“Ha llegado el momento de pensar que en la futura oleada revolucionaria, corresponda a los trabajadores la primacía que deriva de sus justos títulos a conducir la nación. Ya no deben ser solamente la espina dorsal de la revolución, sino también su cerebro conductor”. Se trata de la conclusión de “Cómo hicimos el 17 de octubre”, de Ángel Perelman, quien fue uno de los fundadores de la Unión Obrera Metalúrgica, una de las organizaciones sindicales icónicas en la historia argentina. Con formación trotktista y militancia en el Partido Comunista, decidió alejarse en 1943 y se acercó a la corriente nacionalista-laborista que dio origen al peronismo. Como trabajador y a la vez dirigente, se convirtió en un personaje importante en la gestación de las extraordinarias movilizaciones populares de aquellas horas de octubre de 1945. Fue actor decisivo en ese día fundacional de la historia popular y años después decidió trascribir ese recuerdo en primera persona en el trabajo que denominó “Cómo hicimos el 17 de octubre”. Lo escribió una década después del sanguinario derrocamiento del general Juan Domingo Perón.
El retrato de la manifestación obrera se transformó en un libro publicado originalmente en 1962. Es una pieza clave, además porque contiene un exhaustivo análisis de los factores que se desarrollaron previamente, que confluyeron en ese Día de la Lealtad”, un quiebre en la historia política y social del país. Ahora “Cómo hicimos el 17 de octubre” vuelva a las librerías, publicado por la editorial Punto de Encuentro, en una edición que se incluye en la Colección Cabecita Negra. Continúa la serie que se compuso de “La razón de mi vida”, de Eva Perón, “Revolución justicialista”, de Juan Perón; “Yrigoyen y Perón”, de Raúl Scalabrini Ortiz; “Historia política del ejército argentino. De la logia Lautaro a la guerra de Malvinas”, de Jorge Abelardo Ramos y una trilogía de John William Cook: “Escritos económicos “, “Peronismo y revolución” y “Apuntes pata la democracia”.

Esta edición “Cómo hicimos…” incluye otros textos valiosos siempre en derredor de esta emblemática fecha. Por caso, que incluye el tan representativo de Raúl Scalabrini Ortiz, “El subsuelo de la patria sublevado”, con el fragmento: “Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres (…) Era el subsuelo de la Patria sublevado… Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente, como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo”.
Teodoro Boot, escritor e historiador peronista también realiza su aporte. Se trata de un sensible texto llamado “Los fabulosos Perelman”, en el que desmenuza los orígenes y la labor del autor, que se convierte en un interesantísimo testimonio personal.
El libro de Perelman es un aporte para comprender el comienzo de una historia que perdura al cumplirse 76 años de la gesta.
El prólogo, en tanto fue realizado por Marcelo Koenig. Para el actual diputando nacional el recuerdo del 17 de octubre representa “una irrupción de la clase trabajadora en la historia, una invasión de la periferia al centro, un protagonismo popular que cambia el rumbo histórico, un acontecimiento que al construir un nuevo escenario, requiere de una explicación propia en el plano simbólico”.
El libro de Perelman es un aporte para comprender el comienzo de una historia que perdura al cumplirse 76 años de la gesta.
A modo de adelanto, Contraeditorial ofrece un capítulo clave de la obra.
El gran día
Realmente parecía la revista El Hogar. Vittorio Codovilla, cuyo auto se veía todas las mañanas estacionado frente a la embajada de Estados Unidos, tan seguro estaba de la caída de Perón que había resuelto viajar a Mendoza y desde Mendoza a Buenos Aires en los primeros días de octubre para asistir al golpe contrarrevolucionario. Pero al salir de Mendoza fue detenido el 2 de octubre y trasladado a la Penitenciaría Nacional.
El ex senador Antonio Santamarina visitó al burócrata comunista en la cárcel el 9 de octubre por la mañana y al salir informó a los periodistas: “Le dije a Codovilla que de un momento a otro ha de producirse el estallido que aguardamos. Estamos apurados por obtener su libertad, porque solo él puede orientarnos”.
