Estados Unidos se queja porque Argentina sustituye importaciones. Pretende, además, aumentar los precios del súper. Y presta tribuna a las grandes fortunas que no quieren pagar el Aporte Solidario para que denuncien a los Fernández como un gobierno que desalienta la inversión.
Pocos recuerdan que Spruille Braden, el embajador estadounidense que combatió al peronismo original, pertenecía al Partido Demócrata, como Joe Biden. Este dato cuenta para desterrar un mito extendido en la Argentina que adjudica a los demócratas más virtudes de las que tienen y a los republicanos más defectos de los que podrían tener.
Antes de que Donald Trump y su discurso supremacista hundiera a la autopercibida “mayor democracia occidental” en un thriller electoral con resultado incierto, los republicanos como él rendían homenajes a su líder histórico, Abraham Lincoln, precisamente el hombre que abolió la esclavitud.
Para los demócratas y los republicanos estadounidenses, América Latina sigue siendo su “patio trasero”.
Los demócratas y los republicanos de hoy no representan las mismas cosas en la política doméstica de los Estados Unidos. Unos son más liberales y los otros más religiosos. Unos más cosmopolitas y los otros más proteccionistas. Unos están fanatizados con “la economía del conocimiento” y los otros todavía ven un mundo movido a petróleo. Unos son puritanos y los otros interculturales. En fin, no son lo mismo, no importa cuánto insista Nicolás Del Caño.
Pero cuando miran a América Latina, tanto gobiernos demócratas como republicanos, ven lo mismo: el patio trasero de su casa.
Solo así se explica que el Departamento de Estado haya ido en queja a la Organización Mundial de Comercio (OMC) por “las trabas” que el gobierno argentino pone a las importaciones.

En el apartado sobre las Preocupaciones Comerciales planteadas en el Comité de Acceso a los Mercados del organismo multilateral figura el punto 3.88, donde puede leerse: “En la reunión del 9 de octubre de 2020 se plantearon nuevas y persistentes preocupaciones comerciales sobre el sistema de licencias de importación de Argentina planteado por Estados Unidos”.
En la Casa Rosada admiten la creciente tensión con Washington, aunque en pleno desarrollo virtual de la reunión del G-20 los funcionarios eligieron encuadrar la disputa “en un asunto de carácter técnico” como para no seguir alimentando el diferendo.

La verdad sea dicha, aunque el gobierno quisiera presentarse más comprensivo con el reclamo estadounidense, no podría hacerlo: la administración de una divisa escasa como el dólar y el cuidado de las reservas del BCRA se imponen en la emergencia. ¿Qué sentido tiene importar trabajo extranjero, quemando dólares insuficientes, cuando son productos que se pueden fabricar en el país, que además necesita generar trabajo, consumo y recaudación?
No se trata de una nostalgia de soberanía en desuso, como podría afirmar cualquiera de los periodistas “cautivos” de La Embajada que dirige Edward Prado desde el barrio de Palermo. La decisión de restringir las importaciones a los insumos estrictamente necesarios para producir, tiene un efecto doblemente positivo. A la vez que se cuidan reservas, se reactiva la economía local; en algunos casos, a niveles pre-pandemia. O incluso superiores.

Es el caso de la industria textil. Según Yeal Kim, presidente de la Fundación Pro Tejer, en agosto último el rubro pasó a producir un 20 por ciento más de lo que producía hace un año, cuando todavía nadie sabía del Covid 19. “Estamos trabajando a full”, admitió Kim, quien adjudicó el repunte a la sustitución de productos extranjeros por nacionales: “Este gobierno apoyó mucho la producción local, las importaciones bajaron un 50 por ciento desde el año pasado y el empleo en nuestro rubro creció un 15 por ciento en relación a 2019”.
Fue de tal magnitud el “industricidio” macrista, que los empresarios textiles argentinos tienen mejores perspectivas para sus negocios en el mundo del Covid, nada menos, que cuando gobernaba Juntos por el Cambio con las políticas desregulatorias que exige el libre mercado, por ejemplo, desde el Council of the Americas (Consejo de las Américas) que preside Susan Segal.

