En otra trama disparatada y peligrosa, agentes de la AFI cambiemita en línea con un funcionario de Vidal y con quien controlaba la documentación presidencial de Macri, Susana Martinengo, espiaron al platense Pablo Bruera y al Obispo Jorge Lugones. Alucinaron que el papa estaba detrás de un armado populista por los asiduos encuentros entre ambos.
A más de dos meses de concluir el gobierno de la alianza Cambiemos, la hoy afamada ex coordinadora de Documentación Presidencial, Susana Martinengo, buscaba nuevos horizontes. De modo que le escribió a Darío Nieto, quien aún era secretario privado de Mauricio Macri: “Te pido que hables con él para ir a Vicente López con Jorge (Macri). Aparte me queda cerca de casa; todo lo que puedas hacer te lo agradezco. Fuerte abrazo”.
La respuesta fue: “Dale, Susana, lo veo y te aviso”.
Y ella cerró el diálogo con una apreciación política: “La gente todavía tiene mucha expectativa por este espacio. Sería bueno continuar el proyecto de Cambiemos. Sino el peronismo va crear otro espacio para competir entre ellos y quedarse alternados en el poder… Besos”.
Tal vez el miércoles pasado aquella mujer de 65 años haya sentido un ramalazo de pavor al leer dicho intercambio en un diario.

Lo cierto es que aquellas frases – nada comprometedoras, si se quiere – figuraban junto a referencias más embarazosas sobre su persona, entre muchas otras consideraciones que los peritos judiciales rescataron del smartphone de Nieto, luego de que él intentara destruir tales archivos durante el allanamiento en su hogar, a fines de junio. Semejante corpus probatorio del escándalo por el espionaje ilegal efectuado por la AFI no solo contiene registros específicos de las operaciones al respecto, sino también detalles de la estrategia exculpatoria a seguir cuando la cuestión ya era investigada por el juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena, posteriormente reemplazado por Juan Pablo Augé.
Ahora, enclaustrada por la pandemia en su domicilio de Villa Ballester, y convertida a raíz de los hechos en una mancha venenosa – en el PRO hasta hay quienes ni siquiera le atienden el teléfono mientras Macri hizo trascender que no la conoce –, la señora Martinengo supo asimilar las novedades sobre Nieto como algo que complicaría su propia desgracia.
No se equivocaba: Auge ya citó al secretario privado del ex presidente a indagatoria. También ampliará las del resto de los imputados. Una de aquellas declaraciones, claro, será la suya.
El smartphone de Nieto contiene detalles de la estrategia exculpatoria a seguir cuando la gestión fuera investigada.
Entonces – entre otras aristas – seguramente deberá referirse al lazo entre los agentes de la AFI que ella solía frecuentar y el diputado bonaerense Alex Campbell, quien fuera subsecretario de Gobierno y Asuntos Municipales en la gestión de María Eugenia Vidal. De hecho, su figura está anudada a una de las obsesiones más estrambóticas del aparato de Inteligencia macrista: espiar nada menos que al Papa Francisco. Una historia que merece ser explorada.
Jugate conmigo
Corría el 11 de junio cuando “Marieu” – tal como sus allegados llaman a la ex gobernadora – confirmó por una llamada telefónica del juez Villena algo que ella sospechaba desde siempre: haber estado durante su mandato bajo el radar de la AFI. El magistrado quedó en recibirla unos días después para exhibirle las pruebas. Pero ella no pudo cumplir con esa citación por un motivo ajeno a su voluntad: estar infectada de Covid 19.
Cierta prensa se preguntaba si el mal se lo había contagiado su novio, el periodista Quique Sacco, o el diputado Campbell, a quien ella quería mucho.

Este último no pasaba por su mejor momento: a la convalecencia por tal enfermedad se le añadió el hecho de ser investigado por su participación en la estructura platense del organismo que encabezaba Gustavo Arribas.
En este punto conviene retroceder al 27 de octubre de 2017. Aquel día él se reunió en La Plata con la recién electa senadora Felicitas Beccar Varela, famosa alguna vez por sus apariciones televisivas en el ciclo Jugate conmigo, de Cris Morena. Entre ambos flotaba una gran alegría, puesto que Alex era su padrino político. De pronto atendió un mensaje por WhatsApp:
“Hola Alex, ¿cómo estás? – leyó en la pantalla del celular – Te molesto porque recién salgo de ver a Susana Martinengo y hablamos de algunas cosas sobre las cuales me dijo que estaría bueno que las hable con vos. Si la semana que viene tenés un ratito, paso a verte. Abrazo”.
El remitente era el esbirro de la AFI, Leandro Araque.
Por lo pronto, este mensaje en particular puso en evidencia el vínculo de Campbell con Martinengo, un personaje clave en la trama del espionaje PRO.