Efectivamente, en la tarde de ese día, bajo la presión del acantonamiento de Campo de Mayo, Perón se veía obligado a renunciar y era trasladado a Martín García.
“La tarde de ese día, bajo la presión del acantonamiento de Campo de Mayo, Perón se veía obligado a renunciar y era trasladado a Martín García”.
El semanario oficial del PC, Orientación, se plegaba a la campaña oligárquica publicando a grandes títulos: “El Gobierno a la Suprema Corte”. “Rendición incondicional y un gabinete presidido por el Dr. Álvarez”. Otro título decía: “Solo la democracia libre y organizada podrá abatir al peronismo pro fascista”.
En esos días de indecisión, los diarios informaban que en los in- genios Amalia, Cruz Alta, Fronterita y Mercedes de la provincia de Tucumán los trabajadores se habían lanzado a la huelga reclamando la libertad del coronel Perón. Pero a su vez, la prensa cipaya intentaba contrarrestar estas manifestaciones obreras aisladas publicando comunicados que firmaban supuestas organizaciones sindicales, que en realidad consistían solamente en un sello, y que expresaban un apoyo a la coalición oligárquica.
Cuando faltaban pocas horas para el pronunciamiento de masas del 17 de Octubre, el martes 16 el diario La Razón da a conocer un comunicado de la industria de la carne en la que se pronunciaba por la unión nacional y “basta de nazifascismo y peronismo”.
Quiero dejar bien establecido que, por entonces, la Federación Obrera de la Carne, presidida por José Peter, era tan solo un papel membrete, pues ya los obreros de los frigoríficos contaban con su propia federación que dirigía Cipriano Reyes.
A raíz de la huelga del gremio de 1944, que triunfó a pesar de la traición de los comunistas que hasta ese momento habían conservado cierta influencia en el gremio, José Peter hundió su prestigio y los trabajadores de la carne se habían agrupado alrededor de Cipriano Reyes.
“Cuando faltaban pocas horas para el 17 de Octubre, La Razón da a conocer un comunicado de la industria de la carne en la que se pronunciaba por la unión nacional y ‘basta de nazifascismo y peronismo'”.
Hay un episodio poco conocido sobre la situación planteada en el seno de la CGT en los días inmediatamente anteriores al 17 de Octubre, que ha sido recogido en su valioso libro sobre la historia del movimiento obrero argentino (Del anarquismo al peronismo) por el talentoso y valiente compañero Alberto R. Belloni, dirigente nacional de la Asociación Trabajadores del Estado, que ha historiado este suceso. Belloni es el único militante obrero del movimiento nacional que ha escrito un libro sobre historia de las luchas sindicales. Tiene autoridad para hacerlo, pues ha demostrado en su propio gremio que hace honor a la tradición revolucionaria del 17 de Octubre, com- batiendo a los burócratas corrompidos que se escudaron bajo esas grandes banderas para medrar mejor. Como decía, Belloni, en su obra, relata lo siguiente:
El día 14 de octubre la CGT declaraba la huelga en principio: también lo hacen varias organizaciones del interior. El día 16 se reúne el Comité Central Confederal para considerar como único punto la declaración de huelga general. Casi diez horas dura el agitado debate. Delegados de viejas organizaciones sindicales se definieron en contra de la huelga, expresando que el general Ávalos daba garantías de que se mantendrían “las conquistas obreras alcanzadas” y agregaban conceptos antimilitaristas, recordando las sangrientas represiones a cargo de algunos militares; otras representaciones, sobre todo la de los gremios de industria, dijeron que el 12 de ese mes los patrones se negaron a pagar el aumento de salarios que disponía un decreto de Perón del día 9 y además manifestaron: “Vayan a cobrárselo a Perón”. Los delegados refirieron cómo al recurrir a la Secretaría de Trabajo en busca de que se obligara la aplicación de la ley, no fueron recibidos por el nuevo titular de la Secretaría; que esto demostraba el valor de las promesas de los nuevos hombres en la Casa de Gobierno, y, por último, que a los trabajadores no les debía interesar si era civil o era militar quien atendía por sus reivindicaciones. A la una de la mañana del día 17 se resuelve declarar “la huelga general revolucionaria” por 48 horas en todo el país, a partir del 18; la votación arrojó 21 votos a favor de esta decisión, contra 19. El alma del debate que decidiría la solución final fue el representante de la Asociación de la Universidad Nacional de La Plata. Amenazado por la Triple A, parte al exilio, donde morirá en 2005.
