¿Cuál es hoy el estado de situación del Kirchnerismo como fenómeno político, social y cultural?
En 1936, el meticuloso pensador y escritor Raúl Scalabrini Ortiz publicó un libro fundamental del revisionismo histórico que se tituló Política británica en el Río de la Plata. Ese trabajo denunciaba con una precisión admirable la relación de dependencia entre la economía argentina y la de Gran Bretaña. El libro es demoledor en cuanto a carga probatoria y aplastante respecto de las posibilidades de sacudir el yugo decimonónico que cargaba nuestro país, pero, al mismo tiempo, ofrecía una herramienta metodológica para comenzar a desandar ese camino: el realismo empírico.
Escribía Scalabrini: “Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir el desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo. Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevaricación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino. No es un impulso moral el que anima estas palabras. Es un impulso político. Cuando los Estados Unidos de Norte América se erigieron en nación independiente, Inglaterra, vencida, parecía hundirse en la categoría oscura de una nación de segundo orden, y fue la energía ejemplar de William Pitt la salvadora de su prestigio y de su temple. Decía Pitt: Examinemos lo que aún nos queda con un coraje viril y resoluto. Los quebrantos de los individuos y de los reinos quedan reparados en más de la mitad cuando se los enfrenta abiertamente y se los estudia con decidida verdad”.
El Kirchnerismo es una responsabilidad y una expectativa que exceden a sus dirigentes.
Si recuperamos el ánimo “scalabriniano”, lo primero que deberíamos reconocer es el complicado estado de situación en el que se encuentra lo que podríamos llamar “Kirchnerismo”. No sin antes definir al Kirchnerismo no solo como un espacio político, una forma de pensar la acción pública, una manifestación cultural sino también como un territorio geográfico y social que excede a los dirigentes del espacio en el sentido estrictamente político. Es decir, que a esta altura, el kirchnerismo es una responsabilidad y una expectativa que exceden a sus dirigentes indiscutidos como son Cristina Fernández de Kirchner y Máximo Kirchner y que incluyen a un alto porcentaje de la sociedad con una perspectiva política e ideológica que si bien no es dogmática se asemeja mucho a una comunión de ideas y de sensibilidades.
Si uno pudiera delinear las principales características del espacio político conocido como kirchnerismo deberíamos anotar algunos puntos salientes: a) una concepción nacionalista del Estado, b) una visión desarrollista y productivista de la economía, c) una tensión redistributiva de la riqueza, d) una fuerte preocupación en materia de derechos humanos y ampliación de derechos civiles, e) una sensibilidad no complaciente ante los poderes reales, ya sean económicos, judiciales o mediáticos. Podrían sumarse algunas otras características pero estás serían las principales notas que nos permitan delimitar a ese fenómeno político que transformó profundamente la cultura política en los primeros tres lustros del siglo XXI.
Los primeros cuatro años, la presidencia de Néstor Kirchner, tuvieron como principal objetivo el afianzamiento de la nueva fuerza, con lo que ello implicaba: desplazar del poder real a la vieja argentina formada por las FF.AA. ancladas en el pasado de la dictadura cívico militar, la presencia demandante de la Iglesia Católica, los Grupos de presión económicos –desde el FMI y los grandes monopolios hasta las editoriales de La Nación– y la prédica neoliberal que constituyó el proceso 1976-2002 –con un breve interregno dentro del gobierno alfonsinista-.
El que más capital político pone en juego hoy no define las estrategias gubernamentales.
El segundo cuatrienio estuvo caracterizado por la profundización de ese Modelo de acumulación, ahorro y distribución de la riqueza. El momento bisagra fue el sabotaje de las organizaciones rurales reunidas en la Mesa de Enlace –columna vertebral de la vieja argentina-, por un lado, y, por el otro, la ruptura de relaciones con el Grupo Clarín, que significó el repique de campanas de lo que se conoció como la “batalla cultural”. La batería de transformaciones que llevó adelante la presidenta –nacionalización de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF, la Reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, la Asignación Universal por Hijo, el Matrimonio Igualitario, la Ley de Medios, la Desdolarización de la Economía- se convirtió en el motor de ese período que comenzó a tomar otro cariz entre el 2011 y el 2012.
