovela se fue renovando con temáticas que a mí me interesan contar y que tienen que ver con la cosa social. Eso genera la batalla permanente que, dentro de la telenovela, vos podés ir agregando un cacho más de contenido. Con un público que se queda esperando, sabiendo lo que viene, pero sorprendido por lo novedoso. Me gusta trabajar en esa zona, que se puso complicada en los últimos años.
-¿Por qué?
-Por los directivos, por los productores. Esto entró en crisis hace unos años, cuando los críticos de la tele empezaron a decir “¿Pero cómo? ¿La telenovela puede ser policial, de humor?” ¡Sí loco! Puede tener todo eso porque aquella telenovela que veían nuestras abuelas derivó en otras cosas ¡Ya no viene sólo el folletín! El folletín formó parte, cuando entró la televisión, en los ’60. Venía de los años 20, del siglo pasado, cuando existía una contar cuentitos. Pero después ya se fue perfeccionando. Algunos mercados incorporaron con mucho ensayo y error y destreza, las temáticas más sociales. Por ejemplo, Colombia y Brasil. Pero algunos mercados no encontraron la vuelta, como España que se ponen hacer algo demasiado cerrado. Nosotros hemos transcurrido en un océano extraño donde tenías las novelas con mucho contenido que había que administrar muy bien a lo largo de los capítulos y otra tanda de telenovelas aleatorias había que pasan en ninguna parte, que es el sello de lo que hizo la productora Pol-ka. No importa qué se contaba, no importa qué se decía. Yo pertenezco como a la otra tanda. Pertenecer a este rubro significa saber que la vas a pasar mal porque no es fácil que te compren una idea, una historia, no es fácil que las empresas estén pensando por ese lado.
-Hay un trabajo académico que sostiene que fuiste un capo en haber mantenido el melodrama, la tensión de dos personajes lo que, además, articulabas con problemas sociales como la venta de órganos, los desaparecidos, la riqueza. ¿Esa inclusión es lo que te diferencia de la vieja telenovela, donde lo social aparecía siempre de refilón?
-El melodrama es básico. Gracias a Dios existe y lo tenemos incorporado en la vida. Una madre que te llama y te dice “¡No sabés lo que me pasó!” y en realidad es que le dieron mal el vuelto en un negocio. Todo es melodrama. Entonces estamos cruzando, viviendo esa literatura más melodramática todo el tiempo. Es una gran discusión con la academia. Nosotros no podemos a aspirar a nada porque siempre hacemos de parientes pobres, los opas que estamos encerrados en la piecita de atrás, porque no somos literatura, porque dependemos de una cadena de producción. Somos la primera parte de la cadena, que termina con marketing. Vienen los actores, directores, grabación, un montón de cosas. No me lo propuse fue pasando. No dije “Acá hay un rubro que está vacío y vamos a llenarlo”. Lo que me pasaba como espectador, porque primero nos formamos como espectadores, es que lo que más me llamaba la atención cuando miraba la tele era las historias que tenían algún contenido. No por retorcido. Por ejemplo, una simple historia de amor contada con maestría, con voluntad, con ganas. Cuando éramos adolescentes había un par de miniseries españolas como Los gozos y las sombras…
-¡Sí! con Charo López. Otra era La Barraca, sobre el feudalismo en España.
-Exactamente. Entonces, ah, la tele también puede abrevar en la literatura y adaptarla, transformarla en otro producto, en uno que no se termina de saber que es que es adaptable a la televisión. Nosotros teníamos ese antecedente porque teníamos una producción más barata, más berreta. Hoy extraño mucho ese berretismo en el que se hacían las cosas en el estudio y temblaban los decorados. Había más verdad. Se trabajaba con mucha sinceridad. Hoy la parafernalia está puesta en lo tecnológico o en lo lindo y se pierde la historia de base. Las primeras cosas que recuerdo haber armado nunca las pude vender. Luego ocurrió que pude combinar con directivos que más o menos tenían las mismas intenciones. No éramos lo mismo y se discutían muchísimo las cosas, pero nos importaba lo que pasaba. Mis recuerdos de niño y adolescente son de productos nacionales donde la realidad se metía. Las cosas que hacía Hugo Moser: grababa capítulos diarios con el diario de la mañana, se grababa a media tarde y salía a la noche. El tipo te tiraba bombas, otra calidad. Miraba eso y decía cómo hace, cómo llega, cómo es el sistema de producción. Lo mismo Migré cuando metió al hermano desaparecido de Rolando Rivas. Dedicó un capítulo en que muestra cómo las Fuerzas de represión lo matan, lo fusilan y lo que le produce a este hermano que dice “Yo no sabía que militaba, qué le pasaba, qué libros leía”. En los ’90 hace una novela Sin marido, en el Canal 9, en la que la protagonista va al odontólogo a decirle que su marido la obliga a tener sexo oral.