Entidad a la que acudió esta semana el argentino Marcos Bulgheroni (Ceo de Panamerican Energy, una de las empresas que controlan el negocio de Vaca Muerta) para denunciar que el gobierno argentino les traba el acceso al dólar (cosa que fue desmentida por el BCRA horas después) y avalar la idea de que “el nuevo impuesto a la riqueza”, como llaman los diarios del Foro de la Convergencia Empresarial al Aporte Solidario de las grandes fortunas, los desalienta a invertir.
Curiosa tribuna la que eligió Bulgheroni para criticar al gobierno. El Council of the Americas es una institución creada por empresarios estadounidenses cuya finalidad, según sus propios estatutos, “es promover la democracia, el libre comercio y los mercados abiertos en toda América”. Fue fundado en 1965 por David Rockefeller “basado en la creencia fundamental de que los mercados libres y la empresa privada ofrecen los medios más eficaces para lograr el crecimiento económico regional y la prosperidad”.
El ´industricidio macrista fue de tal magnitud que los empresarios textiles argentinos tienen mejores perspectivas para sus negocios en el mundo del Covid.
Hoy lo integran más de 200 compañías que representan la mayoría de la inversión privada de Estados Unidos en América Latina: “Ha sido favorable a los acuerdos de libre comercio y ha sido instrumental en la concepción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y Tratado de Libre Comercio de América Central”.
Formidable lobby el estadounidense. Cuando Trump aconsejó que el FMI le diera a Macri un stand by por 44 mil millones de dólares, es decir, fondos de campaña inconmensurables para que reeligiera como presidente, no lo hacía por cariño personal: invertía en aras de extender un gobierno que permitía el libre acceso de mercancías extranjeras (lo que ahora está reclamando EEUU en la OMC) destruyendo la industria nacional. Con todas sus consecuencias: cierre de empresas, desempleo, desmantelamiento del tejido productivo, aumento de la pobreza.

Trump defiende el trabajo estadounidense. Gobierna para colocar sus productos en otras geografías. Macri, bueno, ya sabemos: Macri apoyaba a Trump en su deseo. En 1845 habría integrado, como los unitarios antirosistas, la tripulación de alguno de los barcos de la flota anglofrancesa que Rosas, Mansilla y Chilavert combatieron para defender nuestra soberanía en la guerra por el Paraná.
Cuando llegó Alberto Fernández las prioridades cambiaron. Por eso Estados Unidos va a la OMC. Por eso, también, la AmCham (la cámara de Comercio Estadounidense en la Argentina) exigió esta semana que se dejen sin efectos los Precios Máximos porque quieren aumentar entre un 15 y un 27 por ciento los productos que tienen en los supermercados, fundamentalmente, rubro bebidas, alimentos y productos de limpieza.
Ya no gobierna Macri y las prioridades cambiaron en la Argentina. Por eso, Estados Unidos protesta ante la OMC y la AmCham reclamó el fin de los Precios Máximos.
La AmCham no lo planteó así, tan imperativamente. Dejó dicho en un comunicado la necesidad de “construir una salida consensuada y equitativa” al programa, que “garantice el acceso a los productos de la canasta básica a los sectores más vulnerables” pero sin afectar “la sustentabilidad de los negocios de las empresas” que, como todos sabemos, son las verdaderas víctimas de este injusto sistema “populista”, “confiscatorio” y “estatista” que se ocupa más de los privados de propiedad, empleo y alimento que de la propiedad privada, cosa que Estados Unidos y el mundo de los negocios miran completamente horrorizados.
En fin, queda cada vez más claro que para defender el trabajo y el salario de las y los argentinos, el Combate de la Vuelta de Obligado es un asunto de todos los días. Ahora no vienen en barcos, sino en fondos de inversión, con el Departamento de Estado detrás. No importa si el que gobierna es Trump o Biden. Quieren otra vez el ALCA.