El 16 de septiembre de 1955 no fue un día más para la historia contemporánea argentina. Es la fecha del brutal golpe cívico militar, mal llamado Revolución Libertadora, que puso fin al gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón, desoyendo la voluntad de una inmensa mayoría de la población.
¿Cómo es posible que el odio hacia el peronismo arrasara con uno de los mayores consensos generados en el pueblo argentino? Este y otros interrogantes sólo pueden responderse a partir de un minucioso recorrido por el contexto político y social de aquellos años.
“Una lucha que habría ensangrentado y destruido al país. Amo demasiado al Pueblo y hemos construido mucho en la Patria para no pensar en ambas cosas. Sólo los parásitos son capaces de matar y destruir lo que no son capaces de crear”, afirmó Perón al explicar su decisión de terminar con los enfrentamientos de aquellos años. Se trata de un párrafo extraído de La fuerza es el derecho de las bestias, una obra en la que El General analiza tanto su gobierno, como el accionar de los sectores que habían participado en el golpe de Estado.
A 66 años de aquella lamentable jornada, la editorial Punto de Encuentro reedita La fuerza es el derecho de las bestias y Revolución justicialista, dos verdaderas piezas históricas que reflejan lo ocurrido durante ese período, con el valor agregado de analizar el significado del concepto de justicia social y plantear la importancia de un movimiento de masas que rescató a los sectores más humildes y postergados de la sociedad. Estas reediciones de la colección Cabecita Negra se presentan como una buena oportunidad para acercarse a la historia, revalorizar el rol del peronismo y descubrir los intereses ocultos de sus detractores.
A continuación, Contraeditorial comparte el imperdible prólogo que Juliana Marino escribió para la reedición de La fuerza es el derecho de las bestias:
Un crimen de lesa patria
Así de simple y tan duramente califica Perón al golpe de Estado de 1955 en su libro La fuerza es el derecho de las bestias. Ojalá este prólogo sirva para que atesoremos estos textos originales imperdibles del general, que redescubramos tantas claves e inscripciones como las que están sembradas en sus páginas, que son las páginas de la monumental experiencia del peronismo al configurar un país independiente y justo, que formula su ideario y consolida su soberanía en plena acción.
Quisiera que este prólogo contribuya a aprehender la profundidad espiritual del peronismo, su dimensión teórica y su vigencia política.
Debo confesar que, en mi biografía militante, a cada edad le correspondió una recepción diferente de la visión política del general, de su estilo expresivo, de sus relatos sobre los acontecimientos de la época y de sus principios doctrinarios. No fue fácil en la juventud aceptar los consejos de su experiencia de conducción y otorgarle validez universal a una filosofía que aparecía tan sencilla, que además de concretar una revolución en paz, la apuntalaba con su propio lenguaje político y su peculiar formato cultural.
El reconocimiento a la estatura teórica de sus conceptos y a su profundo humanismo fue un camino que debí disputar hacia adentro de mi soberbia juvenil y hacia afuera, con la intelectualidad de la época, en una etapa de cientificismo pertinaz y de valorización de la lucha armada de las organizaciones juveniles en las que yo misma militaba.
En mi caso, crecida en una familia y una clase antiperonistas, fueron el pueblo y los militantes de la Resistencia los que me hicieron peronista y me alertaron acerca de la eficacia política y la bondad de ese movimiento humanista, socialmente reparador, constitutivo del ser nacional hasta su médula, dándome a leer este formidable alegato sobre la verdadera democracia, la verdadera libertad y la importancia del amor para la realización individual y social.
Por eso hoy, releyendo La fuerza es el derecho de las bestias en una edición de 1958 que me regalara un heroico compañero víctima del represivo plan Conintes, felicito y me sumo a la nueva edición que propone la colección Cabecita Negra de este dolido relato del general al poco tiempo de su derrocamiento y exilio.
Su título tiene la contundencia de una explosión de significados: Fuerza, Derecho, Bestias. Constituye un privilegio intelectual y político el modo en que el general nos va introduciendo en el sabio sentido de la afirmación de Cicerón: remite a injusticia, dominio, arbitrariedad, ilegitimidad, crueldad, ignorancia, indolencia, desinterés, de allí lo de bestias. Escribe Perón: “(…) generalmente en las dictaduras militares el derecho suele ser la cosa más olvidada, más desconocida y más aborrecida; los dictadores son el derecho”.
Es en esta obra y en distintos pasajes donde muy especialmente nos advierte acerca de que un malo puede abuenarse pero un bruto nunca dejará de serlo, lección que es inconcebible que aún no hayamos aprendido. Brutalidad y egoísmo —dice el general— dan como resultado ignorancia y desapego de una idea de comunidad y de destino superior para el país y el pueblo.