Nosotros no podemos a aspirar a nada porque siempre hacemos de parientes pobres, los opas que estamos encerrados en la piecita de atrás, porque no somos literatura, porque dependemos de una cadena de producción.
-¿Y ahora?
-Siempre tuvimos y tenemos grupos de chicos y chicas que hicieron y hacen cosas interesantes. Lo que pasa es que metidos en horarios tal vez marginales para el mainstream pero que formaba parte de la cultura popular de este país. Hay mucho por hacer. Hemos sido una industria súper prospera estamos muy atrás pero no porque los autores no quieran hacer. Conozco proyectos de compañeros y compañeras, de carreras hermosísimas y brillantes. No tenemos la guita para hacerlo no hay producción posible para llevar en este momento adelante. Tenés que salir a dirigir con plataformas y las plataformas te dicen, “Bueno antes de hablarle al público argentino prefiero hablarle al mexicano, que son 400 millones de personas. Piensen historias para ellos”. Me parece que cuando no pintás tu aldea hay algo que se pierde. La identidad se puede seguir mostrando con temas chiquitos y sencillos o con temas enormes. A mí me cuesta transmitirlo a los alumnos, que descalifican lo histórico. Hay que decirles todo el tiempo “Chicos, la tele no empezó con ustedes. Empezó con un montón de gente antes que ustedes”. Y ahí hay otra zona que ningún directivo se está ocupando de trabajar. Yo tengo que una novela barata para el auspiciante y para que entre caja. Pero dónde está la otra. No sirve eso de que los costos son altos. Ya lo sabemos. Ellos son los especialistas en buscarle la vuelta para que se pueda hacer igual. Romay, Yankelevich, Villaroel también te decían que todo era caro. Pero las cosas se hacían de alguna forma. No podés llenar una programación de panelistas. Así como en la radio es desesperante que armen programas con los mensajes del público, en la tele es desesperante que armen un programa con twitter y redes sociales. Ahora llego el Tik tok: nos reímos de un chino que está en China, bailando frente al espejo en su casa. Divino, pero no es un humorista. Hay una ensalada rara pero nosotros somos los encargados de defender temáticas, producciones.
-En algunos países hay aplicaciones que se usan mientras se ven novelas y que modifican las historias por el voto de la gente. Otra manera de contar historias con la tecnología mediando…
-Seguramente esa nueva manera se tiene que incorporar y tenemos que tener la cabeza abierta para eso. Lo que digo es que hay un paso previo: qué proponemos nosotros.
-¿Y hay propuestas?
-Depende de con quién te cruces. Qué señor, o señora o señore esté sentado del otro lado del escritorio. Hay dos o tres empresas que ¿para qué voy a ir? Es perder el tiempo, es arriesgarte a que te roben, porque robaron durante los 25 años que fueron líderes. La competencia se convirtió en una cosa rarísima. Se vendió. Ahora es una gran multinacional. Te atienden divinamente, te dan un cafecito, te escuchan pero nunca sabés si de lo que estás contando ya tienen algo parecido.
Hay dos o tres empresas que ¿para qué voy a ir? Es perder el tiempo, es arriesgarte a que te roben, porque robaron durante los 25 años que fueron líderes. La competencia se convirtió en una cosa rarísima.
-¿Y de qué se trata esa inercia de no volver a ese camino de producción?