El 54 por ciento de votos obtenido en las elecciones de octubre de 2011 demostró que el Kirchnerismo llegaba para quedarse. Pero supuso un momento de nuevos desafíos, entre ellos el de la “institucionalización” del Modelo, es decir, en el reaseguro a través de un complejo de leyes y de repetición de roles sociales que permitiera mejorar la distribución de la riqueza, el achicamiento de la brecha y la desigualdad social, la transferencia de recursos de un sector a otro de la producción, de mejorar los índices de desocupación y de ingreso; pero también de sellar cuestiones ideológicas y culturales relacionadas con el papel del Estado, los límites de su intervención en la economía y las formas de democratización de los poderes del aparato estatal.
Pero en la segunda mitad de la tercera presidencia, el kirchnerismo encontró un límite a lo que parecía una hegemonía política consolidada. La derrota del 2013 fue un adelanto del golpazo que significó el regreso del neoliberalismo más crudo a la Argentina. El gobierno macrista significó un fuerte desafío para el kirchnerismo –cuyos dirigentes fueron víctimas de una cacería mediático judicial sin precedentes desde la dictadura militar- pero que lejos de ponerlo en crisis lo fortaleció en el aspecto identitario.
Parece ir debilitándose el apoyo social y político manifestado en las urnas y en las calles.
La llegada al 2019, después de la brutal campaña difamatoria y de desgaste llevada adelante por el propio Estado (lo que demuestra el perfil antidemocrático de la actual oposición), obligó a repensar estrategias frentistas para desalojar del gobierno al macrismo. Ese objetivo fue logrado. Pero abrió desafíos mucho más trascendentales.
¿El final de un ciclo histórico?
El Peronismo a lo largo de sus 75 años llegó al gobierno –siempre por vía electoral, por supuesto- cinco veces. En dos oportunidades, 1946 y 2003, lo hizo en un proceso histórico que, por diferentes razones, permitió abrir un periodo de crecimiento con distribución de la riqueza, y en tres momentos, 1973, 1989 y 2019, accedió al poder en el marco de un proceso de crisis y necesidad de resolución de explosión inflacionaria, por puja distributiva o especulación empresarial y financiera, o por asfixia del sector externo vía endeudamiento criminal ya sea por la dictadura militar o por el macrismo.
En los procesos de crisis, el Peronismo ve dificultado su rol histórico modernizador y distributivo y genera decepción y desencanto en sus propias filas de adeptos, lo que genera un desgaste de su apoyo popular que es, en última instancia, su principal capital político. Mientras que de la experiencia 1973-1976 costó 13 años reconfigurarse para llegar al poder, el hecho de que el costo político de la debacle del 2001 lo asumiera el inepto gobierno de Fernando de la Rúa, permitió una nueva reconfiguración del peronismo, esta vez, ya en la etapa kirchnerista. Pero no es vano reconocer que, dentro del periodo de cierta efectividad gubernamental llamada menemismo, el peronismo vio absolutamente desvirtuada su razón de ser y que parte del apoyo recogido en esa etapa proviene de sectores históricamente alejados ideológicamente del peronismo.
El 2019 tuvo una vuelta de tuerca en las complejidades. En 1989 y 2001, la economía había estallado en el rostro de los gobernantes de turno –Alfonsín y De la Rúa-, en cambio, en esta oportunidad, el macrismo resultó relativamente ileso respecto del daño que había proferido en su periodo de gobierno. La administración peronista actual actuó con absoluta responsabilidad impidiendo que millones de argentinos sufrieran una nueva debacle económica, pero debió asumir el reto de enfrentar a una oposición no deslegitimada y a un entramado de empresarios ligados al macrismo en pie de guerra y sin haber asumido el costo político de esa crisis. Hoy se los ve serenamente boicoteando los acuerdos de precios a empresas en cuyo vientre anidan ex funcionarios del gobierno del PRO. Si a eso le sumamos la pandemia sin precedentes, el cuadro de situación es delicado en extremo.
¿Desde el Estado no pueden articularse redes de resolución de demandas rápidas?
El Kirchnerismo no es todo el gobierno, por supuesto, se trata de un frente. Sin embargo, es el que más capital político pone en juego por ser el socio mayoritario, pero sin posibilidad de definir las tácticas y las estrategias gubernamentales. Durante la crisis después de las PASO quedó demostrado que la figura de Alberto Fernández no es la de un “títere”. Incluso durante algunas horas, los sectores no kirchneristas del Frente especularon con la posibilidad de redefinir las alianzas con un vuelco rápido a una coalición de centro derecha con el kirchnerismo desplazado del gobierno. Hubiera sido un terremoto político, por supuesto, pero estuvo en el imaginario de importantes actores del poder.