Araque, el Turco Sáez, Melo y Matta eran asiduos concurrentes a la oficina de Martinengo en la Casa Rosada.
Eso había saltado a la luz cuando al doctor Carlos Beraldi, que patrocina a Cristina Fernández de Kirchner en su condición de querellante, se le ocurrió revisar el registro de entradas de la Casa Rosada. Así constató que desde 2017 en adelante hubo en su oficina profusas reuniones entre ella e integrantes del grupo Súper Mario Bros de la AFI; entre éstos, el ya nombrado Araque, Jorge “El Turco” Sáez, Facundo Melo y Emilio Matta. En aquellas ocasiones ella recibía informes de sumo interés para el “uno”, así como llamaban a Macri.
A partir de ese preciso instante, su figura – sin duda uno de los secretos mejor guardado por el antiguo régimen – tuvo una notable relevancia.
Con posterioridad – en razón a nuevas pruebas obtenidas por Villena – se supo de otros encuentros con esos espías, tanto en bares y restaurantes como en su propio domicilio. De modo que ahora hay indicios que la ubican en un sitio más trascendente que el de una simple mensajera. Además de impartir directivas y sugerencias, es señalada como la hacedora del seguimiento al ex funcionario kirchnerista del Ministerio de Planificación, Roberto Baratta (detenido poco después), de quien era vecina.
Robustece tal hipótesis alguna sapiencia suya en dichas lides, puesto que aquella mujer – que se asomó a la política como puntera del Movimiento de Dignidad Nacional (Modin), del militar carapintada Aldo Rico, además de haber sido esposa de su lugarteniente, el capitán Juan Ferreyra, con actuación en el área de inteligencia durante la última dictadura –, llegó a ser directora de Seguridad del municipio de San Martín bajo la gestión del vecinalista Ricardo Ivoskus. Transcurrían los primeros meses del trepidante 2001.
Martinengo es señalada como responsable del seguimiento al ex funcionario Roberto Baratta, de quien era vecina.
En una entrevista emitida en marzo de 2019 para una radio por Internet, ella recordó su gestión: “Lo mío era un rol social, porque si bien trabajaba con la policía de la provincia, siempre fue desde ahí, desde el municipio”. Luego destacó su “excelente sintonía” con La Bonaerense.
Eran los tiempos de Carlos Ruckauf y su apego por la “tolerancia cero”, un principio ejecutado sin piedad por su ministro del área, el comisario Ramón Orestes Verón. El tipo tuvo que renunciar en octubre de aquel año, a raíz de un lapidario informe de la Procuración referido a 60 chicos – de entre 13 y 17 años – asesinados por La Bonaerense. El 21 por ciento de esos casos ocurrió en el partido de San Martín.
De manera que, desde la más benévola de las interpretaciones, aquella mujer siempre se movió entre militares, policías y agentes de inteligencia.
Tanto es así que con el espía Sáez (un ex penitenciario con una escala en la Policía de la Ciudad) mantenía una amistad previa a estos asuntos.
Y Araque merecía toda su confianza.
En consecuencia, su directiva a éste para hablar de “algunas cosas” con Campbell no solo dejó al desnudo su papel ejecutivo en aspectos puntuales del espionaje ilegal sino que aquel funcionario y ella tenían entre manos algunas epopeyas en común.

Continuando con la cadena fáctica desencadenada en octubre de 2017, cabe destacar que, el martes 31, Araque le escribió a la secretaria de Campbell en referencia al encuentro con él solicitado cuatro días antes. Y en su tono se deslizaba un conocimiento entre ambos.
“¡Hola Erika! –fue su saludo, tratándola por su nombre de pila–. Estoy por llegar. Te aviso para cuando te llamen del ingreso, que estoy con Sáez”.
Su respuesta fue: “Ok. Anunciate vos igual al subsecretario de Gobierno y Asuntos Municipales Alex Campbell”.
Araque obedeció. Y su ingreso con Sáez quedó debidamente asentado.
En virtud del profuso material incautado por el juez Villena en el celular de Araque – una extraordinaria cantera informativa – surge que su vínculo con Campbell fue extendiéndose en el tiempo. Y se conoce su propósito.
Resulta que a los jefes y ejecutores de esta simpática asociación ilícita enquistada en el Estado (nacional y provincial) los desvelaba – en este caso – la figura del Papa Francisco. Ellos creían que el Sumo Pontífice trabajaba desde las tinieblas vaticanas en un ambicioso armado político de corte populista, con la complicidad de dignatarios eclesiásticos y dirigentes del ámbito bonaerense.
La figura de Campbell está anudada a una de las obsesiones más estrambóticas del aparato de inteligencia macrista: espiar nada menos que al Papa Francisco.
Ya en 2018, otro espía orgánico, Leandro Matta, le mandó a Araque una voluminosa carpeta con información y seguimientos al ex intendente platense Pablo Bruera. Y anunciaba: “Ahora voy por el obispo”.