Libertario Ferrari, que fallecería trágicamente pocos años más tarde, había sido militante de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina).
Resuelto por la CGT el lanzamiento de la huelga general revolu- cionaria en la mañana del 17 de Octubre, vinieron a buscarnos al Sindicato Metalúrgico, en la calle Humberto 1°, unos compañeros de Barracas.
—¿Qué pasa?— preguntamos.
—En Avellaneda y en Lanús la gente se está viniendo al centro— contestaron.
—¿Cómo es esto?
—Sí, no sabemos quién largó la consigna, pero toda la gente está marchando desde hace algunas horas hacia Buenos Aires.
—Pero la C.G.T., en la reunión de anoche —les dijimos—, dio la orden de la huelga general. ¿Qué es esa marcha?
—No sabemos —dijeron esos compañeros—. La cosa viene sola. Algunas fábricas que estaban trabajando, porque no habían recibido a tiempo la orden de la huelga general, han parado el trabajo, pero los hombres, en vez de irse a la casa, enfilan hacia Plaza de Mayo. ¿Ustedes saben algo?
—Lo único que sabemos —respondimos— es que Evita está en un auto recorriendo los barrios y difundiendo la orden del paro general. En realidad, la idea de volcarse sobre la Plaza de Mayo brotó espontáneamente en el seno profundo de las masas populares, porque de otra manera no hubiera podido surgir. No hay orden alguna capaz de movilizar a un tiempo a centenares de miles de hombres, mujeres y niños, sino cuándo esas multitudes sienten la necesidad de manifestarse en los momentos decisivos de su existencia.
“No hay orden capaz de movilizar a un tiempo a centenares de miles de hombres, mujeres y niños, sino cuándo esas multitudes sienten la necesidad de manifestarse en los momentos decisivos de su existencia”.
Nos lanzamos a la calle a restablecer todos los contactos. El teléfono del sindicato sonaba desde hacía dos horas, confirmando todo lo dicho por los compañeros de Barracas. Tratamos de tomar contacto con el cuerpo de delegados metalúrgicos del Gran Buenos Aires. Pero se habían prácticamente diluido en el océano de mil manifestaciones y columnas parciales; las masas habían deglutido a los sistemas de organización sindical y los miles de delegados de fábrica estaban a la cabeza de la muchedumbre, que debía encontrar su unidad a través de cien calles y barrios en la histórica Plaza de Mayo.
A las 8:15 horas pasamos en el taxi de un chofer amigo, cargado de metalúrgicos, por la esquina de Independencia y Paseo Colón, en circunstancias que un grupo de manifestantes era disuelto (y se re- agrupaba una cuadra más adelante) por la policía. Ya a los 8:40 de la mañana había unas 1000 personas en la Plaza de Mayo; en ese momento llegaban a ella refuerzos de la Policía Montada. Nos encontramos con un vigilante, bastante desorientado, como toda la policía lo estaba ese día. A nuestras preguntas contestó que en la jurisdicción de la Comisaria 30a la policía intentaba inútilmente disolver una manifestación de unos 10.000 obreros y obreras reunida frente al Puente Pueyrredón.
A esta hora —eran las 9:30 horas— habíamos pintado el taxi con letreros a cal que decían: “Queremos a Perón”.
Seguimos recorriendo los barrios y la muchedumbre nos aclamaba al ver el coche pintarrajeado. Espontáneamente y con los elementos que encontraban a mano, los trabajadores, sobre la marcha, improvisaban leyendas, carteles y cartelones de todo género y con las frases más pintorescas, pero que tenían de común un nombre: Perón.