-El mercado argentino se fue empobreciendo y lo comprendo profundamente. No me pongo con el dedito en alto, sin entender. Bajó mucho la pauta publicitaria, las nuevas tecnologías generaron un aporte de presupuesto que no estaba pensado. Hubo que reorganizar todo. Pero ahí hubo una falta de criterio argento. Si vos no tenés un banco de historias desarrollándose es muy difícil poder pegar el volantazo y que la gente vuelva a su pantalla con una propuesta interesante. Eso sí lo entienden las plataformas. Sobre todo en un año como 2020, el año de la pandemia, el año que vivimos en peligro, decidieron que había que parar desarrollo a varios autores y producciones y les dijeron “tómense el resto del año para desarrollar mejor”. Tienen más claro eso.
-¿Y cuáles son esas ideas que vos crees deberían ser retomadas por la industria?
-Mirá, cuando aparece un éxito tenés cuatro o cinco que te piden algo parecido a eso. Pasó con todas. Con Los Sopranos, con Mad Men, con Glee, con The Walking Dead. Ahora hay una tendencia a partir del empoderamiento femenino, del “no es no”, en nuestro caso los pañuelos verdes versus pañuelos celestes, la discusión de la ley del aborto. Todas esas temáticas que fueron mejorando la mirada de todos estos tipos frente a la mujer conllevó a que se repensaran melodramas o comedias destinadas a las mujeres. Ahora, no tiene que ser todo Sex and the citty porque no son así las chicas que hicieron todo lo anterior. ¿Por qué no hacemos una buena difusión sobre todo eso? ¿Por qué no empezamos a trabajar esos contenidos? Ahí te empezás a encontrar con paredes que no sé si tienen que ver con la masculinidad, con lo patriarcal, con las costumbres, pero sigue estando, siguen apareciendo. Te dicen “Yo quiero el viaje del empoderamiento de un personaje femenino” pero a nosotros, latinoamericanos, nos siguen pidiendo historias de putas, de narcos, de corrupción. Y si yo te quiero contar la historia de una especie de Marie Curie argentina de la época colonial que descubrió alguna cosa, “No, no eso no, No viaja”. ¿Pero cómo no viaja? Si vos ponés en la plataforma una finlandesa, yo la puedo ver con tranquilidad. Gambito de dama, que es la historia de una nena en un orfanato que descubre el ajedrez y se convierte en campeona, me la trago tranquilamente. Entonces por qué no vas a comprar una historia así de una uruguaya o una argentina, una chilena, una paraguaya. Hay un tema de prejuicio permanente. Trasciende la cosa de lo público. Eso no se entiende. Hay un drama con lo que te bajan los directivos.
-¿Creés que el Estado Nacional tiene un rol que cumplir?
-Tiene un papel fundamentalísimo en lo que hacemos. No lo estaría haciendo o no estaría siendo prioridad en este momento. Y no te hablo de los cuatro años del macrismo donde el Estado no existió pero bueno, no teníamos qué poner en la heladera. Me parece que el Estado tiene que ordenar. En la segunda parte del mandato de Cristina Fernández, más allá de todos los concursos que se generaron, hubo una política. Aquello que vos sabías que un productor iba a ver extraño lo llevabas a un concurso que posiblemente ganabas. Hay muchísimos ejemplos de series que se produjeron en el país. Pudimos ver material de Córdoba, de Tucumán, de Neuquén, Corrientes y riquísimo. Masivos no son y tampoco esperamos que lo sean porque no tienen la estructura fuerte de un canal atrás o una plataforma. Hay una zona simbólica que es muy necesaria para contar.
Me parece que el fenómeno de Masterchef fue la reunión de la familia alrededor de la tele otra vez. Hacía muchísimos años que no pasaba eso. Un suceso masivo de una gente viendo cocinar y contar historias.
-Si pensamos en los países que ocuparon el lugar que ocupaba antes la Argentina respecto a la telenovela. ¿Ahí existe una alianza con capitales privados?