La derrota de las PASO dejaron al kirchnerismo frente a un debate fundamental: en la actual correlación de fuerzas ¿cuáles son los márgenes de acción? Muy pocos.
Si fantaseamos con la posibilidad de que el Kirchnerismo rompa “épicamente”, como algunos sectores de su base social exigen, con el gobierno de Alberto Fernández porque no lleva adelante las transformaciones que se esperan de una administración peronista o K, habría que analizar dos escenarios posibles: a) un reagrupamiento de fuerzas propias con identidad ideológica testimonial que dejara a salvo el legado para regresar en un futuro incierto a gobernar la Argentina con un recambio generacional, b) una muerte histórica por exceso de frepasismo.
Fantaseemos con la posibilidad de que el Kirchnerismo se mantenga dentro de la coalición de gobierno. Se abre otra llave sinóptica: a) el Kirchnerismo se licúa en un gobierno impotente ante la crisis económica y pierde su potencial histórico, rematando incluso la experiencia de los doce años “gloriosos” o b) el gobierno logra enderezar el proceso económico post-pandémico, llega relativamente bien parado al 2023 y el Kirchnerismo puede disputar un rol protagónico en la toma de decisiones de futuras administraciones con un recambio generacional ordenado y previsible. El dilema y su resolución deben ser comprendidos por todos; pero sobre todo por los más impacientes.
El liberalismo reforzó su carácter reaccionario, en términos represivos y de riquezas .
Ahora bien, hacia el interior del Kirchnerismo también hay desafíos trascendentes (y utilizo varias veces ese término en esta nota porque justamente de eso se trata: de “trascender”, de “reproducirse”, de “general futuro”). El gran capital político del Kirchnerismo es el apoyo social y político manifestado en las urnas y en las calles. Y eso es hoy lo que parece ir debilitándose. Y de allí deviene el estado de alerta. Pero, también, se pone en juego el sistema de representaciones del propio espacio.
La organización política del Kirchnerismo es estrictamente electoral, y esa es su principal fortaleza y debilidad. Fortaleza porque permite ir ganando espacios territoriales de administración: intendencias, provincias, ministerios, escaños legislativos. Fortaleza porque un gobierno se lleva adelante con cuadros políticos especializados en los asuntos cotidianos como la administración pública y sus quehaceres, y es una gran noticia que muchísimos de los otrora jóvenes militantes hoy ocupen cargos que les permita acumular experiencia de gestión para hoy, pero también para un futuro inmediato donde la correlación de fuerzas se más favorable para una política de transformaciones.
Pero, también, ese instrumento marca los límites de su accionar político. Al no tener correlación política con espacios de poder real; sindicatos, organizaciones no gubernamentales, incluso grupos sociales o de economías populares, reduce su margen de acción y de presión a la mera cuestión de representatividad política. Y en un momento en que la labor de la militancia atraviesa un camino de humor anodino parece necesario abrir otras instancias de participación novedosas. Por ejemplo, habría que pensar si desde el Estado no pueden articularse redes con núcleos organizados de, por ejemplo, resolución de demandas rápidas: agencias de ayuda social inmediata, comités de consumidores, organización territorial de vecinos. En fin, agrupamientos más laxos ideológicamente pero con mayor capacidad de agregamiento de demandas –en términos laclosianos- y de mayor participación civil que podrían resumirse en “unidades de buen vivir”. Es sólo una idea, por supuesto, no más que eso, para intentar encontrar un nuevo sujeto social capaz de politizarlo, ya que colectivos como clase, trabajadores, ciudadanos, minorías parecen haber perdido su poder de convocatoria.
Quien escribe estas palabras está convencido de que lo peor que le puede ocurrir al país y a las mayorías es que se profundice un estado de decepción y de frustración sobre un proceso político liderado por el peronismo. Por la sencilla razón de que el liberalismo ha reforzado su carácter reaccionario, no sólo en términos represivos sino también de concentración de la riqueza y empobrecimiento y sometimiento de las mayorías. Al menos así lo demuestran las derechas en el mundo. Nada bueno trae el futuro si este presente fracasa. La persona que más conciencia tiene de esto es Cristina Fernández de Kirchner, ella se encuentra en un laberinto existencial y paga los dolores del futuro con su alma y su cuerpo.
*Publicada en la edición 54 de Contraeditorial.