A medida que pasaban las horas, en ese día sin término y sin fatiga, se repetía el espectáculo, barrio tras barrio: en la calle Belgrano, hacia el puerto, se disolvía sin resistencia un grupo de 40 personas; después seguían caminando por las veredas, con la consigna inesperada que unificó al pueblo ese día: todos a Plaza de Mayo.
Se creó un sistema de comunicaciones que no se fundaba en el telégrafo, sino en la noticia que volaba a viva voz de grupo a grupo y que adquirió una perfección insospechable cuando comenzaron a aparecer los camiones cargados de obreros.
“Espontáneamente y con los elementos que encontraban a mano, los trabajadores improvisaban leyendas, carteles y cartelones con las frases más pintorescas, pero que tenían de común un nombre: Perón”.
A alguien o a muchos se les ocurrió al mismo tiempo, por obra de la necesidad, la iniciativa de detener un camión, un colectivo, un ómnibus o un tranvía, ordenar imperativamente a los guardas y choferes cambiar de rumbo y dirigirse hacia el centro. La propia multitud —esto lo vimos decenas de veces— tomaba los cables del “troley” de los tranvías, los daba vuelta y el motorman empezaba a manejar el vehículo en dirección inversa. Los manifestantes subían entonces atropelladamente al tranvía, lo ocupaban por entero y se encaramaban a sus techos, mientras que los trabajadores que no habían podido meterse en el vehículo hacían lo mismo con el ómnibus, camión o tranvía siguiente. El sistema de transporte de Buenos Aires adquirió un orden rígido: ese día funcionó en una sola dirección.
A medida que cruzábamos en medio de los más diversos grupos de manifestantes, recibíamos y retribuíamos todo género de noticias, de consignas y de aclamaciones. Así nos informamos con orgullo que en casi todos los grupos había metalúrgicos, a veces fábricas y talleres enteros. Nos dijeron unos manifestantes, que en número de unos 5000 desfilaba por la calle Vieytes, que a lo largo de la avenida Montes de Oca ya marchaba una manifestación que cubría diez cuadras. En todos los barrios, según las noticias que íbamos recibiendo de los manifestantes, la policía estaba intentando disolver y reprimir a la multitud, aunque sin emplearse a fondo.
Después del mediodía, la actitud de la policía comenzó a cambiar. Lo notamos en los numerosos vigilantes que perdían su aire de autoridad. Nos miraban ya sea con una actitud confusa o con una vaga simpatía. La situación se aclaró de repente cuando vimos, a eso de las 15 horas, atravesar a toda velocidad, cruzando en frente de nuestro taxi, a un camión de Correos cargado de vigilantes que gritaban, ante nuestra sorpresa:
—¡Viva Perón!
Estábamos en ese momento en avenida San Martín y Donato Álvarez. Inmediatamente nos llegó la noticia de que Perón, que sabíamos detenido en el Hospital Militar, acababa de ser puesto en libertad. Decidimos con el taxista ir hasta Barracas a examinar la situación y propagar la noticia. Al llegar a la avenida Vélez Sársfield se ha- bía detenido una inmensa columna, integrada en parte por nuestros compañeros del taller CATITA, que avanzaba hacia el Congreso Nacional. Bajamos a conversar con la cabeza de la columna.
“A medida que cruzábamos en medio de los más diversos grupos de manifestantes, recibíamos y retribuíamos todo género de noticias, de consignas y de aclamaciones”.
A pocos metros estaba la seccional de policía, con varios oficiales y agentes en la puerta, que nos observaban con atención. Fuimos en delegación a sondear el estado de ánimo de los policías. Conversamos con ellos y de paso les informamos que Perón había sido puesto en libertad. Ya no cabía asombrarse cuando el grupo de vigilantes prorrumpió en un estentóreo “¡Viva Perón!”.