-Sí. En el caso de Turquía son capitales privados pero hubo una política de Estado: “Queremos que Turquía tenga una mejor mirada en el mundo, que elevemos el nivel de turismo de nuestro país”. No se habló más. Se pusieron a laburar. ¿Y sabés dónde aprendieron los turcos? Con la industria mexicana y con la industria argentina. Y hoy son potencia. Hicieron un gran manejo económico de sus productos porque el primero casi te lo regalaban y hoy están en todas las pantallas de Latinomérica y de Europa. Ellos tienen un concepto de historia muy interesante que lo mido con mi vieja. Ella, que no es una mujer pacata ni cerrada, me dice “Me gusta más los tiempos de como se cuentan las cosas. Y los valores. Se recuperan los valores. La amistad, si hay una traición es una traición, los personajes no se perdonan así nomás, hay amor cortés, el amor que no te animas a decirle al otro”. Todo eso la volvió a enganchar como espectadora. Y encima me dice “Ustedes se fueron olvidando del contrato con el espectador. Encontraron otro sistema que a mucha gente nos deja afuera porque no nos interesa. Ustedes trabajan algún valor o disvalor y a los pocos capítulos aparece la contradicción”. Y eso es así. A nosotros cuando vamos a la grabación no nos reciben con aplausos y se alegran de vernos, al contrario. Entonces no tenemos control de todo eso. Los errores se ponen al servicio de la diaria y hay productoras que han hecho de esos errores, su sello. Tenés una generación que quiere ver una novela turca porque el contrato de lectura no se rompe. Nosotros tenemos muchísimos vicios y hay que ordenarlos para volver a recuperar al espectador
-Bueno, parece que Master Chef volvió a reunir a la gente frente a la pantalla.
-¡Es porque la gente no se fue! La gente se va cuando le faltás el respeto. Si hay un producto con cocina, Claudia Villafañe, hay un juez que dice barbaridades, está Vicky Xipolitakis haciendo cosas divertidas, es fresco, es liviano, no es pretencioso, aprendés algún truco, te cagás de risa con el Mono de Kapanga, con el Turco García, ¡ya está! No es tan difícil. Me parece que el fenómeno fue la reunión de la familia alrededor de la tele otra vez. Hacía muchísimos años que no pasaba eso. Un suceso masivo de una gente viendo cocinar y contar historias. No fue solamente el plato de comida si no la historia entre ellos, con los jurados. Me parece que se preparó como un camino. Ese programa fue un motivo para reunirse de nuevo y volver a mirar juntos y comentar en las redes sociales también, por qué no, que la gente hace eso en vivo.
-Mientras escribís, ¿tenés un termómetro de lo que le pasa el público?
-Ahora estoy armando una ficción sobre la escuela nocturna y tomo textos de un montón de lugares, cosas que ponen las chicas que militaron por el aborto, de cosas que pone algún escritor, de chanzas de algún periodista. Todo eso lo voy guardando como un documento y eso después se reconvierte como en algo que me ayuda a pensarlo bien, insumos para los personajes. Es un sistema muy caótico. Quiero decir, visto desde afuera porque para mí es muy ordenado. Cuando empiezo una escaleta de un capítulo necesito saber adónde voy, cuál va a ser el final, para ir causando el capítulo, o romperlo. Que vos pienses que va para un lado y no. Pero tenés que tenerlo claro, porque no saber el destino puede resultar angustiante, demasiado paralizante. Y no es algo que hago como espectador Cuando miro algo lo hago desde un lugar virginal, no estoy adivinando. Si nos ponemos creativos y no lo hacemos lineal, si nos ponemos creativos, necesito saber linealmente adónde va la trama. Después el proceso del trabajo que se complique cuanto podamos, cuanto el talento nos permita. Producir lo que sea necesario para dar una historia que fije un contrato, que impida que el público no se enoje y se las tome. Una vez, en el caso de Resistiré, hicimos una sola vez una “estafa” que fue el final de un casamiento en que la villana que los envenenaba a todos y los veía a todos muertos sobre el césped y era una fantasía de ella. Y nos fuimos al final con la fantasía de ella y sin contar que era una un sueño. Eso lo podés hacer una sola vez, nunca más. Si es un sistema está mal.
-¿Tenés muchos guiones en la cabeza todo el tiempo?
-Siempre. Pero cuando pienso en una historia, en general, me lleva mucho tiempo hasta que me siento. Y cuando lo hago, baja. No me preguntes donde estaba porque a lo mejor cinco minutos antes estaba angustiadísimo pensando en que tengo que sentarme a armar una síntesis. Baja. Pero el sistema es culo en la silla. No hay otro. Sólo laburo y más laburo