La imagen fue concebida para conmover: Horacio Rodríguez Larreta, junto a su ministra de Educación, Soledad Acuña, al jugar en un jardín de infantes con tres alumnitos. Lástima que a tal fin violaran las reglas del protocolo sanitario diseñado por ellos mismos al acudir allí sin una causa justificada, además de no respetar la burbuja ni el distanciamiento social. Una síntesis de la conducta del alcalde ante la vida.
Ya casi es un lugar común atribuir su acting por la presencialidad de las clases a su ensoñación presidencialista, minada por la gran animosidad que le dispensa el ala troglodita del PRO. Y que en semejante duelo con halcones, esta paloma dialoguista se haya convertido en un ave de rapiña.
Tal vez aquella metamorfosis sea la consecuencia tardía del vínculo que mantiene desde la noche de los tiempos con Mauricio Macri: una dependencia mutua, agravada por el talante receloso y autoritario del ex presidente, algo que Rodríguez Larreta supo sobrellevar con un estoicismo a veces dramático. De modo que a su líder no lo une el amor sino el síndrome de Estocolmo.
Mauricio te escucha
Hay un episodio en donde se desliza públicamente esa disfunción. Fue el 10 de junio del año pasado, cuando el juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena, mostró a Rodríguez Larreta los registros del fisgoneo efectuado sobre él por los esbirros de la AFI macrista. Desencajado por el asombro y la furia, solicitó ser querellante en la causa. Al concluir la audiencia, fue abordado por los movileros que cubrían el asunto. Entonces, dijo:
–Repudio estos procedimientos, sobre mi o sobre cualquiera. Pero estoy convencido que, en esto, Mauricio Macri no tiene nada que ver.

Toda una declaración de principios.
Pero no era la primera vez que le sucedía algo así. Ni que recitaba tal frase. Al respecto, es necesario exhumar una añeja trama.
En octubre de 2009, cuando Macri promediaba su segundo año al frente del gobierno porteño –con Rodríguez Larreta como jefe de Gabinete– estalló el affaire de las escuchas telefónicas, que dejó al descubierto una estructura de espionaje ilegal con terminales en su propio despacho.
El método –es justo reconocerlo– poseía una impronta artesanal, ya que su operatoria la iniciaban dos jueces misioneros al ordenar en la SIDE aquellas “pinchaduras” con la excusa de alguna causa que tramitaban. Y días después, alguien las retiraba en una oficina del mencionado organismo de inteligencia.
Ese “alguien” era el ahora olvidado Ciro James, un ex “pluma” de la Policía Federal, quien respondía al fundador y primer jefe de la Metropolitana, Jorge Palacios (a) “El Fino”. El tipo se hacía pasar por funcionario del Ministerio de Educación, con el beneplácito, y la firma, de su titular, Mariano Narodowsky. Pero solía visitar asiduamente el despacho del ministro de Seguridad –y actual intendente de Mar del Plata–, Guillermo Montenegro.

Menos él, todos los miembros de esta gavilla –empezando por Macri–, terminaron procesados por “asociación ilícita”. Se les atribuía intervenciones a unas 200 líneas telefónicas.
Cabe destacar la ajenidad de Rodríguez Larreta a tal cuestión. Aunque relativa, por un detalle no más que embarazoso: su esposa, la wedding planner Bárbara Diez, andaba de socia con una tal Silvia Daniela Zanta, Ella era nada menos que la cónyuge del fisgón James. Es decir, mientras él se abocaba a las pinchaduras ilegales, sus señoras organizaban casamientos.
Lo cierto es que el pobre Horacio tuvo que deshacerse en explicaciones para dejar sentado su buen nombre y honor.
Al tiempo, el expediente instruido por el juez federal Norberto Oyarbide se topó con una jugosa novedad: los informes patrimoniales y financieros de las víctimas, que Palacios obtenía a través del sistema Nosis para así completar el seguimiento ilegal. Rodríguez Larreta era uno de los espiados.
Por entonces, en diálogo con el autor de este artículo para el semanario Miradas al Sur, Rodríguez Larreta no vaciló en decir:
–Estoy convencido que, en esto, Mauricio no tiene nada que ver.
El alcalde al desnudo
Durante esa mañana otoñal de 2020, al trasladarse desde el juzgado del doctor Villena hacia sus oficinas de Parque Patricios, tal vez Rodríguez Larreta haya reparado en la semejanza entre la frase que dijera en 2010 y la que acababa de soltarle a los movileros.
También es posible que, a continuación, sus recuerdos se clavaran en un almuerzo que el año anterior había compartido con el presidente de la Cámara Baja, Emilio Monzó, en la sucursal palermitana del restaurante Dandy. Desde una mesa del fondo, elegida para evitar ojos y oídos inoportunos, se abocaron al análisis de la tensa relación que ambos mantenían con el entonces jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Entre las pruebas del espionaje sobre él que Villena tenía en su poder, resaltaba una foto de aquel encuentro, tomada por los muchachos de la AFI.