¿Qué pasaba con la policía? Era muy simple, y luego lo comprendimos. En primer lugar, los guardianes del orden tienen una sensibilidad muy especial para distinguir dónde está el poder real y el orden establecido. A medida que transcurría la jornada, al cuerpo de tropa le resultó evidente, por estar en la calle, que no había fuerza policial capaz de imponerse a una muchedumbre de mil cabezas que brotaba de todos los rincones de la ciudad y era incontable e incontenible. Esta muchedumbre, además, estaba formada no solo por hombres, sino por mujeres, niños y ancianos. Los obreros arrastraron a toda su familia a la lucha y, probablemente, muchas mujeres arrastraron a ella a sus hombres. La policía advirtió, en segundo lugar, que el “orden” ya no existía, que el Departamento Central no tenía una idea definida de los acontecimientos que se estaban produciendo, que los agentes ya no sabían bien a quién debían obedecer, pues, en realidad, el poder estaba ya repartido en varias manos, o dicho en otros términos, gobernaban varios y nadie por completo.
La confusión reinante en las cumbres del gobierno, desgarrado por las disputas de los militares, la presión de la oligarquía y el arrepentimiento de muchos oficiales que habían conspirado contra Perón diez días antes por creer que no contaba con el pueblo y que debían ahora admitir que estaban equivocados, se reflejaba en los vigilantes.
A lo largo de ese 17 de Octubre el poder flotaba en el vacío, y si sus azorados dueños no sabían cómo escapar de ese callejón sin salida, menos podían confiar en sí mismos sus ejecutores subalternos. Esa crisis del poder liberó los verdaderos sentimientos de los agentes de la tropa, muchos de ellos provincianos y con bajos sueldos. Desaparecida en el curso de la jornada la presión jerárquica, los vigilantes se declararon peronistas. Rápidamente las manifestaciones, anteriormente disueltas por la policía, siguieron en adelante sin ser molestadas, fenómeno característico de todas las revoluciones populares y de toda crisis social que disuelven, por un momento al menos, los signos visibles de la coerción.
“El que iba al frente enarbolaba una escoba que en su punta llevaba un letrero. Este decía: ‘Los que están con Perón, que se vengan al montón’. Y se plegaron a la gran columna”.
Volvimos con el taxi hacia San Telmo. En la esquina de Humberto 1° y Bolívar paramos el coche para arengar a una columna que descansaba un momento allí. En un bar próximo, la radio funcionaba sin cesar a toda voz, transmitiendo las noticias del gigantesco movimiento, sistematizadas por las informaciones procedentes de las comisarias seccionales. En ese momento se detuvo junto a nosotros un pequeño grupo de muchachos que venían coreando el nombre de Perón. El que iba al frente enarbolaba una escoba que en su punta llevaba un letrero. Este decía: “Los que están con Perón, que se vengan al montón”. Y se plegaron a la gran columna. Montonera viene de montón, y no es inútil recordarlo ahora.
Cuando llegamos a Plaza de Mayo, después de nuestra extensa recorrida por los barrios, estábamos afónicos de echar discursos y gritar consignas. Llegaba a la plaza justamente otra gran columna, en la que se habían refundido, desde el Congreso, por Avenida de Mayo, docenas de columnas parciales. Oíamos vocear los más di- versos estribillos. Recuerdo uno que decía: “Piantate de la esquina, oligarca loco / el pueblo no te quiere y Perón tampoco”.
Estos cantitos tenían su explicación. Al caer la tarde, por Callao, por las Diagonales, por la Avenida de Mayo, la gente se dividía en dos clases sociales perfectamente distinguibles: los que marchaban por la calle en camisa y los que miraban desde las veredas con traje entero. Estos últimos eran los escasos representantes de la oligarquía y de la clase media que habían desfilado el 19 de septiembre en la “Marcha de la Constitución y la Libertad”, creídos que el país estaba ya en sus manos. Pero el sueño se había desvanecido con las masas en la calle.
Anochecía y seguíamos allí hora tras hora. ¿Quién podría extrañarse que las mujeres y niños se remojasen en la fuente de la Plaza? La oligarquía, aterrorizada y despechada, se burló durante años del espectáculo que dimos esa noche, mal vestidos, transpirados, indignados. Pero, como dijo Jauretche, no estábamos rodeados de artefactos sanitarios, como las damas de la calle Santa Fe.