Se refería al titular de la Diócesis de Lomas de Zamora, Jorge Lugones.
Araque le contesta: “Sos un groso, amigo. Ya le paso a Alex”.
No está de más reparar en la “cocina” de esta pesquisa.
Las sandalias del pescador
¿Bruera habría advertido la presencia del vehículo – un Volkswagen Voyage – que diariamente, entre la primavera del 2017 y mediados de 2018, estacionaba a 80 metros de su domicilio en La Plata con dos sujetos en la cabina?
¿Bruera, quien rigió los destinos de aquella ciudad desde 2007 a 2015, habría advertido que otro vehículo seguía todos sus desplazamientos?
¿Y que había tres o cuatro tipos que solían turnarse para ocupar mesas cercanas a las suya en confiterías y restaurantes?
La esposa, Susana Perone, y los dos hijos varones de este dirigente del peronismo provincial también estaban bajo rigurosa vigilancia.
Los inquietaba la relación de Bruera con el obispo Lugones. La inteligencia macrista no sabía que eran parientes.
El espionaje sobre él incluía fotografías y filmaciones en actos políticos y salidas laborales o recreativas, movimientos de cuentas bancarias y tarjetas de crédito, rastreo de dinero en el exterior (inexistente), una ficha biográfica, escuchas telefónicas y hasta sus conversaciones por WhatsApp.
Todo estaba en orden. Pero había algo que inquietaba a los inquisidores: sus constantes encuentros con el obispo Lugones. Tanto en Lomas de Zamora como en La Plata. Y nunca en sitios públicos. En esos cónclaves también solía dejarse ver Luis Lugones, otro alto dirigente del Partido Justicialista (PJ de La Plata y hermano del religioso.
Cada informe era remitido a Martinengo (como paso previo a su envío al despacho presidencial) y a Campbell (¿acaso cómo paso previo a su envío al despacho de la gobernadora?) Fue en tales esferas donde se resolvió espiar a los Lugones. El trabajo pareció dar prontamente sus frutos.
Las caras extrañas empezaron entonces a merodear la sede del Obispado de Lomas, en la calle Francisco Portela al 400. Y los domingos se mezclaban entre los feligreses en la Catedral Nuestra Señora de la Paz.
En 2018, Lugones arremetió contra Vidal y la ministra Carolina Stanley por el rumbo económico del gobierno.
Monseñor fue escrutado con los procedimientos de manual: fotografías, filmaciones, micrófonos ocultos, escuchas telefónicas, movimientos de tarjetas y cuentas bancarias. Además se monitoreó con especial énfasis sus vínculos con organizaciones sociales.
A las autoridades macristas les molestaba de sobremanera que Lugones fuera titular de la Pastoral Social. Y razones no les faltaban: ya a mediados de 2018, al inaugurarse en Mar del Plata la Semana Social de la Iglesia, no dudó en arremeter contra Vidal y la ministra Carolina Stanley, ambas allí presentes, cuando les enrostró su malestar ante el rumbo económico del gobierno con la siguiente frase: “Al hacer y al decir hay que agregar el sentir”.
Pero sobre todas las cosas les despertaba gran desconfianza su amistad personal con Jorge Bergoglio, una afinidad que se extendía al plano político.

Y en vista a ello, los frecuentes contactos de su hermano Luis y él con Bruera solo podían tener un motivo: la construcción de un espacio populista con cabecera en el territorio bonaerense. Los fisgones de la AFI, al igual que Campbell y Martinengo, no tenían duda alguna de que el Papa Francisco – al fin y al cabo un jesuita – era el gran titiritero del asunto.
El 18 de junio el juez Villena citó a Bruera para explicarle con lujo de detalles la operatoria que desplegó la AFI contra él.
La hipótesis de que la profusión de sus encuentros con el obispo Jorge Lugones y su hermano Luis tenía por objeto el armado político digitado por el Papa, hizo que Bruera enarcara las cejas. Luego rompió en una carcajada.
El juez lo miró con desconcierto. Entonces Bruera solo dijo:
– ¿Qué armado político? A los Lugones los veo porque son mis tíos.
Se ve que los espías habían pasado esta cuestión por alto.
El ex intendente eligió ser querellante en esa causa.
Un camino idéntico tomó días después la ex gobernadora Vidal. Aunque desde entonces no dijo ni una sola sílaba sobre la situación de Campbell. ¿Qué pensará ahora de su antiguo colaborador?
Aquel, extrañamente, continúa con su vida como si ninguna sospecha lo pudiera alcanzar. Hasta ahora.
La nueva ronda de indagatorias ante el juez Augé tiene el propósito de actualizar los expedientes instruidos originalmente por Villena. Entre éstos figuran las causas en donde Bruera y Lugones son querellantes.
La suerte de Campbell ya está echada.