Durante todo su alegato, Perón denuncia como irracional, antidemocrática, inmoral e inhumana la ferocidad del proceso de su derrocamiento, desde el bombardeo a la Plaza de Mayo hasta la persecución, represión y muerte de un pueblo pacífico entregado laboriosamente a su convicción nacional y popular.
Expresa nítidamente el dolor y la indignación del “Perón militar” por la traición de las Fuerzas Armadas. Todavía se sentía un hombre de armas, General de la Nación —y del pueblo— formado en los conocimientos de la guerra y de la defensa nacional en un mundo entre imperios. No podía concebir la deshonra del innoble saqueo a la soberanía popular y a los bienes del pueblo. La dictadura de 1976 y el desastre de Malvinas constituyen sin duda el último gran capítulo de la deshonra que en el tiempo de la escritura de este libro atormentaba a Perón.
Enorme indignación le produce la complicidad del clero. Su sentido del honor y el valor que le otorgaba a la coherencia institucional le hacen decir con mordacidad: “Alguno podrá de encargarse algún día de convertir al cristianismo a la Iglesia Católica de Roma”.
Son los sentimientos y las reflexiones de un líder que no deja de sorprenderse y angustiarse por la crueldad asestada al pueblo y por la necedad de los brutos, capaces de destruir por venganza las mejores obras de un gobierno.
Enuncia los más importantes principios del justicialismo y explica pormenorizadamente las tácticas y estrategias que el primer gobierno peronista desplegó para iniciar el camino de la construcción de la nación. Es un manual de procedimientos de gestión, con jugosos relatos sobre los ardides para la compra de los ferrocarriles o la creación de la empresa naviera de bandera y de los organismos económicos liberadores. Incluye una dura crítica a la ciencia económica cuando no sirve a la astucia que un país dependiente necesita desarrollar para independizarse sin endeudarse.
Tiene tanta vigencia el relato, se le parece tanto a la fotografía actual, que su lectura ilumina el quehacer y confirma que es siempre el mismo enemigo, la misma voracidad del capital, el mismo imperio, la misma deuda colonizante, similares actores —partidos, medios de comunicación, empresarios— idénticas campañas de difamación, persecución judicial y saqueo. Y el sistematizado engaño acerca de que es en defensa de la democracia, la libertad de expresión y el éxito nacional.
Este libro duele, es la denuncia de la dignidad nacional perdida, realizada en soledad por un inmenso líder popular, obligado a decidir entre resistir con derramamiento de sangre o confiar en el tiempo y el retorno; es una de las decisiones que más ha dado que hablar y más se ha debatido en la política y en la militancia: ¿por qué Perón no entregó armas al movimiento obrero, a las fuerzas nacionales y populares?
Yo no me arrepiento de haber desistido de una lucha que habría ensangrentado y destruido al país. Amo demasiado al pueblo y hemos construido mucho en la Patria para no pensar en ambas cosas. Solo los parásitos son capaces de matar y destruir lo que no son capaces de crear.
Una de las conciencias más lúcidas de su época, el general completa su juicio con una idea de la guerra de una elocuencia tan extrema, que vale la pena abrazar.
La guerra es un drama individual amplificado. Es como un hombre que súbitamente tiene un ataque de demencia y rompe toda su casa, pasado el ataque, debe reponerlo todo para seguir viviendo. Debe pagar su locura. La guerra no es sino una locura colectiva. Durante cinco años, cientos de millones de hombres, provistos de instrumentos de destrucción, se habían dedicado a destruirlo todo. Pasado el ataque, ahora había que pagarlo.
Ayer como hoy, la maquinaria de difamación, la mentira y la complicidad de la prensa es el instrumento más eficaz para que la derrota cultural ocupe el espacio de las armas.
Perón sufrió fake news, lawfares y una de las más insidiosas campañas de descrédito personal y político de la época. Por eso su autodefensa es la de un hombre sublevado moralmente, la de un líder conmovido y atravesado por el dolor de ver destruida su obra, perseguido su pueblo y arrodillado su país.
Cómo no comprender su tragedia si una vez más la misma maquinaria, similares estilos y parecida indiferencia frente al sufrimiento del pueblo, están asolando nuestra Patria. Imposible no reconocernos en este alegato que se convierte en un legado cuando desde sus páginas el general nos avisa: “Si ellos colonizan de nuevo a nuestro país, nosotros lo independizaremos de nuevo”.
“Las veinte verdades del Justicialismo” incluidas en sus páginas como compendio abreviado de un modo de ver la política, de vivir la ideología, de sentir a la Patria y de proponer para ella un bello ideal, inspirarán una vez más a lxs más decididos para tomar la bandera de la reconquista y refutar con obras así de revolucionarias, el inventario de viejas y nuevas difamaciones que históricamente, a pesar de la insistencia colonial, se derrumban frente a la realidad.
Juan Domingo Perón volvió, convocó multitudes y pudo morir en su Patria llorado por su pueblo.