Y otra, de cuando se retiraron a bordo del vehículo de Monzó.
Villena extendía las pruebas hacia él en silencio.
En tales circunstancias se enteró que el vicejefe porteño, Diego Santilli, también era rigurosamente espiado. Dos datos al respecto le helaron la sangre: el jerarca macrista de la AFI, Gustavo Arribas, había incurrido en la audacia de reclutar al cocinero Martín Terra, el ex marido de su actual esposa, Analía Maiorana. Mientras –siempre según Villena– en la residencia de esa familia trabajaba una empleada doméstica debidamente infiltrada por la “Señora Ocho”, Silvia Majdalani.
Rodríguez Larreta no tenía ahora ninguna duda de que las molestias que la AFI se había tomado con Santilli eran también para él.
Quizás se preguntara cuál de todos sus secretos pretendía arrebatarle el fundador del PRO?
Entre los “carpetazos” que Macri se reservaba para él –y que Villena le le iba mostrando– se destacaba un paper referido a un presunto amorío suyo con “la presidenta de la Comuna 9”, identificada como “Analía Palacios”. De acuerdo al informe de la AFI, en virtud a esa “relación sentimental”, la mujer “habría logrado que el Gobierno porteño no inspeccione locales comerciales que pertenecerían a una persona de nombre Luis”.
También le endilgaron otro romance con una tal Milagros Maylín, quien fuera titular de la Dirección General de la Tercera Edad. Esa mujer –según el informe correspondiente– hasta habría estado embarazada de él. Ello después fue rotundamente desmentido por la nombrada. Pero el daño ya estaba hecho.

Por lo pronto, la difusión en algunos medios de tales rumores coincidió con el “distanciamiento” –tal fue el término usado por voceros del Gobierno porteños– entre el alcalde y su esposa, Bárbara.
Ya se sabe que, luego, el matrimonio se recompuso.
En vista a la suma de infamias cometidas por la AFI contra Rodríguez Larreta, fue muy significativo que éste fuera una de las víctimas macristas del espionaje macrista que apoyaron los pedidos de trasladar el expediente desde el juzgado de Lomas (ya a cargo del magistrado Juan Pablo Augé) a uno de Comodoro Py más amigable para los sospechosos y procesados.
La rebelión de los mansos
A comienzos de abril tuvo lugar el sonado cónclave entre quienes integran la mesa nacional de la alianza opositora. Allí fue fijada la estrategia partidaria para esta coyuntura: difundir y promover el contagio de Covid-19. Hasta fue emitido un comunicado, donde se especifica el rechazo absoluto a cualquier medida gubernamental para contener y reducir la segunda ola del coronavirus, justo cuando por tales horas se contabilizaban 20.870 nuevos infectados.

Ya se sabe que, días después, Rodríguez Larreta se rechiflaría contra el DNU de Alberto Fernández, iniciando así su gesta a favor de la presencialidad de las clases en escuelas y colegios bajo su órbita.
Durante la última tarde de abril, luego de que el Presidente anunciara las restricciones vigentes hasta el 21 de mayo, el alcalde porteño se apresuró a ratificar su sobreactuación rebelde con respecto a la asistencia en escuelas del nivel primario. “Los chicos necesitan el contacto con los docentes”, fueron sus sabias palabras. Pero con una salvedad: en los colegios de enseñanza media se implementará un sistema mixto.
Esto último hizo que Patricia Bullrich lo regañara por Twitter: “Todos los niveles educativos son importantes”.
Rodríguez Larreta sabe que ella nunca habla en vano.