Al filo de medianoche, después que Avalos y Mercante73 intentaron hablarnos inútilmente —la multitud se negó a escucharlos—, apareció Perón en los balcones de la Casa de Gobierno. Habló poco. Las aclamaciones y la alegría con que fueron recibidas sus palabras no son para olvidar fácilmente.
“Los comu-bradenistas, en su odio antinacional, ya no sabían distinguir siquiera si éramos o no obreros los que recorrimos las calles”.
Empezamos a regresar a nuestras casas. Esa madrugada, los coroneles Velazco, Molina y Mujica tomaban el Departamento de Policía, el Ministerio de Guerra y la guarnición Buenos Aires, remachando así el frente único entre el Ejército y el Pueblo.
Sobre el 17 de Octubre, ya sabemos qué dijeron los diarios de la oligarquía. En cuanto a los socialistas, La Vanguardia escribió: “La parte del pueblo que vive su resentimiento, y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación”.
El Partido Comunista, rematando su larga carrera de traiciones al país y a la clase obrera, juzgaba nuestras manifestaciones del siguiente modo: “Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad no representan ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población”.
Los comu-bradenistas, en su odio antinacional, ya no sabían distinguir siquiera si éramos o no obreros los que recorrimos las calles aquel gran día. Su completo aislamiento del movimiento de masas, ayer como hoy, es la mejor lección que pudo enseñarles la clase obrera argentina.
Lo que ocurre después del 17 de Octubre pertenece a una historia que ya ha empezado a escribirse, pero que sobrepasa los fines de este trabajo. Solo diremos que la formación posterior del Frente Único Antiimperialista, que triunfa electoralmente el 24 de febrero de 1946 en la pugna Perón o Braden, merece un párrafo especial.
En lo que se llamó “peronismo” desde octubre del 45 en adelante, intervinieron clases sociales distintas, con sus propios intereses y contradicciones, que tuvieron gravitación en el movimiento nacional. Estuvieron desde la Iglesia y el Ejército hasta sectores de la burguesía industrial y de la clase media rural, además del proletariado urbano y de los peones del campo, que fueron el verdadero eje de la revolución popular.
“Si en la hora del triunfo la clase obrera participó del poder solo secundariamente, en la hora de la derrota y la lucha es precisamente la clase obrera la que se revela, como en el 45”.
Ese Frente Nacional se mantuvo cerca de diez años y se quebrantó antes de 1955 de manera irrevocable. La Iglesia inspiró los bombardeos de junio, los nacionalistas clericales prepararon la conspiración de septiembre en el Ejército, el propio Ejército fue diezmado por los “gorilas” y ya no es aquel de octubre del 45. La burguesía industrial, por su parte, desertó del Frente Nacional y postula hoy un imposible acuerdo con Estados Unidos.
Pero del mismo modo que el Frente del 45 pudo constituirse gracias a que los trabajadores salimos a la calle el 17 de Octubre, cosa que no debe olvidarse, también se hace necesario recordar que al caer Perón las clases y los sectores señalados abandonaron el movimiento nacional. Tan solo los trabajadores hemos quedado defendiendo las banderas de la Revolución Nacional. Si en la hora del triunfo la clase obrera participó del poder solo secundariamente, y el manejo del Estado y de la economía estuvo en manos de los políticos burgueses del peronismo, en la hora de la derrota y la lucha es precisamente la clase obrera la que se revela, como en el 45, la vanguardia del movimiento nacional.
Ha llegado el momento de pensar que en la futura oleada revolucionaria corresponda a los trabajadores la primacía que deriva de sus justos títulos a conducir la Nación. Ya no deben ser solamente la “espina dorsal” de la revolución, sino también su cerebro conductor. Ese momento anunciará no solo la hora de su independencia política, sino que esa misma independencia política, como clase, garantizará los intereses nacionales en su conjunto, la profundización de la revolución nacional inconclusa y la garantía inquebrantable de que el pueblo argentino no sufrirá un segundo golpe de septiembre.